El médico que dejó de contar a los 3.000 nacimientos y aún recibe “gracias” en la calle

Entre anécdotas, aprendizajes y desafíos, Enrique Pons, ginecólogo y obstetra con 50 años de experiencia, destaca siempre lo mismo: cada parto y cada mujer son únicos.

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Enrique Pons
Ignacio Sánchez

A los 3.000 nacimientos decidió dejar de contar. Hasta entonces, Enrique Pons (81) llevaba un cuaderno meticuloso donde anotaba todo: nombre de la madre, fecha, si hubo maniobra especial, si el bebé nació por parto natural o cesárea. Después vinieron miles más, incontables. Porque durante medio siglo este ginecólogo y obstetra -hoy miembro del directorio de la Academia Nacional de Medicina- fue el primer testigo de vida de generaciones enteras.

Muchos de esos bebés recibieron su nombre. Y muchos otros, ya adultos, todavía lo detienen en la calle con una sonrisa para decirle: “Usted me trajo al mundo”. A veces la escena se vuelve insólita. “Una noche me corrió un muchachón enorme por la calle. Yo pensé que me iba a asaltar -se ríe-. Llegó jadeando y me pidió que esperara a su madre, que quería una foto conmigo. Resulta que había atendido su parto en una guardia”.

Pons es un testigo privilegiado de la historia de la obstetricia uruguaya. “Aprendí que cada parto es único, cada mujer es única”, asegura, reflexionando sobre la importancia de la comunicación con las pacientes y de dedicarles el tiempo que necesitan. En este sentido, aboga por aumentar el tiempo de consulta en policlínica, que hoy está estipulado en apenas 10 minutos por paciente. “Hoy es una competencia entre el tiempo que se le dedica a lo obligatorio y el tiempo que se le dedica a lo necesario, que también debería ser obligatorio”, apunta.

Un inicio fortuito.

Aunque parezca extraño, dice que llegó a la disciplina por un hecho “fortuito”: un parto que no tenía planificado. Ya había observado algunos casos, pero nunca había estado al mando. Fue en Paysandú, su ciudad natal, donde estaba haciendo el internado a comienzos de la década de 1970. Recuerda aún la emoción y el desafío que representó aquel primer parto, aunque lo vivió con “unos nervios terribles”. La partera de guardia tuvo que acudir a una emergencia en un domicilio fuera de la ciudad, y una enfermera lo llamó a él.

“Me dijo: ‘Tiene cinco hijos, va a ser muy fácil. Vestite así, lávate así y ponete acá’. Yo me sentía como un torero con un trapito en la mano y ¡todavía me grita que no se fuera a caer el bebé al piso!”, relata a Domingo. Y sigue: “Me pareció tan fácil y tan lindo… Todo era alegría en la mujer. Entonces me dije: esto me gusta”.

Posteriormente, recibió su título de especialista en Laparoscopía Ginecológica en 1977 y especialista en Ginecotocología en 1980, entre otros. También es educador sexual certificado. No obstante, también hubo momentos difíciles, aquellos en los que la vida se le escapaba a pesar de todos los esfuerzos. “Como toda carrera médica, tiene sus dulces y sus ácidos. Siempre hay situaciones que te dejan la sensación de no haber podido ayudar”, confiesa. Sin embargo, dice, esos momentos no opacan la gratitud de las familias ni la alegría de acompañar miles de nacimientos.

Mujer embarazada
Foto: Freepik.

Discípulo de un grande.

Pons fue discípulo directo de Hermógenes Álvarez, ginecólogo y obstetra de renombre en Uruguay, a quien recuerda como uno de los protagonistas de los “maracanazos de la ginecología uruguaya”. Álvarez, junto a Roberto Caldeyro Barcia, fue pionero en el registro gráfico de las contracciones durante el embarazo, perfeccionando luego la técnica de medición. “Descubrieron las contracciones ‘chiquitas’”, explica Pons: rítmicas y de baja intensidad, que ocurren principalmente a partir de la novena semana de gestación y son imperceptibles para la madre.

De Álvarez aprendió la importancia de la precisión, el cuidado del detalle y la dedicación a la paciente, valores que marcaron toda su carrera. Esa influencia se refleja en la manera en que abordaba cada parto: con respeto por la singularidad de cada mujer y con la tranquilidad de quien sabe que la experiencia y la atención meticulosa pueden marcar la diferencia.

Porque, en definitiva, cada mujer es un valor en sí misma. “De repente esto suena como panfletario, pero lo digo sinceramente: la mujer es un ser especial, especialísimo, mucho más compleja que el hombre, con una biología más compleja”, reflexiona Pons. Señala no solo los embarazos y los partos, sino también las frustraciones que implican no poder concebir o llevar adelante un embarazo, dificultades que hoy se comprenden mejor y que, en muchos casos, se pueden corregir.

