Musulmanes en Uruguay: vivir las costumbres del islam y siguiendo las enseñanzas de Mahoma

Son 1.500, la mayoría de ellos uruguayos convertidos. Una de las dos comunidades que hay en el país no es reconocida.

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Samir Selim es director del Centro Egipcio de Cultura Islámica.

Una imagen vale más que mil palabras, dice el viejo adagio. Por eso, para muchas personas bombardeadas por las noticias del Talibán, al Qaeda, el Estado Islámico y Hamás, musulmán es sinónimo de terrorista. Pero esto está muy lejos de la realidad. Solo una pequeña porción del mundo árabe es violenta. De hecho, el islam, siempre invocado en la Yihad (lucha por la causa de los pueblos árabes) prohíbe matar a civiles. En Uruguay existen dos comunidades musulmanas que no solo propalan un mensaje pacífico, sino que también bogan por el diálogo interreligioso con judíos, cristianos y todo aquel que quiera acercarse al Corán.

La comunidad musulmana en Uruguay está integrada por unas 1.500 personas, la mayoría de ellas uruguayas convertidas al islam. Y Samir Selim, director del Centro Egipcio de Cultura Islámica (ubicado detrás de la Embajada de Egipto en Pocitos) es su líder o imán. La comunidad tiene dos ramas: la sunita y la chiita. A nivel mundial, ambas corrientes son un claro recordatorio de lo complejo de las relaciones entre los dos principales rivales en Medio Oriente: Arabia Saudita e Irán.

En la división entre sunitas y chiitas, Hamás es un caso atípico porque se trata de un grupo sunita que ha sido durante décadas un aliado de Irán, que le brinda apoyo financiero y militar. Y no todos los árabes lo consideran terrorista, pese a que el Corán no acepta el asesinato de civiles. Por contraste, el gobierno saudita ha mantenido abierta la puerta a un acuerdo con Israel y uno de los miembros de la casa real, el príncipe Turki al Faisal, ha criticado tanto a los judíos como a Hamás por las muertes de mujeres y niños en la guerra de Oriente Próximo.

“El 90% de la rama islámica a nivel mundial es sunita y el 10% es chiita. En Uruguay, el 99% de la comunidad es sunita. La comunidad musulmana chiita se cuenta con los dedos de una mano”, explica Selim a Domingo.

“Los extranjeros en la comunidad son minoría. Están los egipcios de la misión diplomática, unas diez personas. Los de las embajadas de Qatar, de Arabia Saudita y Palestina… Casi no hay comunidad musulmana árabe en Uruguay. Además, quedan cuatro de las cinco familias sirias que pidieron refugio durante el gobierno de José Mujica. Y de las cinco personas que vinieron de la cárcel de Guantánamo, permanecen tres”, anota.

Según el imán de la comunidad musulmana uruguaya, cada dos semanas aproximadamente llega una persona a la mezquita ubicada en Baltasar Vargas 1178 para convertirse al islam. “El Centro está abierto todos los días y recibe a mucha gente por sus actividades, entre las que se encuentra la posibilidad de aprender la lengua árabe. Lo más importante para nosotros es que la gente conozca cómo somos y no como se nos muestra en los medios de comunicación, vinculados al terrorismo o al derramamiento de sangre”, destaca.

Familia paquistani
El Corán como libro de cabecera.
Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

Las costumbres y la adaptación

Los musulmanes extranjeros que viven en Uruguay mantienen sus costumbres y, en cierta medida, se adaptan a la realidad de un país muy diferente al mundo árabe. Mantienen sus cinco oraciones diarias (la primera de las cuales debe hacerse antes de la salida del sol) y hacen sus rezos en el suelo, mirando hacia La Meca. En algunas ocasiones (como por ejemplo cuando están de viaje) dos de esas cinco oraciones se pueden agrupar, por lo que terminan haciendo tres rezos al día.

Los adultos utilizan ropa típica, no así los niños. Las mujeres llevan habitualmente un pañuelo (hiyab) cubriendo el cabello y prendas holgadas. Y los hombres camisas hasta la rodilla (shalwar kameez), junto con una gran variedad de gorros que van del taqiyah (una suerte de un casquete corto y redondeado) al pakul (prenda suave de lana, también de bordes redondeados).

