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Juntos x Natalia, la historia de un amor correspondido

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Juntos x Natalia, los seguidores de Oreiro en Uruguay
fans de Natalia Oreiro 20210309, foto Francisco Flores - Archivo El Pais
Francisco Flores/Archivo El Pais

HISTORIAS

Nacieron como un club de fans en 1999 pero la mayoría se fue sumando a partir de 2003. Hoy son un grupo de amigos unidos por una persona, Natalia Oreiro. Ella dice que hay un vínculo de confianza.

Fue perfecto. Fue como si todo lo que habían esperado y deseado se hubiese hecho realidad en dos días. Pasó como casi siempre pasan los momentos felices: como una ráfaga, como una nube, como un grito eufórico. Era 18 de diciembre de 2016.Natalia Oreiro estaba en la prueba de sonido del show que daría a la noche en el Teatro de Verano. La última vez que había cantado en su país había sido el 28 de octubre del 2000. Para la mayoría ellos y ellas, que desde el 2003 se habían sumado, de a poco, a un club de fans que se llama Juntos x Natalia, era la primera vez que la verían cantar en vivo. Para algunos, también, era el primer encuentro con Natalia: la materialización de un sueño.

Habían comprado entradas para el show en la primera fila junto a seguidores de Chile y de Argentina el mismo día en que se enteraron de que ella, la que los había encontrado, la que los había hecho amigos, a la que habían mirado por la televisión, a la que habían cantado y bailado, la que los había sostenido en momentos difíciles, la que nunca los había decepcionado, la que nunca les había fallado, volvería a su país para tocar para ellos.

Consiguieron entrar a la prueba de sonido. Al final, sobre el escenario, Natalia les anunció que el show se postergaba para el otro día: había alerta naranja por lluvias y tormenta. Como había gente de otros países que no se podrían quedar hasta el otro día le pidieron para hacer una reunión. Todos sabían que eso era algo que Natalia hacía con sus seguidores de Rusia, pero nunca lo había hecho en Uruguay. Ella dijo que sí, que los esperaba en el hall del hotel en el que se hospedaba. Eran más de 50. Algunos pudieron cambiar los pasajes, otros tuvieron que sacar uno nuevo, otros no tenían lugar donde quedarse un día más para ver el show, otros tenían que volver a sus trabajos.

Entonces, Natalia Oreiro —sentada en un sillón cerca del suelo, pelo suelto, jeans y championes negros, camisa roja a cuadros— llamó personalmente a los jefes de cada uno de los que estaban allí: “Hola, ¿cómo estás? Soy Natalia Oreiro. Bien, ¿y vos Claudio? Perdoname que te moleste. Estamos en Montevideo, ¿sabías? Bueno, te tengo que pedir un favor. El gobierno decretó alerta naranja para hoy y se suspendió el show porque el Teatro de Verano es al aire libre, se pasó para mañana. Quería preguntarte si la podés bancar un día más para que pueda ir al show? Claro, entiendo. Ella va a llegar el martes a la una y yo ahora te grabo un saludo para la Asociación de Periodistas de Moreno”.

Al otro día llegaron temprano al Teatro de Verano. Ocuparon toda la primera fila. Llevaron globos rojos con forma de corazón, una bandera gigante y carteles que decían “Gracias por volver”.

Fue perfecto. Fue como si todo lo que habían esperado y deseado se hubiese hecho realidad en dos días. Pasó como casi siempre pasan los momentos felices: como una ráfaga, como una nube, como un grito eufórico. Era 19 de diciembre de 2016. Natalia Oreiro acababa de cantar Me muero de amor. Estaba acostada contra el suelo —“como si fuese una pintura renacentista”—  y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, miró hacia donde estaban ellos. Después, de un solo golpe, se apagó la luz, como si la oscuridad se las hubiera arrebatado. 

Cantó la última canción de la noche, Cambio dolor y saludó al público, dijo “gracias Uruguay, hasta la próxima, feliz 2017”, caminó levantando la mano, se paró en el centro del escenario y besó el suelo. En ese momento le pidieron otra. Y ellos, que estaban más cerca que nadie, le gritaron, juntos, que cantara Valor. “Pero no me la acuerdo”, dijo Natalia y empezó la canción a capela. Desde entonces, se la piden en todos los shows. Y ella siempre dice lo mismo: “No recuerdo la letra”. Y después canta: "Hay que tener valor, hay que tener coraje, sonríele al dolor y no tengas temor que la vida es un viaje".

