LEONEL GARCÍA
En un cómodo monoambiente de un piso 11 sobre la calle Francisco Vidal con vista a la Rambla de Trouville, hay una guitarra sobre una silla y un libro, Musicofilia, del neurólogo inglés Oliver Sacks, sobre una mesa. "Está interesantísimo, es sobre cómo el cerebro humano está perfectamente adaptado a la música". Habla la dueña de casa, Samantha Navarro (41), cantante y compositora con más de veinte años de carrera musical, cabalgando entre el rock, el pop, el folclore, el candombe y ritmos latinoamericanos, como solista o como integrante de La Dulce. Siempre con esa melena tan característica, esa voz tan rica y esa versatilidad que la hace tan difícil de encasillar.
"Yo hago canciones", evita clasificarse. "Ellas sugieren y agarran el formato que más les conviene. Entonces, a nivel de estilo, ¡soy una degenerada!". La cantautora ríe y pide disculpas por el desorden. "Vino una amiga para que le diera una mano con una clase de química y nos quedamos re-colgadas". Es que Samantha es música y también ciencia, todo en el mismo envase.
A Samantha le queda una materia para recibirse de Bachiller en Ciencias Químicas; dos años más y hubiera sido química farmacéutica. Difícil imaginarla entre pipetas y tubos de ensayo. Difícil fue imaginárselo ella misma. "Nunca me vi trabajando en ese campo, ni de estudiante... Me encantan las ciencias y pensé que podía encontrar algún oficio indirecto, periodista científica, desarrolladora de programas, algo creativo. Pero después, todo fue música y canciones". Ella estuvo suscrita a la revista Scientific American; ella es capaz de morirse de risa con un chiste surrealista -aprendido durante un año vivido en Alemania- que incluye perros voladores, columnas dóricas, vacas que tejen átomos y explosiones nucleares, solo apto para públicos intelectuales; y ella intentó unir sus dos pasiones en su disco debut Samantha Navarro (1996), en temas como Asíntota y Me gustaría disecarte.
Esta última habla de un personaje cruel,habitante del universo de mujeres sanguíneas, luminosas, sórdidas, pasionales, bizarras o harto comunes que se ven en su repertorio. "Yo uso mucho los personajes femeninos con nombre para las canciones. Adelaida o Ana Lía son pedazos de mí. Para componer me manejo con lo que conozco, con mi universo cercano". Todas sus canciones se basan en etapas o facetas de ella.
PELOS Y SEÑALES. "Nada que envidiarle/ tengo al Mato Grosso", canta Samantha en La Planta, tema con el que ganó en 1994 el Primer Festival a la Canción Inédita de Montevideo. La canción refiere a su pelo, frondoso y enrulado, desde siempre parte fundamental de su imagen. Hoy ha logrado aceptarlo como tal; no siempre fue así.
"Sufrí mucho por mi pelo de niña. Yo fui joven en los `80, ¡con toda la movida Farraw Fawcett! Hoy, con todos los productos que hay, si tenés rulos festejá; pero en aquellos años, ¡matate! Yo pasé una adolescencia acomplejada, vivía en Carrasco, una sociedad muy rubia-planchita-coso, ¡no terminaba de encajar! Pensaba que era una especie de monstruo, cuando en realidad soy una mujer hermosa. Nadie se enteraba que tenía el pelo así porque usaba trencitas. Recién me lo empecé a soltar en los `90".
Aquella canción, que también terminó en su primer disco -al que el fallecido Eduardo Darnauchans colmó de elogios-, hablaba de aislamiento, burlas y problemas; de terminar ella convertida en una planta. "Desde hace un par de años no me pasa tanto, pero la gente me gritaba cualquier barbaridad por mi pelo en la calle. `Motuda`, `sucia`, `¡Valderrama!` ¡Yo soy una señora, no está bueno que me estén insultando! En una época me recalentaba, me daba vuelta y les decía cualquier cosa". Su complejo se fue a sus 30 años. "La edad hace que todo se ubique", sonríe. "Lo más curioso es que iba a Londres, Madrid o Buenos Aires, y la gente me pedía permiso para tocarme el pelo, les parecía divino". Ah, la apertura mental montevideana...
Su voz, paleta de varios colores, es otra marca de fábrica: energía pop en El mar en un andén o Noche (con La Dulce), fuerza rockera en Amor gringo o Terminal Tres Cruces, terciopelo en No quiero hablar de esas cosas, sensibilidad ascendente en su interpretación de Date a volar, de Alfonsina Storni. Criada en un hogar musical, estudió nueve meses de técnica vocal con Gilda Dolara. "Fue corto, intenso y copado. Y después todo es experimentación. En el canto, el instrumento es tu cuerpo. Está en cómo te explores a ti misma. Y están los `piques` que sacás a los que escuchás".
Semejante eclecticismo tiene su porqué. A su formación "con cierta técnica jazzística" le sumó "el vibrato de muchos cantantes de murga", más los "piques" que le sacó a luminarias como Robert Plant, Janis Joplin e incluso Karen Carpenter. "Ella era baterista y tenía un sentido del ritmo increíble. Tá, yo soy soprano y ella es de mezzo para abajo, somos planetas diferentes. Pero con ella, saqué lo que tiene que ver con su fraseo, el poder transformarte en una voz deliciosa; si sos mujer podés jugar con eso. Y yo quiero ser una delicia auditiva; por eso creo que puedo cantar una letra muy complicada, que vaya por varios lados, y la gente no usará el disco como posavasos (risas) porque es `rico` lo que está escuchando".
