NOMBRES
El australiano tuvo un ascenso fulgurante y, después, una ignominiosa caída. Pero sla organización que fundó, Wikileaks, sacudió a la política internacional y al periodismo.
Con una probable e inminente extradición a Estados Unidos —que quiere condenarlo por espionaje—, los días de Julian Assange parecerían contados. Sin embargo, aunque él es la cara y el cuerpo de Wikileaks, hay razones para suponer que la organización seguirá difundiendo crímenes de guerra, corrupción y, en general, la hipocresía que acompaña a tantas y tantas acciones (y omisiones) de los estados-nación, sea en temas internos o en internacionales.
De hecho, la semilla que Wikileaks plantó hace 11 años cuando entró en la escena global del periodismo (y la política) con la difusión del video Collateral Murder (“Asesinato colateral”, del cual se puede ver un análisis acá. Advertencia: imágenes sensibles), germinó y se expandió a través de investigaciones como Panama Papers y Pandora Papers. Por más que a Wikileaks le corten la cabeza parecería que la organización, como Hidra de Lerna, puede regenerarse y seguir adelante. O al menos cunde su ejemplo.
El caso Assange, entonces, se asemeja más a la cruzada de la primera potencia mundial contra este australiano de pelo blanco que tuvo un fulgurante ascenso y, después, una ignominiosa caída. El caso, además, echa luz sobre las complejidades morales que siempre trae el ejercicio del poder. Pero primero lo primero.
Julian Assange parece haber sido, desde muy joven, dos cosas: un outsider, y un rebelde. Fue a más de 30 escuelas durante su infancia, porque su madre se mudaba a menudo. “Siempre era el nuevo”, dijo en una entrevista en 2010, para el programa 60 Minutes.

Su primera computadora fue una Commodore 64, un artefacto que muchos nostálgicos recordarán con cariño y excitación. Esa máquina, cruda y todo, fue la puerta de entrada para muchísimos al mundo digital, y para Assange fue la herramienta que le permitió hacer sus primeros hacks, sus primeros ingresos a dominios custodiados por el Estado o poderosas corporaciones privadas.

En los comienzos, como ocurrió con muchos hackers, se trataba de demostrar una actitud y unas acciones contestatarias, cuestionadoras y desafiantes de la autoridad, entendida esta como arbitraria, autoritaria y en última instancia, antidemocrática. Con el paso del tiempo, ese activismo dio un paso más: ya no se trataría únicamente de entrar a un lugar prohibido por los poderes fácticos. A eso se le sumaría la revelación de los secretos de esos poderes.
Y como se vería en Collateral Murder, muchos de esos secretos estaban empapados en sangre. El video presentado en 2010 muestra cómo, desde un helicóptero militar estadounidense, se dispara sobre un grupo de personas, todas civiles, en las calles de Bagdag. En el audio se oye la orden Come on, fire (“Vamos, disparen”) y comienza la balacera. Cerca de una decena de personas mueren casi instantáneamente. Un poco después, un conductor que está llevando sus hijos a la escuela pasa por ahí, se baja del auto para tratar de ayudar a uno de los heridos y también es acribillado. Los niños se salvan aunque también son alcanzados por las balas. En total, mueren 12 personas, dos de ellas periodistas de la agencia Reuters. Tras la revelación, desde el gobierno de Estados Unidos, la Secretaria de Estado Hillary Clinton dirá: “Los Estados Unidos condenan enfáticamente la divulgación de documentos clasificados”.
Collateral Murder fue tan revelador del doble discurso de Estados Unidos —podría perfectamente haber sido casi de cualquier país, llámese este Rusia, Israel, Francia o Kenya—, que Assange fue catapultado a la fama y la notoriedad. Eso, se vería después, se convertiría tanto en una ventaja como en un gran riesgo. Los hackers prosperan en la oscuridad y el anonimato. Pero Assange ya no era principalmente un ciberactivista (aunque él había decodificado la encriptación del video original, filtrado a Wikileaks por la exsoldado Chelsea Manning). Se había convertido en un híbrido entre una estrella de rock, un editor periodístico y, además, el líder de una organización que crecía a ritmo de vértigo.
Esto último, ejercer el liderazgo, le traería varios dolores de cabeza. A algunos de sus primeros colaboradores les parecía que el líder empezaba a gustarle un poco demasiado eso de ser admirado y alabado como alguien que revela verdades que los poderosos quieren ocultar.
Además, también empezaron a surgir preguntas en ese entorno sobre si efectivamente Assange era el más idóneo para la tarea de ponerse al frente de un proyecto colectivo que trataba temas tan delicados y potencialmente peligrosos.
Uno de los periodistas que más acceso ha tenido a Assange, el estadounidense Raffi Khatchadourian (autor de dos largos y excelentes perfiles de Assange en la revista New Yorker), escribió esto sobre el australiano en 2010, cuando este estaba en la cresta de la ola: “Bajo las luces de los estudios de televisión puede parecer -con su pelo blanco espectral, piel pálida, ojos fríos y frente expansiva- un ser delgadísimo que ha llegado a la Tierra para revelar alguna verdad oculta. Esa impresión es reforzada por una apariencia rígida y una voz de barítono que él despliega lentamente y bajito. En privado, sin embargo, Assange es a menudo energético y perplejo. Puede concentrarse intensamente y en lapsos extensos, pero también es la clase de persona que puede olvidarse de reservar un pasaje de avión, o hacer la reserva y olvidarse de pagarla; o pagarla pero olvidarse de trasladarse hasta el aeropuerto”.
Suecia
En el punto más alto de la Assangemanía, llegó a Suecia invitado por una sección del partido socialdemócrata. Todos querían un pedacito de Assange: medios de comunicación, empresas, celebridades, políticos. Él, en tanto, pareció fijar su mirada en una mujer, Anna Ardin (pero también en otra, Sofía Widén). Ardin había sido designada como la anfitriona de Assange en Estocolmo, y se había acordado que él se hospedaría en el apartamento de ella.