No pasa solo en Rusia. En Uruguay hay un grupo de personas que crecieron mirando a Natalia Oreiro y se reunieron bajo un nombre, Juntos x Natalia, que empezó como un club de fans a fines de la década del 90. Ahora todos tienen entre 24 y 35 años. Ya no son un club de fans. No les gusta llamarse así. Dicen que quizás de afuera no se entienda, que ellos tienen un vínculo con Natalia que nada tiene que ver con el fanatismo, que es más que eso, que Natalia es como su amiga, que cuando el mundo ha fallado y todo ha sido difícil, allí ha estado ella para levantarlos.

“Natalia nunca nos hizo daño, nunca nos falló. Lo que nos sucede a nosotros es que no pretendemos nada de ella más que lo que nos da”, dicen Carola (33), Manuela (11) su hija, Jennifer (29), Nadia (26), Agustín (24) y Martín (32). Es un martes de marzo de 2021. Son las tres de la tarde. La calle Guayabos a la altura de Minas, en pleno centro de Montevideo, tiene el movimiento de un día normal en la capital: ruido, gente, autos. Para ellos no es un día más: llegaron allí, la entrada trasera del teatro El Galpón —donde se está grabando la segunda temporada de Got Talent , que tiene a Natalia como conductora— a las dos y media para asegurarse de no perderse su llegada. Hacen eso desde la primera grabación del programa y con cada evento que Natalia tiene en Uruguay. Arreglan sus horarios de trabajo y estudio solo para estar ahí. Están cuando llega y cuando se va. No quieren una foto. Solo quieren saludarla, estar cerca, acompañarla, cuidarla. Estar. Y así, siempre. Todos los días de todos los años, todo el tiempo que sea necesario.

La historia de la infancia

Natalia Oreiro con sus seguidores en Uruguay
Natalia Oreiro con sus seguidores en Uruguay. Foto: F. Flores

Dicen que todas sus historias son diferentes. Que en Juntos x Natalia hay mucha gente y que siempre están cuando tienen que acompañarla. Que ahora son un grupo de amigos que va más allá de Natalia, que salen de vacaciones juntos, cenan juntos, meriendan juntos. Que Natalia los unió. Su vínculo con ella empezó hace más de 15 años: crecieron con Natalia. 

Carola recuerda el comienzo de todo. En los 90 ella seguía a varios músicos, músicas y artistas. Entre ellos, estaba Natalia. Tenía un libro en el que guardaba recortes con imágenes de todos y todas. Un día, a los 11 años, como castigo porque siempre rompía cosas de su casa y no decía nada, su madre le tiró el libro al fuego. Ardió Thalía, ardió Britney, ardieron todos. Menos Natalia. Desde ese día, nunca más dejó de seguirla. 

Martín, por su parte, lo recuerda así: siempre tuvo un vínculo con Argentina a través de su televisión. Estaba mirando Chiquititas cuando en la pantalla apareció la publicidad de Un argentino en Nueva York, película protagonizada por Guillermo Francella y Natalia Oreiro, cuando su padre le dijo que ella era uruguaya. Empezó a mirar Muñeca brava y nunca se separaron. Dice que no le importaba no tener muchos amigos o todo lo que pudiera pasar afuera: cuando llegaba a su casa, estaban las canciones y las novelas: el mundo de Natalia dispuesto a sostenerlo. 

Para Nadia y para Jennifer el vínculo con la artista también tiene que ver con la infancia: con el primer cassette, con la primera canción, con la primera novela, con la Cholito. Para Agustín, también: recuerda que miró Kachorra y empezó a escuchar Turmalina, el disco de Oreiro de 2002. Era un niño. Después, cuando sus padres se separaron en una situación compleja, él volví a Natalia para recordar que la infancia también tenía recuerdos lindos. 

Así son, dicen.

Y cuando les pregunto por qué hacen todo lo que hacen, responden, sin pensarlo, sin dudarlo, sin vacilar: "Con todo lo que ella ha hecho por nosotres, cómo no vamos a venir a acompañarla". 

Juntos desde siempre

Agustín, un seguidor, le muestra un tatuaje a Natalia Oreiro
Agustín, un seguidor, le muestra un tatuaje a Natalia Oreiro. Foto: F. Flores

Natalia llega a El Galpón pasadas las tres de la tarde en un auto gris. Tiene el pelo recogido en un moño, lentes negros y tapabocas, una pollera hasta el piso, una remera roja y una campera. Los saluda con el puño uno por uno, les dice “¿cómo están?”, hace un chiste. Se ríen. Le entregan un almohadón —el de la película Miss Tacuarembó—para que se lo firme. Después, posan para la foto de esta nota.

