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Israelíes de termo y mate

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Janet Cwaigenbaum

DE PORTADA

A 70 años de la fundación del Estado judío, 15.000 uruguayos eligieron vivir allí. Es una comunidad casi tan numerosa como la que hay en Uruguay. 

Para Harold fue idealismo puro. Había nacido en Uruguay y nada lo obligaba a dejar el país, aunque se vivían épocas oscuras. Corría 1978, los ecos de la guerra aún sacudían la tierra todavía yerma. Había mucho por hacer, Israel era todavía un país en construcción. "Uruguay me dio una formación absolutamente increíble y, lo más importante, Uruguay abrió las puertas a mis padres y abuelos que habían sobrevivido al Holocausto en Polonia y querían empezar una vida nueva", cuenta Harold Wiener.

Janet eligió vivir en un kibutz, una de las experiencias más radicales y cercanas a la utopía del socialismo. "Lo mejor es la vida en una comunidad en la cual los valores de asistencia y mutua solidaridad prevalecen", dice Janet Cwaigenbaum.

Para Daniel, en cambio, fue una mezcla de idealismo y ganas de ampliar conocimientos. Quería ser arqueólogo y la posibilidad de ir a la tierra que fue la cuna de varias civilizaciones representaba el súmmum.

Cuando se le pregunta por qué eligió vivir en Israel no duda: "Me dio la oportunidad de formar una familia en un país pujante y darle la educación a nuestros hijos según los valores que siempre deseé", dice Daniel Varga.

Daniel Varga encontró en Israel, entre otras cosas, desarrollo profesional.
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En cambio, para Ana es un país lleno de contradicciones. Por un lado el omnipresente estado de conflicto que se mete en la vida cotidiana. "Por ejemplo, jamás me voy a sentar en un café de espaldas a la puerta, siempre necesito ver quién entra. Es un resabio de la época de continuos atentados suicidas en cafés, restaurantes, en todos lados", cuenta Ana Jerozolimski, periodista uruguaya y editora del Semanario Hebreo.

Para quienes fueron a vivir en estos años tampoco fue sencillo. "La llegada a Israel fue muy difícil", asegura Nicolás, que tiene 17 años. Sin embargo, al poco tiempo de su arribo tanto él como sus hermanos ya estaban completamente adaptados en ese país "lleno de oportunidades".

Cada uno tiene su propia vivencia de este país cambiante. Los más veteranos recuerdan cuando buena parte del territorio era poco más que un campamento. Un campamento y un puñado de sobrevivientes del peor pasaje de la historia moderna. Cuando se fundó la nación eran poco más de 600.000 personas, 70 años después Israel tiene casi ocho millones de habitantes.

En una superficie apenas un poco más grande que Tacuarembó residen unos 15.000 uruguayos, según estimaciones de la Embajada de Uruguay en Tel Aviv. Muchos de ellos, la gran mayoría, provienen de la comunidad judía que tiene en el país unos 18.000 integrantes. A todos los animó la idea de poner su propio grano de arena —nunca tan apropiado para un lugar en el que abunda el desierto— en la construcción de un país que hoy es visto como una pequeña potencia.

Para los judíos nacidos en otros países la emigración a Israel está cargada de hondos significados espirituales, políticos e históricos. Desde el punto de vista de los judíos emigrar a Israel es hacer "aliá", que viene del término hebreo "Laalot le Tzión", es decir, subir a Sión, "volver a casa".

Según la información manejada por la Embajada de Uruguay en Israel la migración comenzó desde la fundación misma del Estado, en 1948. El flujo se mantuvo en forma regular por años, pero los picos tuvieron lugar durante las grandes crisis institucionales o financieras del país, como la dictadura en 1973, la crisis económica de 1982 y la de 2002. De ese modo se fue formando la colonia que hoy se estima alcanza a los 15.000 nacidos en Uruguay que migraron a Israel. Muchos judíos uruguayos no solo terminaron insertándose en la sociedad sino que ocuparon lugares destacados en distintos ámbitos. Tal es el caso del economista Michel Strawczynsky, quien fue vicepresidente del Banco Central de Israel y actualmente dirige el Departamento de Investigación de esa institución, por citar un caso.

En comunidad.

