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Emilia Díaz: “Mi feminismo es maternal. Ahí me cayó el mandato”

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Emilia Díaz. Foto: Leonardo Mainé
Nota a Emilia Diaz, escritora, actriz y comunicadora uruguaya, en bar de Montevideo, ND 20210225, foto Leonardo Maine - Archivo El Pais
Leonardo Maine/Archivo El Pais

EL PERSONAJE

Actriz, escritora y comunicadora. Publicó su segundo libro y se prepara para una temporada distinta de Consentidas. Ahora repasa todo eso y habla sobre la reflexión en su vida.

Quizá todo empezó con el aroma a teatro. Ese que huele a terciopelo viejo, a madera gastada, a luces, a butaca, a humedad, a paredes con una y otra historia escritas y recitadas una y otra vez. Quizá fue el “sos actriz, dedicate a esto” de la abuela Pitula. Emilia Díaz tenía 14 años, acababa de interpretar un papel en alguna obra en un teatro fernandino y esas palabras tuvieron un poco que ver con el voto de confianza que ella misma impartió sobre su talento o su vocación o sus ganas de actuar.

Emilia se pregunta cómo se llega a vivir de pasiones e intereses sinceros en un país como Uruguay. No es la primera vez que lo hace. Se dice que quizá fue suerte, que para ella es un privilegio que valora siempre, incluso en sus crisis vocacionales, el lugar que ha venido construyendo desde aquellos 14 años —o antes o después—. O a los 17, cuando mintió que tenía 18 para poder entrar a la Escuela de Teatro de Mary da Cuña.

—¿Fue osadía?

—Uf, re. ¿Pero quién te dice que recién a los 18 años estás pronto para algo? Le mentí a Roberto Jones, pero a él le gustó cómo transcurrí en la Escuela de Arte Dramático de Maldonado. Y cuando le aviso que vengo a Montevideo, él me recomienda con Mary da Cuña. Por recomendación de Roberto entro a la escuela. Mary da Cuña invita a Jorge Denevi a una muestra final, y Jorge me ve a mí junto a Virginia Rodríguez y Gabriel Hermano. A los tres nos invita a formar parte de la televisión y trabajar en teatro.

Así, dice, empieza un viaje que se escapó de sus manos.

Lo de ser actriz no se le ocurrió hasta que interpretó algo. Su primera obra en Montevideo fue Las bicicletas son para el verano, dirigida por Jorge Denevi. Tenía 17 años. El paso siguiente fue la pantalla, también con Denevi. En el medio hubo un viaje frustrado a España, pero que no le quitó la determinación. Después vino El teléfono con Ruben Rada y Bienes gananciales, y su paso por Curtidores de hongos, Dale con todo, Pasión de Carnaval y el elenco Las tres gracias que fundó con Manuela da Silveira y Angie Oña. Estas experiencias van marcando su rumbo profesional. 

SobreConsentidas, que este año estrenará su 15° temporada con un formato nuevo en el que estarán ella y Daniel K, dice que han pasado muchas cosas. Que en ese transcurso desde 2004 se enamoró, se casó, tuvo hijos, se mudó, murió su padre. “Es un montón. Yo aprendí y disfruté tanto. Y también lloré y padecí momentos porque crecer tiene eso. Me marcó y es parte de mi forma de ser profesional, mis primeros pasos de comunicadora”.

Crecer

Quizá fue antes del olor a terciopelo que empezó todo. Por ahí fue en aquella casa fernandina de su infancia donde se debatía con furor sobre las editoriales de los diarios o las ideas que ella llevaba del colegio. Donde la ironía, lo grotesco y reírse de la vida fue esa arma uruguaya a la que apelaron siempre.

—En entrevistas has dicho que te quisiste cambiar de liceo privado a público porque sentías que algo te perdías. ¿Qué era eso que te estabas perdiendo?

—También aprendí mucho. Pero me estaba perdiendo la riqueza de la pluralidad, de no vivir en un algoritmo cultural. Uno donde yo sufría bastante y pensaba que era el problema. Sufría discriminación por parte de los docentes y algunas compañeras de clase, por tener o no tener, por tener rulos o no tener autos. En los 80 y 90 el colegio privado era un espacio para seres bastante privilegiados en Maldonado. El origen, si realmente eras o no eras, te lo hacían notar. Mis amigas por fuera del colegio me ayudaron mucho a espabilarme, me despertaron políticamente. Eso más salir del colegio, más el teatro, conocer otras realidades, más venirme a Montevideo.

Quién sabe cuándo empezó todo. Pero Emilia se construyó a sí misma como un ser inquieto, curioso. Un ser que estudia una licenciatura en Educación o que alguna vez se formó como operadora en Psicología Social solo por la necesidad de aprender, de entender, de escarbar donde haya señales de algo más. “La psicología social fue una opción a la salida del liceo para la que no necesitaba tener todo aprobado. Al liceo lo terminé recién en 2019, cuando dí mi último examen gracias al programa Uruguay Estudia”.

Emilia es de esas presencias de la tele que en la vida real transmiten exactamente la misma energía, al menos a primera vista y en una hora y media de charla. Emilia es, en esa mirada rápida, brutal y pacífica a la vez.

Entra al café de Durazno y Convención apurada, con su tapabocas de la diversidad, lentes rojos, su flacura y sus pelos enrulados y habla, saluda, narra con una voz corpulenta, grave, con ideas firmes.

