"El tenis de antes era más divertido"

DIEGO PÉREZ | Fue el tenista uruguayo mejor rankeado en la historia y el que hizo más por popularizar este deporte en el país. Hoy organiza eventos y suele reunirse con sus ilustres amigos.

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LEONEL GARCÍA

Hace un mes cumplió 50 años. "Es un golpe", dice Diego Pérez sin una pizca de amargura. Pero si no fuera por algunas canas o arrugas, está igual a cuando tenía a todo el Carrasco Lawn Tennis y a miles de televidentes en vilo, en aquellas batallas de hasta cinco sets por la Copa Davis. "Mirá, hará tres o cuatro días -Diego no es preciso con las fechas-... no me acuerdo bien dónde estaba -ni con los lugares- un cuidacoche me vio y se emocionó tanto que empezó: `¡Yannick Noah, qué partidazo ese!`. Y vos te preguntas cuánto ese tipo se pudo haber interesado por el tenis. Increíblemente eso aún me pasa: personas que seguramente jamás agarraron una raqueta en su vida me gritan `¡Grande, Diego!` por la calle. A mí me encanta haberle llegado a toda esa gente".

Él es el uruguayo mejor rankeado en la historia de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). Llegó al puesto 27 en julio de 1984. Pero, ante todo, fue quien acercó como nadie un deporte que tiene poco de popular a los hogares de este país.

Su forma de ser y de jugar, admite, tuvo más que ver en eso que su cosecha de 15 años en los courts: solo un título como singlista (Burdeos 1985) y tres como doblista. Fueron años de Uruguay peleando por entrar al Grupo Mundial de la Davis, con un inédito triunfo ante Argentina en 1994, y de la dupla Marcelo Filippini-Diego Pérez. Pero si el primero solía ser la principal raqueta del equipo, en el cariño popular Diego ganaba por varios cuerpos.

"Eso era por la manera de ser de cada uno", reconoce. "Tengo una muy buena relación con él (pero) somos muy distintos. Pasa que Marcelo era un poco más... `amargado` si querés. Jugaba excelente, pero no le importaba más que ir, jugar y tratar de ganar. No le interesaba interactuar ni caer simpático a nadie. Y eso está perfecto. Yo también quería ganar, pero vos estás tan cerca de las gradas que terminás reconociendo a la gente, un saludo, una guiñada... Yo me fui acostumbrando a interactuar con la gente, era una manera de sacarme la tensión. Y también estaba mi estilo de juego, más aguerrido. Yo ganaba partidos acalambrado, varios de ellos en el quinto set, luego de cinco horas...". La garra charrúa llevada al deporte blanco.

Simpático y canchero, Diego es saludado por los mozos y comensales del restaurante del Lawn Tennis. Se nota que juega de local. Es más, de adolescente vivió ahí varios veranos, en una habitación que había debajo de las tribunas, mientras su familia estaba radicada en Barcelona.

SOY ASÍ. Jugador sin término medio, era capaz de ganarle a verdaderos monstruos (como a Boris Becker, Yannick Noah, John McEnroe o Guillermo Vilas) como de perder enseguida contra rivales ignotos o de relativa jerarquía. En Austria y en 1992 sorprendió al mundo al derrotar a Jim Courier, entonces número 1 del ranking. Dos días antes había sudado mares para vencer a un colega situado en el lugar 689. "Le ganaba a un fenómeno pero no tenía la constancia de vencer a otro no tan bueno. No sé por qué pasaba. Más allá de mi imagen distendida, que la gente pensaba que era muy jodón, yo me lo tomaba super en serio, entrenaba a full, tenía mucha disciplina. No me arrepiento de como tomé mi carrera".

Diego jugó en las principales canchas del mundo y también en el patio del Vilardebó. Tenía 17 años y fumarse un porro en plena dictadura le bastó para ser internado "para rehabilitación". Estuvo 10 días; el propio presidente del Lawn intervino para sacarlo. "Estaba en un pabellón con sesenta monos, deprimente, yo no pegaba ni con cola. ¿Vos que hiciste? `Nada, asesiné a uno pero no lo quise matar`. Otro: `Yo violé`. ¡¿Y yo qué estaba haciendo ahí, si habrán sido dos pitadas?! Le dije a mi abuela que me trajera dos raquetas. Me puse a jugar en un paredón enorme en el patio, enseguida se acercaron los locos y nos cagamos de risa. Empezamos dos y terminamos como 150. ¡El relajo que armamos!".

Él solía fumar en su época de profesional. "No había mucha información en ese tiempo", se defiende. En la alimentación, lo mismo. Podía comer unos buenos cappelletti con caruso antes de jugar. "Me caía mal la comida, me daba ganas de vomitar en la cancha, repetía todo el tiempo. Y yo decía `che, qué mal me cayó esta crema doble`, ¡como si fuera una cosa sorprendente! Tal vez si teniendo más información hubiera rendido más". En otro momento, para no deshidratarse, tensarse y acalambrarse, "alguien" le dijo que una cerveza lo ayudaría en los partidos. "En un torneo en Itaparica, Brasil, con 200 grados, llené un tubo de pelotas con cerveza y lo tomé. Obviamente, me empecé a distender, me tomé otro (tubo) y terminé con una mamúa terrible, no sabía a qué pelota darle". Eso sí: nada de calambres. "Y perdí ahí, ¿eh?".

