La mujer que huyó de FARC

| Con una historia cargada de violencia, muerte y amenazas de parte de guerrilleros colombianos, Beatriz Quintero escapó de su país luego de vivir un real calvario.

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El Mercurio / GDA

EL MERCURIO | JUAN LUIS SALINAS T.

La primera vez que Beatriz Quintero conoció todo el poder y la violencia de la lucha armada en Colombia no cumplía los 17 años. Estaba en el último año de secundaria y las noticias sobre los atentados, masacres y secuestros que a mediados de los `90 miraba por televisión o escuchaba por la radio le parecían muy lejanas. Pero su vida cambió una primavera de 2002, durante un paseo escolar que organizaron las religiosas y los sacerdotes encargados del internado. Una suerte de camping que hacían todos los años en una hacienda en Baraya, un sector rural ubicado a 37 kilómetros al interior de su ciudad. Junto a cuarenta compañeras y bajo la atenta mirada de las religiosas y unos sacerdotes, se levantaron de madrugada y tomaron los buses con la idea de aprender en terreno algunas labores agrícolas y relajarse. Nada de eso sucedió. A las 8 de la mañana, cuando se disponían a tomar un café, un grupo armado de la FARC los tomó como rehenes y se desencadenó la primera de sus pesadillas.

"Llegaron de sorpresa, nos golpearon y dispararon a todos los que opusieron resistencia. Estaba aterrada porque eran como 150 guerrilleros, en su mayoría niños que no sobrepasaban los 15 años, pero que actuaban con un odio tremendo. Parecían adultos, nos insultaban e incluso violaron a muchas de mis compañeras", recuerda Beatriz que entonces entendió que estaba en una de las llamadas "pescas milagrosas" que realizan estos grupos terroristas para capturar a personas. Su idea: integrar más gente a sus filas o secuestrar a otras de buena situación económica y cobrar por su rescate.

La angustiosa situación duró dos días. Los suficientes para que Beatriz observara las innumerables crueldades cometidas por los guerrilleros. "Atrocidades que no puedo ni quiero recordar", dice calmada, pero con un delator hilo de voz.

El plan para su rescate se implementó de inmediato. El gobierno envió un contingente militar y un helicóptero comenzó a sobrevolar el área. Entonces se desató una masacre. Al verse cercados, los terroristas comenzaron a disparar contra sus rehenes. Hasta hoy Beatriz no se explica cómo logró salir con vida. "Al final no fuimos más de una decena de sobrevivientes. En ese lugar murieron monjas, compañeras, campesinos de la hacienda, los conductores de los buses y un padre, que me salvó la vida... le dispararon y su cuerpo destrozado cayó sobre mí. Me desmayé en el acto y sólo desperté en el avión militar en que me sacaron del lugar".

Aunque aterrador, ese episodio fue el principio de una larga cadena de dolor con que la lucha armada la marcó con una frecuencia insólita. Penurias que la transformaron en una mujer que a sus 25 años apenas sonríe y que durante 15 días cruzó Ecuador y Perú para buscar refugio en Chile. "Aquí llevo medio año y las cosas no han sido fáciles, pero nada se compara con lo que viví allá", comenta Beatriz, cuya principal preocupación es su embarazo de seis meses. Un hijo que espera nazca en Santiago, lejos de su padre: el novio que dejó en Bogotá y al que no tuvo tiempo de avisarle de su huida.

MÁS DURO. El segundo golpe de su vida en Colombia llegó cuatro años después. "Durante un tiempo me quedé en Bogotá, tuve ayuda sicológica y terminé la escuela. Cuando me consideré preparada, volví a Neiva. Aunque mi papá, que era sargento segundo del ejército, vivía ahí, yo decidí independizarme".

Beatriz sólo se reunía con el sargento Quintero de vez en cuando para conversar. A fines de 2006 recibió una llamada telefónica que la estremeció. Le avisaron que su padre había sido capturado por la guerrilla durante una misión en San José de Guaviare. A esta región cercana al Amazonas -considerada uno de los focos más intrincados de la guerrilla, en sus cercanías fueron liberadas Clara Rojas y Consuelo González-, el militar fue enviado con un batallón para rescatar a unos rehenes norteamericanos capturados por la FARC. "Todo sucedió muy rápido. Me enteré que lo habían tomado prisionero un 16 de diciembre y el día 24 de ese mes, antes de Navidad, fue entregado muerto. No fui a reconocerlo. No me dejaron hacerlo para evitarme el impacto, pero supe por mi tía que estaba completamente desfigurado y con claras señales de tortura", explica Beatriz, quien en junio de 2007 consiguió una ayuda del ejército para continuar una carrera universitaria en Bogotá.

Cuando comenzaba a rehacer su vida, un hecho fortuito pero igual de dramático cambió su destino. Para matricularse en la universidad Beatriz necesitaba unos documentos y tuvo viajar a Neiva a buscarlos. Tomó un bus la noche antes que en esa ciudad comenzara el carnaval de San Juan, una fiesta que congrega mucha gente y a turistas de toda Colombia. La ocasión perfecta para que los grupos armados organizaran una de sus "pescas milagrosas". Así sucedió, según consigna también la prensa colombiana de la época.

