El esfuerzo colectivo en la lucha contra el cambio climático está siendo insuficiente. Los datos más recientes difundidos por el Proyecto Global de Carbono, un consorcio mundial de científicos, indican que las emisiones globales de gases de efecto invernadero continuaron creciendo en 2023. A este ritmo de emisiones, el objetivo de mantener el aumento de temperatura por debajo de 1,5° C con respecto a la era preindustrial parece inalcanzable, y el de acotar ese aumento a no más de 2° C podría correr la misma suerte, si no se redoblan los esfuerzos de descarbonización en todas las regiones del mundo. El cumplimiento de estos objetivos es necesario para evitar una catástrofe ambiental.
Mientras tanto, el cambio climático no da tregua. El último informe sobre el estado del clima global, elaborado por la Organización Meteorológica Mundial, confirma que 2023 fue el año más caliente desde que se llevan registros de temperatura. También se alcanzaron valores sin precedentes en la temperatura del océano, el aumento del nivel del mar, la pérdida de hielo marino antártico y el retroceso de glaciares.
Según la misma organización, América Latina y el Caribe se vieron doblemente afectados durante 2023, debido a que a las consecuencias del cambio climático se sumaron las del episodio de El Niño. Así, la región no solamente vivió el año más cálido del que se tiene registro, sino que también estuvo afectada por lluvias extremas que provocaron crecidas y deslizamientos de tierra, causando víctimas mortales y pérdidas económicas y sequías severas e intensas que afectaron la producción agrícola, con consecuencias para la seguridad alimentaria de los agricultores familiares e impactos macroeconómicos de magnitud en los principales países productores de alimentos. Los eventos meteorológicos extremos también dejaron huella. El huracán Otis impactó en la costa oeste de México con una potencia inusual, dejando enormes pérdidas de vidas e infraestructuras.
La urgencia del fenómeno climático requiere un cambio en la manera de producir y consumir en todo el mundo, y América Latina y el Caribe no son la excepción. Pero la región enfrenta este reto desde una situación de fragilidad económica y social, caracterizada por un ritmo de crecimiento bajo y volátil, y niveles de desigualdad entre los más altos del planeta. El desafío es mayúsculo.
En el reciente Reporte de Economía y Desarrollo, titulado “Desafíos globales, soluciones regionales: América Latina y el Caribe frente a la crisis climática y de biodiversidad” de CAF-banco de desarrollo de América Latina y el Caribe, se analizan los retos y oportunidades que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad tienen para la región. El análisis aborda de manera integral el fenómeno climático y de pérdida de biodiversidad, algo indispensable en una región que se caracteriza por tener una gran riqueza de ecosistemas y biodiversidad y estructuras productivas que integran esos recursos naturales en la producción de bienes y servicios. En efecto, la producción de alimentos para el mundo que lideró el desarrollo de la región durante los últimos dos siglos es, al mismo tiempo, una importante fuente de emisiones y el principal canal de degradación de los ecosistemas y pérdida de biodiversidad.
El informe discute una serie de políticas de respuesta frente a estos fenómenos que tienen como objetivos la adaptación ante el cambio climático, la mitigación de las emisiones y la conservación del capital natural. En primer lugar, la región debe priorizar las inversiones en adaptación para evitar que los impactos actuales y esperados del cambio climático afecten su potencial de crecimiento y exacerben los problemas de desigualdad. El abanico de políticas de adaptación incluye prácticas de agricultura resiliente, soluciones basadas en la naturaleza, obras de infraestructura, sistemas de prevención y gestión de riesgos de desastres y medidas regulatorias. Como los impactos del cambio climático varían entre regiones y sectores, cada país debe diseñar su propia estrategia de adaptación con base en un diagnóstico preciso de los impactos y grupos más afectados a nivel local. Los planes nacionales de adaptación al cambio climático, con los que cuentan 16 países de la región, son un primer paso en este sentido.
En segundo lugar, la región debe contribuir al esfuerzo colectivo de mitigación de las emisiones globales, aun cuando su contribución histórica a la acumulación de carbono en la atmósfera es relativamente baja. Frenar la deforestación, promover prácticas agropecuarias más sostenibles y avanzar en la transición energética, son esenciales para lograr este objetivo. La región, que ya tiene una de las matrices energéticas más limpias del planeta, cuenta con ventajas geográficas para las energías renovables. Por supuesto, esta transición no estará exenta de costos, con desafíos que variarán entre países en función de sus matrices energéticas, sus estructuras productivas y sus recursos naturales.
En tercer lugar, es importante reconocer que la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad no solo es fundamental para dar respuesta a los riesgos del cambio climático, dados los valiosos servicios ecosistémicos de mitigación y adaptación, sino también por su importancia para el crecimiento económico y la inclusión social. Por ejemplo, la pérdida de manglares hace a las poblaciones costeras más vulnerables a las inundaciones, ya que estos funcionan como barreras naturales, y la deforestación afecta la productividad agrícola en las tierras cercanas por la disminución de la población de polinizadores naturales y de la disponibilidad de agua, entre otras causas. Entre las políticas que pueden favorecer un uso sostenible de los ecosistemas, se destacan las áreas protegidas, los pagos por servicios ecosistémicos, los acuerdos de la industria, entre otras.
El reporte también resalta que la descarbonización global brindará oportunidades valiosas que la región puede capitalizar. Por ejemplo, el proceso de electrificación a nivel global está aumentando la demanda de minerales críticos como el litio, el cobre y la plata, que son relativamente abundantes en la región. La explotación sostenible de estas riquezas puede ofrecer el doble dividendo de contribuir a que el planeta se vuelva más verde y al mismo tiempo promover el desarrollo local.
Por último, la región se puede favorecer de una intensa coordinación regional para afrontar las negociaciones internacionales en materia de cambio climático y biodiversidad. Un objetivo común es aumentar el financiamiento climático en condiciones más favorables, así como lograr un mejor balance entre financiamiento para mitigación y adaptación. En la actualidad, gran parte del financiamiento de los países desarrollados a los países en desarrollo se canaliza mediante préstamos en condiciones de mercado y para proyectos de mitigación, con menos del 10% para fines de adaptación.
El cambio climático y la pérdida de la biodiversidad son desafíos globales que amenazan el bienestar de la humanidad. En su respuesta, la región de América Latina y el Caribe puede beneficiarse de una estrategia que integre la política climática con las políticas para preservar su vasta riqueza natural, que además de favorecer la acción climática son ingredientes clave en el proceso desarrollo económico y social de la región.
Siguiendo su mandato de transformarse en el banco verde de la región, CAF- banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, ha desarrollado productos financieros innovadores, que permiten acompañar a sus países miembros a diseñar e implementar estrategias que contribuyan con estos objetivos. Además, en su carácter de banca de desarrollo acompaña estos productos con cooperación técnica e investigación de vanguardia aplicada a las necesidades de los países de la región.
- Pablo Brassiolo y Ricardo Estrada, Dirección de Investigaciones Socioeconómicas, CAF-banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-.