Opinión |Cucharada de dulce de leche

Washington Abdala.
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CABEZA DE TURCO

La gente tóxica se retroalimenta y vive en sus bucles. Por Washington Abdala.

Son momentos ya lo sé. Pero son momentos agobiantes y uno tiene que saber que pasarán. Hay que aguantar la pesadumbre, la ira y volver al centro mental, al lugar donde uno sabe que todo debe estar controlado. Es que estamos acribillados por imágenes, ideas absurdas, predicadores de fábula, dogmáticos travestidos de tolerantes y salames que andan por allí vendiendo sus baratijas diciendo que descubrieron la piedra filosofal. Luego, están los que venden chucherías de frente. Y después están los que venden mentiras traficadas como verdades. Sí, tiene un aroma a Sui Generis la cosa. Imagino que Charly García nunca pensó que sus canciones serían una panorámica de la posmodernidad del 2022.

Es agotador ver y oír a tantos charlatanes de feria. Es, francamente, asfixiante y genera la sensación de un mundo de locos. La verdad es que no es así la cosa. Está lleno de gente sensata, ubicada y racional por todos lados. El asunto es más o menos de esta forma: la gente tóxica se retroalimenta y vive en sus bucles enganchando aliados para sus tropelías. Dañan, agreden, creen que sus vidas son normales y viven lapidando al otro, no admiten el pensamiento diverso (creen en el pensamiento único) y se sienten con la potestad de juzgar desde sus pináculos al resto de los mortales. Construyen un mundo maniqueo donde o se está con ellos, o se está dentro de su odio eterno. No hay lugar para el pensamiento ecléctico, para la amistad crítica o el vínculo sincero. Y eso es un problema porque no es fácil participar de un grupo de centuriones que un día le discuten a alguien lo que sea y por eso lo mandan matar. ¿Me explico?

Hay gente que se mueve con maestría en la oscuridad de la conspiración. Genios del mal. Y lo hacen muy bien: sirven solo para dañar. Los conocemos todos. Aconsejo huir, rajar, tomarse los vientos. No queda nada para hacer con este tipo de gente. Nada. Todo es enfermizo. Ellos, además, saben tejer su red de intrigas y mundos versallescos que no sirven para nada, trabajan desde el prejuicio y logran montar columnas de locura y escupitajos que se cuelan en la realidad cotidiana. En los hechos, el odio les comió la cabeza, pero el buen observador los capta.

El tóxico, en realidad, no tiene conciencia de su alienación y cree que los demás son como él. ¿No son inimputables? No afirmo eso. Tienen la mente distorsionada hacia valores distorsionados y miran el mundo de forma distorsionada. Pero saben lo que hacen. ¿Uno los va a cambiar con buen talante, sensatez y algo de lógica? No, la verdad es que ante semejante tarea tortuosa hay que zafar. No se logra nada. Lamento, el acto abandónico suena poco solidario, pero esta gente son la perversión en la tierra y es un viaje que no tiene puerto con ellos. Y hablo de la vida, no de política. ¿Está claro?

A mí me gratifica estar con gente que me hace bien al cerebro, al cuerpo y a lo que quieran. Gente sana. Gente que me gusta oírla pensar, hablar y reír. Y listo. No tiene que ser gente igual a mí, es más, si son muy parecidos me aburro, porque para eso ya me tengo que soportar a mí mismo, por eso me gusta conocer pensamientos diversos. Eso me enriquece y me hace más flexible a la hora de encarar el mundo. Hay que querer abrirse el coco.

Nunca aconsejo nada, solo cuento cosas: pero es buen negocio tener esta postura transversal, abierta y respetuosa hacia los otros, pero sincera, no de pose, más bien haciendo el viaje mental -que no es fácil- hacia el lugar del otro para entender su rollo. Y no es sencillo, pero se puede, se requiere de foco en las cosas, el que pueda meditar o reposar su mente mejor, el que pueda hacer introspección vale muchísimo, el que tiene fe que la aproveche y por allí la cabeza se va ordenando todo. De a poco se gana en calma, paz y nada será la guerra de los cien años. Sabiendo eso, y consciente de la finitud, la vida es una cucharada de dulce de leche. El resto, créame lector, no vale la pena. Cucharada sopera, no tendría sentido una cucharita. La marca del dulce la elige cada uno.

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