Príncipe de Punta

| A un mes de la muerte, su esposa Patricia siente un inmenso dolor y un vacío tremendo. A la princesa Laetitia la invade una gran soledad. Sufre, como lo venía haciendo desde que se distanció de su hermano años atrás. Hablan del gran corazón de Rodrigo, por quien celebrarán una misa esta noche.

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MAGDALENA HERRERA

Rodrigo D`Arenberg y Patricia Della Giovanpaola habían estado cenando en el castillo de su primo Antoing, Príncipe de Ligne, en Bélgica, el 13 de noviembre pasado, recuerdo que quedó estampado en fotografías. El Príncipe de Punta del Este estaba decidido a convencer a los invitados de que visitaran Uruguay, y durante la noche habló de la península, alentando a todos a pasar unos días en Villa D`Arenberg, en Parada 8 y Roosevelt. Varios de sus amigos de la elite belga se comprometieron a no dejar pasar 2008 sin conocer Punta del Este. Eso lo reconfortaba, así como también se alegraba cuando hablaba de que se compraría un barco para iniciar de una vez por todas lo que había sido la pasión de toda su vida que, por uno u otro motivo, había postergado: la arqueología marina. No era casual que le atrajera; tres generaciones por su rama paterna se habían dedicado a eso.

Para Patricia Della Giovanpaola no era sorpresa: conocía bien a su marido. Luego de casi veinte años, verano tras verano, fue anfitriona de centenares de amigos europeos, que pasaban largas temporadas en su casa. Compañera de safaris en África, tampoco se debe haber asombrado cuando su marido le habló de sumergirse en la investigación arqueológica.

Apenas unas semanas después de esa ocasión, y hace exactamente un mes, súbitamente Rodrigo D`Arenberg murió de un edema pulmonar. Se iría de grandes estadías a Europa, de safari a África, se codearía con la crema y nata de París o Montecarlo, pero Navidad y Fin de Año eran sagrados: el Príncipe Rodrigue Henri D`Arenberg, Marqués de Belzunce, los pasaba en Punta del Este, en donde se había criado desde que -tras los desgarros de las guerras- recaló a los 9 años, junto a su hermana, Laetitia D `Arenberg.

El 27 de diciembre pasado, Rodrigo comenzó a sentirse mal. Inmediatamente llamaron a su esposa que había ido a Buenos Aires por un día a realizar unos trámites. Cuando Patricia Della Giovanpaola arribó a Villa D`Arenberg, su marido de 65 años se encontraba agonizando. A las horas murió en forma inesperada para todos.

Distanciada desde hacía varios años de su hermano, la princesa Laetitia D`Arenberg fue una de las primeras en llegar a la Villa. Con piernas que apenas la podían sostener, subió las escaleras, no sin antes observar que en la estufa del living habían regresado las fotografías de ella y su familia. Rodrigo D`Arenberg las había retirado cuando murió la madre de ambos. Pero Patricia Della Giovanpaola luego le contó que hacía 15 días el Príncipe las había vuelto a su lugar.

Hoy, a las 21.30 horas, en la Iglesia del Rosario, en La Barra, Della Giovanpaola y la Princesa D`Arenberg recordarán a Rodrigo, junto a su entorno de amigos, en una misa que oficiará el padre Gustavo Larrique. "Fue tan violento ese momento, imprevisto, tantos amigos que no pudieron despedirse, que con mi cuñada sentimos que debemos honrarlo. Rodrigo se lo merece, él y su alma," dice con voz entrecortada, su esposa, Patricia.

La viuda no quiere entrevistas ni fotografías. Simplemente, y entre otras cosas, confiesa a El País que continúa "muy, pero muy triste". "Siento mucho dolor y un enorme vacío. ¿Qué puedo decir? Voy a seguir andando. Laetitia ha sido fabulosa conmigo pero, bueno, ella tiene los mismos sentimientos que yo. Rodrigo era lo último que le quedaba de su familia básica, padre, madre y hermano."

