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El médico mexicano amigo de Zitarrosa que volvió a Uruguay para operar y enseñar

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Alberto Peña. Foto: Hospital Británico

SALUD

El cirujano pediátrico Alberto Peña concibió un nuevo método quirúrgico para niños y niñas con malformaciones congénitas en su México natal, donde se hizo amigo de Alfredo Zitarrosa.

Hace 34 años que vive en Estados Unidos, en Denver, cerca de montañas que le apasionan a uno los 11 hijos que ha tenido en sus 81 años de vida. Vivir en Estados Unidos, dice, es un gran privilegio a nivel profesional. Ahí tiene una gran cantidad de recursos a disposición para poder operar a aquellos niños que nacen con una malformación en su zona anal o vaginal. Pero, como también señala, Alberto Peña vive en una perpetua melancolía. Aunque pueda viajar, aunque en Denver haya una gran colectividad mexicana y latinoamericana —“Para vivir ahí es necesario hablar en español”, cuenta— la patria es insustituible. “Recuerdo cuando hablábamos con Zitarrosa de estos temas. Él estaba exiliado en México, y yo estoy voluntariamente en Estados Unidos. Pero estar lejos de la patria... Uno extraña la comida, los hermanos, los mariachis, el tequila...”.

Cuando se sienta a charlar con Revista Domingo, mira hacia la libreta de apuntes y comenta: “Alguna vez me han preguntado qué me gustaría hacer si no fuera cirujano. Y me gustaría poder hacer entrevistas: sentarme a platicar con gente importante y hacerle preguntas”.

La creatividad

Peña ya ha estado más de una vez en Uruguay para realizar cirugías. Esta vez, vino a operar a dos niños, uno de ellos paciente del Hospital Británico, el otro de ASSE, a quien el hospital ofreció operación e internación sin costo. Además, el Británico también organizó una masterclass —con transmisión de una de las operaciones a través de circuito cerrado de televisión— para cirujanos uruguayos y extranjeros (de Argentina y Bolivia) gratuita.

El interés que generó la visita de Peña entre profesionales de la salud era previsible. El mexicano ideó, a principios de los años 80, una nueva manera de operar a aquellos niños nacidos con malformaciones congénitas que revolucionó la cirugía. En un ensayo que él escribió en 2006 (titulado "Serendipia, suerte y optimismo. Historia de una técnica quirúrgica"), Peña describe así sus primeros pasos hacia una nueva manera de tratar a niños con ese tipo de afecciones: “Hacia 1980, las malformaciones anorectales todavía se trataban quirúrgicamente con técnicas basadas en conceptos anatómicos no demostrados. Increíblemente, esto sucedía cuando ya el hombre había caminado sobre la luna y se iniciaba la manipulación del material genético”.

Alberto Peña
Alberto Peña.

Para Peña, ese estado de cosas lo obsesionaba. Se preguntaba, de manera constante, por qué no podía ser de otra manera, por qué tenía que seguir operando a los niños tal como se lo había hecho durante décadas. Ese impulso a hacerse preguntas, y a no descansar hasta encontrar las respuestas, lo llevó a estudiar y revisar los resultados de sus estudios, a buscar nuevos caminos y a cuestionar lo que ya se había establecido.

Esa, dice, es una de las características de las personas creativas. “Dos personas pueden estar viendo lo mismo y una puede estar haciéndose un sinfín de preguntas, mientras que la otra puede perfectamente obviar cualquier interrogante acerca de lo que está viendo. Nosotros podemos estar viendo ese edificio (señala hacia afuera) y uno de nosotros tal vez no le de mayor importancia a la construcción. El otro, sin embargo, puede estar preguntándose quién fue el arquitecto que ideó ese edificio, por qué eligió ese lugar, cuánto tiempo llevó hacer todo... En fin, muchas preguntas. A mí me gusta mucho leer sobre las grandes mentes, como Newton, Einstein, Galileo, Darwin. Ellos tenían en común que su curiosidad era incontrolable. Les surgía una pregunta y no tener la respuesta no los dejaba dormir. No me comparo con ellos, pero yo también estaba obsesionado”, cuenta sobre los tiempos en los cuales había empezado a concebir una manera distinta de realizar operaciones quirúrgicas para casos de malformaciones.

Hoy, su método es aceptado como el mejor procedimiento. Pero como él mismo recuerda, tuvo que superar la resistencia de aquellos médicos que, por distintas razones, había asimilado y aceptado el status quo. “La presentación de nuestro trabajo provocó comentarios negativos (...) La reunión duró tres días, después de los cuales me sentí frustrado, enojado y sentí la urgencia de regresar a México para llevar a cabo una idea que me ayudaría a aclarar el problema”, escribe en otra parte de su ensayo y más adelante: “Lo que aconteció posteriormente fue toda una aventura profesional y humana que deseo compartir con mis colegas médicos de cualquier especialidad. En especial con los jóvenes que conservan intacta la capacidad de soñar. Los primeros años vivimos un proceso arduo de convencimiento entre cirujanos pediatras del mundo, particularmente los de mayor edad. La resistencia al cambio que caracteriza al ser humano se hizo evidente, pero gradualmente fuimos percibiendo un cambio de actitud hasta llegar al entusiasmo y optimismo”.

