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Placeres culposos o lo que esconde tu sesión privada

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Hombre escuchando musica

COMPORTAMIENTO

Son esas canciones, películas, libros, series, programas de televisión que, por alguna razón, se ven a escondidas y generan cierta vergüenza. ¿Por qué sucede?

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Una novela romántica de esas que funcionan gracias a la fórmula maravillosa que hace sentir cosas en todo el cuerpo, que enganchan al punto de ser devoradas en pocas horas. Son fáciles de reconocer por los títulos, las portadas y, puede suceder, hasta por los autores. El final está cantado antes de comenzar, o se espera que así sea.

Una canción que suena en todos lados, con letras sencillas, melodías que enganchan, voces que cautivan. En una conversación, tal vez, se hable de cierta “superficialidad” de ese mismo tema, pero en paralelo suena sin parar en la sesión privada de Spotify.

Una película o una serie que ya se vio incontables veces, o algunas con tramas parecidas, pero que se eligen para anestesiar una tarde (o un día entero) del fin de semana en el que lo único que se necesita es pasar el rato para olvidar la rutina y la locura cotidiana.

Los anteriores son solo algunos ejemplos, porque todos tenemos cierto placer que, por alguna razón, nos da culpa compartir o develar. Si hay disfrute y elección consciente, la pregunta es por qué igualmente cuesta reconocerse como público o consumidor.

Dicen Luisho Díaz, artista visual, y Belén Fourment, crítica musical de El País, que la palabra que se les viene cuando piensan en un “placer culposo” es “vergüenza”. “Y acá quiero hacer énfasis en el lugar del otro: si no hay un otro, no habría una culpa al momento del consumo. Y me parece que aplica tanto a productos, como a actividades, prácticas y costumbres”, añade el artista, que se confiesa fanático de los “videos de reacción”, donde personas comparten su primera experiencia ante determinada cosa, como puede ser una canción, un álbum, un videoclip, por ejemplo. Pero que también siente culpa por su gusto por las alfombras rojas o un tubo de papas fritas.

Los placeres culposos están en todo, pero se visibiliza continuamente en el discurso de las redes sociales, asociado, por lo general, al arte, al entretenimiento, al espectáculo, al reality show o a la cuenta de Twitter de una figura de la farándula. Hay vergüenza, hay culpa, hay una forma de “angustia a la vez que placer; se trata de una experiencia ambivalente”, sostiene el semiólogo y docente universitario Fernando Rius. “El consumo culposo supone el reconocimiento, en una sociedad, de códigos culturales diferentes: dominantes, emergentes y residuales. Todo depende de dónde te ubiques”.

La licenciada y magíster en psicología Gabriela Bañuls prefiere abstraer el concepto del dualismo de la culpa y el castigo. “Yo lo pondría en una lógica de configuración subjetiva de las personas, que se forma entre lo que van procesando de la cultura en la que viven y cómo el sentido de esa pertenencia genera una forma de ser y de relacionarse con los objetos culturales”. Tiene que ver, añade, con los procesos de aprendizaje sobre los objetos culturales y cómo impactan a cada uno. Qué se juega cada uno -con uno mismo y con respecto al otro- al elegir consumir determinado pasatiempo. “Para el ser humano esto de pertenecer a un colectivo es superimportante”.

Para Belén, tras su continuo aprendizaje sobre el feminismo y su análisis personal al mundo de las canciones con las que crecieron unas cuantas generaciones -la suya incluida- y las que se escuchan hoy, la culpa está asociada al carácter misógino de ciertas canciones. Lo suyo no va tanto por un tema de género musical, como sucede mucho, sino que tiene que ver con las letras que se instauran en la memoria colectiva y que se cantan a gritos en un concierto o en una fiesta. “Algunas de Ricardo Arjona hasta Run For Your Life de los Beatles a Guns N Roses o cosas de hip hop. Eso me da una culpa cada vez menos placentera, porque además, ¿cómo se hace para sacarse de la cabeza, del cuerpo, la música que ya está tan metida? Me autoconformo con el hecho de tener conciencia ante este problema, que ya es mucho. Y te hablo de culpa real, de que de verdad me hace sentir mal estar bailando una canción y darme cuenta que la letra es nefasta y no saber qué hacer ante eso”.

Los prejuicios culturales

Y luego está el asumir un gusto en particular, pero no sin acompañar esa confesión con unos cuantos argumentos de toda índole que justifiquen la elección de tal autor, canción, o película. Luisho Díaz, que en su obra analiza la cultura pop y nuestro vínculo con esta (ver recuadro), habla de la “fetichización del objeto que es placenteramente culposo: se le hace una valoración que es positiva y rebuscada para justificar cosas que por ciertos prejuicios culturales no estamos cómodos con aceptar que consumimos. En vez de aceptar plenamente el ‘sí, me encanta ver las alfombras rojas’, lo justifico degradándolo”.

Para el artista esa vergüenza viene dada también por el contexto, que muchas veces aleja a la obra del público a través de “velos” que no permiten tener una experiencia directa con lo que está ahí sin que estén presentes todas las circunstancias, culpas, características sociales que se añaden.

