Viejos escenarios de la vida

Montevideo tiene sus "castillos", aunque llevan por nombre casas-quinta y su finalidad fuera muy diferente de aquellas construcciones medievales. Símbolo de una época, hoy no se adaptan al medio de vida moderno y sobreviven las que funcionan como espacio "tercerizado".

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El Castillo Soneira fue comprado por una institución educativa para albergar un centro preuniversitario por 1.200.000 de dólares. Patrimonio lo aprueba.

LEONEL GARCÍA

El apartamento en Pocitos le estaba quedando chico a la familia de la arquitecta Magdalena Bervejillo. Luego de ver unas 60 opciones para mudarse, su marido sorprendió al encargado de la inmobiliaria: "Yo quiero un castillo con fantasmas". El vendedor se frotó las manos. "La casa es el escenario de la vida", repetía el negociante; acercó las partes y el trato se cerró.

De eso hace ya 17 años. La casa de Bervejillo, de estilo andaluz, con un amplio sector social, tres baños, un estudio en la planta alta devenido apartamento, mirador y torreta, alberga hoy a ella, a su marido, su madre y cuatro de sus cinco hijos. Son 360 metros cuadrados construidos en un predio de 2.800 m2 en la calle Carlos María de Pena. Fue construida en 1925 y en ella vivieron la familia Varela Acevedo, primero, y los Stewart después. Fantasmas no vieron; en rigor, tampoco es un castillo. Pero no se quejan.

No existen castillos reales en Uruguay. No lo es la casa de Bervejillo ni tampoco, aunque así se lo conozca, el señorial Palacio Soneira, un inmenso edificio neogótico de la avenida Suárez que comenzó a erigirse en 1861 y que fue vendido en agosto a una institución educativa, el Colegio y Liceo San Pablo. Su denominación correcta son "casas quinta". Tal vez muchos no identifiquen a las quintas de Raffo, Aurelio Berro o Fein-Susviela Guarch; pero casi todos reconocen a sus respectivas funciones actuales: Museo Blanes, la Residencia del Reverendo Moon y la Residencia Presidencial de Suárez.

Eclécticos. El arquitecto Gonzalo Nario, de la Comisión de Patrimonio, sabe que la tipología y las formas de estas casonas le han valido el mote popular de castillos o palacios, "cuando no tienen absolutamente nada que ver". Los castillos son medievales, rurales y europeos. "Eran una suerte de mini-ciudades gobernadas por el señor feudal que le daba cobijo a su familia, criados y fieles dispuestos a vivir de él y morir por él". Mientras que en Montevideo, el lord era reemplazado por el pater familia, perteneciente a la alta sociedad, también rodeado por un ejército de parientes y sirvientes. Fueron residencias veraniegas primero y, en algunos casos, permanentes.

Estos caserones surgen en los actuales Prado, Paso Molino o Colón luego del fin de la Guerra Grande, en 1851, cuando sus dueños huyen de la peste y del casco urbano de Montevideo. Según la historiadora Daniela Tomeo, estudiosa del tema, la alta sociedad miraba hacia Europa y eso se expresaba, agrega, en la forestación exótica elegida para los jardines ("jamás un ombú, o un ceibo") y en el estilo arquitectónico. El eclecticismo historicista es la corriente predominante. Esto es, varios lenguajes estéticos correspondientes a diferentes épocas históricas. La Quinta de Berro tiene un diseño gótico; la de Eastman, morisco; la de Raffo, remite al clasicismo y al art noveau.

Tomeo recuerda que a los primeros pobladores de Montevideo se les dio un solar en la ciudadela y una chacra a las orillas del Miguelete. La proliferación de las casas-quinta, en la segunda mitad del siglo XIX, transformó esa zona. "Una importantísima vida social se superpuso entonces a la sencillez de la vida agrícola", indica la Guía Arquitectónica y Urbanística de Montevideo. Esas mansiones y las fiestas que ahí se organizaban eran la carta de presentación de sus acaudalados dueños. Eran, realmente, el "escenario de la vida". Y lo fueron hasta, aproximadamente, la segunda década del siglo pasado, con el auge de la zona costera. Sin embargo, William Rey, catedrático de Arquitectura Nacional, ubica su vigencia hasta 1950, con el fin del país de las vacas gordas.

Resignificación. El estilo de vida en los "castillos" no soportó el paso del tiempo y sus estructuras, tampoco. Vivir bajo el ala de un patriarca en superficies gigantescas quedó anacrónico, así como mantenerlas se tornó insostenible. Además, las familias redujeron el número de sus miembros. "Como residencias, las casas quinta no se adaptan al modo de vida contemporáneo; como espacio tercerizado, sí", afirma Rey. Las que están en mejor estado son aquellas adquiridas por instituciones y resignificadas, agrega Nario.

