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La vida desde el Covid-19: la primera pandemia en la era de la información

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Hombre con tapabocas en la vía pública. Foto: Darwin Borrelli.
Nota sobre venta de tapabocas o mascarillas con motivo de la pandemia de Coronavirus Covid19, en Montevideo, ND 20200311, foto Darwin Borrelli - Archivo El Pais
Darwin Borrelli/Archivo El Pais

DE PORTADA

La llegada del coronavirus a Uruguay instaló el miedo en toda la sociedad. ¿Por qué? ¿Qué ocurrirá cuando todo acabe?

No fue de un día para el otro, una invasión repentina, una interrupción sorpresiva. Lo veíamos venir. Primero desde lejos, como algo improbable, como un problema ajeno, como un asunto chino. Después un poco más cerca, como un problema que también le pertenecía a Occidente, cuando en Italia los casos aumentaban demasiado rápido día a día, cuando las medidas fueron drásticas en ciudades como Milán, uno de los focos de infección, cuando se expandió a España y a Alemania. El coronavirus Covid-19 todavía era lejano pero no tanto. Y entonces llegó a Estados Unidos y a Colombia y a Perú y a Chile y cuando quisimos ver estaba al lado, en Argentina y en Brasil. Su llegada a Uruguay era inminente. La Organización Mundial de la Salud ya lo había declarado como pandemia y no sabíamos cuándo pero sabíamos que era una certeza y lo esperábamos como si fuese una profecía que estaba por cumplirse. Todos los días mirábamos atentos las noticias de la región especulando, sacando cuentas, pensando en qué pasaría, en qué haríamos si...

El viernes 13 de marzo el gobierno hizo el anuncio oficial: había cuatro personas uruguayas que tenían el virus, las cuatro habían llegado desde Milán, las cuatro estaban bien. Dos estaban en Montevideo y dos en Salto.

Luis Lacalle Pou y su equipo en conferencia de prensa por coronavirus. Foto: Fernando Ponzetto
Actualización. El gobierno nacional hace conferencias cada día.. Foto: Fernando Ponzetto

Los grupos de WhatsApp explotaron de audios, de información, de links, de preguntas, de memes, de stickers. Las redes sociales hicieron tendencia al coronavirus que se instaló en ellas y nunca más se fue. Todos hablábamos de lo mismo. Todos nos paralizamos y algunos corrieron. A las farmacias, a los supermercados, a las farmacias, a los supermercados, a las farmacias, a los supermercados.

El anuncio del gobierno activó un pánico generalizado que empezamos a transformar en apocalipsis. En el correr del día, las góndolas de alimentos y productos de limpieza quedaron vacías, como si el final fuese inminente aun cuando el gobierno no había hecho ningún anuncio de cuarentena obligatoria.

higiene

Para cuidarnos entre todos

Lo han repetido hasta el hartazgo: la única forma de frenar la expansión del coronavirus es hacerlo entre todos. Por su fácil capacidad de contagio, la primera medida es que, si podemos, nos quedemos en casa. Evitar los lugares con mucha gente y salir lo mínimo indispensable de nuestros hogares es lo más efectivo. Si bien hasta que esta nota fue escrita la cuarentena general obligatoria no había sido decretada por el gobierno, hay muchas personas que están en cuarentena voluntaria. Para que el aislamiento sea efectivo, cuidar la higiene del hogar es lo principal: quitarse los zapatos antes de entrar, dejar ventilar la ropa al llegar o lavarla con agua caliente, mantener limpios los pisos y sanitizar los pestillos de las puertas con alcohol así como las superficies con las que estamos en contacto. Y, por supuesto, lavarse las manos con agua y jabón durante 20 segundos. En caso de ingresar alimentos o productos del exterior, también se recomienda lavarlos adecuadamente (las frutas y las verduras tienen que ser lavadas con agua y jabón).

Desde ese viernes no somos los mismos. Nos lavamos las manos más que antes, contamos los segundos del lavado o cantamos canciones para que sea efectivo, usamos más alcohol en gel que nunca, nos saludamos con el codo y nos mantenemos distantes; todas las noches esperamos las medidas actualizadas en las conferencias de prensa del gobierno, hablamos de que en tres días los casos aumentaron a 50, y en menos de una semana ya teníamos 80; hablamos de Carmela, de las fronteras, de las soluciones, de la ciencia, nos sentimos responsables de nuestra propia desgracia, compartimos teorías conspirativas acerca del inicio de todo, compartimos remedios caseros que no sirven para nada, estamos en estado de paranoia y alerta constante, creemos que no es tan grave hasta que caemos en la cuenta de la magnitud del problema, recibimos información todo el tiempo y por todas partes, mientras vemos cómo el mundo se paraliza y no hay tecnología ni dinero ni poder que pueda hacerlo funcionar otra vez.