Hace 21 años Janet Cwaigenbaum (52 años) junto a Leo, su marido, decidieron "probar" la vida en Israel. Leo vivía en el kibutz Nir Yitzhak. "Probé, tuvimos nuestra primera hija, Ariana, vivir en comunidad me gustó. Decidimos quedarnos. Tuvimos nuestro segundo hijo (Guilad). Llevo ya 21 años probando y eligiendo quedarme, esta es mi casa, nuestra casa", dice.

Janet habla desde su experiencia en el kibutz, donde es directora de Recursos Humanos y Control de Calidad de la empresa agrícola que allí funciona. "Lo mejor es la vida en una comunidad en la cual los valores de asistencia y mutua solidaridad prevalecen. La educación de nuestros hijos; creo que no hay mejor lugar para criar niños que un kibutz: muchas actividades al aire libre, educación solidaria, educación al trabajo. Hay celebración colectiva de festividades, es formar parte de una gran familia de 500 personas más allá de tu pequeño grupo de amigos", explica Janet.

Janet y su familia
Janet , su esposo Leo y sus hijos Ariana y Guilad. 

Y cuando se le pregunta lo peor de vivir allí no duda: la falta de paz con sus vecinos. Cuando ella llegó en 1997 era una zona agrícola muy tranquila. Nunca imaginaba lo que iba a cambiar. La vida diaria es "tranquila y agradable", pero la amenaza de misiles, los túneles que han excavado en la zona y las tres guerras que vivió hace que esté "alerta a las alarmas".

"En mi kibutz han caído siete misiles, por suerte sin consecuencias graves y otros tantos en los campos de cultivo. El Ministerio de Seguridad ha construido cuartos de seguridad en nuestras casas, fortificado jardines de infantes, escuelas, e incluso el secundario de la zona ha sido construido completamente contra misiles. Pero el camino a la escuela o el trabajo, en tiempos de tensión, va acompañado por la sombra de riesgo", resume.

A unos pocos kilómetros del kibutz —en Israel todas las distancias son cortas— la vida de Ana Jerozolimski (57) es completamente distinta. Casada y madre de tres hijos, se fue a vivir a Jerusalén hace 38 años. Viaja periódicamente a Montevideo donde edita Semanario Hebreo. Al igual que muchos de sus compatriotas es una sionista convencida, aunque nunca quiso disminuir sus lazos con Uruguay.

Ana Jerosolinsky, periodista y editora de "Semanario Hebreo".
Ana Jerosolinsky, periodista y editora de "Semanario Hebreo".

"Lo mejor es la solidaridad, la sensación de familia, el dinamismo, el empuje hacia adelante y apuesta por la vida que hay siempre, aún en medio de la adversidad. Lo peor es el hecho de que aún no se ha logrado la paz, que todavía hay tensión y conflicto", dice Ana.

En un país lleno de contrastes, la periodista lo resume en pocas frases sobre lo que es el día a día en Jerusalén. "Por ejemplo, jamás me voy a sentar en un café de espaldas a la puerta. Siempre necesito ver quién entra, es un resabio de la época de continuos atentados suicidas en cafés, restaurantes, en todos lados. Voy atenta en la calle que no se desvíe súbitamente un coche para embestir. Voy consciente de que en un instante puede pasar algo", dice Ana.

Y, al mismo tiempo, las reglas de lo cotidiano se imponen y, lejos de los titulares informativos, el clima es bien distinto. "Judíos y árabes comparten, por cierto, el mismo espacio público y los atentados son la excepción, no la regla. Yo puedo estar tranquilamente sentada en un mismo café que una familia árabe y esperando el turno al médico al lado de musulmanes", ilustra.

Oportunidades.

Laura Kantor (43) y Michel Hakas (49) partieron a Israel el 28 de julio de 2015 junto a sus tres hijos, Rafael (19, ahora en el Ejército), Nicolás (17) y Tali (15). No emigraron por una sola razón, sino por varias. Entre ellas, dice Laura, en la búsqueda de un futuro mejor para los chicos.

"La llegada a Israel fue muy difícil. De estar rodeado por amigos y familiares todos los días, pasé a estar a miles de kilómetros de ellos, solo con mis padres y hermanos", cuenta Nico, palabras con las que coincide Tali.

Nico y Tali sienten que Israel es una tierra de oportunidades.
Nico y Tali sienten que Israel es una tierra de oportunidades.

