Lætitia d’Arenberg presenta la fundación filantrópica que lleva su nombre

Laetitia d'Arenberg Foto: cortesía Fundación Laetitia d'Arenberg

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La Fundación Lætitia d’Arenberg busca potenciar al país en bienestar animal, medioambiente, desarrollo social, educación y cultura.

Lætitia d’Arenberg dice que es ella quien habla y quien pone el nombre -“Porque tengo un nombre y una historia atrás”, aclara- pero que lo que venga después es más que ella y que espera, anhela -por eso se animó a dar el paso- que la sobrevuele y la sobreviva, que la Fundación Lætitia d’Arenberg sea un legado y puntapié para los uruguayos. “Si la fundación no sirve como impulso para la sociedad, la cierro mañana. Si esto no sirve para abrir mentes y mirar hacia un futuro mejor, más vale que esta fundación nunca salga. Pero vamos a pedalear para que esto camine. Para abrir mentes, para que la gente genere conciencia. Es vital para mí”, afirma.

La Fundación Lætitia d’Arenberg nació jurídicamente hace un mes, pero, dice la alteza uruguaya, hay detrás un trabajo de año y medio. Y más: “Hace más de 40 años que apoyo causas que me preocupan, pero siempre de manera anónima y desparramada. Ahora lo que quería era unificar. Las fundaciones son creaciones de largo camino, pero es que tienen que ser efectivas y duraderas”.

La presentación oficial de la fundación estaba marcada para el 4 de enero con una gala benéfica en José Ignacio, pero ante el aumento de casos de COVID-19 en el país, prefirieron postergar. De todos modos, aclaran desde la organización, ya están activos en cuanto al trabajo de campo.

Crear una fundación es, para Lætitia y su equipo (ver recuadro), tener una especie de centro de control para ejecutar un trabajo en el que ya creía, solo que ahora será en equipo y con la mirada puesta en que no se estanque ni se encajone sino que penetre en la sociedad uruguaya.

El equipo de seis y en confianza

La Fundación Lætitia d’Arenberg está encabezada por ella como presidenta. La vicepresidenta es Graciela Rompani y el equipo fijo de seis personas se completa con Mercedes Azambuya como directora ejecutiva, Martín Hughes como secretario, Clarice Buero y Paulina Fernández como vocales. Además, Guntram von Habsburg-Lothringen, hijo de Lætitia, es suplente de presidente y será quien continúe su legado. “Desde los 15 años he querido tener una fundación. Cada diez años pensaba: bueno, este año lo voy a hacer. Pero después me preguntaba: “¿Y si yo me muero, quién la sigue? En las manos de quién queda. Yo quiero que la fundación empiece con un pie derecho y con mi hijo Guntram que la va a seguir. Cuando él me dijo: ‘Mami, yo voy a seguir esto como usted lo está haciendo’, me decidí a dar el paso”, cuenta Lætitia. Guntram es su hijo nacido en Uruguay, porque así lo quiso la empresaria. Él, a su vez, tuvo a sus hijos en este país. “Son dos generaciones de uruguayos y para mí eso es importante porque yo acá quería plantar raíces y lo hice”.

Además, la fundación tiene también tres embajadoras, una para cada pilar. En educación está Amalia Amoedo, la nieta de Amalita Fortabat que acaba de abrir una residencia de arte en José Ignacio. La exmodelo y empresaria Ginette Reynal, quien hace un par de años habló de su problema con las drogas, será la embajadora en desarrollo social y Paola Marzotto promoverá el pilar de medio ambiente.

Los objetivos son crear proyectos de integración, apadrinar organizaciones no gubernamentales, afianzar vínculos y brindar soporte a las ONGs apadrinadas. Estas metas se organizan en los tres pilares de bienestar animal y medioambiente, educación y cultura y desarrollo social dentro de los que trabajarán desde proyectos propios y apoyando iniciativas de terceros que se alineen con sus principios.

Los programas propios de la fundación son tres. El Bernardone busca crear una red de albergues de animales que funcionen bajo un mismo protocolo y con visión clara. Otro es el proyecto Playa Azul, que incentiva el cuidado ambiental de las playas del país a partir de una insignia de calidad. También está el programa Cupertino, que además de becar chicos y chicas para que se desarrollen académicamente, los acompañará a través de talleres de crecimiento personal.