Ardin también estaba deslumbrada. Veía de primera mano cómo Assange era adorado por todos quienes se le acercaban. En su libro, En la sombra de Assange, mi testimonio, Ardin cuenta que una persona tras otra se acercaba para alabarlo, para decirle que él debería ser el próximo Premio Nobel de la Paz, que tenía el “inmenso apoyo” del pueblo sueco.
Pero así como Assange tenía una faceta pública que era algo gélida y distante, al decir de Khatchadourian, en privado podía ser diferente. Ardin contó que ella, aunque se sentía atraída por Assange, también sentía que a medida que él avanzaba sobre su cuerpo, tenía cada vez menos ganas de tener relaciones sexuales con él. Pero estaba en una situación de desventaja: sola con él en su apartamento. Al final, “accedió”. Widén contaría algo similar a Ardin.
El episodio no causó la conmoción que tuvo Collateral Murder, pero no fue mucho menos. Los testimonios de Ardin y Widén derrumbaron la imagen de Assange, aunque ninguna de las dos inició una demanda judicial concreta. Lo que le pedían a Assange era que se presentara para disputar las acusaciones, que reconociera lo que hizo, y por su parte, Ardin, que le pidiera perdón. Assange no estaba dispuesto a exponerse a un viaje a Estocolmo, porque sospechaba que la CIA lo secuestraría, y se refugió en la embajada de Ecuador. Tuvo refugio mientras Rafael Correa tuvo algo que decir en los asuntos políticos ecuatorianos. Apenas asumió Lenin Moreno, Assange fue entregado sin miramientos a las autoridades británicas.
Y ahora puede que lo extraditen a Estados Unidos, cuya jurisdicción es el mundo entero, parece.
El periodista inglés Medhi Hasan editorializó de esta manera el caso Assange en su cuenta de Twitter: “Antes de 2016, Assange era detestado por la derecha republicana. Luego de 2016, también fue detestado por el Partido Demócrata, dado que atestó un golpe fatal a la candidatura de Hillary Clinton filtrando los correos electrónicos de su partido, lo que contribuyó a que Trump ganara la presidencia (...) Pero nada de eso tiene que ver con una acusación elevada en 2010, por hacerse de documentos del gobierno y publicarlos. Esto es sobre libre expresión y libertad de prensa. Pregúntense por qué (más allá de sus defectos), Assange es apoyado por Amnistía Internacional, Reporteros Sin Fronteras, Human Rights Watch y otras organizaciones. Hasta su antiguo adversario en Wikileaks, el periodista James Ball, dijo que ‘Assange podrá ser un sorete, pero tenemos que defenderlo de todas maneras’”.