Pero también para ambos, la integración fue fácil y se dio a través del deporte. "Al mes de llegar, empecé con prácticas de volleyball , yo ya jugaba en Uruguay, y resultó tan bien que ahora estoy en la selección de Volleyball de Israel. Sin duda alguna esto me ayudó muchísimo a abrirme a gente nueva", dice Tali.

Algo similar le sucedió a Nico: a las dos semanas de llegar empezó a practicar básquetbol en el Hapoel Kfar Saba, deporte que en Uruguay jugaba en Defensor Sporting Club. "En los entrenamientos logré hacerme amigos a través del juego, no fue necesario el hebreo", recuerda.

Nico dice que lo mejor de vivir en Israel son dos aspectos: la seguridad —andar libre por la calle sin temor a que alguien lo asalte y lo lastime— y las oportunidades que hay. Tali también apunta a lo que se viene: "Lo mejor de vivir acá en Israel es que mi futuro lo decido yo y todas las puertas están abiertas, no hay barreras. Es un país lleno de oportunidades".

Para ella lo peor de vivir allí "no son las guerras, como muchos piensan". Le cuesta todavía estar lejos de sus amigas y la familia. Nico lo vive bastante parecido: aunque la tecnología ayuda, el "hueco en el corazón" no se puede llenar.

Lo que sí tienen claro es que Israel es tierra de oportunidades: "Soy el dueño de mí futuro y puedo lograr lo que me proponga", dice Nico.

También en busca de una oportunidad única fue el arqueólogo Daniel Varga (50), un uruguayo que migró a Israel en 1990 con la idea de profundizar sus estudios.

Varga es también un sionista convencido y para él la idea de establecerse en este país supuso "la oportunidad de formar una familia en un país pujante y darle la educación a nuestros hijos según los valores que siempre deseé. Además de tener la posibilidad de ejercer en lo que es mi vocación: la arqueología".

Para un arqueólogo la oportunidad de excavar en una historia de más de cinco mil años y siempre encontrar nuevas formas de entender un pasado común tiene un valor inconmensurable.

Algo similar ocurre para un médico. Es el caso del doctor Pablo Boksenbojm que trabaja en Ashkelon, uno de los pueblos que más ha sufrido el impacto del conflicto en la vida cotidiana. Llegó al país en 1984 y define así su elección: "Ser parte de mi pueblo sin que te señalen por ser judío, la forma totalmente abierta que tiene la población", dice.

Boksenbojm asegura que su inserción en el país le permitió también el desarrollo profesional. "En lo personal el gran avance de la medicina me ha permitido progresar profesionalmente", dice.

"Lo peor es que se vive demasiado rápido dejando poco tiempo para disfrutar lentamente de los logros personales y familiares y el hecho de estar amenazado eternamente por nuestros vecinos", apunta el médico.

Pablo Boksenbojm, uruguayo médico en Ashkelon.
Pablo Boksenbojm, uruguayo médico en Ashkelon.

Ir a la guerra.

Sin embargo, para todos quienes han decidido hacer de Israel su hogar hay un momento en que sus convicciones son puestas a prueba. Y es el del servicio militar obligatorio, que para un país en permanente estado de conflicto es bastante más que un compromiso simbólico.

Sobre esto reflexionó Harold Wiener (58), un ingeniero químico que trabaja en proyectos de alta tecnología. "No me gusta nada que así como yo y mis tres hijos hemos tenido que ir al ejército por tres años, que son los mejores de la vida, veo que mis nietos también lo harán y eso me pone muy triste. Sé que hay que ser muy paciente, pero la frustración de no poder llegar a un arreglo que está predeterminado y claro, es muy grande", dice Harold, a quien le tocó servir en la guerra del Líbano (1982).

Israel ha pasado por varios conflictos bélicos de magnitud, el primero tuvo lugar al otro día de la fundación del Estado cuando siete naciones árabes le declararon la guerra al mismo tiempo. Poco después, en 1967 tuvo lugar otro conflicto similar conocido como la Guerra de los Seis Días. En 1973 la misma cantidad de países reavivó la guerra y eligió para sus ataques el Día del Perdón. Fuera de estos enfrentamientos a gran escala, grupos palestinos como Hamas han realizado infinidad de atentados y los disparos de misiles desde la Franja de Gaza han sido ininterrumpidos desde hace más de una década. Todo ello ha colocado al país en un estado de guerra permanente.

