LEONEL GARCÍA
Médicos que toman riesgos más para demostrar su pericia que por una necesidad real del paciente. Especialistas incapaces de reconocer errores, insensibles ante el sufrimiento del enfermo, evasivos ante los familiares de éste, e incapaces de bajarse de su pedestal de sabiduría. Doctores presionados por cuestiones comerciales, corporativas o saturados de trabajo. Y también otros sobrepasados por individuos que -henchidos de información sobre sus dolencias, Internet mediante- de golpe creen tener más conocimiento que ellos.
De estos galenos y de muchos más trata El narcisismo en la medicina contemporánea (Trilce), un abordaje sobre el sistema de salud occidental y actual realizado por el doctor Álvaro Díaz Berenguer. Este médico internista de 55 años ya había incursionado en el tema en su obra anterior, La medicina desalmada, de 2004.
El autor, docente en el Hospital Maciel, médico del CASMU y participante de programas de salud del MSP, no escapa de esta situación. Admite ser parte de esa realidad de consultas contrarreloj, haber equivocado diagnósticos, no reconocerlos a tiempo o no haber logrado una buena comunicación con pacientes. Por su profesión y sus libros, ha recibido críticas de sus colegas. "El otro día, un médico me preguntó si no tenía vergüenza de lo que escribía, ¡aunque agregó que nunca me había leído!". Según dice, sus textos "tratan sobre la sociedad de hoy y su conjunto" y solo persiguen generar una reflexión. En este caso, analiza cómo interfiere el narcisismo en la relación médico-paciente, y cómo sobrellevarlo.
Yo y yo. El narcisismo afecta a todas las personas. Pero un trastorno narcisista es definido por el manual de psiquiatría DSM-IV como un grandioso sentido de autoimportancia, la exigencia de una admiración excesiva y la carencia de empatía. Y Díaz Berenguer sostiene en su libro que la medicina puede ser la "profesión ideal" para la satisfacción narcisista. El "yo" es idealizado, incluso por los propios pacientes, que ven al médico como un sanador todopoderoso. Y el "otro", muchas veces reducido a una cama o una historia clínica, virtualmente desaparece como persona.
"La relación médico-paciente siempre es asimétrica. El médico es poderoso y el paciente es débil. Enfermo viene de `in firmus`, que es estar débil. Y cuando los individuos pierden su norte en la relación con el otro y se piensa que lo más importante es lo que corresponde al `yo`, es imposible establecer un vínculo adecuado. El `otro` es la base de la existencia moral. Si ese otro no es considerado, nuestra moral desaparece", sostiene.
El narcisismo... es más un ensayo que un libro sobre medicina. De hecho, el lenguaje técnico es mínimo y abundan las alusiones filosóficas, psicológicas, religiosas e incluso literarias. No en vano el autor es hijo de los escritores José Pedro Díaz y de la recientemente fallecida Amanda Berenguer, a quien dedicó este trabajo. El texto también menciona estadísticas internacionales recientes, como la divulgada por el cirujano pediátrico estadounidense Lucien Leape, que aseguraba que solo en tres o cuatro de cada cinco casos mortales los médicos habían acertado con la enfermedad de su paciente.
Humanización. Díaz Berenguer sitúa al positivismo y al surgimiento de la medicina científica -"ésta tiende a tratar al humano necesariamente como un objeto, medible; y en la medida que lo transforma pierde la humanidad"- como el inicio del distanciamiento entre el médico y el paciente. Pero la situación se agravó, asegura, con el postmodernismo, a partir de la década de 1970. "Ahí comenzó la burocratización y comercialización de la medicina, que desembocó en especializaciones y superespecializaciones. Éstas son necesarias, pero suelen llevar a que el individuo sea tratado como en un proceso industrial". Otras consecuencias señaladas son atenciones en consultorios rara vez superiores a los cinco minutos, encarnizamiento terapéutico y un ejercicio de la profesión afectado por la tecnología, donde los actos médicos mejor remunerados son los más mecanizados, casi siempre los más riesgosos.