El placer de haber encontrado respuestas a las dudas que lo obsesionaban, y convencer a los escépticos fue, dice ahora, mucho más grande que lo que hubiese imaginado. “Y es un placer intrínseco, no tiene que ver con algo externo”, dice y vuelve a los ejemplos que ya dio de grandes pensadores, señalando que no a todos ellos les reportó beneficios haber experimentado ese momento “eureka”, como en los casos de Galileo o Darwin, donde ocurrió todo lo contrario: fueron atacados por sus descubrimientos y conclusiones científicas.

Resistir a la casi siempre inevitable reacción crítica es fundamental, dice. “Para nosotros, los latinoamericanos, eso es muy importante. En México tenemos 3.000 kilómetros de frontera con el país más poderoso del mundo, donde se generan los conocimientos, la tecnología y la ciencia. Crecemos en un país subdesarrollado, y la mente se le hace subdesarrollada, también. Uno aprende, en la Escuela de Medicina, que la verdad está escrita en inglés. Eso es lo que le enseñan a uno. No le enseñan a uno a cuestionar. Le dicen a uno que esa a la verdad y si uno pregunta ‘¿Quién lo dice?’, le responden que lo dijo tal o cual doctor famoso. Y a lo mejor ese doctor famoso está equivocado”.

   

—¿Usted siente que su método, además de un triunfo personal, es también el triunfo cultural de un mexicano?

—Sí.

Pasión por la docencia

Una de las razones por las que a su edad sigue viajando hacia diferentes países es la de poder transmitir su conocimiento y experiencia a otros, como lo hizo en Montevideo. “Quisimos que la operación se vea por televisión para que los médicos pudieran ver los detalles de la técnica. Los queremos motivar para mostrar que la cirugía puede ser fina, delicada y bella”.

Su esperanza es que esa motivación se traduzca en acción. “En mis clases, les cuento a los jóvenes mis experiencias para que ellos sueñen también, para que cuestionen todo. Y si tienen una idea, que la pongan en práctica, que se ilusionen. Está lleno de cínicos a los que les gusta hablar de los problemas, que se quejan, que se autoflagelan, que dicen: ‘Acá no se hace nada, este es un país de mierda’. Los jóvenes están esperando que alguien les diga ‘Tú puedes’. Y ellos son mejores que nosotros”.

cómo empezó su amistad con zitarrosa

"Quisiera conocer a la persona que cantó"

“Estaba escuchando la radio, y de repente oigo una voz muy, muy peculiar, que cantaba unas melodías muy diferentes. Llamé a la radio, porque quería conocer a esa persona. Me dijeron que le darían mi mensaje, pero sospeché que no lo harían”, recuerda Peña sobre la primera vez que oyó la música de Zitarrosa. Pero sí lo llamó el entonces representante del cantor. “Creía que yo quería contratarlo, y solo quería conocerlo. Cortamos y otra vez pensé lo mismo: nunca lo iba a conocer. Al poco tiempo, llegó a México un pediatra uruguayo, y un amigo mío me lo mandó, porque la hija de este pediatra tenía un problema que no lograban diagnosticar. Cuestión que yo la derivé a otro colega, y rápidamente le diagnosticaron leucemia. La trataron y a los tres meses, ese pediatra vino a verme, a contarme que su hija estaba curada. Me alegré por él y le pregunté de dónde era. ‘Soy uruguayo’, me respondió. ‘¿Uruguayo? ¿No conoce a un señor llamado Zitarrosa?’, le volví a preguntar. ‘¡Pero cómo no! Somos grandes amigos, jugamos al truco todas las semanas’, me respondió. Le conté de mis llamadas a la radio y él me prometió que haría algo. Días después, Alfredo me invitó a cenar. Nos hicimos grandes amigos, y siempre que vengo a Uruguay voy a visitar a su esposa e hijas”.

No es el único vínculo con Uruguay. Uno de sus hijos, Ricardo, es motañista, y cuando fue a escalar el Aconcagua a Chile, pidió que lo llevaran al sitio donde había caído el avión que llevaba a los rugbiers uruguayos.
Curioso como su padre, Ricardo descubrió en la nieve una campera, que tenía el pasaporte de Eduardo Strauch, uno de los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes. Consiguió su número de teléfono, lo llamó y hoy los Peña y los Strauch también son amigos. 

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