¿Qué nos está haciendo la pandemia del Covid-19 como sociedad? ¿Cuáles son sus efectos y consecuencias? ¿Por qué nos da tanto miedo? ¿Volveremos a ser como éramos cuando todo esto termine? En un país con un alto índice de suicidios como Uruguay, ¿estamos preparados realmente para enfrentar una cuarentena? ¿Qué pasa si el encierro aumenta la violencia en el hogar? ¿Cuál es el rol del Estado y las instituciones en esta crisis? ¿Qué vamos a hacer ahora que no podemos compartir más el mate?

Infodemia

Parecería, dice Luis Gonçalvez Boggio, magíster en Psicología Clínica y coordinador del Programa Psicoterapias de Facultad de Psicología de la Universidad de la República, que el miedo “se desparramó más rápido que el virus, que incluso tiene una alta velocidad de contagio”.

El miedo. Al contagio, a la muerte, a la muerte de otros, al aislamiento, al encierro, a perder el trabajo, a no poder pagar las cuentas, a la soledad. A la cercanía, al que estornuda, al que tose, al que anda por la calle sin conciencia, a que esto no tenga un final. El miedo a la incertidumbre, a un virus desconocido y hasta ahora sin cura que pone a prueba al Estado y a todas las instituciones, que nos pone a prueba como sociedad. Y con el miedo, el cambio.

Por el pánico, las personas vaciaron góndolas de supermercados. Foto: AFP
Crisis. El anuncio de los primeros cuatro casos de coronavirus generó alarma y las personas vaciaron las góndolas de los supermercados. Foto: AFP

No seremos los mismos después de esta pandemia. Nadie sale ileso después de una crisis. La llegada del coronavirus Covid-19 a Uruguay, por más preparados o adelantados que creyéramos estar, nos generó un estado de alerta que rápidamente se transformó en pánico, en catástrofe. Bastó con un anuncio oficial, cuatro casos y un casamiento de 500 personas para que hiciéramos del coronavirus el mayor de nuestros enemigos, un miedo colectivo que cada vez es más grande. ¿Por qué?

“El miedo es un afecto asociado a lo instintivo y a la sobrevivencia y por ello penetra y se expande en la malla social con mucha capacidad expansiva”, explica Luis Gonçalvez. “El miedo es muy manipulable y se mueve en un gradiente que, en sus extremos, puede ser nuestro principal enemigo. Por un lado, el congelamiento del shock emocional que nos paraliza y nos anestesia; por el otro, el pánico que nos lleva a una zona de descontrol. A nivel de masas vende y esclaviza cuando está amplificado por distintos dispositivos”.

Esta es la primera pandemia en la era de la información. Los dispositivos somos los medios de comunicación, las redes sociales y su paradoja nefasta de proponernos estar conectados en tiempos de aislamiento social y de exponernos a la hiperconexión constante: en todo momento estamos sometidos a un flujo infinito de noticias, información real y falsa, imágenes, videos y actualizaciones de todo el mundo. “Estamos frente a la primera crisis sanitaria mundial de la era digital del ‘Capitalismo Mundial Integrado’”, sostiene el especialista.

En este sentido, el sociólogo Rodolfo Levin, director del Instituto de Higiene en la Facultad de Medicina de la UdelaR y coordinador del Laboratorio de Ciencias Sociales en Salud, dice: “Algunos la llaman infodemia y lo comparto, aunque con matices porque soy de los que cree que el acceso a la información es la fuente del saber (...) Una pandemia como el Covid-19 donde circula acríticamente el conocimiento construido científicamente, seguramente es una infodemia de consecuencias letales en términos de convivencia entre humanos. Así lo vemos en parte de las redes sociales”.

Nadie sabe qué pasará después, cómo estaremos cuando todo termine, cómo habremos superado esta crisis como sociedad. “Por eso la incertidumbre potencia tanto el miedo. No quiero generar alarmismo, pero si a una situación de crisis sanitaria, le agregamos una crisis social (como la vivida en 2002) probablemente no vamos a tener ni siquiera la posibilidad de una fuga migratoria, porque todo el mundo va a estar en la misma”, sostiene Gonçalvez. Cuando todo acabe y salgamos de este paréntesis de ciencia ficción en el que estamos “tenemos que poder volver a estar conectados socialmente en un medio ambiente que nos dé seguridad. Esta debería ser nuestra apuesta principal. La inmunidad, a largo plazo, la vamos a reforzar viviendo en comunidad, no aislándonos. Las medidas de aislamiento sirven, a corto plazo, solo para ganar tiempo”, indica.

