Una educadora social y una partera conocieron el fieltro agujado y eso significó un antes y un después en sus vidas

Leticia Melián cerró su ciclo en una institución estatal y creó Jengibre, mientras que Rossina Torterolo adaptó el uso de la lana agujada a su experiencia asistiendo partos.

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Leticia Melián, de Taller Jenjibre.
Foto: Leo Mainé.

"Jengibre, ese es el nombre perfecto”. Eso fue lo que pensó Leticia Melián (51 años) cuando decidió bautizar al emprendimiento que marcó un quiebre en su vida. Estaba dejando atrás 23 años como educadora social para volver a sus raíces, a aquellos años en los que estudió en Bellas Artes y probó con las esculturas. O un poco más atrás en el tiempo, cuando siendo niña tomaba las maderitas de su padre carpintero y las telas de su madre modista y con sus hermanos jugaban a armar escenografías. “El jengibre es una raíz y además me encanta porque da mucha energía”, agrega sobre el nombre perfecto.

Leticia entendió que había terminado un ciclo que disfrutó mucho trabajando con niños en una institución del Estado. Por el 2017 empezó a tomar clases de formación en fieltro, tanto agujado como húmedo, y de repente se vio haciendo piezas que gustaban y que la gente le pedía para regalar. ¿Por qué no ir un poco más allá?

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Merlina de Taller Jengibre.
Foto: Leo Mainé.

Entonces consultó con una unidad de Medianas y Pequeñas Empresas para estudiar la viabilidad del proyecto y comenzó a presentarse en puntos de venta. Así estuvo dos años en la Expo Prado, un tiempo en Plaza Bonita (Plaza de los Treinta y Tres), la feria Bon gut y finalmente la edición 2023 de Ideas+. A todo eso sumó el local Ramona, en la Galería Florida del Centro de Montevideo.

Móviles para niños, muñequitos para colocar encima de tortas infantiles y adultas, personajes conocidos encerrados en cúpulas se fueron incorporando a la oferta de Jengibre. Para Leticia la consigna es no repetirse —“de todas formas no salen iguales aunque uno quiera”, aclara— y estar siempre pensando cómo renovarse. “Me voy midiendo paso a paso según mis posibilidades”, cuenta quien hace todo ella sola, hasta la administración de las redes sociales si bien una de sus hijas, que estudia Comunicación, a veces le da una mano.

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Taller Jengibre.
Foto: Leo Mainé.

Confiesa que El Principito, su pieza más popular y solicitada en Ideas+, surgió por casualidad. “Yo estaba haciendo uno que se llama hippies, con unos pantalones anchos, y empezaron a decirme que era parecido a El Principito. Lo puse en el mundo y nunca más se fue; en la esfera o en la cúpula, con zorro o sin zorro”, señala.

También tiene sus anécdotas sobre las parejitas que hace a pedido de los clientes. “Una pareja cumplía 63 años de casada y el señor me contactó en la Expo Prado. Llegó con la hija y me contó que ni bien termina de festejar un aniversario, empieza a organizar el otro. Me preguntó si me podía llamar, pasaron unos meses y me llamó la hija. Me mandaron muchas fotos para hacer la parejita encima de la torta y él pudo sorprender a su esposa”, relata.

Recuerda a una pareja de chicas que se casaron y querían que las hiciera con su perrito, otra pareja que esperaba un bebé y pidió estar con su gata siamesa porque se había apoderado de la cuna, o un señor que quería que lo hiciera bailando tango porque estaba aprendiendo tras su jubilación.

“Te enterás de historias bellísimas y conocerlas me ayuda para ir construyendo los personajes; creo que le da un valor agregado”, asegura.

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Taller Jengibre.
Foto: Leo Mainé.

Cuenta con orgullo que muchas de sus creaciones se han ido tanto al interior como al exterior, con destinos tan extraños como Luxemburgo o China. “Es un regalo ideal porque no es pesado. Eso sí, es frágil, entonces tiene que ir bien embalado”, explica.

Como desafíos para este año, Leticia se ha propuesto comenzar a dictar talleres para adultos en su casa. También los brindará a los niños, pero alertando que deben tener un carácter especial, que soporte tanto los pinchazos que a veces ocurren, como la frustración de no ver resultados inmediatos porque el fietro agujado lleva su tiempo. Pensando más lejos en el tiempo, le gustaría hacer los dos años de taller que le faltan para terminar Bellas Artes o estudiar antropología.

Una de las cosas que Leticia destaca es que en su nueva etapa respeta mucho los tiempos que acompasan su estado de ánimo. No hace nada sin tener ganas porque cree que sino no salen buenas cosas. Por eso para ella son también importantes sus clases de danzas circulares y kundalini o aprender a bailar tango con su compañero.