“Y cuando llega el momento del nacimiento -continúa-, yo siempre he pensado: algunos de nosotros, los varones, ¿podríamos pasar por una experiencia como esta y actuar como actúan las mujeres? ¿Superarlo con ese compromiso, con esa capacidad de atravesar situaciones difíciles, y con una tolerancia al dolor que los varones no tienen?”

Entre risas, Pons señala lo que las mujeres sostenemos históricamente y que es materia de chistes y memes: si los hombres fueran quienes se embarazan, “sin dudas”, dice Pons, la epidural no tendría costo y ya se habría inventado un método menos invasivo que el Papanicolau.

Ese respeto profundo por la mujer y su singularidad no se limitó a la consulta o al parto; con los años, Pons fue cuestionando sus propias ideas y prejuicios. “Te voy a poner un ejemplo personal -confiesa-. No, yo no era feminista. Me creía todas las cosas que socialmente me habían metido en la cabeza. Creía cuál era el lugar de la mujer y cuál era el lugar del varón. Lo tuve que ir aprendiendo con el tiempo y doy gracias de que logré ir cambiando mi cabeza”.

Pero, subraya, cambiar mentalidades no es rápido ni sencillo. Los veteranos, explica, cargan prejuicios que no desaparecen de un día para otro. Por eso, insiste, la educación debe comenzar desde la infancia. “Hay que empezar desde muy chiquitos, sin dejar de lado a los varones. Así tendremos mejores personas, mejores padres y madres, y sociedades menos violentas”, sostiene.

En esa misma línea de respeto y escucha, Pons recuerda la importancia de algo que todavía falta consolidar en el ambiente médico: acompañar más a las pacientes e integrar la tarea del ginecólogo con la de los neonatólogos. Por decisión propia, mientras ellos realizaban la primera revisión del recién nacido, él permanecía junto a la mujer, reconociendo su esfuerzo. “Ese es un reconocimiento que para las mujeres es fundamental. Hacerles sentir que fue ella la que tuvo el parto. Ni fui yo, ni fue su compañero”, enfatiza. Porque, como bien saben quienes han dado a luz, aun siendo ellas quienes ponen el cuerpo, pasan a un segundo plano en cuanto nace el bebé.

Ecografía en el embarazo
Ecografía en el embarazo
Foto: Canva

Parto en transformación.

Con la misma claridad con que recuerda el primer parto, Pons traza un recorrido por los cambios en la obstetricia uruguaya. En sus años de formación, el fórceps era un instrumento fundamental y apenas un 4% de las mujeres tenían cesárea. Ese número, que entonces parecía un exceso, hoy supera el 52%. Las razones, explica, son múltiples y complejas: desde la falta de anestesistas y ayudantes internos hasta el temor a demandas judiciales. También influyen factores culturales y sociales: antes era común que una mujer pasara 12 o 15 horas en trabajo de parto; hoy los tiempos de espera son mucho menores y la fatiga o la incertidumbre pesan más en la decisión. Otro cambio sustancial fue la ley que reconoce el derecho de la mujer a estar acompañada en el parto o en la cesárea. “Antes era una soledad absoluta -recuerda-, encontrándose de pronto con una cara desconocida en un momento tan trascendente”.

Pons defiende las ventajas del parto natural, pero insiste en que el respeto a la decisión de la mujer es irrenunciable. Lo ejemplifica con sus propias hijas: una tuvo un parto natural, la otra una cesárea indicada, y ambas experiencias fueron válidas y felices. “No soy hincha de la cesárea ni hincha absoluto del parto natural. Cada situación es única, no hay dos partos idénticos”, afirma.

Los desafíos de la ginecología actual también incluyen áreas que antes eran invisibles, como la detección de la violencia de género. Reconoce que al inicio le costaba preguntar directamente, pero entendió que era parte de su responsabilidad. “Tuve que superarlo. Si no lo hacía, estaba dejando de lado una dimensión fundamental de la vida de esa mujer”, dice. Y subraya que derivar no significa dejar a la paciente “a la deriva”: el ginecólogo o la partera deben seguir siendo una referencia y acompañar el proceso.

En una conferencia reciente, eligió cerrar con un homenaje inesperado. Tras mencionar a los grandes pioneros de la obstetricia nacional, recordó a una mujer cuyo nombre figuraba en aquel primer registro gráfico mundial de contracciones. “Hilda Cardozo fue la verdadera protagonista, como lo son todas las mujeres”, afirmó.

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