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Santiago Barreiro: "La danza me dio una razón para la fotografía"

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"El ballet es como un micromundo con otros códigos", dice Barreiro.

El Personaje

Saca fotos de bailarines, de bailarinas, de escenarios, de camarines. Recorrió Latinoamérica para investigar la masculinidad en el ballet. También para contar historias.

Tiene la cara cubierta por una tela roja que sostiene tensionada con ambas manos. Los brazos estirados hacia los costados. Una remera de mangas cortas blanca que deja ver la parte inmediata de la piel después de la cadera, una calza negra y ajustada muy encima de las rodillas que le deja al descubierto todas las piernas. Las piernas rígidas, morenas, estiradas, sosteniéndolo en el aire, marcándole los cuádriceps como si se le fueran a salir del cuerpo. Tiene las rodillas apuntando hacia los costados, un par de zapatillas de ballet negras y unas medias blancas que apenas le cubren los tobillos. Los pies también se estiran y forman dos arcos que se unen perfectos en sus vértices: las puntas y los talones. De fondo, una pared gris y una barra.

Aaron es de Veracruz, México. En esa fotografía su cuerpo entero está en una línea perfecta, con cada músculo colocado de acuerdo a la estructura de la danza clásica. La imagen es parte de La forma masculina, de Santiago Barreiro, 34 años, fotógrafo, autodidacta del ballet. El proyecto fue financiado por una beca de National Geographic. Durante tres años Santiago estuvo leyendo, investigando y mirando a los varones que hacen ballet. También leyó sobre género, sobre historia de la danza, sobre el contexto del ballet clásico en Latinoamérica. Y después viajó por Cuba, México, Colombia, Perú y Uruguay para encontrar historias de bailarines y entender cómo funciona, se construye y se autogestiona la masculinidad en la danza.

Pero antes de esas historias y fotografías hubo otras. Hubo otros cuerpos bailando que pasaron por su cámara; hubo fotografías de muchos de los mejores bailarines y bailarinas del mundo: Paloma Herrera, Marianela Núñez, Isaac Hernández, Natalia Osipova, Tamara Rojo, Misty Copeland, Daniil Simkin, solo por nombrar algunos. Hubo años de mirar para aprender y hubo obsesión por el ballet. Hubo proyectos porque sí; hubo ganas de hacer. Antes hubo una mentira a medias, un llamado de Julio Bocca y unas fotos de La Viuda Alegre que lo transformaron en el fotógrafo del ballet uruguayo.

Equilibrio. Cuando el Ministerio de Educación y Cultura lo contrató para sacar las fotos de los festejos por el Bicentenario de Uruguay, Santiago nunca había visto ballet. Ni siquiera sabía muy bien de qué se trataba. Esa fue su primera vez. El Ballet Nacional del Sodre (BNS) se presentó en las canteras del Parque Rodó con fragmentos de algunos clásicos. Y Santiago hizo las fotos.

Ese día pasó algo que, dice, no sabe muy bien cómo explicar. “Nunca supe por qué me gustó. Te podría decir que por la sinergia con la fotografía de buscar un propósito, de contar una historia; hasta te podría decir que el escenario es igual que una foto. Pero, en realidad, no lo sé muy bien. Fue como una especie de enamoramiento. Yo hacía mucho tiempo que estaba buscando una razón, un camino en la fotografía cuando justo apareció el ballet. Estaba haciendo muchas cosas, pero en ninguna me metía del todo. Creo que la danza me dio una razón para hacer fotografías. Para mí fue una ecuación mágica. Dije: esto me encanta, voy a ser fotógrafo de danza”, cuenta.

Algo parecido le pasó cuando decidió ser fotógrafo. Santiago nació en Rocha y vivió toda su infancia en La Paloma.

Compró su propia cámara y empezó a sacar fotos en eventos de La Paloma. Ese era un trabajo que le gustaba. A los 20 años lo decidió: se iba a Montevideo a estudiar fotografía.

Se inscribió en el Foto Club y empezó a trabajar haciendo sociales para Sábado Show, la revista de El País.

Una cosa fue llevando a la otra y después de haber conocido al BNS en el espectáculo por el Bicentenario decidió empezar Pueblo ballet.

Desde que sacó la primera foto hasta ahora Santiago se propuso siempre tener tiempo para hacer las cosas que quería, para pensar proyectos y dedicarse a ellos, para comprometerse con las historias que cuenta. Porque de eso se ha tratado, de contar historias sencillas que tengan una razón para ser contadas. Pueblo ballet fue uno de esos proyectos que se transformó en un libro de fotografías en las que los bailarines del BNS están bailando y posando en diferentes lugares de Montevideo mientras alguien más los mira.

