JESÚS RUIZ MANTILLA I EL PAÍS DE MADRID
Marilyn según su psicólogo
Marilyn llegaba siempre tarde. Era su defecto más recurrente. Llegaba tarde a los rodajes, a las citas, a las fiestas. Y, al principio, llegaba tarde a las sesiones de terapia con Ralph Greenson, el último confesor de sus desgracias. Era un hombre mayor, sin el poder de atracción del escritor Arthur Miller o del deportista Joe DiMaggio, con quienes estuvo casada. Pero este psicoanalista la marcó tanto que llegó a conseguir que la actriz rompiera esa insana costumbre del retraso y se presentara con antelación a sus citas.
No es que esta mujer con cuerpo de diosa y alma de porcelana, que se ganaba la vida como estrella de cine, como modelo y antes de eso de cualquier forma o manera, le hubiese tomado el gusto a retrasarse por falta de previsión o porque anduviera sin mirar el reloj de su vida. Sencillamente le gustaba hacerse esperar. "Eso le hacía sentirse deseada, querida", comenta Michel Schneider.
Esa una conclusión contundente, sacada por el escritor francés, autor de la brillante Glenn Gould, piano solo, mientras se adentraba en el misterio y el laberinto de un mito al que ha retratado desde un diván literario en Últimas sesiones con Marilyn (Alfaguara). "Me he querido acercar al personaje como ella misma deseaba explicarse: no mediante su imagen, sino mediante el lenguaje, a través de las palabras, que para ella escondían su verdadero yo". Desde ese lugar donde residía la auténtica Norma Jean, el verdadero nombre para aquella chica cuyo color de pelo no estaba muy claro, pero que ansiaba pasar a la posteridad como la rubia, después de aparecer muerta el 4 de agosto de 1962, en Los Ángeles.
Schneider retrata a Marilyn en lo que él describe como "una novela falsa, una narración en la que todo es verdad y real, pero nada exacto". En ella se mezcla el Hollywood dorado con el infierno. Aquel lugar que parecía un Olimpo de plástico, donde todo el mundo pasaba por el diván. Un mundo de espejismos en el que algunos quedaron atrapados por identidades confusas: las que salían del cinemascope y las reales, que nadie se atrevía a tocar.
De eso sufrió Marilyn desde que empezó a triunfar. Pero antes había padecido también de otras cosas que la empujaron a un terraplén trágico: "De abandono permanente", comenta Schneider. Primero por lo que le hizo su madre, que la dejó cuando era un bebé, y finalmente por el hecho de que el propio Greenson, que la trató sin ninguna limitación durante tres años, la dejara sin un ancla al que aferrarse psicológicamente cuando se largó a Europa a impartir una serie de conferencias. No fue muy consciente de que aquel viaje la hundía. Puede que la salida del doctor fuese una de las causas de su muerte. "También da lo mismo si se suicidó o alguien la impulsó a hacerlo. El caso es que ella deseaba más morir que vivir", concluye Schneider.
INCOMPrendida. Otra razón poderosa fue la sensación de incomprensión permanente que le ahogaba. Por eso el libro descubre a una Marilyn distinta: culta y sensible, ansiosa por conocer una verdad que no veía en el espejo. Una mujer curiosa y en permanente busca de cariño, que justificaba su etapa de prostituta diciendo que no podía acostarse por el dinero de nadie si no había un poco de amor por medio. Una chica que temía la noche, a la que le gustaba hacer el amor de día y de pie, alejada del cliché de muñeca sin cerebro con el que muchos la veían, como Joseph L. Mankiewicz. Un día, el director que le había dado un pequeño papel en Eva al desnudo, la encontró en una librería y la disparó esta humillación: "Estos libros que has comprado, ¿los vas a leer?".
Antes de suicidarse en 1962, Marilyn acudió durante 30 meses a psicoanálisis con el doctor Greenson. El diagnóstico del terapeuta fue: sexualidad insatisfecha, esquizofrenia e impulsividad. Cuando muere Marilyn, todos señalan de inmediato a su psicoanalista. Había sido el último en verla viva y el primero en encontrarla muerta. Era su voz la que escuchó el policía de guardia en la comisaría, cuando una llamada telefónica procedente del barrio de Brentwood sonó a las 4:20: "Marilyn Monroe se mató".
No cuesta imaginar que Marilyn quedara impresionada por como Ralph Greenson. No sólo era el rey de las terapias en Hollywood, el guardián de los secretos de artistas como Sinatra, Jack Lemmon, Tony Curtis o Vincente Minnelli, sino que había conocido esa Viena de entreguerras en la que el doctor Freud, "el hombre al que le gustaba oír hablar a las mujeres", se hizo célebre.
La vieja Europa de la que también llegaba Billy Wilder, que la dirigió en Con faldas y a lo loco. Y lo hizo sin perder la paciencia cuando tuvieron que repetir 80 veces una toma en la que sólo debía pronunciar: "¿Dónde está esa botella de bourbon?". El amigo Wilder estaba fascinado por la actriz. Tanto que acabó confesando a su mujer que si algún día la engañaba, sería con ella.
La atracción fatal que esta gata herida ejercía no atiende a explicaciones racionales. Aquella mujer a quien, según su amigo Elia Kazan, "Hollywood tiró al suelo con las piernas abiertas", fascinó a intelectuales como el propio Miller o Truman Capote. Y por descontado a Greenson, que faltó a todos sus principios psicoanalíticos por curarla.
"Yo lo conocí", cuenta Schneider. "Era un pope del psicoanálisis que aplicó con ella todo lo que en teoría su terapia desprecia, desde farmacología a intimidad". Para Greenson, Marilyn fue como un miembro de su familia: "Podía llamarlo a cualquier hora". Aquellas sesiones le marcaron profundamente. El negro 4 de agosto en que la encontró sin vida, Greenson también murió un poco.
Marilyn siempre llegaba tarde y era un modo de sentirse deseada, según concluyó su terapeuta.
Derechos de imagen son libres
¿Marilyn residía en Los Angeles o en Nueva York? Este asunto al parecer menor es la clave de una disputa legal por los derechos de imagen de la cautivante actriz. Si se da por bueno que su residencia oficial era Los Ángeles, donde murió, la legislación local obliga al pago de derecho por más que esté muerta. En cambio, un juez federal acaba de fallar que en verdad Marilyn vivía la mayor parte del tiempo en Nueva York y allí la ley establece que han caducado los derechos y nada debe pagarse.
La sentencia ha sido apelada por los herederos de Marilyn y aplaudida por los fotógrafos que han retratado a la diva de los `50. Así, cualquiera que quiera poner una imagen de Marilyn en un póster, publicidad o lo que guste, podrá hacerlo sin pagar. El fallo podrá ser, entonces, el comienzo de una avalancha de campañas con su rostro, siempre efectivo y ahora, gratis.
Hasta el momento, los herederos de Marilyn han recaudado 30 millones de dólares por los derechos de imagen.
Los mismos herederos metieron la pata porque en los `60 presentaron una demanda para que la Justicia declare que Marilyn era de Nueva York. ¿El motivo? Los impuestos de California (Los Angeles) eran más altos y los familiares buscaban abaratar tributando en Nueva York. La jugada les salió muy cara.
Ahora, lamentaron en un escrito, "cualquiera puede sacar un producto con la imagen de Marilyn, sin que importe lo obsceno que sea".