Samantha, entonces, es ciencia, música, pelo y voz; y también profesora de guitarra. "Lo más importante como docente es generar en el alumno deseos de seguir estudiando; darle ganas de aprender". Esas clases se habían vuelto una parte tan importante como medio de vida, que la adormecieron en su otra faceta: la composición. En el libro Ellas de Andrés Pampillón, sobre mujeres músicas uruguayas, ella enfatiza en la importancia de escuchar el silencio para componer. Entonces, manos a la obra.
"Ya que tengo una vertiente científica, me puse un experimento a mí misma: `A ver Samanthita, si tanto leíste, escribí` (risas). Me compré un cuaderno de 48 horas y me senté acá y escuché (se pone en silencio, mira a todos lados, como en guardia), por si algún personaje quería emerger. Lo que escribía lo pasaba a la compu, y fue como si la sangre volviera a circular, me destrabó la energía creativa".
¿HITS? Con nueve discos editados (dos de ellos con La Dulce), más su labor como docente, Samantha ha logrado vivir de la música; ha actuado como evaluadora de concursos y propuestas, ha compuesto para Carnaval y tiene dos proyectos discográficos en vista: uno con poemas de Mario Benedetti y otro con canciones de Ruben Rada. Además, en febrero vuelve con Trovalina, con Rossana Taddei y Eli-U Pena, al Espacio Guambia. Definitivamente, tiene un nombre bien ganado en la escena popular uruguaya.
Pero más allá de que Jardín Japonés, Sed y Noche, con La Dulce, tuvieron cierta rotación radial en 2008 y 2009, o que el videoclip de Date a volar, de su disco Poemas de 2002, supo tener bastante presencia en canales como TV Ciudad, lo que Samantha no ha tenido es una canción de esas "que sepamos todos". Ella reconoce que le encantaría tener algo parecido a un hit, y se larga a tararear Ai se eu te pego, de Michel Teló. No hay caso, eso no da con su perfil.
"Creo que no se me ha dado (tener un hit) porque no lo he buscado", señala. La planta, asegura, le marcó desde temprano el camino a seguir. "Me pareció algo buenísimo, nunca había escuchado algo así. Luego de eso, muy pronto en mi vida, me volví adicta a la canción ¡que me encante a mí! Me uso a mí misma como laboratorio; básicamente es por eso. Cuando querés hacer un hit, tenés que pensar en una cantidad de gente heterogénea. Como hacer un muestreo más grande en química".
O sea, ¿Samantha podría componer un exitazo de esos que las radios pasen hasta el cansancio, en vez de ser una "delicia auditiva" para algunos paladares? "Y yo creo que sí. Es cuestión de experimentar. Yo tengo 20, 25 años de laburar en `otro` laboratorio, el Y ponele. Y ese sería el laboratorio H (risas). ¡Tendría que aprender los protocolos del otro laboratorio, no tengo ese oficio!" Música y ciencia hasta en las respuestas, las dos caras de Samantha Navarro.
LUCHA QUE DECANTÓ
Para Samantha, las dificultades de hacer música en Uruguay son las mismas para hombres que para mujeres. Pero... "hay más historia entre los hombres y, además, la mayoría del público es femenino, que se va a sentir más a gusto con un muchacho que con una mujer. Entre las mujeres como que hay más competencia. Y además, al varón le va a interesar ver más a un hombre que le va a hablar de sus cosas que a una mujer". Nada muy distinto al lugar común que asegura que los amigos hombres son más fieles entre ellos, mientras que las féminas son más competitivas entre sí. "En un punto, es sí", concede. También afirma que para las mujeres es más difícil abrirse camino en la música, como en otros campos profesionales. "Hay un plus al varón en todas las profesiones, salvo depiladoras... (risas)".
¿Y por qué se ha dado esa camada de mujeres que se han hecho notar en lo musical? Ana Prada, Rossana Taddei, Malena Muyala, Maia Castro... "Muchas hace veinte años que estamos en la vuelta, Ana Prada está trabajando desde el año del ñaupa; Rossana ni qué hablar, empezó a hacer música desde los 12 años. Es un trabajo muy grande que ha ido decantando y por eso, las `nuevas` ya tienen un ambiente más propicio".
SUS COSAS
UN REFERENTE MUSICAL
"¿Puede ser uno raro?", pide. En 1990 se fue a estudiar a Alemania, el último año del liceo, a lo de unos tíos. "Me llené de música. Mi tío tocaba en la Filarmónica de la Radio de Colonia. Yo vivía a 16 kilómetros, en un pueblito llamado Konigsdorf". Ahí, dice, se "sumergió" en Franz Schubert.
SU LIBRO
Las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, ocupan un lugar especial en una lectora muy ávida. Lo estaba leyendo por la época en que compuso La Planta. "Las canciones mías también tienen que ver con lo que leo en ese momento". Cuando hizo Me gusta disecarte, estaba muy enfrascada con Edgar Allan Poe.
SU DISCO
Escoge Tapestry, de Carole King. "Está divino, lo compré en la feria de Tristán Narvaja hace años como por 20 pesos. Ahora lo perdí". Este disco de 1971 de la cantautora estadounidense tenía, entre otros, el exitazo You`ve got a friend, que popularizaría James Taylor.