Esta vez fue un grupo comandado por una niña de no más de 16 años que los retuvo por casi 6 horas. "En Colombia uno sabe de muchas historias de mujeres y niños amenazados para integrarse a la guerra, y al final terminan combatiendo más ferozmente que los hombres".

Al día siguiente, aterrorizada pero con valentía, tomó la decisión de huir a Bogotá. En la capital buscó la ayuda del Ejército Nacional de Colombia. Ellos la convencieron de salir del país, le hablaron del plan de refugiados de la ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) y la ayudaron a llegar a la frontera de Ecuador.

Una extenuante travesía para llegar a Chile

En agosto de 2007, Beatriz Quintero tomó un camión militar y dejó su natal Colombia con la triste pero férrea convicción de no volver nunca más.

"Esa noche me subí a un camión militar y me dejaron en la frontera con Ecuador. Fue el inicio de mi travesía", cuenta esta mujer, que sólo con 200 dólares, una bolsa con pocas pertenencias y un extenuante viaje de 15 días se las ingenió para cruzar Ecuador y Perú hasta llegar a Chile.

"En Ecuador las cosas me fueron fáciles porque con la ayuda de algunos colombianos logré llegar hasta Tumbes, en la frontera con Perú. Pedí hablar con el alcalde, que me dio dinero para viajar hasta Lima. Me contacté con la Cruz Roja, que me dio alojamiento. También un abogado me explicó que el mejor país para pedir asilo era Chile y me ayudó a llegar hasta Tacna", comenta Beatriz.

Una vez en Tacna se refugió en una parroquia donde un sacerdote le pasó 20 soles para cruzar hasta Arica. "En la frontera, me hicieron sacar los zapatos, me los rompieron y me realizaron varios análisis para ver si traía droga. Como estaba tan cansada, no me importó".

Cuando llegó a Arica lo primero que hizo fue preguntar por una casa de acogida y la enviaron a un lugar que recibe inmigrantes. Fue entonces cuando descubrió que estaba embarazada. Lo tomó como una señal para juntar fuerzas para llegar a Santiago hasta las oficinas de la ACNUR.

Pese a la ayuda, su nueva vida en Chile no le ha resultado fácil. Durante los primeros meses de embarazo vendió galletas en la calle. "A medida que mi panza comenzó a crecer me fue más difícil caminar para ofrecerlas. Luego comencé a lavar los platos en un restaurante de Bellavista a cambio de comida, pero no pude seguir haciéndolo porque el dueño me dijo que podría tener problemas con los fiscalizadores del trabajo", asegura.

Sus esperanzas están centradas en su hijo, pero no hace grandes planes: "Miro para atrás y veo todo por lo que he pasado, que siento que ahora todo lo que viene es bueno".

Los miles de rehenes de un gobierno paralelo

Se estima en 3.000 la cantidad de personas que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) mantienen secuestradas en la actualidad. Se trata de una de las principales actividades del grupo guerrillero, ya sea por fines económicos o políticos, o simplemente mediante "pescas milagrosas" no selectivas en las carreteras del país, con las que intentan reclutar nuevos integrantes para la guerrilla, o también pedir rescate.

El caso más famoso es el de Ingrid Betancourt. El 23 de febrero de 2002, la entonces candidata presidencial de nacionalidad franco-colombiana se acercó a hablar con representantes de las FARC en medio de su campaña electoral, ocasión que los guerrilleros aprovecharon para secuestrarla.

Desde entonces, Betancourt se ha convertido en símbolo de las víctimas de esta metodología, pues ninguno de los pedidos internacionales -incluidos los del presidente francés Nicolas Sarkozy- han logrado que los guerrilleros decidan terminar con su cautiverio. De hecho, la ex candidata presidencial forma parte de un grupo de 44 rehenes que las FARC buscan canjear por cerca de 500 guerrilleros que están en prisión.

Pero la esperanza no se pierde. La semana pasada, los rebeldes anunciaron que liberarán a tres rehenes de ese grupo -Luis Eladio Pérez, Gloria Polanco y Orlando Beltrán- como un gesto al presidente venezolano. Es que Hugo Chávez asumió el papel de mediador en el conflicto a fines del año pasado, y hasta pidió que tanto las FARC como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) sean reconocidos como "fuerzas insurgentes" y no como grupos terroristas. Pero el mandatario colombiano, Álvaro Uribe, se negó rotundamente.

En ese trajín, y como modo de respaldar a Chávez, el pasado 10 de enero la FARC liberaron a Clara Rojas -ex compañera de fórmula presidencial de Betancourt- y a Consuelo González, que llevaban cinco años de cautiverio. Ahora todos esperan a los próximos tres liberados, prometidos por la guerrilla, aunque no se sabe cuándo se realizará la gestión.

Sobre Betancourt, las noticias son menos alentadoras. Por ahora no hay aviso de liberación, y tanto la familia como sus ex compañeras están muy preocupadas por su estado de salud, que se vio muy deteriorado en las últimas imágenes enviadas por los guerrilleros.

Las FARC se autoproclaman marxistas-leninistas, tienen cerca de 16.000 integrantes y manejan un presupuesto de U$S 600 millones, constituyendo prácticamente un gobierno paralelo en Colombia.

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