También muy entrecortada para hablar, la Princesa Laetitia recuerda que cuando le comunicaron que Rodrigo había muerto, sintió que se "le caía el mundo encima", palabras textuales. "No te puedo decir lo que fueron estos últimos años para mí, separada de Rodrigo, un infierno. Él no quería verme, porque yo le decía las cosas que pensaba, que se cuidara de toda esa gente que quería usarlo, y que en definitiva dividieron esta familia para sobrevivir ellos. Le llenaron la cabeza de mentiras absolutas. Cuando Patricia se dé cuenta de lo que pasó, no lo va a poder creer. Lo que sucede es que ella no podía ir contra Rodrigo, ni dudar de él. No sabes qué duro que fue, cómo se sufre. Rodrigo era una persona extremadamente tierna, sentimental. Parecía fuerte pero era sensible, y muy aferrado a su familia. Tenía un problema, como yo: veía a alguien con lágrimas y ya pensaba que era la mejor persona del mundo. No podemos ver el sufrimiento o la tristeza. Pero en definitiva tenía un gran corazón, lleno de vida, y lo único que buscaba era hacer feliz a la gente", confiesa, visiblemente afectada.

CARÁCTER. Punta del Este fue el principado del playboy, caballero galante, anfitrión de las fiestas más esplendorosas, autoproclamado embajador de Uruguay, ex presidente del Club Ciclista de Maldonado, jurado en los eventos más relevantes, y extravagante cazador. Pero por encima de todo -como lo recuerdan amigos y familiares- fue un hombre de una generosidad extrema, a veces ganado por la incredulidad de la que se aprovecharon muchos.

Una persona de su staff de empleados estaba dedicada exclusivamente a las donaciones. "Era impresionante todo lo que daba, y muy importante para él. Era la persona más generosa que existía, igual que su hermana Laetitia. Me haría muy feliz que, por lo menos una pequeña callecita de Punta del Este, llevara el nombre Rodrigo D`Arenberg. Porque hizo mucho por este lugar," dice Della Giovanpaola. Amaba y criticaba Punta del Este. Y sí, había llegado con 9 años y se fue con 65: lo podía hacer con toda propiedad. Si había algo que lo desconcertaba era que las cloacas desembocaran en el mar. Lo enfurecía: "tiene que haber otra manera", repetía una y otra vez.

Así era Rodrigo D`Arenberg. Un "kamikaze" dicen algunos allegados que lo vieron colgarse de una pierna, cabeza para abajo, en esos juegos de cuerdas que siempre llegan a Punta del Este. Pero eso era lo de menos. Fumaba entre dos y tres paquetes por día, pese a haber sufrido tres aneurismas en los años noventa. "Mi madre fumó toda la vida y vivió hasta los noventa", repetía el Príncipe.

Tanto Patricia como Laetitia son conscientes de que varias personas se acercaban por oportunismo, pero también aclaran que la forma de ser de Rodrigo cosechó muchísimos amigos. "Si acá era muy querido, en Europa resulta impresionante. Me han telefoneado primos, tíos, sobrinos lejanos. Es dolorosa cada llamada, porque se remueve todo, se pone en carne viva nuevamente, pero por otro lado es lindo ver cómo era querido", señala su esposa.

Claro que la vida de Rodrigo D`Arenberg no transcurrió sólo en la península. Largas temporadas en Europa, safaris en África, estadías en Buenos Aires, lugar al que cada vez quería ir menos luego de la crisis de 2002 por miedo a los secuestros express. Pero allí también tenía su casa, que construyó junto a su mujer Patricia Della Giovanpaola, así como un piso en París.

AMOR. La primera vez que Della Giovanpaola lo vio fue en 1985, cubriendo para el programa de verano de Canal 12, una de las glamorosas fiestas, la de rosa, que ofrecía Rodrigo cada temporada. Por ese entonces, el eterno playboy estaba rodeado de mujeres bellísimas, Mariel Hemingway por ejemplo.

Al año siguiente, en la fiesta de amarillo, fue Rodrigo quien vio a Patricia y le pidió se sentara en su mesa, pero ella pronto se esfumó. Pasaron los años, se encontraban de vez en cuando, y nada más.

