Facundo Ponce de Léon
Es un proceso inevitable, hay un momento donde una generación se retira y otra entra. Donde el padre le deja la empresa al hijo; donde el catedrático abandona el cargo y los ayudantes preparan el concurso para suplirlo; donde el director se jubila y se discute quién ocupa la vacante; paulatinamente los cargos gerenciales, los que hacen funcionar al mundo en todos los ámbitos, comienzan a ser tomados por los jóvenes, que ya son viejos para los que vienen detrás de ellos. Las generaciones coexisten en el tiempo. En el mundo de hoy hay niños que en 40 años serán dueños de los emprendimientos que hoy comenzamos y hay ancianos que planearon lo que hoy desarrollamos o tratamos de cambiar. Una generación no es un puñado de personas que nacieron más o menos en los mismos años. No está marcada exclusivamente por la edad sino, sobre todo, por compartir una cosmovisión, un paradigma. La generación del "mayo francés", "generación Y", "generación X", son nombres que buscan referenciar esa visión de las cosas que tiene un conjunto de la sociedad. Hoy existen jóvenes que, en pensamiento y obra, pertenecen generacionalmente al mayo francés, aunque en 1968 ni siquiera sus padres se habían conocido. Del otro lado, puede haber adultos mayores que sienten el mundo actual, con su virtualidad y espiritualidad, mucho más propio que aquel en el que les tocó crecer.
Los infantes y los longevos son los dos límites del proceso, en medio de ellos dos o tres generaciones cohabitan el ámbito donde se desarrolla la vida en comunidad. Dicho de otra manera: adultos y jóvenes son los que deciden y llevan a cabo lo decidido. Montar un hospital, derribarlo, colocar un semáforo, realizar un concurso para emprendimientos turísticos, cambiar un plan de estudio, torcer una injusticia, desinfectar un río… emprender, una y otra vez. Niños y abuelos podrán ayudar o ser explotados para concretar algunos de estos cambios, pero el punto es que el mundo no depende de ellos. Ya no para los viejos, todavía no para los pequeños.
Este proceso de intercambio generacional puede tener distintos grados de tensión y conflicto. Ortega y Gasset lo expresaba de este modo: "Las generaciones nacen unas de otras, de suerte que la nueva se encuentra ya con las formas que a la existencia ha dado la anterior. Para cada generación, vivir es, pues, una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido -ideas, valoraciones, instituciones, etc.- por la antecedente; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad". Las dos dimensiones de la faena a veces se complementan y a veces se contradicen, depende del momento histórico y el ámbito que nos propongamos comprender.
Pensemos en la ciencia. En este ámbito, por ejemplo, es probable que hoy la nueva generación deje fluir su espontaneidad dentro del legado que le han dejado: seguir desvelando el misterio del ADN; investigar la realidad del cambio climático, la relación entre los fármacos y la salud, etc. No parece haber conflicto fuerte, al menos en lo que refiere a los objetos de estudio.
Segundo ejemplo: el ámbito de la política partidaria uruguaya. Aquí el conflicto generacional parece menos armonioso. En realidad, el problema es que aquí ni siquiera aparece la generación que tendría que estar tomando las riendas. Es una lástima. Insisto que la política es una tarea noble pero tengo serias dudas de la nobleza de las estructuras partidarias. Algo frena, impide, asfixia la aparición de nuevos rostros. Sea cual sea el resultado de esta tarde, es triste ver que el recambio generacional brilla por su ausencia en la política de nuestro país.