“Sin mi familia no hubiera sido posible todo este salto”, remarca quien tiene dos hijas, de 16 y 21 años; dos perras de 5 años —una border collie y una sharpey— y tres gatos, uno de los cuales —que era de su padre— le apoya la cabeza en la mano cada vez que va a fieltrar. “Uno es una colcha de retazos y se va armando de todo un poquito”, dice con una sonrisa y anuncia que ya piensa en sumar otros materiales.

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Leticia Melián, Taller Jengibre.
Dulce Lana

El poder sanador de la lana

Hace 14 años que Rossina Torterolo es partera, incluso llegó a dar clases en la Universidad de la República. Pero al nacer sus hijas (hoy de 10 y 7 años) prefirió dedicarse al libre ejercicio de la profesión y realizar atención domiciliaria. No fue lo único que cambió en su vida al convertirse en madre: se mudó a Neptunia (Canelones) y cuando la más grande de sus hijas comenzó la escuela conoció la pedagogía Waldorf, basada en la antroposofía (filosofía que busca una comprensión global del hombre y el mundo).

“Ahí, entre muchas otras cosas fui descubriendo la lana. Empecé a ayudar en la Comisión de Labores haciendo materiales pedagógicos para las salitas y comencé a fascinarme con lo que me pasaba con esa fibra”, cuenta quien aprendió a tejer de niña, con su madre y su abuela, pero que nunca había tenido contacto con la versión en fieltro.

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Dulce Lana.

“Lo conocí y fue algo muy mágico. ¿Cómo una aguja puede generar ese volumen? ¿Cómo se pueden hacer piezas sin molde o sin medidas? Descubrí cómo se puede trabajar la lana en 3D y componer piezas, todo en forma muy autodidacta”, relata.

Además, se encontró con los efectos pedagógicos de la lana. “Tiene calor anímico, es sanadora, curativa”, destaca.

Comenzó elaborando piezas arquetípicas, como hadas, duendes o gnomos, y llamó a su taller Dulce Lana. “Hice una pieza maravillosa, que encontró hogar, que era una abuelita que tejía”, señala y explica que no se dedica a hacer personajes de cuentos, sino algo más general, como una guerrera sobre una liebre gigante o una niña tomando una manzana de un árbol, aunque ha hecho Jesús de Nazaret y pesebres.

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Dulce Lana.

También elabora lo que llama muñecas medicina o mujeres pariendo que le piden para los altares de parto. “Hay mujeres que sufren mucho dolor menstrual o irregularidades del ciclo y hemos hecho procesos donde ellas mismas amasan y se hacen una pieza de lana para usar contra la piel porque experimentan mucha cualidad sanadora”, dice haciendo referencia a algunos talleres que ha dado en los que la partera se mezcla con la artesana.

Destaca que cada pieza es única y cuenta que la inspiración a veces le llega en sueños. “Sueño con la imagen y me queda días rondando y rondando hasta que me pongo a hacerla. Como que necesito sacar algo de mí y empieza a fluir”, detalla sobre el proceso de trabajo.

Aclara que Dulce Lana no es una tienda, no es un emprendimiento económico. “Es un aspecto de mí. Tengo algunas piezas que voy haciendo porque a mí me gustan y de repente alguien las ve, se genera esa conexión y me dice ‘la quiero’. A veces hasta las regalo”, dice.

Lo que Rossina busca es que las personas puedan tener la posibilidad de experimentar con la lana. “Como seres humanos nos hemos ido separando de la naturaleza en muchísimos aspectos. Entonces a veces la excusa de hacer un taller sobre gnomos o ir a una feria es para que se pueda encontrar una pieza bella, aunque sea algo chiquito, simbólico, que pueda tener en mi hogar, para embellecer un rincón. A veces no sabemos bien qué es, pero sabemos que es valioso. Yo apuesto mucho a eso”, afirma.

Por eso aceptó el desafío del año pasado de estar en la feria Ideas+. “Fue como una aventura. Me presenté para vivir la experiencia y la verdad que fue muy linda con las personas que estaban allí, que participaron, que se acercaron, que intercambiamos”, comenta y vuelve a insistir en que no le interesa la venta. Por eso es que aún no sabe si estará en Ideas+ 2024.

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Dulce Lana.

Rossina celebra que haya vuelto el interés por la lana, sobre todo por tratarse de un producto que en su versión uruguaya es muy apreciado por los extranjeros. “Me encantaría que todos pudiéramos tener aunque sea una piecita de lana que podamos ver todos los días. Como el macaquito con el que mis hijas se dormían cuando eran más pequeñas”, cierra la partera artesana.

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Rossina Torterolo, taller Dulce Lana.

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