En 1988, Della Giovanpaola se separa de su primer marido, y conjuntamente le viene una propuesta de Rodrigo D`Arenberg y Alfredo Etchegaray de realizar el programa Verano del... pero desde Monte Carlo. Una vez allí, el primer encuentro no resultó del todo positivo. A Patricia, según allegados, Rodrigo le cayó de lo más antipático y presumido. Luego, él la invitó a la fiesta de la Cruz Roja, y ya la cosa cambió. "Me súper sedujo", contó entonces.

Claro que tuvo muchos que se opusieron a esa relación, no sólo porque era bastante mayor que ella, sino que además tenía un harén de mujeres que lo seguían detrás y una agitada vida nocturna.

"Era como ir a la guerra de Irán, pero no me importó nada. Yo quería estar con él. Era un caballero, un señor, un soñador, siempre fue muy especial conmigo", dice ahora cuando se le recuerda el episodio. "Y bueno, finalmente estuvimos 20 años juntos. Yo le di un poco de mi paz y tranquilidad, creo que lo seduje por mi espontaneidad, lo protegía y lo cuidaba. Él me dio algo de su fuego, pura acción. Hicimos el equilibrio."

Años felices hasta que Rodrigo enfermó en los noventa, estuvo muy grave, a punto de morir. Sin embargo, hoy Della Giovanpaolla dice que no se esperaba para nada esta pesadilla actual. "No había manera de convencerlo que dejara de fumar, que cuidara el colesterol o que no tomara whisky. Soy la antítesis, tremendamente cuidadosa, y no lo lograba", agrega.

SELECTO. Con la muerte del Príncipe quizás se cierra la página de un Punta del Este elitista y glamoroso. En época de bienvenidos cruceros con 3.500 pasajeros y turistas de todas las nacionalidades, el balneario se transforma, y también su gente. El Príncipe fue un ícono de ese balneario que recibía estrellas internacionales. Todos pasaban por Villa D`Arenberg.

Ahora, Patricia, sola, dice: "mi vida es prácticamente la misma, solo que falta el eje central. No he tomado mucha conciencia todavía, pero por ahora todo seguirá igual".

"Todos somos culpables de su muerte"

"Teníamos once meses de diferencia, pero éramos como mellizos. Vivimos el uno para el otro, porque tuvimos una infancia bastante rigurosa desde el punto de vista educativo. Hasta los 18 años, hacíamos todo. Jamás podía pedir un café, me lo tenía que hacer, así como limpiar, planchar, lavar, coser, cortar el pasto," recuerda la Princesa Laetitia sobre la infancia junto a Rodrigo.

Laetitia increpaba al padre. "Si un día usted está sola, debe ser capaz de hacer las cosas por sí misma", le respondía D`Arenberg.

Ella confiesa que eso la hizo fuerte: "Hubiese podido vivir en una carpa o en un palacio, igual mi hermano, y no hubiera tenido problema".

Otra marca paterna que dejó huella en los hermanos fue el tema dinero. El progenitor pregonaba que éste debía pasar de bolsillo de manera de poder producir y dar trabajo a los demás. "Si usted gana mil, guarde 20 en un rinconcito por si le llega a pasar algo. Pero el resto lo tiene que hacer girar, Laetitia".

La Princesa señala que su madre tenía debilidad con Rodrigo, y lo sobreprotegía, luego de haber perdido al amor de su vida -su padre Belzunce- en la guerra. "Rodrigo quería hacer arqueología, pero mi madre no concebía que él se fuera. Yo siempre fui más independiente. Pude hacer mi vida. Al fin y al cabo, hice lo que quise, incluso enfrentar a mi familia cuando decidí divorciarme. En cambio Rodrigo no logró hacer lo que quería. Yo le decía: casate. Cuando le preguntaron porqué no tenía hijos, respondía: `Mi hermana ya hizo todo por mí`. Tanto mi madre como yo lo sobreprotegimos siempre. Hice lo imposible por reunirme con él a través de mis hijos, pero hay cuatro personas que sólo por codicia no me dejaban acercar. Aún no caigo que no esté. Todo me lo recuerda. Lo que espero es que Patricia encuentre la paz, y yo también, pero sólo me consuelo pensando que no fue Rodrigo sino toda esa corte de bufones que necesitaba. Patricia hizo lo que pudo por ayudarlo, más no podía, pero era muy difícil desde su posición y además no quería dañarlo. Yo también fui floja, todos somos culpables, y la primera soy yo. Porque sabía el camino que estaba llevando", dice la Princesa, consternada.

