Opinión | La ira, esa mala consejera

“Cada época necesita sus intérpretes”

Washington Abdala

Hace un tiempo que me divorcié de la ira. No es una buena compañera. Se te mete en el alma y te sacude todo el cuerpo, te toma el cerebro y salís a la calle creyendo que estás en la batalla de Termópilas donde los espartanos morían de pie liderados por Leónidas.

No se puede vivir pensando que la realidad amerita estar motorizando a la violencia retórica (menos de la otra) o alentarla en la cabeza de los demás. No es bueno para el que padece esa patología porque vive en un mundo de broncas que pulverizan el sentido común y es malo para aquellos que creen ver, en esa persona, a un referente. No se puede vivir iracundo.

Los momentos de tensión siempre tienen responsables que son los que llevan a los otros a situaciones límites. Por alguna razón (nunca es clara porque la psicología no permite escanear emociones), hay gente que cree que se enfrenta a un problema o considera que es tratada de manera injusta y sale con su ira a destilar su veneno. La ira ni siquiera es tono altivo o voz engolada, la ira produce un mensaje incendiario que enquista el ambiente en algo pestilente y pútrido, aunque se hable bajito.

Perdonen lo autorreferencial, pero en esta oportunidad viene bien: me la saqué de encima a esa cosa hace un montón de años, la padecí, ya no ingreso al terreno de su contaminación y lo hice luego de perder mil batallas, sobrevivir a otras y entender que con ella solo iba a terminar en la alienación psicopática. No importa que se tenga razón o no en el juego de la vida, con ella nunca se la tendrá. Lección aprendida. La ira alimenta la obnubilación, construye dogmas y solo instala la teoría del enemigo como si esa fuera las doce tablas. La ira alimenta el odio, la perfidia y lo peor de nosotros. No digo que todos seamos Mahatma Gandhi pero si nos hundimos en lo bravucón, el golpe debajo del cinturón y la maledicencia, estamos fritos.

Hay una entrevista de Barack Obama que sugiero verla (se lo admire o no) que se la hace Christiane Amanpour en CNN; es difícil encontrar a alguien con el ángulo medido de su época y con la retórica nunca cargada de virulencia. Sí, es cierto, salió del cuadrilátero hace un tiempo, pero a medias, en la última campaña electoral lo subieron a remar en el último tramo y casi se desmarca de quien verdaderamente es.

Hoy, Barack Obama, alejado del rugir de la decisión de poder, vuelve a ilustrar con tono equilibrado, a diagnosticar con precisión (la crisis democrática en cuanto a instituciones presentes) y a apostar por una generación que viene con dignidad y ganas de asumir el presente, poniendo atención a ciertos límites en lo tecnológico (inteligencia artificial) por lo que se hace imperativo reformular el nuevo contrato social (estoy interpretando su decir, no es copia fiel de sus palabras).

En tiempos de cólera mental y gente enardecida en las esquinas, solo la palabra de los que están calmos y manejan la templanza nos salva. Lo contrario sucede en tiempos de guerra, si no hubiera sido por el coraje del viejo Winston el mundo hoy estaba formateado de otra forma. Cada época necesita sus intérpretes.

Se me dirá que estas son visiones globales, lejanas. Error, el mundo es una pelotita donde todo influye sobre todo. Entender eso nos permite ubicarnos en ese concierto y buscar lo mejor para los nuestros. No son épocas sencillas. Nunca lo son, pero estos tiempos poseen un vértigo que impacta. No queda otra que estar con las antenas abiertas y ser inteligentes. La ola pasa en cualquier momento y hay que saltarla sea como sea.

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