Le pregunto a Natalia qué siente al verlos a ellos todos los días, todo el tiempo. Y entonces, en una complicidad que tiene tiempo y es firme, mira a Carola y a Jennifer y pregunta: “¿Le puedo contar lo de ustedes?” Ellas dicen que sí, que estaban esperando su autorización para contármelo.

—Yo fui la madrina de casamiento de ellas dos, dice Natalia.

—Testigo, es más importante, responden.

—Bueno, sí, es más importante, tuve que firmar. Así es el vínculo con ellos, viene desde hace un montón de años y es de mucha confianza. Nos conocemos y sé que ellos además me cuidan.

Firma el almohadón, les pregunta si van a entrar a ver la grabación del programa y se despide. Los saluda, una vez más, uno por uno, puño por puño.

Seguidores de Natalia Oreiro muestran sus tatuajes
Seguidores de Natalia Oreiro muestran sus tatuajes. Foto: F. Flores

A las cinco de la tarde Martín y Agustín se tuvieron que ir pero Jennifer, Carola, Manuela y Nadia entran a la sala principal de El Galpón. El personal ya las conoce, dice que son muy educadas, que son divinas. El mismo vínculo tienen con Carlos, el seguridad de Natalia en Uruguay. Se sientan adelante del todo, a la derecha del escenario. Ese es su lugar y el equipo de Got Talentlo sabe. No importa si no ven bien a los participantes. Desde allí pueden mirar a Natalia todo el tiempo tras bambalinas. Ella sale al escenario y mira como chequeando que estén ahí. Carola le grita “dale Cuca” y Natalia sabe que son ellas. Es un código, una señal compartida: la forma del amor.

Es de noche cuando termina la grabación. Jennifer, Carola y Manuela vuelven a donde todo empezó. Guayabos esquina Minas. Ya no hay movimiento ni ruidos ni gente. Cuando Natalia sale todo se repite: el saludo, el puño, la sonrisa. Le preguntan por qué borró una publicación de Instagram y ella les explica. Después hablan de Listo Pa’Bailar, la canción que Natalia lanzaría el viernes junto a Bajofondo. Ella les dice hasta mañana y cierra la puerta del auto. Después, la vuelve a abrir: “Miren que va a haber una versión en español también”. Son las once y media de la noche. Dentro de dos días todo se volverá a repetir: cuando Natalia llegue a grabar, ellos van a estar ahí. Cuando se vaya, también.

La testigo de un casamiento especial 
Natalia Oreiro con seguidores

Carola es uruguaya y Jennifer, argentina. Se conocieron en 2016, un día antes del show de Natalia Oreiro en el Teatro de Verano. Los fanáticos de Uruguay recibieron a los de Chile y Argentina e hicieron una comida en Colonia para conocerse. “No sabemos qué pasó pero nos enamoramos. El 30 de diciembre de ese mismo ella ya estaba en Uruguay de vuelta”, cuenta Carola. Se pusieron de novias y Jennifer le propuso matrimonio. La respuesta, después de algunas propuestas: “Si Natalia es nuestra testigo, nos casamos”.

Así empezaron a comentarle a través de Instagram de su idea. Una de las veces que Natalia vino a grabar Got Talent, Jennifer le dijo lo que querían y ella aceptó. Se casaron en 11 y 11 café, el bar de un amigo también fanático de Natalia. Pagaron más de $ 20 mil para que la jueza fuera hasta allí el 8 de diciembre: era el único día que Natalia estaba libre después de la final de Got Talent y antes de irse a Argentina otra vez.

No supieron, hasta último momento, si Natalia llegaría o no. Llegó.
En la ceremonia no podía haber mucha gente. Solo estaban ellas dos, Nadia, Martín, Romina y Nico, todos amigos, todos fanáticos de Natalia. “Nosotros como amigos queríamos que todo estuviera bien, porque más allá de Natalia, queríamos que sintieran que era su momento, Natalia era algo que a ellas las hacía muy felices, pero era su momento. Natalia también lo entendió así. Estaba muy emocionada”, recuerda Nadia.

Cuando dieron el sí, Natalia pidió una foto y arroz. 

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