Es muy probable que usted sea uno de los tantos que pasó infinidad de veces por Avenida Brasil y Benito Blanco, detuvo la marcha en el semáforo, elevó la vista y al darse de frente con el edificio del barco -así se lo conoce, aunque su nombre real es El Mástil- se preguntó cómo será el interior de esta construcción insignia de Pocitos, qué secretos esconderán sus pasillos y recovecos añejos; si estará venido a menos o solo tendrá la apariencia descuidada; quiénes serán sus habitantes y cuál será su lazo con el lugar.
Si alguna vez lo invadió esa curiosidad y sintió ganas de descubrir en primera persona detalles de la vida de este edificio art decó náutico erigido en 1935 en el corazón del barrio Pocitos, tiene la oportunidad de hacerlo dándose una vuelta por Cultural Obra -Roque Graseras 868- y contemplando la muestra El Naufragio del Tiempo, donde la artista Inés Sendra rescata en 17 fotos la atmósfera peculiar de El Mástil, su ritmo pausado, la magia de sus ambientes, su luz especial, su pátina verde, sus misterios y la historia contada desde el sentir de sus habitantes.
La de Sendra es la mirada de una artista involucrada con el sitio: se mudó a El Mástil dos años y medio atrás y apenas puso un pie adentro la atravesó el latir de este edificio encallado en el barrio, camuflado entre altas construcciones y detenido en el tiempo.
“Entrás y es como si la atmósfera te abrazara. La ciudad tiene este ritmo donde todo va tan rápido, la tecnología, y acá el ascensor sigue siendo el mismo de no sé qué año. Es como una especie de viaje en el tiempo. Entrás y no te queda otra que cuestionarte todas las vidas y familias que estuvieron en ese lugar”, reflexiona Sendra con Domingo.
Y traza un paralelismo: “Las paredes están pintadas a mano de falso mármol, hay partes que se están descascarando, y podés ver la capa anterior de pintura y la otra y la otra. Tiene esa cosa de capas que se van sumando, generaciones que van pasando, e historias”.
La escritora Alicia Migdal también percibe ese encanto y enigma que envuelve al edificio donde vive hace un lustro: “Tengo una amiga que declara su emoción estética cada vez que traspasa la puerta pesadísima de El Mástil y viene a visitarme. Yo ya me acostumbré a su belleza parda, como de película de cine negro, pero entiendo el misterio de entrar a un edificio así, tan potente, tan sólido, tan pensado, tan detallado. Es muy fuerte el contraste con la práctica actual de construcciones seriadas e idénticas entre sí”, subraya sobre este edificio que se alzó en medio de casas bajas.
El Naufragio del Tiempo es también un tributo a un lugar insignia y la forma de dejar un registro de su vida interior: “La elección de fotografiar este edificio en particular no nace solamente de vivir ahí, es un edificio emblemático por su arquitectura, sus historias, sus años de vida. Este registro fotográfico también intenta “preservar un pasado en extinción”, no solo a nivel arquitectónico y de infraestructura sino también de ritmos y tiempos distintos a los del siglo XXI”, comenta la fotógrafa.
Se trata de un pulso compartido por los vecinos y distinto al que reina puertas afuera, con espacios vacíos y silencios profundos, de esos que hipnotizan. Un ritmo que Sendra define como “mucho más pausado y más detenido”, donde el exceso de información estética y plástica disponible invita a que se generen instancias contemplativas y de transición.
La madre de Inés Sendra es profesora de artes visuales y artista plástica. Y la llevaba a visitar museos desde que era niña. Leía mucho, sobre todo libros de fotografía, hizo un taller de pintura con 15 años y luego de probar varias carreras arrancó Diseño de Comunicación Visual. También cursó un año de Bellas Artes, tomó clases de joyería y en 2018 fundó BüG, un proyecto de joyería artesanal que la “obligó” a meterse en la fotografía para las redes sociales. En 2021 se anotó en El Laboratorio de la Mirada e indagó en la parte artística. En ese taller de Tali Kimelman y Lucía Bruce empezó a gestarse de forma intuitiva El Naufragio del Tiempo. Por su trabajo y la pandemia pasaba mucho tiempo en su casa y eso la motivó a hacer el proyecto final del interior de su edificio. Incentivada por sus docentes, se presentó a los Fondos Concursables para la Cultura del MEC, que a la postre ganó. La invitación de la productora BMR para exponer en Obra le vino como anillo al dedo: “Parte del proyecto de este centro cultural es reivindicar Pocitos como barrio y poder exhibir acá permite que las personas que visitan la muestra puedan salir, caminar dos cuadras y ver el edificio de afuera. Seguro hay mucha gente que le da intriga saber qué pasa y qué hay ahí adentro”, intuye Sendra. La muestra puede visitarse los sábados y domingos de 10:00 a 14:00 horas en Roque Graseras 868.
