Menorca: una isla con encanto especial

Las playas de Menorca se enmarcan en pequeñas bahías llamadas calas.
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tolo mercadal/tolo mercadal

VIAJES

La isla fue un territorio codiciado a lo largo de los siglos por las civilizaciones que intentaron dominar el Mediterráneo; es por ello que su historia es una rica herencia que se prolonga hasta hoy.

Somos una pareja de viajeros todoterreno y, una vez vacunados, decidimos ir a Menorca, una de las islas Baleares que nos hacía ilusión conocer. Aterrizamos en Madrid y ante la perspectiva de una larga espera, decidimos dar un paseo por la ciudad. Nuestro recorrido culminó en el Corte Inglés, donde un maestro cortador nos preparó una bandeja de jamón ibérico, que acompañamos con vino de la Rioja. Volvimos al aeropuerto para volar a Mahón, la capital de Menorca.

Una vez instalados en el hotel la curiosidad fue más poderosa que el cansancio, y caminamos en dirección al centro histórico de la ciudad. Mahón estaba de fiesta y el sonido de la música nos acercó a una calle peatonal muy concurrida, donde el empedrado brillaba bajo nuestros pies, como si lo hubieran acariciado durante cientos de años.

Guiados por el campanario gótico que despunta entre los techos, llegamos hasta la Iglesia de Santa María, cercada por una plaza repleta de gente que bailaba y aplaudía a los músicos, mientras los mozos hacían piruetas para lograr que los platos llegaran a destino.

Nos ubicamos en el balcón del Bar NOU para ver el espectáculo, mientras tomábamos una pomada, la bebida elaborada con un gin de hierbas locales, de receta secreta. Para entonces el encanto medieval de Mahón nos había conquistado, y antes de emprender el regreso, caminamos por el corazón de la ciudad antigua. Partimos del Portal de San Roc, el único de la antigua muralla que se mantiene en pie; pasamos frente al Ayuntamiento, un edificio neoclásico con cierta influencia francesa; y llegamos a la Plaza de la Conquista, el sector más antiguo de la ciudad. Por el camino nos asomamos a los balcones que miran al puerto desde lo alto y volvimos con la inquietud de conocer mucho más.

La ciudad de Mahón conserva edificios de alto valor histórico y arquitectónico, como el conjunto de arquitectura barroca que alberga al Museo de la Ciudad; la Iglesia y el Claustro del Carmen, donde se aprecia la pureza de líneas del neoclásico; y un bello edificio modernista, que balconea sobre la escalera que lleva a la zona portuaria. También la Iglesia de Santa María, que atesora un órgano de cuatro teclados y tres mil tubos, que tuvimos el placer de escuchar. Los menorquines son gente amable, tienen la sonrisa pronta, y un ritmo tranquilo que registraron con el característico “poc a poc”.

Recorrer a pie

Las peatonales comerciales son muy concurridas por los turistas que visitan Mahón.
Las peatonales comerciales son muy concurridas por los turistas que visitan Mahón.

Incorporamos una buena práctica de los mahoneses, y caminamos por las calles onduladas de la ciudad, donde siempre hay un banco disponible para el descanso. En ocasiones elegíamos las peatonales comerciales, las más concurridas por los turistas, pero nuestro programa favorito era perdernos por los barrios que conservan recuerdos de los viejos tiempos. En el atelier de un fotógrafo encontramos testimonios de acontecimientos memorables, como la visita de actores y escritores famosos, celebraciones populares, y los primeros estrenos acontecidos en el Teatro Mahón, el más antiguo de ópera de España.

Nos gustaba visitar viejas casonas puestas en valor, transformadas en hoteles boutique, y curiosear las obras de restauración, cuando escondían jardines originales. También exploramos los barrios construidos en el siglo XVIII, durante los años de ocupación inglesa, con casas de frente angosto alineadas codo a codo en dirección al puerto. Allí quedé prendada de unas rejas encantadoras, torneadas en forma de serpentina, que lucen como un sello de identidad.

Muy pronto adoptamos las costumbres locales: nos abastecíamos de productos orgánicos en el Mercado del Claustro, el antiguo lugar de retiro de la Iglesia del Carmen; desayunábamos con ensaimadas, una masa azucarada típica de las Baleares; y frecuentábamos el ascensor que conecta el casco urbano con la zona del puerto, para tomar cerveza en los bares concurridos por parroquianos.