Negocios en el mundo y trofeos africanos

Según allegados, Patricia Della Giovanpaola continuará con los negocios de su marido, de los cuales estaba al tanto. La esposa del Príncipe Rodrigo D`Arenberg ha dicho que al frente de los mismos se encuentran personas muy capaces y calificadas, con las que está en contacto. Aseguró que no va a hacer ni más ni menos de lo que ya realizaba antes, ayudando a su esposo en la administración de las casas, en la organización de los papeles, y en estar al tanto de lo que ocurra en los diferentes emprendimientos de su marido.

D`Arenberg emprendió negocios en Uruguay, Francia, Canadá, Suiza y Alemania, que mantenía hasta el día de hoy. En Montevideo, era el presidente de la firma Julio César Lestido, e importador de los automóviles Audi.

También, se sabe, Della Giovanpaola desea donar los trofeos africanos de su marido, de gran valor, a un museo uruguayo, para que los chicos del interior y la capital tengan la posibilidad de ver leopardos, leones, osos blancos, bongos, entre otros, que realmente parecen vivos.

De Francia a Uruguay, sin escala

Él decía que había nacido en medio de las frutillas y los bombardeos, en el castillo D`Harambure, en el pueblo natal de su madre, en Touraine, Francia. Fue el 8 de agosto de 1942, en plena guerra que tuvo a su padre Henri, Marqués de Belzunce, entre los combatientes.

Como su hermana Laetitia había nacido once meses antes, en Líbano, en medio del conflicto bélico, para el nacimiento de Rodrigo, el Marqués envió a madre e hija de regreso a Francia. Rodrigo D`Arenberg prácticamente no conoció a su padre, quien murió en guerra, en Montecasino, Italia, en mayo de 1945.

Marie Therese de la Poeze d`Harambure quedó sola con sus dos hijos, Laetitia y Rodrigo. Fue una mujer muy bella, elegante, interesante y tenía además una característica muy codiciada en aquella época, pertenecía a muy buena familia.

Se reencontró con un viejo amigo, el Príncipe Erik Engelbert, duque D`Arenberg, y en 1949 se casaron. Pero ambos venían desgarrados por la guerra. Ella había perdido al amor de su vida -según su hija Laetitia- y él se había tenido que refugiar en Suiza porque provenía de familia alemana belga. Luego de los consejos de su banquero suizo, las opciones de país seguro eran Canadá o Uruguay.

"La mamá de Rodrigo prefirió Uruguay porque en Canadá hacía mucho frío", recuerda Patricia, quien escuchó la apasionada historia muchas veces de boca del Príncipe.

En 1951, la familia D`Arenberg desembarcó en Uruguay, con primera escala en Montevideo y luego en Punta del Este. La primera noche durmieron en el auto, todo era oscuridad y arena alrededor, y les fue imposible encontrar la villa de una familia belga, de la que se hicieron y les pertenece hasta el día de hoy.

Rodrigo (9) y Laetitia (10) fueron a escuela pública, a la del tanque, cercana a su casa. A la mañana, Rodrigo era recogido por un señor en una yegua que lo alcanzaba a los estudios. Luego fue enviado pupilo al colegio St. George en Buenos Aires, posteriormente a Inglaterra y culminó estudios de Ciencias Económicas en Munich. "Era tan sensible y aferrado a la familia que no aguantó estar solo pupilo en el St. George, y se fue a Inglaterra, donde yo estaba estudiando. Lo mandaron a Europa porque no pudo más con la presión de estar encerrado tres años. Y allí, hicieron una dispensa especial para que estuviera en mi mismo colegio. Cuando me casé se fue a vivir conmigo a Alemania", recuerda Laetitia.

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