Recorrer el Teatro Colón es viajar a 1910 y sentir el esplendor de la aristocracia porteña

Recorrer el emblemático teatro de Buenos Aires es sumergirse en un patrimonio cultural lleno de historia, lujo y secretos.

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Teatro Colón de Buenos Aires

Entrar al Teatro Colón y recorrer su foyer, la Galería de Bustos, el Salón Dorado y la sala principal no es solo una visita turística: es un salto directo a la Buenos Aires aristocrática de 1910. Mármol, vitrales, dorados a la hoja y lámparas de cristal envuelven al visitante en el mismo esplendor que deslumbraba a la alta sociedad porteña. Con cada paso, la sensación es la de estar en un mundo donde la ópera y el ballet eran símbolos de distinción, y asistir a una función era tan importante como dejarse ver en los palcos.

La visita guiada recorre durante una hora los espacios más emblemáticos, permitiendo imaginar a las damas con sombreros emplumados y a los caballeros de frac saludando desde la monumental escalera bajo la mirada de las musas de Apolo.

La historia del Colón empieza antes de este edificio. El primer teatro funcionó desde 1857 frente a la Plaza de Mayo, donde hoy se alza el Banco Nación. El auge de la inmigración europea y la pasión por la lírica impulsaron una nueva sede, más grande, moderna y lujosa, inaugurada el 25 de mayo de 1908 con Aida, de Verdi. Desde entonces, el Colón se convirtió en un templo cultural a la altura de La Scala o la Ópera Garnier.

El proyecto fue obra del italiano Francesco Tamburini, quien en 1890 lo diseñó como un gran volumen aislado. Tras su muerte, Vittorio Meano continuó la construcción hasta 1904, y luego el belga Jules Dormal añadió rasgos franceses a un diseño italiano, dando la impronta ecléctica que distingue al teatro. Junto a la Plaza de Mayo, la Casa Rosada y la Catedral, el Colón forma parte de un circuito imprescindible para conocer el nacimiento de la nueva nación.

La visita comienza en el foyer, donde la luz se filtra por vitrales de París y el mármol de Carrara, Siena, Verona y Portugal marca el pulso solemne. Era aquí donde la aristocracia porteña se detenía a saludar antes de que el telón se alzara. En 1908, la entrada principal -reservada para los boletos más caros- estaba sobre la calle Libertad; las de Tucumán y Viamonte, para los más económicos. La avenida 9 de Julio aún no existía.

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Vitrales en el foyer del Teatro Colón
María Orfila

El mármol -gris de Carrara, amarillo de Siena, rosado de Portugal y rojizo de Verona- dibuja un mosaico en escaleras y columnas, algunas falsas, pintadas a mano en estuco. El mármol siempre es más frío al tacto. Entre ellos, el más antiguo es el amarillo de Siena, con vetas que son huellas fósiles de amonites, moluscos marinos con forma de caracol que vivieron hace millones de años.

La Galería de Bustos conecta el foyer con el Salón Dorado y rinde homenaje a grandes figuras de la lírica y la música. Y, si antes se caminaba entre el lujo, todo se vuelve más opulento en el Salón Dorado.

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Galería de Bustos del Teatro Colón
María Orfila

Inspirado directamente en el Palacio de Versalles, es un despliegue de espejos, tapices y pan de oro que recubre molduras y marcos. Aquí, la alta sociedad porteña se reunía para tertulias, recepciones diplomáticas, incluso para concertar matrimonios. Solo se permitía entrar a quienes hablaran francés, idioma que funcionaba como una contraseña social. Hoy, sigue siendo un espacio vivo, donde la música de cámara y los actos protocolares o empresariales encuentran un marco de lujo y resonancia. La sala principal es el corazón del teatro, una herradura imponente diseñada para ofrecer una acústica perfecta. Con palcos revestidos en terciopelo y madera, y techos decorados con frescos y molduras, cada detalle está pensado para envolver al espectador en una experiencia sensorial única. El techo alberga una gran lámpara de cristal. Su bajada y subida es un proceso delicado que puede durar entre una y una hora y 20 minutos, y en enero de este año se realizó una limpieza profunda con la ayuda de entre 15 y 20 personas. Tiene dos partes: la lámpara central y un anillo de luces que la bordea. Este anillo no baja junto con la lámpara, sino que permanece fijo en lo alto y funciona como un balcón secreto desde donde se pueden emitir efectos de sonido especiales, como voces en off, coros infantiles o sonidos de la naturaleza. Así, si alguna vez los espectadores escuchan algo sin ver la fuente, es probable que provenga de ese lugar oculto.

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Ensayo en Teatro Colón de Buenos Aires
María Orfila

El pozo de la orquesta, ubicado frente al escenario, permite una sincronía precisa entre músicos y cantantes, mientras que las butacas absorben y reflejan las ondas sonoras para crear una experiencia auditiva envolvente. Además, el teatro cuenta con avanzados sistemas escenográficos que facilitan cambios rápidos.

Visitar el Teatro Colón es mucho más que recorrer un edificio; es sumergirse en un legado vivo donde la historia, el arte y la técnica convergen para ofrecer una experiencia única. Cada detalle, desde sus mármoles fósiles hasta la acústica impecable y los secretos ocultos en sus alturas, habla de una ciudad que se construyó a través de la cultura y la pasión por la música.

SALA DE ACÚSTICA PERFECTA

La sala principal del Teatro Colón, diseñada con la clásica forma de herradura que sigue las normas italianas y francesas, mide hasta 32,65 metros de diámetro mayor y 28 metros de altura. Cuenta con 2.478 butacas y espacio para unas 500 personas de pie. Su imponente cúpula, originalmente decorada con pinturas de Marcel Jambon, fue restaurada en 1966 por el artista argentino Raúl Soldi. El escenario, de 35,25 metros de ancho por 34,50 de profundidad y con una inclinación de tres centímetros por metro, cuenta con un disco giratorio eléctrico de 20,30 metros que facilita rápidos cambios de escena. El foso orquestal tiene capacidad para 120 músicos y está diseñado con cámaras de resonancia y superficies especiales para optimizar la acústica. Gracias a su arquitectura, materiales y tecnología, el Teatro Colón es reconocido mundialmente por su calidad sonora excepcional.

Hay visitas guiadas todos los días, con salidas cada 15 minutos, de lunes a domingo de 10 a 16.45 horas. Entrada general: 25.000 pesos argentinos. Menores de 7 años entran sin cargo. Las visitas pueden reservarse por Civitatis.

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