El autor clama por la búsqueda de cambios en el sistema sanitario y presenta propuestas para la formación académica, como una evaluación de personalidad a la hora de inscribirse en la Facultad, o la inclusión en la carrera de materias "humanistas" como filosofía, historia o literatura.
"El norte de la medicina es el otro, la dedicación al otro. Los que nos dedicamos a la medicina, que no es una ciencia exacta, debemos despertar la capacidad de sentir lo que el otro siente. Y la filosofía, la literatura y la historia nos hace poner en el lugar del otro. El médico debe hacer una traducción entre su modelo científico y el modelo antropológico del paciente, que refiere las cosas -como su enfermedad- de acuerdo a su mundo y creencias. Entonces, esa traducción dependerá de la capacidad del médico de ponerse en lugar del paciente, de su empatía. Y si no tiene conocimientos de filosofía, historia y literatura, no podrá", afirma. Y, por supuesto, dedicarle más tiempo al individuo y que la silla al lado del enfermo vuelva a ser la principal herramienta. Es justamente, la falta de comunicación entre el médico y el paciente o sus familiares, el motivo del 95% de las quejas que llegan a la Asociación de Usuarios del Sistema de Salud (Aduss), según dice su coordinadora general, Eloísa "Bimba" Barreda.
¿Un espejo para ver, de acuerdo con Díaz Berenguer? Los viejos médicos de familia, esos de maletín en mano, conocidos de los pacientes desde pequeños (ver nota aparte).
Pacientes. Díaz Berenguer enfatiza que también el médico suele ser víctima. Quienes siguen esta carrera, señala en El narcisismo..., tienen más tendencia al suicidio que la población en general y sufren de burnout (o síndrome del "quemado") en más de uno de cada diez profesionales, casi todos a causa del exceso de trabajo, baja remuneración y presiones sociales.
Si bien los doctores son los que tienen la posición de fortaleza en esta relación, el autor destaca que el narcisismo también puede verse reflejado en los pacientes. El fácil acceso a la información por parte de los usuarios, ya sea por Internet o la prensa, no ayuda a un equilibrio por demás delicado. "Los pacientes pueden aportar cosas, pero eso puede resultar peligroso. Los puede llevar a creer, por su propio narcisismo, que son capaces de suplir al médico. Este libro está dedicado al narcisismo referido a la salud en esta sociedad iconoclasta".
Esto no significa, aclara, abjurar completamente de los tiempos modernos. Si de 1900 a hoy la tasa de mortalidad infantil bajó de 106,08 por mil a 10,6, y la esperanza de vida subió de unos 50 años a 76,10, conviene enfocar bien la crítica. "Si la obsesión es cantidad y calidad de vida, ahí se progresó muchísimo. Pero en lo que no se avanzó, sino al revés, es en el relacionamiento entre las personas. Y si de ahora en más no humanizamos la medicina, es improbable que podamos ir más allá".
Opción aún no atractiva
La vuelta de los médicos de familia es uno de los objetivos del Sistema Nacional Integrado de Salud. Se busca que cada usuario tenga un facultativo de referencia, que conozca su historia clínica y la de su familia. En definitiva, darle un perfil más humano a la relación médico-paciente.
Pero falta mucho. La especialización en Medicina Familiar y Comunitaria comenzó en 2003, explica Ángel Ginés, director de la Escuela de Graduados de la Facultad de Medicina. En los primeros cuatro años hubo 113 titulados, la gran mayoría por "competencia notoria" más que por aprobar el postgrado de tres años. Como dato comparativo, señala que cada año egresan 300 especialistas. Ginés estima que solo un 15% de los médicos se dedican a este campo.
El director de Salud del MSP, Gilberto Ríos, dice que el "ideal" sería que un 50% de los profesionales se aboque al campo familiar. Ríos señala que para alcanzar esa meta el enfoque del postgrado, la remuneración y el mercado de trabajo deben convertirla en una opción atractiva. En 2009, Udelar y el MSP, financiaron 50 plazas residenciales para medicina familiar, y sólo se llenaron 25 cupos.