Un ejemplo de resignificación es la reciente transacción. El Castillo Soneira -2.400 m2 construidos en un predio total de 15 mil- había sufrido su última ampliación en 1914, llegando a ser una de las casonas más lujosas de Montevideo. "Pero desde entonces no se había hecho ningún trabajo de preservación", dice Mauro Roll, director del Colegio San Pablo, su nuevo propietario. Si bien califica como "muy satisfactorio" el estado general de la estructura, agrega que la institución está trabajando para restaurar techos y paredes, así como las molduras de yeso. La humedad, las rajaduras y la acción de las polillas requieren especial atención. Se prevé la construcción de nuevos espacios para salones de clase, instalaciones deportivas y, en el subsuelo, baños y laboratorios. Roll espera que para marzo del año próximo ya haya 160 alumnos, de 5° y 6° de liceo. El objetivo es transformar el caserón en un centro preuniversitario. "Y si la iniciativa prospera, vamos a evaluar si instalamos un instituto universitario". El San Pablo está vinculado, aunque es independiente, a la Universidad Luterana del Brasil.

El alto costo de mantenimiento fue lo que llevó a los descendientes de la familia Soneira a poner en venta el inmueble. Una casa más "modesta", como la de Bervejillo, tiene igual problema. "Realmente es muy cara su manutención, además tiene rajaduras importantes en las paredes. En invierno, con la calefacción prendida, hay que gastar mucho", afirma la arquitecta. Ella se excusa de hablar de gastos mensuales, así de cuánto tuvo que pagar por su vivienda. Solo dice que logró una muy importante rebaja en la negociación con la anterior dueña. "Al final, salió algo más que un apartamento grande en Pocitos".

Operadores inmobiliarios afirman que hay mercado para estos gigantes, aunque sea reducido y casi totalmente compuesto por instituciones y grupos inversores. Los precios y las refacciones inevitables son lo que explican la escasa demanda. "El costo depende de la ubicación, su estado, el estilo arquitectónico y la superficie total del terreno", señala Jonathan Sterling, de Sterling Bienes Raíces.

Fernando Olivera, director de Ifer & Olivera, dice que aquellas que aún pueden ser aceptables como vivienda se ubican entre 350 mil y 400 mil dólares, por un terreno de hasta 1.500 m2 de los cuales unos 400 estén construidos. "Son casas totalmente anacrónicas, pero hay gente que le gusta vivir ahí", afirma. Otras fuentes hablan de "gangas" de US$ 125 mil, en ejemplares más pequeños.

Distintos operadores señalan que hoy hay dos grandes casas-quintas en venta, una en Agraciada y otra en Millán, por las que se piden alrededor de US$ 850 mil y US$ 1,1 millones, respectivamente. Según fuentes vinculadas a la venta del Soneira, la transacción final ascendió a US$ 1,2 millones. El arquitecto Rey, que participó en la restauración de la Quinta de Berro, sostiene que un "mantenimiento digno" de las mayores casas- quinta requiere entre 25 mil y 30 mil dólares anuales.

Contraste. En el listado de bienes inmuebles de Montevideo considerados Monumentos Históricos Nacionales de la Comisión de Patrimonio, hay unas quince casas-quinta. No hay un listado definitivo y único de su número total. Para obtener esa denominación, dice Nario, se debe hacer el petitorio a esa institución tras lo que se evalúa la singularidad arqueológica, arquitectónica, histórica o social del lugar. Esto no impediría su venta o refacción, enfatiza. "Queremos que estas casas sean organismos vivos, no que queden congelados". Lo que no permite Patrimonio es que se tire abajo al monumento o "se destruya alguno de los elementos significativos que ameritaron la inclusión en el listado", agrega Solveig Campistrous, también arquitecta de esa Comisión.

La casa de Bervejillo no es monumento histórico. No sabe si vale la pena plantearlo, reconoce esta arquitecta, que trabaja en el local Yatay de Arquitectos para la Comunidad y participa de las recorridas por el Prado y alrededores durante el Día del Patrimonio. Más allá de los costos y las rajaduras, afirma no arrepentirse "para nada" de la apuesta al estilo de vida hecho. En esa mansión hubo que realizar conexiones eléctricas modernas. Aún así, se conservan los viejos fusibles originales con tapas de porcelana. "Todavía andan", dice.

Todos los consultados señalan que la vieja Quinta de Aurelio Berro, construida en 1871 y hoy propiedad de Moon, de 3.000 metros cuadrados de edificación, es la que está en mejor estado. Sólo su refacción, en 2000, requirió 1,8 millones de dólares, señaló William Rey. Pero a cuatro cuadras al norte, en Agraciada y Joaquín Pereyra, se encuentra el "castillo" construido por Pascual Arló en 1915. Hay que hacer un gran esfuerzo para apreciar su espíritu señorial y clásico original: lo impide una barrera de rejas herrumbradas y muros que parecen estar a punto de caerse, primero; y una jungla de árboles, pasto y maleza, después. Cara y cruz, a metros de distancia, de lo que queda de viejos tiempos y modos de vida.