“En todo caso tenemos que situar la expresión ‘placer culposo’ en medio del conflicto entre la llamada alta cultura y la cultura de masas (o cultura popular)”, dice Fernando Rius. Una disyuntiva planteada en los inicios por Theodor Adorno, filósofo de la Escuela de Francfort, musicólogo y un defensor de la alta cultura que en su momento defenestró hasta el jazz, género que hoy está asociado a la música de culto.

“La cuestión de la culpabilidad tiene que ver con los dones que se atribuyen a la alta cultura. Por ejemplo, Bajtín, entre otros, pensaba que, por sus entrañables valores, los clásicos de la literatura tenían un efecto redentor sobre la humanidad. Es decir que hay algo en ese vínculo con una obra de esas que va más allá de un mero placer superficial y pasajero. Si alguien es consciente de ello, pero se entrega a una experiencia pasatista, frívola, es lógico que pueda sentir el conflicto interno, el aguijón de la culpa por haber optado por algo vaciado de todo contenido filosófico, moral, religioso, etc”.

Belén se enfrenta al dilema de “lo culposo” no solo en lo personal, sino también a la hora de reseñar una canción, un disco, un espectáculo. En su caso busca abordar las reseñas y las críticas con respeto y con los mismos recursos que dedica para otras obras. Sin embargo, admite, hay algo que termina por condicionarla y termina por justificar la reseña. “A veces con una o dos palabras, pero en general hay algo donde estoy diciendo: hay un público para esto, si te gusta el género está muy bien, el mundo no es solo lo que escuchamos nosotros”.

El factor “otro”, esa dimensión colectiva que menciona la psicóloga Bañuls, es parte del juego de la pertenencia por el cual se asume (o no) cierto gusto. “Es interesante, porque mi idea de consumo culpable está muy ligada a mi entorno que se puede traducir en un público de clase media, culto, de formación terciaria. ¿Existe el gusto culposo en otras órbitas? ¿El que en su cotidiana solo escucha cumbia, siente culpa por gozar de un buen rock and roll o de una canción de autor elaborada y virtuosa?”, se pregunta Belén. “No estoy muy segura, lo que habla bastante de nosotros como consumidores y personas llenas de prejuicios sobre todo por lo ‘popular’. Recién con la perspectiva del tiempo podemos entender que ahí había una genuina expresión cultural que se estaba configurando como el nuevo lenguaje de personas que hasta entonces no tenían voz”.

Una pausa necesaria

Frente a la palabra “culpa”, ya vimos, debe abrirse cada uno un signo de interrogación. Sin embargo, el otro vocablo que acompaña a la expresión derivada del inglés “guilty pleasure” y su significado son necesarios. Ante todo el bullicio, ante la tensión que conlleva el simple hecho de habitar un mundo tan complejo, ante las jornadas intensas y los problemas, hay que permitir momentos de descanso. Hay que saber parar y los “placeres” que conllevan ciertas lecturas, canciones, entretenimientos son muy eficaces para esto.

Bañuls lo explica al desarrollar que “no podemos, no tenemos la capacidad de estar todo el tiempo alerta, por algo dormimos entre 8 y 12 horas; necesitamos descanso, repararnos en territorios de ausencia de tensión y donde lo seguro es lo que está primando, que no es lo que está pasando en este tiempo de COVID-19. Y ahí está el sentido de leer, de escuchar, de estar en contacto con aquello que de alguna manera representa a los mitos culturales o los pensamientos hegemónicos, aquello con narrativas que conocemos, que sabemos cómo se instituyen, cómo derivan, a dónde van, que es la representación imaginaria de un mundo seguro y conocido”.

A esto se suma la importancia de los espacios de intimidad. Allí será donde el individuo termine por desarrollar un mayor conocimiento de sí mismo, de sus gustos, de sus subjetividades y de lo que representa tanto el espacio cultural como ese otro colectivo al que se pertenece o con el que se comparte. Y la psicóloga concluye: “Aquí hay una cuestión entre el mundo del espectáculo y el del camerino. En el camerino uno va construyendo el personaje que luego va a mostrar en el espacio público. Pero ese es un tiempo de uno con uno mismo y es importante preservar estos espacios donde uno está con uno mismo y no siempre estar expuesto al espectáculo”.

Un artista que invita a revisar las críticas a la cultura pop

En su obra el artista Luisho Díaz suele retomar aquello que queda subordinado o desplazado en una categoría de “arte menor”, de culposidad. De eso trata EN/CLAVE POP, una performance en la que invita al público a un concierto de piano que cumple todas las características de uno tradicional, donde lo realmente importante es lo que sucede en esa conexión entre el pianista y su interpretación. La simbólica diferencia está en que las partituras refieren a canciones de la música pop. “Porque en lugar de escuchar o de hablar sobre la música nos centramos en cuánto vende el álbum, o en el chusmerío alrededor del artista y no estamos teniendo una experiencia con la música. Estamos juzgando por cosas que no son la obra en sí, y esas son deshonras al trabajo del artista”, explica.

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