Mahón tiene el puerto natural más grande del Mediterráneo; allí desembarcaron fenicios y cartagineses, fue refugio de las flotas de guerra y sede del primer Hospital Militar, construido por los ingleses en la Isla del Rey.

Después de años de abandono y gracias al trabajo de restauración de voluntarios, la isla se ha convertido en un punto de interés turístico, que tiene además un simpático restaurante al aire libre y la galería de arte Hauser and Wirth.

Recorrer toda Menorca es casi un paseo, ya que solo 46 kilómetros separan Ciutadella de Mahón, la antigua y la nueva capital de la isla. Entre ambas hay pueblos blancos con pequeños puertos deportivos y buenos restaurantes, viejos faros que aún conservan su prestancia, molinos de viento y, en los altos más áridos, perfume a romero.

Hay senderos atractivos como el antiguo Camí de Cavalls, que también se puede recorrer a pie y en bicicleta. Otros a los que se puede llegar en auto, como el ascenso al Monte Toro, que ofrece una estupenda vista panorámica. En el punto más alto de la isla se encuentra el santuario de la Virgen del Toro, de la que los menorquines son devotos, donde nos vimos envueltos en un cortejo de boda.

Cadena de playas

Las playas de Menorca sobresalen por la transparencia de sus aguas.
Las playas de Menorca sobresalen por la transparencia de sus aguas.

Explorar las playas de Menorca resultó muy divertido, están enmarcadas en pequeñas bahías llamadas calas, y en cada una encontramos un atractivo especial. Las hay de arena fina y clara donde es un placer caminar descalzo; con suelo pedregoso, que acentúa la transparencia de las aguas; y con rocas escarpadas donde los más osados se zambullían desde lo alto al Mediterráneo.

Muy pronto aprendimos que en Menorca es el viento el que señala la costa ideal para disfrutar de una jornada playera. En días calmos rumbeábamos a la costa norte y, cuando soplaba el Tramontana, nos refugiábamos en la costa sur.

Hay tantas playas y tan diversas que se necesitan vacaciones prolongadas para conocerlas. Algunas son amplias y cuentan con servicio de playa y restaurantes, como Arenal de Castells, ubicada en una zona urbanizada con una vista espectacular del mar turquesa desde lo alto; y Sam Bou, que en un entorno más natural, tiene un agradable bar sobre la arena, donde comimos deliciosas papas bravas con huevos estrellados. A poco de andar dejamos de lado las playas confortables y, en busca de aquellas donde la naturaleza acapara todo el protagonismo, programamos interesantes itinerarios.

Así llegamos a la Cala de Binidalí, la más pequeña que conocimos, donde bajamos hasta la desembocadura del barranco por una escalera de piedra, cercada por barandas de ramas secas. Una intervención que le suma atractivo al paisaje, tal como ocurre con el muelle y la vieja casa que fuera refugio para pescadores, hasta donde llegábamos nadando.

También Cala Mixana es una playa virgen de la costa sur, a la que llegamos por un sendero de 1.200 metros, en medio de un bosque con follaje reluciente. La travesía fue ampliamente compensada con un mar cálido, color turquesa intenso, donde nadábamos más allá de las rocas con total libertad. El bosque había quedado atrás y el único refugio en un día de sol abrazador era una gruta.

En el camino de regreso nos detuvimos en Binibeca, una playa natural con un simpático chiringuito y buena cocina. El lugar estaba concurrido y las mesas ocupadas, pero los pinchos con cerveza se veían tan atractivos, que los saboreamos apoltronados sobre una roca costera.

Nuestro último día deplaya fue un desafío al Migjorn, el viento que azota el sur de la isla, que soplaba con fuerza mientras avanzábamos por el estrecho Cami de Cavals. Deseábamos disfrutar de la travesía contra viento y marea, y continuamos sin pausa hasta una playa virgen de arena tostada, salpicada de piedras blancas muy pulidas. Nos encontrábamos dentro de una zona de Conservación y Protección del Litoral de Menorca, cercada por bellos árboles nativo. Y aunque nuestro último baño de mar resultó bastante revoltoso, nos despedimos del Mediterráneo saltando las olas. (Especial para El País).

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