Qué hacer en República Dominicana más allá de las playas

En pleno Caribe dominicano esperan ser conocidos Coral Lab, un arca de Noé de los arrecifes, y las zonas de Barahona y Pedernales, donde es posible perderse en arenales casi desiertos.

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Por Esther Rodríguez (El País de España)

Los bienes son para aquellos que saben disfrutarlos”. Epicuro, padre del hedonismo, sentenció reflexiones como esta sin tan siquiera conocer uno de los paraísos del planeta azul: la República Dominicana. Seguramente, sus playas de ensueño hubieran inspirado al genial filósofo miles de pensamientos más sobre la felicidad y su necesaria aplicación en la vida del ser humano. Pero más allá de la postal idílica, este edén caribeño custodia joyas inéditas al alcance de aquellos viajeros ávidos por sumergirse en las dimensiones más desconocidas de la isla.

Uno de estos tesoros es Coral Lab, un laboratorio de corales emplazado en playa Bávaro, en Punta Cana, ideado para salvaguardar los arrecifes de coral. Dentro del complejo Iberostar Selection Bávaro, en primera línea de playa del hotel Coral Level Iberostar Selection Bávaro, la bióloga marina española Macarena Blanco Pimentel está al frente de un laboratorio de corales pionero en el mundo. Se trata de un proyecto diseñado para preservar, investigar y restaurar el coral ante impactos como el calentamiento global, la emisión de gases de efecto invernadero o la contaminación, entre muchos otros factores. La gran proeza de este programa es que abre una puerta a la esperanza y puede llegar a evitar una catástrofe mundial: la desaparición total de las barreras de coral.

A Macarena Blanco la vida le tenía preparado un exótico e innovador destino. Estar en el lugar y en el instante adecuado definió para siempre la trayectoria de la bióloga. Mientras hacía una pasantía en Punta Cana para obtener el Dive Master y poder ser instructora de buceo, conoció a la doctora Megan Morikawa, directora de sostenibilidad del grupo Iberostar y una experimentada bióloga marina especializada en la restauración de corales. En ese preciso momento, Morikawa estaba ultimando los preparativos de Coral Lab, sin ser consciente de que estaba diseñando “un arca de Noé para los arrecifes”, según lo describe Blanco. Así fue como se creó en 2019, en pleno corazón del Caribe, este vivero de corales en tiempo récord, con el apoyo del Gobierno dominicano y respaldado por la comunidad científica nacional (Red Arrecifal Dominicana, RAD) e internacional.

Su primer gran objetivo es dar a conocer a turistas de todo el mundo la belleza del coral. Grandes y pequeños disfrutarán de una exhibición donde es posible contemplar hasta siete especies diferentes de este animal marino y aprender más sobre el que está considerado el ecosistema más biodiverso del planeta. Todo ello contribuye a cuidar la salud de los océanos y fortalecer el turismo. Contemplar a estos seres vivos tan inaccesibles sumergidos en depósitos de agua es una experiencia sobrecogedora. Por otro lado, el proyecto constituye un banco genético de especies. Ello se consigue guardando copias de cada fenotipo por si hubiera alguna catástrofe tipo tormenta, huracán o enfermedad, por ejemplo, y se perdiera la información. Es un arca de Noé en toda regla.

La investigación científica es el tercer gran objetivo: el laboratorio recibe constantemente a investigadores internacionales y recrea futuras condiciones oceánicas controladas. Se trata de someter a diferentes temperaturas a especies e individuos para ver cuáles son los más aptos para resistir el cambio climático, que se ha convertido ya en la mayor amenaza para estos pequeños animales. Las altas temperaturas constituyen una de las mayores fuentes de estrés para los arrecifes. Para protegerse, segregan carbonato de calcio y se van blanqueando debido a la expulsión de unas algas que, a su vez, constituyen su principal fuente de alimento. Si estas algas no regresaran, los corales podrían morir. Esto es ya un peligro real, tal y como sucedió con la Gran Barrera de Coral en Australia y la desaparición de más de la mitad de su coral.

