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Brasil: La trampa del bajo crecimiento

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Foto: Pixabay

Opinión

La economía brasileña creció apenas 1,1% en 2017 y en 2018. A principios del año pasado, las expectativas eran que el crecimiento en 2018 sería del 2,7%. 

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Varios factores hicieron que estas expectativas se frustraran: el ambiente externo empeoró ante la perspectiva de una desaceleración del crecimiento mundial, especialmente en China y Europa. La postura más agresiva de la Reserva Federal a lo largo del año acabó afectando los mercados financieros, aumentando la percepción de riesgo y reduciendo los flujos de capital hacia países emergentes. El agravamiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China reforzó las incertidumbres en cuanto al crecimiento global y afectó las inversiones.

En mayo, una huelga de transportistas autónomos de carga (camioneros) paralizó las carreteras del país por cerca de diez días y llevó a una caída muy fuerte de la producción y, de la actividad de los servicios, y en menor grado de las ventas del comercio. En segundo lugar, el deterioro de la situación económica en Argentina afectó negativamente a las exportaciones brasileñas de manufacturas hacia ese destino, principalmente de automóviles. Tercero, en la segunda mitad del año el ambiente electoral polarizado intensificó lo que sería un aumento natural de las incertidumbres.

La combinación de estos factores internos y externos llevó a que el crecimiento en 2018 se situara muy por debajo de las expectativas. Sin embargo, pasadas las elecciones, con la victoria de un candidato con una agenda económica liberal, las expectativas volvieron a estar positivas. A finales de 2018, las previsiones apuntan a un crecimiento del 2,6% en 2019.

A medida que los datos del primer trimestre de 2019 se divulgan, sin embargo, la perspectiva de otro año de crecimiento mediocre se vuelve cada vez más concreta. En la encuesta más reciente del Banco Central brasileño, las proyecciones de crecimiento para 2019 ya cayeron a menos del 1,5%, y el sesgo es de baja, apuntando a tasas similares a las de los dos años anteriores. El indicador de actividad del Banco Central en el primer trimestre cayó un 0,7% en comparación con el trimestre anterior y el 2,5% en relación al primer trimestre de 2018.

Esta pérdida de dinamismo de la recuperación, tras la fuerte recesión de 2014-2016, contrasta con la reversión de las condiciones negativas internacionales, al menos hasta la reciente reanudación del conflicto comercial entre EE.UU. y China. Contrasta también con las condiciones financieras internas bastante favorables para los estándares brasileños. La tasa real de intereses ex ante de 1 año es del 2,8% y, aunque ha aumentado ligeramente en los dos últimos meses, todavía se encuentra muy por debajo de los valores de tres años atrás, cuando era del 7% aa. El crédito total ha crecido a tasas moderadas, pero sólo por el efecto de la contracción del crédito direccionado, reflejo de la posición del gobierno de reducir el papel de los bancos públicos y del crédito subsidiado. El saldo de las operaciones de crédito con recursos libres era un 11,5% más alto en marzo de este año que en igual mes de 2018, y los flujos de nuevos préstamos con recursos libres, tanto para empresas como para las familias, también crecen a tasas de dos dígitos.

La inflación se aceleró a principios de 2019, reflejo de un choque adverso sobre el precio de los alimentos que llevó su tasa de variación anual de -2,1% a principios de 2018 a 7,3% en abril de este año. Sin embargo, las medidas de núcleo de la inflación, incluso habiendo aumentado en relación a los niveles de principios del año pasado, todavía están por debajo de la meta y las expectativas permanecen ancladas. De cualquier modo, el espacio que la baja inflación del año pasado parecía ofrecer para reducciones adicionales de la tasa de interés quedó más restringido, lo que limita el poder de la política monetaria para estimular la economía.

Por encima de todo, hay dudas de que una reducción adicional de intereses, en el momento actual, pueda ser capaz de desbloquear el crecimiento. Lo que parece haber reducido el ímpetu de la actividad económica son las incertidumbres en cuanto a la reforma de la Seguridad Social, ante la desarticulación política que el gobierno viene exhibiendo en el Congreso. Los plazos previstos en el envío de la propuesta no se están cumpliendo —tal vez por excesivamente optimistas— y el gobierno ha recogido derrotas, ya sea en las comisiones que evalúan la reforma y en otras votaciones en el plenario. Se espera que la votación en la comisión especial que analiza la propuesta se produzca hasta finales de junio, y que la votación en el plenario de la Cámara ocurra al inicio del segundo semestre. Hasta que se defina la potencia fiscal de los cambios aprobados y por lo tanto su impacto sobre la trayectoria de la deuda pública a medio plazo, la tendencia será de una economía creciendo poco.

La década actual se ha convertido en una década perdida, con un crecimiento cero o negativo del PIB per cápita, al igual que en los años 1980, cuando el ingreso per cápita cayó a la tasa media anual del 0,5% al año. Este desempeño mediocre refleja las bajas tasas de crecimiento de la productividad del trabajo (promedio del 0,3% al año 2011 a 2018), explicadas principalmente por la tasa de crecimiento de la productividad total de los factores, que cayó en promedio 1,5% anual. La reversión de ese marco exige mayor apertura al comercio exterior, una reforma tributaria que simplifique el sistema y reduzca las distorsiones que genera, foco en la educación y el aumento de la eficiencia del gasto público.

Algunas medidas, en el marco del Ejecutivo, ya fueron anunciadas por el gobierno con el objetivo de mejorar el ambiente de negocios y reducir la burocracia. Las subastas de concesiones de servicios públicos en infraestructura también se reanudaron y los marcos legales de regulación en áreas como el petróleo y el gas se han mejorado. Otras medidas, como el proyecto de ley que garantiza la independencia del Banco Central, desde hace mucho tiempo esperada por el mercado financiero, ya fueron encaminadas al Congreso. Sin embargo, hay un desequilibrio fiscal que impide a la economía avanzar en el sentido de recuperar su dinamismo, al generar incertidumbres en cuanto a la sostenibilidad de la deuda pública. Los gastos con beneficios de la seguridad social son el principal componente individual de los gastos primarios y el que ha crecido más rápidamente en los últimos años.

La reforma de la seguridad social es el primer paso para que el país rompa la trampa del bajo crecimiento en que se encuentra.

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