Hay que hacer terapia en público. No es de ahora este menester, es una tendencia que se viene agudizando hace tiempo. Creo que todos los que hemos pasado por terapia sabemos de qué va el asunto. Los que no conocen ese mundo supongo que les suena “raro” que haya gente que hable de su pasado, que sincere sus traumas, sus angustias eternas y analice asuntos profundos de su existencia delante de otros.
A decir verdad, leo confesiones de tanta gente en el mundo, de problemas que han vivido que me impactan. Es que la “terapia pública” es otro asunto, es como un striptease. Pero está muy bien que la gente pueda exorcizar sus demonios internos y salir al ruedo diciendo que está superada esa prueba. Cada uno recorre los caminos de liberación como mejor los siente. A respetar.
Igual, a veces, percibo que hay cierto abuso de la figura del “arrepentido emocional”; me parece que alguna gente se ubica allí porque es moda, queda bien y refocaliza al personaje. O quizás, también, se han perdido los filtros y todos hablamos de todo sin barreras.
Puede ser también que estemos ante una sociedad en extremo psicoanalítica. No lo sé, pero algo nos pasa que “todo” se habla, desde la culpa “eterna” de los padres -responsables de infinitos males según Freud- hasta la pelea con algún amor. Todo. Es un poco radical el encare y algo impostado por momentos.
Y no soy conservador, nunca lo he sido, pero hay asuntos que no son necesariamente hábiles para el debate público. Me llama la atención algunos programas televisivos (internacionales) donde alguna jueza dirime situaciones de alcoba, conflictos familiares, peleas de vecindario y alaridos varios con vocinglería alienante. Aunque sea una “performance” (seguro que lo es) igual habla de todos ese espejo peculiar que se produce. Pero, puede ser que no esté comprendiendo todo lo que vivimos, no siempre se tienen las antenas agudas para captar de manera longitudinal el relato en el que se está, por lo complejo, lo abarcativo y por sus contradicciones. Es más, creo que el presente confunde bastante a sus contemporáneos.
Igual, digamos toda la verdad, se vive una época con los códigos propios de este tiempo: se confiesan pecadillos, no se advierten grandes pecadores arrepentidos por el planeta contando cómo estafaron o gente que se arrepienta de entuertos ilegales y abusivos, o grandes traficantes de droga que sientan pena por el descalabro social que montaron. Esos chicos no están en la jornada del arrepentido emocional del mes. Y no conozco tampoco mucho empresario que afirme algún arrepentimiento. Menos a sindicalistas. Muy poco a gobernantes. O sea, los dogmatismos andan por allí. Y es raro porque todas las religiones tienen arrepentidos, pecadores e infieles. Es curioso que esas categorías estén escritas por allí pero sean tan poco practicadas públicamente. Es curioso porque además la época no condena la fragilidad del arrepentido.
Me parece, sin embargo, valorable que gobiernos, instituciones, jerarcas, religiones, cuando advierten que hubo un error histórico, lo asuman, aunque no se tenga la culpa directa de lo acontecido en ese tiempo (Alemania lo hizo). No importa pagar la factura de otra época: la grandeza lo amerita. Me parece, además, que es una forma de superar un punto crítico. Los que siempre creen que su acción jamás erró solo compran la condena de la historia.
La historia siempre se ocupa de quitar velos. Mejor ir delante de la historia. O ella inevitablemente guillotinará. No hay opción.