WASHINGTON ABDALA
Todo salió de una conversación privada con relación a una protagonista pública española sobre la que varios amigos comenzamos a intercambiar opiniones. En mi caso, arranqué con algunos matices, no claros, solo intuitivos. Es que ella es algo extrema. A esta altura de la vida, los radicalismos me asfixian con sus narrativas. En base a ello me cayó esta ficha: nos queda en la cabeza individual y colectiva lo que “son” las personas y lo que “representan” de manera mezclada. Eso lo decantamos en base a imágenes, mensajes, o sea lo que vemos y oímos, y al final uno se hace una cierta “idea” de una persona.
Pongo ejemplos obvios de personalidades sobre las que todos conjeturamos. De Barack Obama se tiene la idea de un hombre recto, bien hablado, sensato y con cabeza abierta. No creo que mucha gente disienta de esa mirada, ni sus propios detractores. Debe ser más o menos así el expresidente demócrata. De Shimon Peres conocimos al luchador eterno, al individuo comprometido con su tiempo y con el destino de su pueblo, valiente, lúcido, generoso y con corajudo. Era así nomás, tuve la suerte de conocerlo y eso fue lo que percibí ratificando la imagen que tenía de él. Su imagen previa solo estaba allí para luego ser confirmada con la realidad. En general, hacemos eso los humanos.
Así nos pasa a nivel local, todos -más o menos- sabemos quién es quién en la “aldea” de Julio Herrera y Reissig. Todos sabemos quién se la juega, quien es más o menos narcisista, quien tiene mirada larga y quien solo agarra la pelota y se la lleva a su casa de forma egoísta. Y no solo pasa eso con las elites políticas, pasa en la vida misma, en todos los ámbitos donde estamos. Hablo de las “personalidad visible”, de lo que se muestra, no de la intimidad de los mortales.
Sí, se me dirá que son solo percepciones en un mundo de imágenes. Puede ser, pero es y somos lo que construimos todos en este juego de espejos. ¿O usted no tiene una idea de la personalidad de Luis Suarez que se parece bastante a la que todos tenemos de él? ¿Estamos errados o es así la cosa? Probablemente sea así, supongo, solo supongo.
Cuando yo era chico, existía en el Parque Rodó un juego de espejos donde había muchos con perfil cóncavo, convexos, estirados, achicados, todo para producir una imagen de nosotros mismos que se deformaba y así uno se observaba asombrado. Era casi como un filtro de Instagram pero algo más pedestre (está todo inventado). O sea, las imágenes que nosotros proyectamos -como humanos- de alguna manera el otro las puede percibir distintas, como en los espejos. Y acá operan los prejuicios, los sesgos de confirmación y la necesidad de ver lo que queremos ver. O sea: vemos lo que presumimos que veremos, no siempre vemos lo real. ¿No les pasa que cuando se miran al espejo tienen dificultad en hacer un reconocimiento objetivo de ustedes mismos? Si esto acontece con uno mismo, imagine el lector lo que pasa con los otros.
Por eso la idea que tenemos de “la gente”, los contemporáneos, es seguramente aproximada a la realidad si los opinantes son honestos, frontales y sinceros. La clave es nutrirse de elementos de convicción -es un poco legalista esto- que permitan conjeturar con seriedad sobre quien opinamos. Con la verdad no ofendo ni temo decía el jefe.
La sociedad post occidental en la que estamos anda a los tumbos tratando de encontrar parámetros de convivencia civilizada. No lo tiene claro y seguramente construirá el nuevo contrato con el andar del tiempo. Es un dato que esta nueva convivencia debe enaltecer lo mejor de nosotros mismos, alimentando el sentido comunitario para apuntalar así lo mejor del colectivo. Si nos movemos al voleo sobre lo que creemos que conocemos, sin conocerlo a fondo, puede que le erremos al derrotero por el que ir. Es solo un pensamiento en el camino, nada más.
La tolerancia en esto es la clave, eso nos distingue como país. El intolerante se mata él y nos mata a todos. No es un bueno alimentar semejante ogro porque luego de ellos viene el hastío. Y ese día ya es tarde.