Durazno y Convención le queda cómodo. Después del Este, Barrio Sur y Palermo son sus lugares de toda la vida, del nacimiento de sus hijos, de la feria donde conoció a una de los personajes de su último libro Guardianas (ver recuadro), de su primera escuela de teatro montevideana, de sus primeros escenarios. Dice que de camino al bar pasó por allí y que detrás de esas paredes de ladrillos oscuros donde antes daba clases Mary da Cuña, ahora está la asociación de odontólogos. El barrio muta y puede ser algo bueno, pero también malo.

A Emilia le da temor la gentrificación que está expulsando a muchos de las ciudades. A su guardiana Isabel, “la curandera criolla del Barrio Sur” —así la llama en su libro—, le pasó así. No le alcanzó la plata y se tuvo que ir a vivir con uno de sus hijos lejos del barrio en el que pasó casi toda su vida. Y Emilia no quiere que se pierda esa magia idiosincrásica; por eso, tal vez, se aferra lo más que puede a hablar con el otro, preguntar y dejarse cuestionar.

Su segundo libro

Guardianas de un saber

Emilia Díaz publicó Guardianas(Aguilar) a comienzos de 2021. En marzo, se convirtió en el libro más vendido en la categoría de no ficción. Es, para la autora, una apelación a la memoria olvidada. “Vos viajás a México y te las encontrás. Parece que están más a la mano, pero acá tenés que escarbar más”, dice. “Son estas mujeres que practican estas artes culturales, arte de sanar que tiene mucho que ver con el compartir conocimiento, no desde un lugar de un saber poder, sino desde un saber no cerrado a la experiencia de vida, de ser transformado, al que haya que acceder por una capacitación”. Emilia quería encontrar a las guardianas de un saber que se transmitiera de forma horizontal, comunitaria. “Creo que esta forma de cuidar y de sanar que tenemos las mujeres a lo largo de la historia ha sido poco mapeada. No está en los libros, pero hemos sostenido la vida a lo largo de los siglos. Creo que nuestro arte de sanar, nuestra forma de saber desde qué yerba hasta qué palabra o qué oración, hemos sido transmisoras de un saber que ha quedado o se ha perdido entre las generaciones. Me resultaba interesante saber qué pasaba en Uruguay con eso”.

“Las ferias vecinales, las ferias en general, tienen eso. Yo te viajaba antes de la pandemia y era ‘llevame a una feria’. Pero a la posta, donde se compra la fruta y verdura, donde están las chucherías, donde uno se puede colgar a escuchar diálogos fantásticos y sacar la foto, la instantánea cotidiana que no la sacás con la Polaroid de turista. Hago terapia, charlo, me piden información de toda índole, me brindan su opinión sobre un montón de cosas”.

Así, en parte, busca la forma de no perder perspectiva sobre el mundo en el que vive y las historias que no se cuentan. A sus hijos, Vicente (10) y Felipe (7), trata de contagiarles esa inquietud. Y la maternidad, dice Emilia, es otro desafío.

“El mundo no está preparado para recibir bebés. Quieren subir la tasa de natalidad pero no estamos tolerando a los bebés ni a los niños ni las infancias. El feminismo a veces se olvida de las madres. Reproduce esto de la representatividad política, de la representatividad económica. La brecha salarial, pero ¿y las madres? ¿Y los cuidados?”

En algún momento de la charla Emilia baja levemente su tapabocas arcoíris y deja entrever los labios violetas para beber un sorbo de café. No levanta banderas, pero tiene claridad y firmeza en el mensaje que quiere transmitir. En parte por eso escribió las columnas en el portal mujermujer que después se condensaron en su primer libro, Cuestión de Díaz (2015).

“Mi feminismo es maternal. Ahí me cayó todo el mandato femenino de la madre y empecé a preguntarme muchas cosas en torno a ser madre y la soledad profunda y una rabia de ser una madre urbana sin redes. Ahí empezó mi estudio. Qué pasa si miro con lentes feministas esto, desde la teoría feminista qué pasa con esto. Ser feminista no es algo inacabado. Sí intento apartarme de las que intentan hacer del feminismo banderas. Creo que está bueno que existan porque hace más visible algo que de lejos no se ve, pero trato de estar en un lugar que es más de tejer redes. Soy más una tejedora”.

Sus cosas

¿Dónde está mi tribu?
¿Dónde está mi tribu?

Libro que la marcó

Uno de los libros que Emilia leyó cuando fue madre es ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista. Dice que así lo vivió: “Con un sentimiento de me abandonaron todos y se fueron a vivir sus vidas productivas y yo quedé acá sosteniendo una demanda permanente”.

Sur y palermo
Barrio Palermo. Foto: archivo El País

El barrio la adoptó

“Siempre este barrio me hizo sentir en casa. De repente más Palermo que Sur. Aunque llevo más tiempo en el Sur que en Palermo. Ahí tuve mi primer hijo, la escuelita quedaba cerca, una escuela que genera muchos interrogantes sobre cómo criar”. El barrio cambia, pero Emilia valora su música, su vida, su idiosincracia.

Darío Vittori
Darío Vittori.

La tv que miraba

“Mi padre era un gran espectador. Con él íbamos mucho al teatro. También mirábamos televisión. Darío Vittori tenía unas comedias de enredo que era como una serie y en casa era sagrado. A mi padre le gustaba mucho reírse con productos culturales. Asociaba los productos culturales con exorcizar emociones”, cuenta.

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