Benito Cerati, hijo de Gustavo, cuenta cómo el arte lo salvó en el peor momento de su vida y habla del show del Cirque du Soleil que se viene.
"Me volaron la cabeza, fue súper inspirador". Sentado a la mesa de un bar de Montreal, detrás de una cerveza rubia y unos snacks, Benito Cerati (23 años, músico, de notable parecido, por aspecto y locuacidad, con su padre, Gustavo), intenta explicar la naturaleza de aquello por lo que llegó hasta allí. Benito viajó a esta ciudad junto con su hermana Lisa y su tía Laura para interiorizarse en el proyecto que tiene en vilo a su familia y al planeta Soda Stereo: el espectáculo que el Cirque du Soleil, una de las compañías de teatro más prestigiosas del mundo, montará a partir de las canciones del legendario grupo argentino.
Benito todavía no sale de su asombro. Abrigaba algunas dudas antes de tomar contacto con los responsables de Séptimo día, el show. ¿Podrán congeniar dos universos que, si bien pertenecen a la galaxia artística, provienen de hemisferios y culturas diferentes? ¿Cómo harían estos artistas, estos magos del aire de educación anglosajona, cuya información acerca de la banda, hasta no hace mucho, era escasa, para capturar el espíritu de un grupo argentino?
"A la primera reunión —dice Benito—llegué con ciertas dudas y salí maravillado. Hay temas que te los puedes imaginar dentro del show, porque son mucho más teatrales que otros, como Ciudad de la furia, Zoom, Cuando pase el temblor. Pero a veces piensas en De música ligera, por ejemplo, y dices ¿cómo van a hacer? Pero una vez que ves lo que hacen, es mágico. Cuando salí de esa primera reunión me habían cambiado el concepto de lo que es ser un artista".
—¿Por qué?
—Por cómo piensan las cosas. Por la mirada abierta, lúdica, muy de niño. Como diciendo: Bueno, acá que haya dragones. O sea, el tipo de cosas que si lo pensás decís no, es reabsurdo pensar en eso, y lo descartás. Y ellos no. Están abiertos a cualquier cosa. Así es como logran todos esos espectáculos. La conclusión que saco es que el arte es eso: darle rienda suelta a la imaginación. Me sirvió a mí para lo que yo hago. Y me dio la sensación de que va a estar buenísimo. Me impactó muchísimo. Estuve horas y horas hablando. Fue un gusto. Me enriquecí mucho.
Líder, compositor y cantante de Zero Kill, su banda de dream pop , Benito creció rodeado de estímulos: sus juguetes fueron los arpegios. A la figura totémica de su padre se le sumó una madre (Cecilia Amenábar), que también fomentó su educación musical y artística.
Su destino parecía sellado y se atisbó rápidamente, ya que desde chico Benito abrazó la música como medio de expresión. Colaboró con su padre en parte de la composición de Ahí vamos, el disco de 2006. Esa precocidad pudo haberlo hecho saltar etapas, pero también, desde temprano, funcionó terapéuticamente.
A los 16, cuando cualquier adolescente es puro grito y pasión, él fue pura tristeza. Una mañana de mayo de 2010 una noticia lo atravesó como un rayo: Gustavo había sufrido un accidente cerebrovascular. Su mundo se dio vuelta. Hundido en una profunda crisis, pasó una temporada en la cama. Lo único que lo mantuvo levemente activo, lo único diferente a llorar y dormir, fue la música, más concretamente su primer disco, un trabajo que, escuchado hoy, es un testimonio implacable de aquellos días confusos. "Si no hubiese tenido la música, me habría agarrado una depresión realmente crónica. Los primeros meses fueron tremendos: nadie entendía qué estaba pasando. Y la gente de alrededor tampoco. Había gente que te decía: Bueno, ya está. Todos los días. Y no, no era así, todavía no estaba".
—Además, lo que pasa en esas situaciones es que te molesta que te pregunten cómo estás, pero también que no te lo pregunten.
—Totalmente. Me pasa hoy en día. Hay gente que me sigue mirando como diciendo pobreeeee. Y sí, es triste, pero la verdad es que ya está. Mi viejo murió hace dos años, y medio año después murió mi abuela. Cuando era chico, mi abuela, la madre de mi madre, fue muy importante. Fueron las dos personas más importantes en mi vida. Fueron dos trompadas tremendas, y juntas. La verdad es que mucho de eso me hizo sentarme a escribir y componer. A purgar.