“Mantenemos nuestra cultura en todos lados. Tomamos el té y mi esposa está cocinando en estos momentos comida egipcia”, dice Selim, aunque admite que también toma mate, le gusta el asado y se hizo fanático del Club Nacional de Football. El sheik señala de todos modos que hay tradiciones y preceptos religiosos inquebrantables, pese a que en Uruguay la práctica indique lo contrario, como dar besos en las mejillas entre hombres o personas de diferente sexo sin vínculo familiar. “Saludamos con la mano solamente y nos sacamos los zapatos para ingresar a la mezquita”, anota.

La comunidad proscripta

Yousaf Khan (39) nació en Pakistán, en la aldea de Rabwah, y es el líder de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Uruguay, que tiene apenas nueve miembros. La ciudad que lo vio nacer es sede de su comunidad, que se originó en la India hace 135 años (ver nota aparte). “Nuestra intención es que el mensaje del islam llegue a todos los rincones del mundo, por eso enviamos misioneros a distintos países. En mi caso migré primero a Canadá, donde empecé a estudiar la religión cuando tenía 15 años. A los 19 me dieron un diploma para ser misionero”, explica Khan en diálogo con Domingo. En 2014 se fue a Ecuador, donde aprendió el español durante dos años y medio. Luego lo enviaron a Montevideo, donde vive desde hace siete años junto a su esposa Sadaf Ahmed (31). Ambos son padres de Fuoad Yousaf (8) y del inquieto Kashem Yousaf (3).

Pese a ser un misionero por la paz, Khan conoce en carne propia lo que es el desarraigo, la persecución y la violencia. La Comunidad Ahmadía no es oficialmente reconocida por los musulmanes. Esto se debe, entre otras cosas, a que creen que el fundador de la comunidad, Mirza Ghulam Ahmad, es el Mesías Prometido. Un elegido “moderno” (el bisabuelo de Yousaf llegó a conocerlo) que no es aceptado por todos los musulmanes. Y que sostenía afirmaciones polémicas. Una de las más célebres es que Jesús no murió en la cruz, sino que pudo escapar y se fue a predicar a India, donde falleció muchos años después. Los musulmanes no creen que Jesús sea hijo de Dios, aunque sí lo consideran un profeta.

Los ahmadíes no son pocos en el mundo: se calculan en 12 millones. Y algunos son famosos, como el físico teórico Abdus Salam, quien recibió el Premio Nobel de Física en 1979.

Yousaf Khan y Sadaf Ahmed
Yousaf Khan junto a su familia. Nació en Pakistán y es el líder de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Uruguay.
Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

Yousaf Khan nació dentro de la comunidad, por lo que estuvo toda su vida vinculado a las ideas de Mirza Ghulam Ahmad. “Mis padres se fueron de Pakistán porque nuestra comunidad es perseguida por los otros musulmanes”, dice. En 1974, la Liga Mundial Islámica (72 de un total de 73 grupos) declaró que no eran musulmanes. Los acusó de apóstatas, de herejes, de querer iniciar una nueva religión. “Hay gente de mente abierta, pero también están los clérigos religiosos que han puesto mucha presión sobre el gobierno”, agrega el murabbi (maestro) y mubaligh (predicador) de la Comunidad Ahmadía en Uruguay.

Ser musulmana y extranjera

Sadaf Ahmed contrajo matrimonio con Yousaf Khan en Pakistán. La boda fue arreglada por sus padres, como es tradicional en mundo árabe. En Uruguay ayuda a su esposo a difundir el islam, hace tatuajes de henna y tiene muchas amigas que -asegura- respetan su religión y costumbres. Utiliza hiyab en la calle y en la casa cuando concurren personas que no pertenecen a su familia o con las cuales no tiene confianza. “No tengo ningún problema de adaptación con la cultura uruguaya. Voy a hacer las compras normalmente a la feria o al supermercado y manejo un automóvil. También voy a la playa”, explica Ahmed a Domingo, aunque aclara que en este último caso no lo hace de malla y que se queda en la arena, yendo al agua solamente para mojarse los pies. “No sé nadar”, confiesa en un español algo trabado, que ha mejorado gracias a un curso de seis meses para inmigrantes que tomó en la Udelar.