El cambio en la vida cotidiana

No, no fue de un día para el otro. Pero la cuarentena nos tomó como de un golpe con una crisis sanitaria que mientras parecía lejana la negábamos. Entonces nos sorprendió tanto por lo abrupto como por lo distinto, por su lado desconocido, por la inseguridad de todavía no saber cómo salir de esto. La pandemia del coronavirus Covid-19 fue un corte sorpresivo en la realidad tal como la conocíamos y trajo consigo el abandonar los puestos funcionales en la ciudad, el día a día trastocado, la necesidad de refugiarnos en cuatro paredes, de aislarnos, de teletrabajar, de tener a los chicos en casa y a la vez pensar en los que no tienen donde aislarse o en los que perdieron el trabajo.

“Estamos lidiando con un hecho meses atrás imprevisible, que nos genera muchas inseguridades e incertidumbres: la vida parece que comienza a fluir por decursos inesperados -explica Gonçalvez-. ¿Cuán preparados estamos emocional, vincular y socialmente para lidiar con esta pandemia? Vamos a tener que construir y apelar a recursos (internos y externos) para poder procesar las sensaciones de fragilidad y de desamparo que nos provoca este enemigo invisible que anda por todos lados”.

El encierro y el posible aumento de situaciones de violencia

No hablamos de otra cosa que no sea el coronavirus. No hablamos de que en Uruguay hubo cuatro femicidios en los últimos nueve días. No pensamos en que el encierro aumenta las tensiones y en que si una mujer sufre violencia de género, quizás durante el aislamiento la situación de violencia se agrave. En este sentido, Andrea Tuana, Directora de la ONG El Paso, sugiere algunas claves a tener en cuenta. “Si una mujer está en una situación de violencia y está en cuarentena es importante que pueda generar una pequeña red de contención dentro del barrio, por ejemplo, con algún vecino o vecina”. También aumenta el riesgo de maltrato a los niños. “Ahí es clave darle un mensaje claro a los vecinos y vecinas de que si escuchan una situación de maltrato o gritos, hagan la denuncia policial inmediatamente”. Es importante, sostiene Tuana, mantenerse en comunicación constante con algún amigo, amiga, familiar o alguien que esté por fuera del hogar y pueda estar atento a la situación y tener presente los contactos a los que una mujer puede dirigirse si necesita ayuda, por ejemplo, InMujeres (0800 4141) o el 911.

Esa pausa indeterminada del mundo exterior viene también con la lectura que hace nuestra cabeza y la reacción de nuestras emociones. Dice la licenciada y magíster en psicología Gabriela Bañuls que la adaptabilidad y la respuesta personal depende de la historia y la familia de cada uno, pero que ante todo, lo primero es entender que es esperable que “aquellas situaciones que habitualmente nos generan ansiedad, ahora surjan exacerbadas”. Estaremos en casa, habrá estrés, habrá inseguridad, angustia, frustración. Y el confinamiento nos hará también perder la noción del día, de la hora, como reflexiona Gonçalvez, a la vez que nuestras libertades naturales para movernos y desplazarnos.

La rutina, dice Bañuls, puede ser una fórmula para que tanto encierro no nos haga perder el norte. En estos tiempos de una realidad que parece salida de película de ciencia ficción lo mejor es buscar y obligarnos a una normalidad, a una estructura para así mitigar el efecto desolador de que todo, parece, se desmorona. “Las rutinas nos ayudan a reconfigurar la vida cotidiana y nos dan cierta estabilidad dentro de la incertidumbre”, afirma.

Limpieza en los ómnibus como medida contra el coronavirus. Foto: Leonardo Mainé
Público. El transporte urbano se vio afectado por la expansión del virus. Foto: Leonardo Mainé

Así, algo que puede parecer tan básico como establecer horarios de ejercicio, de trabajo, de tiempo compartido (real o virtual) no debe tratarse a la ligera. Tanto en soledad como conviviendo con familia, amigos o en pareja. Hay que negociar y mantener el mismo equilibrio previo entre los tiempos para compartir y los que son para estar con uno mismo. “Todos necesitamos espacios en soledad”, aclara Bañuls, y “si la casa es muy pequeña, igual hay que generar estrategias para permitirse y permitirle al otro el tiempo consigo mismo”.

Y en la renegociación de los espacios, así como en el manejo de los miedos y las frustraciones tiene que haber un intercambio. Y entonces entra la necesidad de la palabra: escrita, hablada, meditada; virtual o cara a cara. Si hay que sobrevivir al encierro físico, que al menos las angustias, las ansiedades, los miedos y los conflictos se vayan por la palabra o mengüen y nos ayuden a estar en paz y más tranquilos, para que nos ajustemos mejor a la rutina temporal.

