Norman Mailer, Truman Capote, Tom Wolfe y Gay Talese fueron "responsables" en eso de introducir elementos de literatura en el periodismo. Así, ayudaron a acuñar términos o géneros nuevos como "literatura de no ficción" o "nuevo periodismo". Y dentro de toda esa célebre barra, Talese (79) ocupa un lugar distinguido.
Gay Talese tiene su nombre escrito en letras de oro en el mundo del periodismo. Su celebrado reportaje Frank Sinatra has a cold (Frank Sinatra está resfriado), publicado en 1966, es considerado el mejor artículo jamás publicado por la prestigiosa revista Esquire. Y si se habla de libros, pocos provocaron el revuelo de su obra Honrarás a tu padre.
De título original Honor thy father, esta novela de no ficción -de estilo literario brillante y un rigor periodístico extremo- fue publicada por primera vez en 1971. Tratando de descubrir los secretos de la Mafia y de una familia en particular, los Bonanno, Talese se infiltró en su intimidad, con gran riesgo de su vida, durante seis años. Efectivamente, nadie retrató mejor el entramado mafioso que él (incluyendo a Mario Puzo y El Padrino). Fue bestseller, fue llevado a la pantalla chica varias veces y, mucho más acá en el tiempo, fue la musa inspiradora de la exitosa serie Los Sopranos. Sin embargo, no fue hasta mayo de este año que se publicó en español. Y recién a partir de mañana esta joya estará disponible en las librerías uruguayas (Alfaguara, 623 páginas, $ 590). Aquí, unos extractos del texto y un epílogo del propio autor, redactado en 2009, que explica cómo nació su inquietud por el tema:
Conscientes de que a veces es posible ver demasiado, la mayor parte de los porteros de Nueva York han desarrollado un extraordinario sentido de visión selectiva: saben qué ver y qué pasar por alto, cuándo ser distraídos y cuánto ser indolentes; suelen estar adentro, distraídos, cuando hay accidentes o discusiones frente a sus edificios; y generalmente en la calle, buscando un taxi, cuando hay ladrones escapando por la entrada del edificio. Aunque un portero puede no estar de acuerdo con prácticas como el soborno o el adulterio, invariablemente está mirando para otro lado cuando el administrador del edificio le está pasando dinero al inspector de los bomberos, o cuando un inquilino cuya esposa está de viaje se sube al ascensor acompañado por una jovencita; lo cual no implica acusar al portero de hipocresía o cobardía, sino sugerir, simplemente, que lo guía un poderoso instinto que lo ayuda a evitar involucrarse en lo que no le atañe y aventurar que tal vez los porteros han aprendido a través de la experiencia que no se gana nada siendo testigos oculares de las situaciones poco decorosas de la vida o de la locura de la ciudad. Así las cosas, no resulta sorprendente que, en la noche en que el jefe de la Mafia, Joseph Bonanno, fue capturado por dos hombres armados en frente de un lujoso edificio de apartamentos de Park Avenue, cerca de la calle 36, poco después de la medianoche, en medio de la lluvia, un martes de octubre, el portero estuviera en la recepción del edificio hablando con el ascensorista y no viera nada.
(...)
Al funeral de Notaro en el Bronx asistieron docenas de miembros de la organización y también varios detectives y agentes del FBI que tomaron nota de las matrículas de los autos y fotos de los dolientes. Joseph Bonanno los insultó mentalmente al pasar hacia el féretro, pero no mostró abiertamente sus sentimientos. Estaba abrumado por el dolor. Su viejo amigo, Notaro, muerto a los cincuenta y seis, llevaba años sufriendo de una afección al corazón, pero eso no había sido obstáculo para que su energía y lealtad siguieran firmes a lo largo de los difíciles tiempos que siguieron a la desaparición de Bonanno. (...) Notaro debía presentarse a rendir testimonio al día siguiente de su muerte.
(...)
Este libro surgió del bochorno que sentía mi padre (nacido en Italia) ante el hecho de que los gánsteres con apellido italiano dominaran invariablemente los titulares y la mayor parte de los programas de televisión que trataban sobre el crimen organizado. Mi padre, un altivo y consumado sastre que emigró de Italia en 1920 y se instaló y prosperó en la isla turística de Ocean City, Nueva Jersey -donde nací yo, durante el invierno de 1932-, siempre me animó a sentirme orgulloso de mi herencia étnica, una herencia que él identificaba con nombres como Miguel Ángel y Dante, Médici y Galileto, Verdi y Caruso. Pero, mientras yo creía a comienzos de la década de 1940, los nombres italianos que veía con más frecuencia en las primeras páginas de los diarios eran los de conocidos líderes de la Mafia: Charles (Lucky) Luciano y Al Capone; Vito Genovese, Carlo Gambino, Frank Costello, Tomas (Tres Dedos Brown) Lucchese y Joseph (Joe Bananas) Bonanno.
Cada vez que mi padre me veía leyendo artículos sobre estos individuos, sacudía la cabeza y decía cosas como: "¡Todo eso es una exageración! La prensa es capaz de hacer cualquier cosa para vender periódicos". A veces negaba la existencia misma de la Mafia y sugería que era una invención de los agentes del FBI (...), todo ello en desmedro de millones de italoamericanos respetuosos de la ley, como mi padre mismo. De manera inevitable, esto despertó en mí una curiosidad por la Mafia que, con el tiempo, me llevaría hasta las puertas mismas de esa organización y, por último, más allá de la puerta, el interior del mundo privado de una de las principales familias de la Mafia, la encabezada por Joseph Bonanno en persona. (...)