La puerta que resguarda las joyas de la corona bohemia en la catedral de San Vito, en Praga, tiene siete cerraduras, cuyas llaves están en manos de siete personas: el presidente de la República Checa, el arzobispo de Praga y otros cinco ocupantes de cargos destacados.
Detalles como este fueron los que inspiraron a Dan Brown a situar su última novela, El último secreto, publicada este mes, en Praga. “Me gusta usar una localización como un personaje en mis novelas”, dijo el autor de El código Da Vinci, quien ya ha escrito seis novelas con el protagonista Robert Langdon, profesor de simbología en Harvard. “Praga es perfecta para Langdon”, añadió Brown. “Hay callejuelas empedradas que se retuercen, iglesias, criptas, cientos de torres”.
Y esa puerta: “¿Qué podría ser más propio de Langdon que una puerta con siete cerraduras?”, comentó Brown.
Brown visitó por primera vez Praga en los años 80, cuando aún estaba detrás de la Cortina de Hierro, y desde entonces regresó muchas veces mientras investigaba para el libro. De hecho, la novela puede leerse casi como una guía de la ciudad. A lo largo de casi 700 páginas, Langdon recorre los destinos más emblemáticos, como el Castillo de Praga o la Plaza de la Ciudad Vieja, pero también se aparta del circuito turístico con referencias a lugares como la dinámica “Casa Danzante” de Frank Gehry o la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, donde una muñeca de cera de 48 centímetros llamada el Niño Jesús de Praga es vestida con distintos trajes a lo largo del año, “como una especie de Barbie sagrada”, escribe Brown.
El autor también explora en el libro aspectos sobrenaturales de la historia checa, como la leyenda del Golem, figura de barro del folclore judío, y la corte del emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano, quien atrajo a alquimistas y astrólogos a la ciudad hace más de cuatro siglos. “Praga ha sido la capital mística de Europa desde entonces”, dijo Brown. Estos son cinco lugares de Praga que inspiraron a Brown. También aparecen en El último secreto, de modo que si los visitas estarás siguiendo los pasos de Langdon.
Black Angel’s Bar.
Escondido en una bodega gótica de piedra bajo el Hotel U Prince, cerca de la Plaza de la Ciudad Vieja, el Black Angel’s Bar ofrece cócteles como el Black Angel’s Medicine, una versión bohemia del martini que lleva vodka, Lillet Blanc, bitter de durazno y Becherovka -un licor de hierbas originario de la ciudad balnearia checa Karlovy Vary-. Durante la renovación del sótano en 2009, los dueños hallaron un conjunto de diarios y notas con recetas de cócteles de un misterioso personaje de principios del siglo XX llamado Alois Krcha. Esas recetas se convirtieron en la carta de autor del bar.
“Cuando bajas allí, sientes que estás en otro mundo”, dijo Brown. “Estás bajo tierra, en lo que parece una cueva, tomando cócteles de diseño mientras un hombre toca el piano.” Cuando terminó El último secreto, Brown celebró con un Last Word, un cóctel clásico de ginebra y Chartreuse. “Estaba con un grupo de amigos, y nos preparaban Last Words sin parar”, contó.
Muro de Estalactitas.
El Jardín Wallenstein, a la sombra del Castillo de Praga, “es espectacular por sí mismo, con grandes esculturas y un aviario con búhos”, dijo Brown. Pero hay un detalle particular en el fondo del jardín que cautiva su imaginación: el Muro de Estalactitas, de 11 metros de altura, “un acantilado de roca derretida”, como lo describe en El último secreto. La leyenda sostiene que el muro, construido en la década de 1620, contiene pasadizos secretos. No es cierto, pero aun así resulta “escalofriante”, señaló Brown. “Si miras el muro el tiempo suficiente, ves un montón de caras en la piedra. Algunas fueron intencionales y otras son solo pareidolia”: la tendencia psicológica a reconocer patrones familiares, como rostros, en objetos.
Refugio antiaéreo.
Para adentrarse en una historia más reciente -aunque igual de inquietante-, hay que descender al refugio antiaéreo de Folimanka, en el parque del mismo nombre, fuera de las murallas medievales al sur del centro histórico. Este búnker nuclear de la Guerra Fría, que ocupa un lugar destacado en la novela, podía albergar a 1.300 personas. “Tiene una entrada pequeña y extraña en el parque Folimanka, y puedes imaginar a la gente bajando apurada porque iba a estallar una guerra nuclear”, dijo Brown. “Gran parte sigue intacta. Es bastante impresionante”. El refugio abre un sábado al mes de 9 a 15 h (hay que consultar el calendario en la web); las visitas guiadas, en checo, son gratuitas.
Biblioteca Barroca.
En El último secreto, Langdon se encuentra en apuros en la Biblioteca Barroca del complejo de edificios históricos conocido como el Klementinum, pero aun así no puede evitar maravillarse con el interior ornamentado y dorado, los frescos rococó que celebran el mitológico Templo de la Sabiduría y los más de 20.000 volúmenes antiguos, en su mayoría dedicados a la astronomía y la ciencia. “Incluso en el estado de angustia de Langdon, la sala le parecía absolutamente hipnótica”, escribió Brown.
Fundado en el siglo XVI, el Klementinum fue sede de los jesuitas en Praga durante la Contrarreforma. También recibió a Mozart, que actuó allí en varias ocasiones, y a Einstein, que dio clases en sus salas. “No te pierdas la colección de globos terráqueos antiguos. Además, tiene algunos pasadizos secretos que me vinieron muy bien para la novela”, apuntó.
Torre de Petrín.
Construida en 1891 para la Exposición Jubilar de Praga, la Torre de Petrín se inspiró en la Torre Eiffel, terminada apenas dos años antes. Situada en el frondoso parque de Petrín, la torre de 58 metros ofrece vistas magníficas de Praga y más allá. Su altura total, sumando la colina en la que se alza, equivale a la de su antecesora en París.
Brown contó que al principio evitó subir a la Torre de Petrín porque sabía que debía trepar 299 escalones o meterse en su ascensor diminuto. Pero “cuando me di cuenta de que iba a situar allí una escena con Langdon, supe que tenía que subir”, explicó. “Es un lugar espectacular para tener una vista panorámica de Praga”, concluyó Brown. “Quería que el lector lo viera a través de los ojos de Langdon”.
The New York Times