Sincronizados
Sendra y su novio querían mudarse. Habían recorrido muchos apartamentos cuando la artista levantó la vista en la intersección de Avenida Brasil y Benito Blanco, como de costumbre, para mirar ese edificio parecido a un barco que su abuela y su madre tildaban de “espectacular”. Entonces la sorprendió un cartel de ‘se alquila’ en el quinto piso y no dudó: ‘Vamos a llamar’, le dijo a su pareja. Y todo cuadró para que terminaran viviendo ahí.
La magia de este lugar atrapado en el tiempo la enamoró “desesperadamente” desde el primer golpe de vista, tanto que confiesa que le gustaría quedarse ahí. La cautivó la arquitectura art decó -“ese barco encallado en el medio de la ciudad siempre me llamó la atención”, dice- y la fantasía de hurgar en la intimidad de la construcción. “Lo ves de afuera y decís ‘cómo estará adentro y quién vivirá’. Y una vez que pasás la puerta y entrás al lobby, está todo impecable”, revela.
“El edificio y los habitantes con sus expresiones y sus rutinas, parecen de otra época, como si fueran parte de la decoración art decó”, apunta Catalina Bunge, curadora de El Naufragio del Tiempo. Y es precisamente la mezcla heterogénea de sus moradores y la sincronicidad que tienen con el ambiente lo que hace único a El Mástil.
“Todos los personajes están atravesados por el edificio de una forma u otra. No creo que a nadie le dé igual vivir ahí. O te encanta vivir ahí, o alguien puede tener un gran rechazo. Es muy especial”, según Sendra.
Encontró varios vecinos que lo habitan hace décadas y han adquirido categoría de personajes por su porte y presencia. Una de las cinco vecinas que retrató le contó que su familia inauguró El Mástil y toda su historia está ahí: “Sus abuelos y sus padres vivieron ahí, ella es la tercera generación en el edificio. En un momento se mudó porque se separó y volvió’”, relata la fotógrafa.
Proceso
El origen de El Naufragio del Tiempo se remonta al trabajo final que Sendra presentó para El Laboratorio de la Mirada, taller a cargo de Tali Kimelman y Lucía Bruce. “Había que hacer un retrato, salí al corredor y le hice un retrato a Julio, el portero. Fue sin pensarlo”, dice sobre esa primera foto que sacó y que quedó entre las 17 elegidas para la muestra.
Ese arranque intuitivo se transformó, con el correr del tiempo e investigación mediante en una mirada con intención. Durante la fase de producción, subió y bajó -por escalera y ascensor- los diez pisos de El Mástil infinitas veces en busca de estímulos. Esos recorridos, donde se topó con detalles, personas, espacios abrumadores, mascotas y sonidos fueron de enorme inspiración.
Después de indagar en lecturas, técnicas de fotografía, datos históricos -se enteró de que era un edificio de verano y que todos los balcones tenían vista al mar; que elExpreso Pocitosestuvo primero en la vereda de enfrente y que luego de inaugurado El Mástil se mudó adonde está hoy-, charlas con vecinos, y mucha contemplación logró materializar y plasmar ciertos conceptos: “El edificio como personaje e hilo conductor que conecta generaciones que lo habitaron, el encuentro con la pausa y la vida rutinaria”, enumera.
El Naufragio del Tiempo se inauguró el 4 y 5 de agosto con una exposición efímera en Estudio Hungry, que además incluyó un conversatorio entre Sendra, Bunge, y los vecinos Alicia Migdal y el periodista Alejandro Ferreiro. Esa vez se acercaron otros habitantes de El Mástil y resultó una instancia de homenaje y confraternidad: “Había personas que nunca se habían saludado y se conocieron ahí. Fue una convocatoria en otro lado que nos hizo reunirnos y sin dudas devolvió algo al edificio”, concluye Sendra.