Blanco y todo su equipo realizan una labor encomiable e inédita, ya que la restauración de corales es una tarea novedosa a nivel mundial. En otras zonas del Caribe dominicano, como Bayahíbe, hay un vivero de corales submarino y hay otros dos en fase de prueba en Bávaro y Puerto Plata. En palabras de la responsable de Coral Lab: “Si todo sigue como hasta ahora y no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero ni se adopta un estilo de vida más sostenible, el futuro de los arrecifes a muy corto plazo está, sin duda, seriamente amenazado. Aún estamos a tiempo de cambiar este destino y no se puede perder la esperanza”.

El laboratorio, diseñado en primerísima línea de playa en el que antiguamente era un espacio para practicar yoga, se puede visitar en horario de 9 de la mañana a 6 de la tarde. El acceso es libre para los huéspedes del complejo y también para aquellas personas que deseen visitarlo, previa autorización de la dirección del Iberostar Selection Bávaro (se solicita vía mail). Incluso existe la posibilidad de realizar una visita guiada a cargo del equipo de animación del hotel.

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Los últimos paraísos vírgenes

Y ya que visitamos una propuesta inédita en República Dominicana, siempre es buena idea aprovechar el viaje para visitar otra: viajar hasta los confines más vírgenes y desconocidos de esta isla caribeña.

Unas escasas cinco horas en coche separan Punta Cana de las regiones de Barahona y Pedernales. Una naturaleza en estado salvaje nos abre las puertas de una provincia con una diversidad paisajística excepcional. Sus bosques tropicales, sus playas prácticamente desiertas, la apuesta por el turismo ecológico, una gastronomía autóctona exquisita, artesanos de larimar (una piedra semipreciosa de esta zona) y plantaciones de caña de azúcar, café o cacao son solo algunos de sus encantos.

Una vez en estas latitudes es innegociable recorrer el tramo de carretera panorámica que une Barahona con Pedernales. Una suerte de síndrome de Stendhal invade al viajero, que a un lado observa la exuberante vegetación de la selva tropical de la sierra de Bahoruco y al otro, una interminable y espectacular costa caribeña anegada de playas de ensueño.

Existen otros rincones de obligada visita. La laguna de Cabral o de Rincón es uno de ellos. A 20 kilómetros del centro de Barahona despliega todo su encanto el cuerpo de agua dulce más grande del país. A lo largo y ancho de sus 65 kilómetros cuadrados, esta reserva natural regala paisajes exóticos de exuberante belleza y es refugio de flora acuática y fauna silvestre. Toda esta zona está salpicada por piscinas naturales de aguas cristalinas y balnearios como La Represita o el balneario Mata de Maíz, jalonado por dos sobrecogedoras cascadas que conforman la piscina natural. Este último está muy cerca de la localidad de Polo.

También se puede visitar Cachote. Siguiendo ruta hacia el sur, se encuentra uno de los bosques más densos y biodiversos de la isla. A miles de metros sobre el nivel del mar, esta reserva de ébano verde es una zona protegida con el nombre de monumento natural Padre Miguel Fuentes. Los amantes del senderismo y los deportes de aventura encontrarán aquí su particular edén y podrán observar la flora y la fauna endémica de la región. El Centro de Visitantes, además de información y gran diversidad de actividades, ofrece dos cabañas destinadas al alojamiento.

Qué mejor para una inmersión total en la cultura oriunda que una visita a una de las provincias de artesanos con más encanto de la República Dominicana: Bahoruco. En esta zona se respira y se degusta la esencia más profunda del país. Bañada por las cristalinas aguas del mar Caribe, está flanqueada por bosques tropicales, ríos y montañas. Además, sus gentes hospitalarias y emprendedoras son en su mayoría artesanos que trabajan el larimar, una piedra semipreciosa autóctona única en el mundo.

Vivir un sueño tiene que ser muy similar a deslizarse por las playas vírgenes, infinitas e inhóspitas de arena blanca, tan solo frecuentadas por unos pocos pobladores de esta zona de Pedernales. La playa de Cabo Rojo es un espectáculo para los sentidos. Con unos ocho kilómetros de longitud, hasta hace muy poco era un puerto de pescadores de acceso limitado. Se trata de una ensenada totalmente virgen y con una biodiversiad única. Muy cerquita, la Bahía de las Águilas es una de las riquezas naturales más representativas del país. Un mar escandalosamente azul y una belleza extrema lo confirman. Para llegar es necesario desplazarse desde la localidad de Pedernales u Oviedo hasta el poblado La Cueva y, desde allí, tomar una embarcación.

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