Su esposo interrumpe para explicar que la idea de no besarse, abrazarse o darse la mano con personas de otro sexo es para “separar un poco a los hombre y las mujeres”. “La mezcla libre puede hacer que surjan problemas en el matrimonio, así como las relaciones íntimas antes de casarse”, anota Khan.

De todos modos, el mubaligh de la Comunidad Ahmadía aclara que no comparten lo que hacen -por ejemplo- los talibanes al prohibirles a las mujeres que estudien. “Tapar el rostro (con un burka) es algo más cultural de parte de ellos, pero sacar a las mujeres de la universidad es totalmente en contra del Corán y de las enseñanzas del profeta Mahoma”, destaca.

Ser mujer musulmana uruguaya

María Alaggia está por cumplir 60 años, es enfermera de una mutualista y una de las uruguayas que sigue las enseñanzas de Mahoma. Lo suyo fue una búsqueda que le demandó años: la bautizaron en la Iglesia Católica, tuvo un acercamiento al judaísmo por un antiguo novio y finalmente abrazó el islam, una de las tres religiones monoteístas del mundo. “Este es mi hogar, aquí encontré una forma de vida y de pensamiento, una manera de regirme en la vida. Encontré hermandad, solidaridad y el trabajo en uno mismo. Encontré algo que siempre se menciona que es el sabr (la perseverancia constante en el propósito de esforzarse por cualquier meta)”, destaca.

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María Alaggia es enfermera de una mutualista y una de las uruguayas que sigue las enseñanzas de Mahoma.

Alaggia utiliza el hiyab todos los días, aunque no se lo pone en el trabajo. “Si bien he hablado con mis jefas directas y ellas no encuentran inconveniente en que lo lleve, tengo que seguir hablando con autoridades más arriba”, dice. También es estudiante de Psicología, y cuando va a la Facultad lo hace con el pañuelo en la cabeza. “Para mí usarlo es identificarme con la religión primero que nada, como una persona que obedece las leyes del islam. Me hace sentir protegida y respetada. Y evito que las personas se metan conmigo de otra manera”, acota. Aunque ha abrazado las costumbres musulmanas, Alaggia continúa dándole un beso en la mejilla a sus compañeros de trabajo y amigos y no tiene problemas con darle la mano a nadie. También cumple con los cinco rezos diarios: una aplicación para celulares llamada Muslim Pro le recuerda cuándo tiene que hacerlos.

Con respecto al tratamiento que le dan los grupos musulmanes extremistas a las mujeres, como el caso de los talibanes, asegura que se trata de una construcción más política que religiosa. Y que el Corán es un texto sagrado “inclusivo” que admite por ejemplo -a diferencia de otras religiones como la Católica- que la mujer pueda divorciarse.

Mantenerse virgen hasta el matrimonio

Suleman Ahmad (34) es voluntario de la Comunidad Ahmadía Uruguaya y hermano de su líder, Yousaf Khan. Pero a diferencia de este último, Ahmad es soltero, con todo lo que ello implica para su religión. Se mantendrá virgen hasta el matrimonio y aguarda que sus padres le escojan una esposa, aunque explica a Domingo que podría negarse a aceptarla en caso de que no le guste. Como el resto de los musulmanes, no toma alcohol. Y tampoco fuma. Trabajó algunos años en Canadá como ingeniero mecánico y en Uruguay como suplente de una docente de la Universidad Católica que tomó licencia maternal. Actualmente ayuda a su hermano a difundir la misión de la Comunidad Ahmadía, actividad que se hace por ejemplo en las ferias vecinales (Khan llegó a tener un puesto en Tristán Narvaja en el que colocaba un cartel que decía “pregúnteme lo que quiera”) o donando libros a bibliotecas.