Después, la coincidencia o el destino. Se mudó a un apartamento frente al Auditorio Nacional. Tenía una meta: seguir sacando fotos de bailarines y bailarinas. Y también tenía un plan para lograrlo. Porque, dice, “a veces es mejor pedir disculpas que pedir permiso”.

“Yo trabajaba en sociales de El País pero no estaba en la plantilla sino que facturaba; me contrataban para algunas cosas. Un día, medio como estrategia pero también para vendérselas al diario, decidí entrar al Auditorio a sacarle fotos a los bailarines. En realidad yo quería entrar a ver qué pasaba, a ver si me gustaba o no. Y ya de paso hacía unos sociales y se las vendía al diario. Dije que era de El País y me dejaron entrar. Tenía poco daño mi plan hasta que apareció un fotógrafo del diario, de los que trabajaba todos los días. Ahí todo se me arruinó. Lo conocía y le expliqué. Pero de ser algo medio naíf que podía resultar para todos, mi estrategia pasó a ser algo medio extraño”.

Sacó fotos. Aunque no sabía del todo, algo había aprendido sobre ballet en los libros que había comprado en la calle Tristán Narvaja, así que seleccionó solo aquellas en las que los bailarines estaban en una línea perfecta. Una revista dedicada a la danza las publicó en Facebook y Julio Bocca las vio.

"Fue como una especie de enamoramiento con el ballet", dice.
"Fue como una especie de enamoramiento con el ballet", dice.

Era 2012. Santiago tenía 27 años y le temblaron las manos cuando el argentino, entonces al frente de la compañía, le ofreció un café en su oficina del cuarto piso del Auditorio y le dijo que, si le daba las fotos de La viuda alegre, él iba a pedir que lo contrataran.

Desde ese momento Santiago hizo del ballet su vida. Aunque solo lo contrataban para las funciones, él iba a los ensayos, a las clases, a hablar con los bailarines, maestros y técnicos.

-¿Qué tiene de particular el mundo de la danza para alguien que, en realidad, no pertenece a él?

-Depende del punto de vista. Si lo miro desde el punto de vista de la investigación sobre la masculinidad, es un ambiente muy noble. Es como una especie de micromundo, de microsociedad donde se vive con diferentes códigos, normas y mandatos. Entonces es como una pequeña sociedad que te permite mirar a la otra, a la real, desde otro lugar, incluso discutirla. Por otro lado, pasan cosas raras en la danza. Por ejemplo a veces están como quedados en el tiempo, contando historias que no son para nada adaptables al mundo que vivimos hoy; la mayoría de los ballets son muy machistas. Hay una mezcla como del pasado y del presente y de una forma de vivir la vida que es muy intensa. Es una carrera muy corta entonces los sentimientos son muy fuertes, es todo más efusivo.

A Santiago el ballet le enseñó de exigencia, de entrega. “La danza me dejó la estructura de cómo hacer las cosas, de saber que si voy a a hacer un proyecto tengo que comprometerme igual que lo hacen ellos en el salón”. Porque, dice, una cosa es sacar una foto y otra es hacer una fotografía. Para lo primero alcanza con una cámara y un poco de talento para componerla. Para lo segundo se necesita compromiso.

Sus cosas

Sus proyectos. Santiago siempre ha tenido proyectos paralelos a su trabajo (aunque es freelance). Uno de ellos es El método cubano. Consiste en una serie de fotos de las clases de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, una de las más importantes en formación de bailarines. Allí viajó por su cuenta y sin financiamiento.

Lo que disfruta. Si lo piensa, cree que no le hubiese gustado ser bailarín. Le encanta el ballet, pero no es para él. Dice, eso sí, que le gusta mucho bailar pero que prefiere otros ritmos como la salsa. Además disfruta del vino (“de la cultura del vino”), de viajar, del surf, de leer y de estar siempre pensando en algún proyecto nuevo.

La mejor foto. “Creo que una linda foto es una en donde se mantiene el equilibrio entre lo fotografiado y el fotógrafo, o sea, donde se vea un poco de cada uno sin invadir cada espacio. Para mí es aquella donde se ven ambos mundos, donde se ve la intervención pero se respeta la historia que estás contando y la historia con la que uno viene”.

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