Estamos viviendo en un mundo que ha venido acorralando al pensamiento libre. Lo ha venido haciendo en procura de más libertad, nada más paradójico, ni más irónico, ni más grotesco. No es así como se construye más libertad. O no parece ser un camino garantista. Aumentamos la construcción de derechos -en casi todo el planeta- pero se manda a callar la boca a mucha gente en esa misma ruta. Algo no cierra. Ahora hay cosas que mejor no comentar. Raro eso.
Lo que está claro es que la agenda de derechos debía avanzar. Bien, se ha recorrido ese camino. Aplausos. También es cierto que muchos humanismos gubernamentales vienen fallando en el presente. También que muchas democracias no poseen un sólido respaldo y eso asusta. Pero se debe decir todo esto (Latinobarómetro). Y este continente donde muchos se llenan la boca hablando de derechos: mata a miles de personas y hasta periodistas caen en su periplo en cifras espectrales. Y que no se ofenda nadie. Es así. Hechos. (Uruguay, no es así, lo sabemos todos). Este viaje existencial en el que estamos no le puede cercenar la voz a nadie. O si lo hace es por razones serias, sólidas, con un delito en la mano, no por inconveniencia o disgusto moral de los supuestos monopolistas de la ética.
Es cierto, no todas las voces son respetables, pero no es una cuestión de gustos este menester. Por eso la libertad de expresión es el paraguas que resguarda. Hasta las ideas menos respetables tienen allí cabida, luego cada uno opta ante ellas.
Nada, ni nadie nos puede sujetar. O no debería. Solo la ley en sus límites precisos, no difusos. Y si los límites son la incitación al odio o la discriminación, allí no hay cancelación, hay justicia ante un delincuente y lo punible no se discute. La ley debe garantir el máximo de libertad. Esa es su esencia. De lo contrario no es ley, es represión y censura. Muchos confunden eso y lo pretenden usar a su antojo. Por eso, en este mundo donde hay léxicos que se imponen y modismos que nos llevan a prepo, no pocos se abusan de la buena fe de los demócratas. No es así la cosa.
Es un tiempo difícil, donde el escarnio en redes sociales, el abuso y la prepotencia oral anidan por todos lados. ¿Aguantar hasta donde? ¿Cuál es el límite ante la vejación? La democracia sin la presencia activa del estado de derecho está vacía y el estado de derecho sin la democracia es un no vidente. Se necesita la perfecta armonía entre ambos elementos. Y para ello el sistema judicial es la última ratio, el último bastión, la garantía de garantías. Por eso la preocupación de seguir a Montesquieu minuciosamente. Cuando percibió la idea de que existe abuso de poder, así como la noción necesaria de separación de los poderes -porque si estaban en una misma persona la que perdía allí era la libertad- todo eso hoy parece resurgir nuevamente para hacerse necesario volver a esas fuentes. Y la idea de magistrados independientes, por lo anterior era vital, es vital. Si no se confía en el Poder Judicial, en las fiscalías, la democracia se estruja. Obsérvese que en América toda hay un reclamo por precisión, desideologización, y correcto proceder de los ministerios públicos. Esto es un hecho, no interpretación. Y el reclamo es desde un extremo a otro del espectro político continental. La democracia es un ser vivo, no tiene existencia asegurada, algunos no comprenden esta mirada porque nacieron con ella iluminando, están errados. Nadie nos regala la democracia y está plagada de fragilidades. Cuidarla es necesario siempre. Siempre.