Las ONGs que apadrinan son el Cottolengo Femenino Don Orione (asiste a mujeres en situación de vulnerabilidad), Fundappas (trabaja con perros guía y de acompañamiento terapéutico), Renacer (centro de rehabilitación de adicciones) y en el ámbito cultural está el apoyo al festival Patria Gaucha y la Bienal de Arte de Montevideo. Actualmente están trabajando en la quinta edición de la Bienal y, explica Lætitia, es un evento artístico para el que le vale la pena trabajar intensamente: “Gracias a este evento estamos vistos desde afuera como algo increíble. Es importante mostrar que hay gente capacitada y que hace cosas excelentes. Es un pequeño paso para levantar el país”.

La educación como clave

Durante la entrevista con Revista Domingo, Lætitia habla sobre cimientos, sobre dar una palabra o una sonrisa o una mirada que pueda, de alguna manera, transformar al otro. De estar abierta y comunicativa con las personas y los seres que transitan el mundo a la par porque, dice, solo así se genera empatía y solo así se genera conciencia y solo así se genera, aunque sea mínimo, un cambio.

“Hay gente a la que no le enseñaron a observar sus privilegios. Que tienen una cama, un techo, una casa, un cuarto, pueden viajar, pueden ir a la escuela. Tantas cosas podés, pero mirás alrededor tuyo y hay gente que no tiene ni siquiera una cama para dormir. Ahí te empieza a entrar esa conciencia”, dice Lætitia.

Esa comunicatividad que la princesa practica desde niña y por enseñanza de sus padres, transmutó en una pata importantísima que atraviesa cada uno de los pilares de la fundación: la educación.

“A los 7 años tenía que hacer mi cama, limpiar mis zapatos, tener la ropa limpia, prolija, me enseñaban a hacer todo, tenía que tejer, coser, porque no se sabe nunca lo que pasa mañana; hoy podés tener mucho, pero la plata es plata, entra y sale y si la cosa va mal en el mundo la plata no te sirve de nada, vivís de lo que hacés y producís”, cuenta Lætitia.

Mercedes Azambuya, directora de la fundación, explica que cada programa tiene en paralelo su parte pedagógica. “Estamos trabajando con psicopedagogas, desarrollando programas para Primaria, porque si estamos hablando de desarrollo, la base es la educación. Y la base de la sociedad son los niños. Si a ellos no les enseñás que un animal tiene que estar castrado, que no hay que maltratarlo y que si lo vas a adoptar tiene que ser responsablemente, no avanzás”.

El programa Cupertino es esencial, añade Mercedes, para acompañar a los chicos en el desarrollo emocional. “Vamos a realizar talleres de psicología positiva para los chicos. Es importante entender cómo llegan esos chicos, con qué preparación, más allá de lo académico. Lo que nos interesa es la persona, que su estructura interna esté en orden y que se conozca, que esté despierto y que no sea otro de esos seres dormidos que forman parte de una sociedad que se levanta, se baña, va a trabajar, toca bocina, se estresa, vuelve a lo mismo. La idea es empezar a generar una conciencia colectiva”, añade la directora.

Entonces Lætitia frena la reflexión y describe -en una charla que va y viene entre la practicidad del trabajo que está haciendo ahora, la razón crítica y sensible que está detrás de todo eso y pensamientos mundanos o ejemplos “de carne y hueso”- un árbol que vio, no recuerda dónde, cubierto de bolsas de plástico de raíz a copa. Habla, también, de los refugios que hacen lo que pueden pero que tienen a los animales encerrados en caniles y que necesitan más. O de las jaurías de perros que lastiman ovejas porque, en realidad, tienen hambre y están a la deriva y necesitan alguna protección. O de los niños que tiran papeles en el piso, porque ningún adulto se detuvo a decirles que eso no está bien y que hay que respetar el ambiente en que vivimos. Cuenta la princesa que en su campo en Florida dio pelea para que los peones no tiraran colillas en el pasto porque después, eso termina en el organismo de las liebres o las perdices.

Dice Lætitia: “La cadena empieza por nosotros. Si no te enseñan a poner agua en los floreros, las flores se mueren. Es importante el mero hecho de que haya personas que sepan que otros necesitan algo, una sonrisa, a alguien. Hay gente que ni siquiera piensa en eso, en un hola, en un gesto. Pero si no te lo enseñan, indudablemente no va a salir de ti. Y menos con seres que tienen cuatro patas, plumas, una planta”.

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