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Opinión | Alguna vez fue feliz allí

"Hace ya un año que Jorge está viviendo en Cabo Polonio. Dicen que habla con los lobos de mar"

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Washington Abdala

Jorge entró a la casa. Comenzó a observar todo haciendo un viaje mental. Cuando ingresaba a un domicilio sabía que su energía tenía que estar en equilibrio para entender los signos, las señales y todo lo que “hablara” de aquella persona.

La muerta había sido en vida una psiquiatra afamada. Su cuarto era espacioso. Había un cuadro de un restaurante español de los años 90 pegado a la ventana. Debe haber pasado bien allí, pensó. Sus muebles eran de roble, elegantes, denotaban buen gusto y sensibilidad por el minimalismo. En la punta izquierda de la biblioteca, en lo alto, se advertía una máquina de escribir desconocida del año 1929. Le resultó extraño no reconocer su marca, pero no se divisaba. No era Remington. Sus libros (siempre los libros están encriptados) eran de tapas coloridas. Freud, Lacan y literatura. Mujer culta, abierta y centrada.

El orden de sus cosas mostraba dominio de sí misma, hasta algo obsesiva quizás. Sus cartas manuscritas no revelaban detallismo. Letra levemente recostada y afrancesada, muy Sacré Coeur. Todo ofrecía un aire de humanismo sutil. Las misivas que redactó a sus colegas describían a alguien afable. La ropa también la definía, poca vestimenta aparatosa, algunas camisas blancas y toques elegantes en los cuellos de los sacos de invierno. Marcas prestigiosas, pero no en abundancia. Pocos perfumes. Ni uno dulce, todos Paris-Riviera Les Eaux de Chanel. Los zapatos no eran los más caros, ella hubiera podido comprar los que se le antojara. Otra señal de mesura.

La casa la había diseñado ella, era obvio. El esposo casi no aparecía en las fotos. Se advierte que aquella pareja había sepultado la piel hacía mucho tiempo. Había un cuarto especial, tenía un ventanal hacia un bosque. Alguna vez fue feliz allí. El cuerpo lo habían retirado hacía dos horas. Impacto de bala en la sien. El arma al costado. En la cocina se encontró una botella de ginja. Raro. No se posee tranquilidad para salir de la vida con templanza bebiendo eso.

Jorge fue hasta el auto en el garaje. Lo abrió y encontró una foto rota de una de sus hijas en el piso de este. Las dos chicas habían fallecido en un accidente en Guadalajara. Eso había pasado hace hacía seis meses. La foto de la menor de las niñas estaba cortada a tijera de manera meticulosa, casi perfecta. Luego abrió la guantera y encontró más, y más fotos, todas cortadas perfectamente en mil pedazos. El terror a borbotones.

Llegó el perito forense y preguntó si debía sacar muestras de ADN. Algo no cerraba entre el disparo y la posición del cuerpo. Jorge pensó: suicidio. Pero alguna cosa estaba fuera de cuadro.

Y justo, en ese instante, apareció aquella carta en la que confesaba que la vida sin sus hijas no tendría sentido. A esa altura, Jorge tenía la mirada perdida, asimilando la tragedia, sabiendo que ese bucle mental de dolor se le quedaría siempre en su mente. Cada día comprendía que su trabajo era cada vez más asfixiante y que ineluctablemente se iba asimilando al fuego que buscaba apagar. No le quedaba demasiado tiempo. O se corría rápido o el incendio lo devoraría.

Por alguna razón volvió a la escena del hecho. Miró por detrás de la puerta del baño y debajo de la misma se asomaba un pelo gris. Era del asesino, de aquel individuo que apareció en dos fotos fungiendo de padre y esposo. En el mes siguiente colaboró para que se cerrara el caso. Imputaron al hombre y al otro día presentó su renuncia indeclinable.

Hace ya un año que Jorge está viviendo en Cabo Polonio. Dicen que habla con los lobos de mar.

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