Claves

Trabajar desde el hogar

El teletrabajo se ha generalizado en algunos sectores como medida frente al coronavirus. Desde Revista Domingo consultamos a Justin Graside, Growth Lead en Tavano Team y fundador del Partido Digital, y a Gonzalo Frasca, diseñador en el estudio pedagógico noruego DragonBox y catedrático de Videojuegos de la Universidad ORT, a fin de transmitir “claves” al respecto.

Hay tres bases a cumplir: marcar una rutina, establecer un espacio de trabajo acondicionado y evitar a toda costa estar en pijamas. “Lo primero es tratar de destinar un espacio exclusivo de trabajo en casa, así sea la mesa del comedor o el escritorio”, dice Graside, hay que diferenciar qué es trabajo y qué es estar en casa.

Frasca trabaja remoto desde hace cinco años, en conexión con colegas de Oslo, Helsinki y París. En su caso consideró más productivo recurrir a un estudio fuera de casa, pero con la cuarentena se trasladó a su hogar, con un espacio definido para trabajar.

Frasca, que es uno de los desarrolladores de un método de enseñanza de matemáticas para niños, ve como desafío que una herramienta pensada para el aula, tiene que ser adaptada para la familia por unas semanas. En ese sentido, cree que la situación actual impactará tanto en el teletrabajo como en la enseñanza a distancia.

En cuanto a la jornada, si bien varía entre aquellos equipos que definen trabajar por horario u por objetivos a cumplir, Graside recomienda notificar a la familia que en determinado marco horario se estará cumpliendo las tareas laborales. Esto, sobre todo, porque está mal extendida la idea de que “trabajar desde casa es no trabajar y te molestan”.

Otro detalle es el trabajo en equipo. En ese sentido, Graside destaca que “es importante ser muy comunicativo, tener un intercambio más recíproco que en la oficina y que se notifique clara y detalladamente la tarea que tiene cada uno. Recomienda, además, una videollamada corta (no más de 15 minutos) al comienzo de la jornada para puesta a punto, así como una comunicación activa a través de plataformas de chats o de organización de tareas. En su opinión, esta crisis sentará las bases para que las empresas desarrollen mayor confianza en el trabajo a distancia.

En este aspecto, explica Bañuls, vuelven a jugar las circunstancias particulares, pero impera siempre la necesidad de mantener una red de conexión así sea con vecinos a los que hablar desde una ventana. El espacio para el diálogo con la familia, respetar la expresión de los niños, hablar de los miedos así como de las situaciones particulares del día y de la convivencia. Y nunca está demás, pero aquellos que vivan solos verán en esto una gran utilidad: llevar un diario escrito en el que relatar las vivencias, sentimientos y pensamientos.

En ese contexto, para aquellas personas que viven solas y además atraviesan situaciones de duelo o depresión es importante hacer un mayor esfuerzo para conectar y encontrar a quienes sean un soporte afectivo. “Es importante advertir a los que sostienen esas situaciones que es necesario para su cuidado que ellos puedan contactar con situaciones más vitales, donde ellos no tengan que cuidar. La empatía es un recurso psíquico que se agota si la persona no experimenta a su vez, la empatía de otros por ella”, añade la psicóloga.

Aunque el panorama mundial inquieta, a pesar de los miedos, la frustración, el enojo y de la incertidumbre, los quiebres “son oportunidades para incrementar nuestros propios niveles de deterioro o para aprender y superarse. ¿Qué se puede hacer con esto?”, se pregunta Bañuls. Aprender a conocernos más, a entendernos, a observar y ensayar hasta encontrar aquello que nos haga sentir mejor, más tranquilos y más felices, a nosotros y a los otros.

Mensajes que influyen

“Querid@s amig@s de Latinoamérica: tienen una oportunidad única de no cometer los mismos errores que cometimos en España e Italia. Den un ejemplo al mundo: Quédense en sus casas. Todo va muy rápido”, escribió hace un par de días Jorge Drexler en sus redes sociales. Antes compuso una canción sobre el coronavirus y también la compartió. Con estos mensajes, Drexler se sumó a la lista de varios famosos que han pedido a sus seguidores que respeten las medidas estipuladas para combatir el Covid-19. A esto también se ha sumado la iniciativa por parte de varios artistas internacionales como Fito Páez, Neil Young o Chris Martin (Coldpaly) de brindar espectáculos, conciertos íntimos, a través de videos en vivo en redes sociales. Desde Uruguay también hay músicos como Rosana Taddei o Anita Valiente que se organizaron para brindar shows en directo, con un mensaje: los que puedan, quédense en casa.

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