Empezó a sentir que llegaba a lo central de su discurso, era la parte en la que lograba conectar con todos, hizo un silencio y buscó encolumnar sus palabras hacia un pico emotivo, conocía las mentes de su auditorio, los llevaba a tiro corto y al levantar la voz todos sabían -ellos y él- que habría una descarga de emociones. Apuró, apuró y cuando iba a lanzar sus frases racimo, esas que todos reconocían como santo y seña, lo azotó una duda, miró a la primera fila y advirtió a un niño que parecía perdido, lo notó en su micro mundo, la presencia de un niño en ese lugar era algo absurda, ¿qué hace un niño en un acto electoral? Pero allí a su lado estaba su madre, ella también parecía perdida con su mirada en la estratósfera.
En ese momento pasó esto: él detuvo su discurso, descendió del estrado, largó el micrófono al piso, se dirigió a la madre y al hijo y conversó con ellos. Nadie podía oír que hablaba el candidato, pero algo hablaba, y la gente no entendía nada, pensaron que algo grave estaba pasando en ese corte en su oratoria. Inmediatamente el rumor en la sala fue intenso.
Transcurrieron varios minutos y el candidato retomó su lugar en el atril, tocó el micrófono con un dedo pegándole dos golpecitos para ver si estaba funcionando, comprobó que sí y dijo: “Les pido disculpas, pero esto nunca me pasó. Recién cuando estaba hablando, ese niño que se llama Nahuel, me empezó a hablar, no sé cómo lo hizo, por eso le pregunté a la madre, cómo lo hacía, me dijo que conectaba con mi mente y por eso me detuve, me recalcó ‘que nunca les mintiera y que les dijera la verdad de mi sentir’ y es lo que voy a hacer. Y como jamás me pasó algo así, pues simplemente pasó. Señoras y señores, entonces no sé lo que podré hacer como vuestro candidato, pero haré todo lo que pueda, no prometeré nada, ¿así me pediste que lo dijera verdad niño?, bien así lo estoy haciendo, así que, si me conceden el honor de representarlos, trabajaré por ustedes, y si no es así, no hay problema, seguiré con mi negocio de ladrillos que tanto me gusta. Es eso todo, que tenga buenas noches y vuelvan a las casas despacio y con cuidado”. La gente no lo aplaudió, se retiró en silencio, casi sin abrazos, ni muestras de emoción, raro todo, no se entendió qué pasó. Era una noche de invierno fiera y con poca luz. Villa Marindia a esa altura de la historia tenía más de dos mil vecinos.
El acto electoral se realizó a los dos meses. Edelberto salió electo alcalde de la localidad, con un resultado increíble, todos votaron por él, todos, no hubo un solo voto en su contra. Un caso especial porque competía con el alcalde actual y con otro joven prometedor. Edelberto, entre absorto y feliz, fue a buscar a la madre de Nahuel y a Nahuel para agradecerles. Nadie sabía de quién hablaba, es más, la noche que hizo referencia a ellos, nadie entendió sus palabras.
Más de un vecino creyó que aquella noche que se detuvo en su discurso y habló solo en medio del salón, aquello fue un instante de introspección o algo así. Nadie había visto a la madre y al niño, solo lo habían visto detenerse a Edelberto, ir hacia la primera fila, hablar solo, musitar palabras y cosas así.
Edelberto pidió a los que sacaron fotos de aquella noche que se las mostraran. Allí debería estar en primera fila aquella madre y Nahuel. Miró las fotos y no había nada, es más, ese lugar estaba vacío porque era debajo de un parlante. Solo dos asientos vacíos.
Edelberto ha sido el mejor alcalde de Villa Marindia en toda su historia, estuvo dos períodos a su cargo y todos lo recuerdan como alguien que tenía la mirada perdida siempre.