La inclasificable construcción de Pittamiglio

No responde al programa arquitectónico conocido como casa-quinta, ni tampoco a un castillo. Pero para muchos montevideanos, lo primero que viene a la mente cuando se menciona la palabra "castillo" es la edificación que inició el excéntrico arquitecto Humberto Ponciano Pittamiglio a partir de 1870, en la rambla de Trouville.

Entre medieval y renacentista, se trata de una construcción inclasificable. Está repleta de simbología templaria y masónica. Todo lo relacionado a la alquimia está presente. El castillo Pittamiglio mira hacia el mar, con una réplica de la Victoria de Samotracia (hoy en tareas de refacción) como mascarón de proa rumbo hacia el mar, como marcando el camino de un viaje hacia lo espiritual.

La edificación interna es muy caótica, a veces hermosa y otras incomprensible. Hay lugares aún inhabilitados, y puertas que no conducen a ningún lugar. Sus pasajes en ocasiones remiten a la entraña de un animal. Los símbolos básicos de la alquimia, los cuadrados (como representación de lo terrenal), los octógonos (elementos de transición) y los círculos (símbolos del mundo espiritual) están por doquier, así como el león, el pavo real y el águila bicéfala. El equilibrio entre el mundo material y el intangible era una obsesión de Pittamiglio. "Él permanentemente estaba agregándole habitaciones a la casa, su idea era que se construyera sobre sí misma, como si estuviera viva", explica Patricia Olave, de la Asociación de Promotores Privados de la Construcción (Appcu), responsable del cuidado y mantenimiento del edificio y del espacio cultural que ahí funciona.

A diferencia de las casas- quintas de Montevideo que no funcionan como museos, el Pittamiglio está abierto al público. Se hacen recorridas guiadas los martes y jueves desde las 16 horas, y los sábados a partir de las 17.00.

Los recovecos del castillo albergarán, todos los sábados de noviembre, a las 21 horas, una conferencia sobre la festividad de Halloween acompañada por la interpretación de diferentes historias relacionadas al tema.

i Más información en:

Teléfono: 7101089

Pasado y presente

Casa Quinta de Mendilaharzu. Comenzó a construirse en 1850 y tuvo reformas en 1889. Ubicada en Instrucciones 948, ahí funciona hoy el Museo Antropológico bajo la órbita del Ministerio de Educación y Cultura (MEC).

Casa Quinta de Idiarte Borda. El "Castillo de Juan Idiarte Borda" fue mandado a construir por el ex presidente como residencia veraniega. Paradójicamente, nunca la llegó a utilizar como tal ya que en 1897 fue víctima del único magnicidio de la historia uruguaya. Hoy está siendo remodelado por una firma española para la realización de fiestas y eventos. Lezica 5912.

Casa Quinta de Raffo. Su edificación se inició en 1870. Luego perteneció a la familia Morales. Está en Millán 4015 y hoy alberga al Museo Blanes.

Casa Quinta de Eastman. También es conocida como la Quinta de Illia o De las Rosas. Se encuentra en Agraciada 3451. Construida en 1880, Hoy ahí funciona la sede de la División del Ejército I.

Casa Quinta de Santos. Hoy alberga al Museo de la Memoria de la Intendencia de Montevideo. Se encuentra en Instrucciones 1057.

Casa Quinta de Soneira. Su construcción comenzó en 1861 y es una de las pocas que siempre perteneció a una misma familia. Vendida en agosto al Colegio San Pablo, será acondicionada para un instituto preuniversitario. Se encuentra en Suárez 3781.

Casa Quinta de Berro. Data de 1871, fue sede de la embajada francesa y argentina y hoy es la residencia del Reverendo Moon. Está en Agraciada 3399. Como la Eastman, sólo abre al público durante el Día del Patrimonio.

Casa Quinta de Claudio Williman. Está en Pocitos, Avenida Brasil 2912, fue iniciada en 1905 y hoy alberga un gimnasio y centro de estética femenina.

Casa Quinta de Alfonso Seré. Construida en 1913. Está en Agraciada 3567. Hoy está el hogar de ancianos "El Atardecer" del Ejército de Salvación.

Casa Quinta Fein. Comenzó a edificarse en 1907. Desde el gobierno de Luis Batlle Berres es la Residencia Presidencial. Joaquín Suárez esquina Reyes.

(Fuente: Departamento de Arquitectura de la Sección del Patrimonio, Guía arquitectónica y urbanística de Montevideo y Arquitectos para la Comunidad)

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