Ahmad explicó que según el Corán, “lo mejor” es casarse con una mujer musulmana, pero que le está “permitido” hacerlo con una judía o una cristiana. “Lastimosamente no salgo mucho y no encuentro muchas chicas, así que no hay tentaciones”, dice y se ríe. Y agrega: “No podemos tener relaciones íntimas antes de casarnos, pero podemos salir, aunque no estando solos. Ir a una cafetería, por ejemplo, cuenta”, dice.

Con respecto a los matrimonios convenidos por los padres, sostiene que si bien “no está prohibido que un pobre se case con un rico”, suelen celebrarse dentro de la misma clase social.

Su hermano Yousaf no evita hablar de otros temas candentes, como la homosexualidad. Los musulmanes no la aceptan, como ocurre en el catolicismo. Pero a diferencia de esta última religión, son más permisivos en algunos temas sexuales, como en el uso del preservativo.

Familia paquistani
Suleman Ahmad.
Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

Misioneros ahmadíes por la paz

La Comunidad Musulmana Ahmadía, perseguida por aceptar a otro profeta más allá de Mahoma, es un “califato espiritual” sin ambiciones políticas, que admite la separación de la Iglesia y el Estado. Aunque la comunidad ahmadía -en buena parte dispersa por el mundo- no es la única que rechaza la yihad violenta: muchos otros musulmanes también lo hacen.

En Pakistán, donde está la mayor parte de este grupo fundada por Mirza Ghulam Ahmad (1835-1908), un decreto de 1984 les prohibe practicar el islam: no pueden ir a mezquitas, saludarse como musulmanes ni realizar la peregrinación a La Meca.

Desde entonces, más de 400 ahmadíes fueron asesinados y cientos encarcelados. Yousaf Khan cuenta que como el Estado pakistaní no los protege, les permite portar armas para defenderse en otras mezquitas que ellos mismos construyeron para orar.

Asediados, se desperdigaron. Establecieron su sede en Inglaterra y se multiplicaron en 205 países. En Alemania y en Canadá construyeron más de 50 mezquitas y por todos lados abrieron hospitales, centros educativos y otorgan becas a estudiantes de todas las religiones y a ateos.

Desde 2002 tienen los ojos puestos en Latinoamérica pero, debido al acotado número de misioneros y su desconocimiento del español, la cantidad de seguidores aún es magra. En México la comunidad tiene 100 miembros, en Guatemala 40, en Paraguay 28, en Bolivia 27, en Uruguay nueve y en Argentina apenas cinco.

Entre los ahmadíes uruguayos hay un empleado público, un taxista, una empleada de lavadero, una panadera, un obrero, una jubilada y un carpintero.

Vínculos entre musulmanes y judíos

En abril del año pasado, el líder de la Comunidad Musulmana Ahmadía, Yousaf Khan, participó junto a su esposa de una cena para celebrar Ramadán y Pésaj, la cual fue organizada por Max Godet, gran rabino de la kehilá (comunidad judía), en su apartamento de Punta Carretas. La intención de este encuentro poco frecuente, fue la de aprovechar ese mes tan especial para ambas religiones y hacer un festejo compartido por la pascua judía y el período de reflexión y oración del pueblo islámico. Durante el Ramadán, los musulmanes se abstienen de ingerir agua y alimentos durante todo el día, hasta la caída del sol. Esto se cumple incluso en condiciones extremas: en Egipto, por ejemplo, los guías turísticos trabajan al rayo del sol y en el desierto sin hidratarse mientras haya luz natural.

La guerra en Oriente Próximo no pasa desapercibida para nadie. Y obviamente entre musulmanes existen visiones diferentes sobre el accionar del grupo que gobierna la Franja de Gaza. Tras el ataque sorpresa de Hamás en territorio israelí el 7 de octubre (asesinando a más de 1.400 personas, la mayoría civiles, y secuestrando a unas de 240), la Comunidad Ahmedía emitió un comunicado de condena. “Matar o herir a civiles inocentes es una violación directa de las enseñanzas del Santo Profeta del islam, quien enseñó que incluso en un estado de guerra, está tajantemente prohibido atacar o hacer daño a ninguna mujer, niño o anciano. Tampoco se debe atacar a ningún líder religioso o lugar de culto”, expresó.

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