La impaciencia suele ganar a muchos israelíes cuando ven que las negociaciones se enfrían o directamente dejan de existir. "La solución está en la mesa y es una sola, y sin embargo los políticos no son capaces de llegar a ella por miedo que la historia los juzgue de débiles, cuando la verdad es exactamente opuesta", se queja Harold.

Harold Wiener emigró a Israel en 1978. Foto: Ariel Jerosonlinsky
Harold Wiener emigró a Israel en 1978. Foto: Ariel Jerosonlinsky

No obstante, Wiener está convencido de los claros imperativos morales de las fuerzas armadas israelíes. "Cuando uno ve lo que pasa en Siria con las armas químicas, y lo que pasa en Irán y en muchas partes del mundo, es fácil entender lo que es un ejército moral, uno de mis mayores orgullos de ser israelí", proclama.

La imperiosa necesidad de paz tiene asideros bien concretos. No hay padre o madre que no crea esto cuando llega el momento de mandar a sus hijos a cumplir el servicio militar.

"Sabía que el momento iba a llegar, que mis hijos iban a tener que hacer el ejército..., no es fácil", dice Janet Cwaigenbaum. "Mi hija terminó el bachillerato y decidió hacer un año de voluntariado en un internado de adolescentes antes de enrolarse. Eso le dio la oportunidad de conocer el abanico social del país, creció mucho y la preparó para el encuentro con jóvenes de todos los niveles sociales y de todo el país. Hoy es instructora de tanques, aún tiene para un año y cuatro meses. Está en un cargo considerado como muy bueno en el ejército, es mujer. Digamos que estamos tranquilos", agrega esta madre.

El hijo menor de Janet se prepara para seguir el mismo camino. "Ya tuvo su primer entrevista en el ejército, veremos qué le toca. El miedo es siempre que vaya a unidades de más riesgo", reconoce.

"Ojalá algún día se convierta en una etapa de crecimiento y desarrollo personal y no en un servicio esencial para defender el país. El ejército son los hijos, padres y hermanos de todos", dice Janet.

Un sueño que comparte la amplia mayoría de los israelíes que, más allá de las posiciones gubernamentales, anhelan el fin del conflicto con los palestinos.

De todos modos, la vida sigue su curso. En un territorio veintidós veces más pequeño que Uruguay es un país de contrastes, con ciudades de cuño totalmente europeo como Tel Aviv, o cargadas de historia como Jerusalén. Pero Israel también es un país de pequeños poblados y villas, de importantes extensiones de desierto como el Negev. Y de kibutz, las granjas colectivas que se construyeron en base al modelo socialista que inspiró a los fundadores del Estado de Israel. Para muchos uruguayos sigue abierta la posibilidad de "subir el Monte Sión", un sueño de cinco milenios.

Parte de la comunidad uruguaya en una actividad organizada por la Embajada.
Parte de la comunidad uruguaya en una actividad organizada por la Embajada.

La hinchada Celeste en Israel

"Es una colonia muy participativa en las actividades relacionadas a Uruguay y muy vinculada al país desde todas sus áreas de actividad", dice el embajador uruguayo Bernardo Greiver. Las eliminatorias al Mundial, el estreno de películas uruguayas, las fechas patrias son todas ocasiones que reúnen a miles de uruguayos residentes en Israel. Greiver recuerda que uno de los últimos eventos que congregó a más personas fue el concierto organizado para recaudar fondos para los damnificados por el tornado de Dolores de 2016. En la localidad de Herzliya, cercana a Tel Aviv, hay una pizzería uruguaya que suele ser el punto de reunión para ver partidos de la Celeste. En prácticamente cada área de actividad, vinculada al conocimiento, la industria, las artes, las ciencias hay uruguayos que se destacan, dice con orgullo el representante diplomático.

Lea: Israel es "estar en mi casa"

Hace 40 años Lea Burg (88) tomaba con su marido, Ruben Friedmann, la decisión de irse a vivir a Israel. El motivo fue uno: la situación económica no estaba bien, recuerda hoy desde Natania. "No vine por turismo", recalca. Junto a ella partió su hijo menor, Arturo. Emma, su hija, ya había tomado también la decisión de "hacer Aliá", como le llaman los judíos al irse a vivir a Israel. Desde el principio la experiencia fue buena. Lea consiguió enseguida trabajo como profesora de gimnasia y dando clases de piano. "En Uruguay no trabajaba porque de eso no se ganaba nada y acá sí, y encima el trabajo era divino", cuenta.