En su mejor Grand Slam, Roland Garrós 1992, le ganó a Richard Krajicek, un holandés que era top ten, y pasó a octavos. Su siguiente rival era el sueco Nicolás Kulti, bastante accesible. Diego vivía en París (mientras fue profesional, él residió en Barcelona y en la capital francesa) y monitoreaba los partidos desde su casa "en la computadora, con un sistema bastante parecido a Internet". De pronto, el match previo al suyo se suspendió. "Tuve que salir como bala, en bicicleta. Llegué, la tiré a un costado y arranqué. Imagina los nervios que me comí, podía perder por abandono". Un triunfo hubiera otro Maracanazo. No se dio. "Si hubiera estado ahí media hora antes, charlando con el coach... Pero yo estaba en casa mirando tele, un desastre". Por años, esa fue la derrota que más le dolió.

Su fama de "jodón" -así se autodefine- no es gratuita. Su segundo casamiento en 2003 (que luego terminó en su segundo divorcio) fue en José Ignacio y la jueza demoraba. Decidieron comenzar la fiesta y cuando la jueza llegó la "alegría" hacía rato que estaba generalizada. "Esa es mi manera de ser: no dramatizo las cosas. Ya tuve muchas pálidas en mi vida: perdí a mi padre a los 9, a mi madre con 20, me las debí arreglar solo, y llega un punto en que le pongo el justo valor a las cosas". Diego tiene dos hijos, uno de cada matrimonio: Bruno (17) y Paula (8). "Soy dedicado, me encanta estar con ellos. A veces soy tolerante, y a veces... nada".

AMIGOTES. Diego aún asiste a Roland Garrós y junto con sus amigos celebran siempre "la Cena del Comité". Cuando habla de amigos nombra primero a Noah, al exnúmero 1 Mats Wilander, Martín Jaite y Christian Miniussi; pero luego también a John McEnroe, Pat Cash o Cédric Pioline. "¡Te imaginas que de comité no tiene nada!", se ríe. "Hablamos de tenis y coincidimos en que en nuestra época era mucho más divertido. A Yannick Noah, que se mataba y estaba entre los cinco mejores, lo veías jugar y no parabas de reírte. Saltaba de un lado a otro, golpeaba entre las piernas. Se permitía joder un poco, con la gente y con el contrario. Hoy no se ve eso, son como robots, no porque esté prohibido sino por el `no vayan a pensar que estoy para la joda`. Cuando yo jugaba, podían ir cuatro tenistas a entrenar en un mismo auto. Hoy para cuatro tenistas precisas ocho autos: está el entrenador, el preparador físico, el psicólogo. Hay más plata y profesionalismo, pero también más presiones". Según la página web de la ATP, el uruguayo mejor posicionado de la historia ganó US$ 1.042.224 en su carrera. "Hoy hubiera ganado muchísimo más, pero no me quejo".

Diego se radicó en Uruguay luego de su retiro, en 1995. "Quería volcar mi experiencia en el tenis acá, estuve tres años como director de entrenamiento en el Lawn. Hasta que comencé con la organización de eventos y me di cuenta que, más que estar en la cancha como docente, me gustaba la parte comercial del tenis". Sinceridad total. Así, de 1999 a 2001 organizó el Nation`s Senior Cup con aquellos viejos astros, sus amigos, en el Hotel Conrad de Punta del Este. "Yo sabía que a McEnroe, Wilander o Noah les iba a encantar ese lugar". Luego llegó la crisis y el evento, con toda la barra, se trasladó a España por otros cuatro años.

"Hoy vivo de lo que logré jugando al tenis, de las exhibiciones, las bonificaciones de la ATP, de la representación de marcas, de mis inversiones y siempre estoy tratando de organizar eventos como hice con la Copa Petrobrás y el Nation`s Senior Cup. Ahora estoy tratando de hacer del Uruguay Open un torneo serio, quiero este país tenga un torneo importante".

El segundo Diego Pérez más famoso del país después del Ruso -"Al fútbol no hay con qué darle"- sabe que el tenis aún es visto como elitista. "En parte se justifica: en el Lawn tenés que ser socio, pagar una cuota de entrada alta, una mensualidad que no es para cualquiera. Ahora, también podés jugar en la Plaza de Deportes número 3 (la del Parque Rodó)". Pero también cuenta que hay un proyecto de la Asociación Uruguaya de Tenis (AUT), para poder llevar este deporte a distintos barrios. "Yo sé que el presidente de la Asociación (Ruben Marturet) está hablando con el (ministro de Turismo y Deportes, Héctor) Lescano. Recién están arrancando".

¿Este extenista fue consultado para este proyecto? "No mucho, pero igual tiro mis ideas", sonríe por enésima vez. "Para mí, tendría que haber varias canchas, con un programa detrás, en los barrios periféricos. Eso sería una pegada. Por que estoy seguro que es ahí y no en Carrasco donde van a surgir los futuros Diego Pérez, Filippinis o (Pablo) Cuevas".

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