La música fue, entonces, un espacio catártico, liberador. En cierto punto cree que su padre esperó hasta que lo pudiera digerir y ahí se fue. "Hasta que fuera más grande y ya tuviera mis cosas. Yo soy bien terrenal, pero hay algo que me dice que mi viejo hizo eso. Porque pasó en un momento reclave de mi vida, y de mi hermana Lisa también", dice.
Con las canciones hace como un exorcismo. Y a todas esas cosas les ve el lado positivo. Hoy en día dice estar mejor que nunca y más él que nunca. Aprendió a valerse por sí mismo. "Las pérdidas duelen, pero si uno puede encontrarle el otro lado, es enriquecedor".
—¿Sentiste haber estado cerca de descarrilar en algún momento? ¿Sentiste que ese enorme caudal de sensibilidad podía volcarse hacia algún lugar de sombras?
—La verdad es que caí profundo. Mi último año del colegio terminó siendo una experiencia malísima. Nunca tuve un buen apoyo. Yo estaba en plena revolución hormonal, con mis compañeros no entraba en sintonía. Yo vivía algo distinto del resto. No tenía tiempo. No fui al viaje de egresados, y mis compañeros me condenaron, mis profesores también. Me dejaron libre. Salí de ahí y caí en cama. Estuve un año así: una depresión heavy , un desgano total. Lo único que me mantenía eran las ganas de hacer mi primer disco. Pero no siento que descarrilé, sino que era algo que tenía que pasar. Cuando mi viejo se fue, yo ya estaba más preparado y más fuerte. En algún momento tienes que empezar a hacerte idea de las cosas, porque si no, vas a estar atado a eso. Por supuesto que hasta último momento uno guarda cierta esperanza; pero, cuando sucedió, lo tenía bien presente que iba a pasar".
—¿Cómo te llevás con la obra de tu padre?
—Muy bien. Mucha gente dice que es algo inevitable, pero la verdad es que no es que me gusta su obra porque es mi padre, sino porque es tremenda. No tiene nada de donde agarrarme para decir esto no me gusta. Obvio que como hijo entro en una lucha natural. Le conozco las cosas buenas y malas, pero realmente se merece lo que tiene, porque el arte es increíble. Incluso me parece loco que algo tan bueno haya sido tan masivo. Yo medio que estoy enojado con el mainstream porque últimamente no pasa nada, pero Soda y la carrera solista de mi viejo me parecen fantásticas. Es loco que algo tan bueno haya llegado tan lejos.
—Que haya llegado hasta acá.
—Claro, y está buenísimo que haya sido mi padre.
El lugar donde se gestó séptimo día.
Los cuarteles centrales del Cirque du Soleil, un edificio moderno que más que el búnker de una compañía circense parece el laboratorio principal de la NASA. Todo tiene su razón de ser: desde la huerta que antecede la entrada hasta las decenas de obras de arte que decoran el interior del lugar, cuyo propósito es que los empleados encuentren inspiración a cada instante. El aire que se respira, la atmósfera vital que reina sobre el lugar es una mezcla de entusiasmo y relajación.
Es probable que no haya un motivo unívoco que explique el éxito de esta compañía, pero es posible que esa energía sea una de las razones.
Dentro del laboratorio se cocina cada detalle de Séptimo día y del resto de los espectáculos que la compañía presenta en el mundo. Allí se confecciona el vestuario, la música, la coreografía, el concepto lumínico, las distintas formas de maquillaje y, por supuesto, también se realizan los primeros ensayos. Todo guardado bajo siete llaves: ni siquiera los propios empleados de la compañía pueden saber, hasta bien entrado el proyecto, de qué se trata cada show, qué tipo de ropa se utilizará y hasta quiénes son los acróbatas que participarán en él.
La sala de reuniones donde los creativos del Cirque, comandados por los canadienses Michel Laprise y Chantal Tremblay (la persona detrás de Love, el musical sobre Los Beatles que es modelo para el de Soda), ultiman los detalles del show. Allí decenas de fotos con las caras de Gustavo, Zeta y Charly Alberti, de todas sus épocas y con sus muchos looks , cuelgan de esas paredes que encierran las cavilaciones de un grupo de gente que, desde hace más de un año, intenta traducir al lenguaje escénico el arte musical del inolvidable trío argentino. El espectáculo tendrá a 35 artistas en escena, de catorce nacionalidades. Será el primer show en la historia del Cirque du Soleil en el que parte del público estará parado en el campo, incluso mezclado entre los acróbatas y artistas durante algunos momentos.

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