Lea y parte de su familia en Israel.
Lea y parte de su familia en Israel.

Lo mejor de vivir en Israel es, para ella, una pregunta difícil de contestar: "A mí me gusta todo", dice. Y resume ese concepto en algo que siente desde que llegó: "Estás en tu casa, es muy importante para mí". En su vida diaria dice no haber sentido sensación de inseguridad y si tiene que elegir un punto negativo refiere a la actualidad: la política del gobierno de Netanyahu.

Un no judío que enseguida se sintió como "pez en el agua"

Hace exactamente 20 años que Juan Lucas Pezzino Barrán llegó Israel. "Aún cuesta creer. Pensar que mi hija mayor Rafaela tenía 8, la del medio, Ornella 6 y Samantha 4 es difícil de entender. Sin embargo como dice el tango, 20 años no es nada y yo diría que son todo. Toda una vida", dice ahora.

Como él mismo señala, su caso no es el más habitual entre los de la comunidad uruguaya en Israel. Llegaron porque su esposa es israelí y si bien Juan ya había estado en el país la experiencia como inmigrante es muy diferente. No hablaba hebreo ni conocía a nadie, pero le hacía ilusión empezar una nueva vida. "Tuve suerte. Me aceptaron inmediata e incondicionalmente. Conseguí un trabajo exactamente en lo mismo que hacía yo en Uruguay en el campo de marketing. Cuando quise acordar estaba como pez en el agua", cuenta.

Juan Lucas Pezzino destaca el clima de tranquilidad.
Juan Lucas Pezzino destaca el clima de tranquilidad.

Contra lo que muchas veces se piensa, Juan destaca que en "Israel se vive en clima de tranquilidad que no existe en Uruguay". "Suena muy contradictorio sabiendo a que a pocos quilómetros de mi casa, la situación puede ser bastante diferente. Pero la libertad y la tranquilidad con que circulas y vives en Israel es única y eso lo aprecio", dice. También destaca sentirse entre los suyos —latinos fundamentalmente— y que sea un país que "va para adelante siempre".

De todos modos Juan tiene claro que no todo es ideal. La convivencia de las diferentes culturas y mentalidades pueden entrar a veces "en conflicto" y aflorar "comportamientos bruscos". Para eso su táctica es descolocarlos con una sonrisa, una costumbre muy latina. Respecto al conflicto, Juan dice: "Está pero no se ve, no se siente, personalmente no lo he padecido". Aunque tiene claro también que es un "polvorín y cualquier cosa puede pasar en cualquier momento".

¿Cómo se produjo la emigración desde 1948?

La Ley de Retorno, promulgada en Israel en 1950, no solo consagra al nuevo Estado como patria y hogar de los judíos de la diáspora sino que concede los derechos de ciudadanía a aquellas personas con ascendencia judía en segunda e incluso tercera generación. Tienen los mismos derechos de ciudadanía, el cónyuge en un matrimonio en el que intervenga una persona de origen judío.

La fundación del Estado de Israel da lugar a una tímida emigración inicial de 66 emigrantes para el trienio 1948 - 1951.

Previo al año 2002, la emigración mantuvo cifras estables, aumentando en épocas asociadas a períodos de crisis socio-económica en Uruguay (fines del 60 e inicios del 70, inicios del 80 con la ruptura de la "Tablita"), y a épocas que se pueden asociar con una mayor presencia de la ideología sionista en momentos de guerra o dificultades para Israel: la guerra de los Seis Días en 1967 y la guerra de Iom Kippur en 1974. En 2002 y 2003 hubo un pico de emigrantes: 972 entre ambos años.

Hay distintos marcos de absorción cuando se llega a Israel. En 2002, por ejemplo, 12% eligió el kibutz, 5% ingresó como estudiante, 20% al seno de una familia, 40% en un centro de absorción y 23% en los llamados "proyectos urbanos".

Fuente: La emigración de uruguayos a Israel (Tesis de Maestría), Fernando Klein.

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