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Desde Salto a Cabo Polonio: ¿cómo y dónde bucear en Uruguay?

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Camila, de Montevideo Diving, buceando en Uruguay. Foto: cortesía Montevideo Diving

DE PORTADA

El destino por excelencia es Isla de Lobos, pero existen muchos otros claros de agua (sobre todo canteras) donde los buzos se sumergen.

Dicen que el cuerpo casi no se siente. Que la liviandad es tal, que es como transitar en el espacio. La diferencia es que en lugar de vacío, hay agua, mucha agua, y vida. Mucha vida. Dicen que es casi como querer imitar al pez. Que los oídos se entumecen y que allí debajo solo se escucha la respiración profunda y lenta de uno mismo. Dicen que es casi como el espacio exterior, pero que en lugar de luna, estrella, satélites y planetas, hay flora, peces, arena, rocas y, a veces, si se tiene suerte, algún barco sumergido. Debajo del agua, todo se ve más grande por la refracción y esplendoroso por el simple placer de estar en el aquí y ahora. Dicen, además, que los ojos siempre (un siempre cargado de énfasis) deben buscar al otro, al compañero, al amigo, al desconocido, al par en esa galaxia profunda. Para visitar el vacío acuático es una obligación bajar de a dos y confiar: en el otro, en el cuerpo, en la boca, en los pulmones, en el tanque, en el agua.

El buceo en Uruguay es una disciplina que muchos practican pero que todavía (y a pesar del promedio de los 20/30 años de buena parte de las escuelas nacionales) no está extendida. El destino más popular, las márgenes de Isla de Lobos, es apreciado por extranjeros y pocas veces por locales.

En el resto del territorio, los puntos son buceados sobre todo por instructores recreativos y sus alumnos, que pasan la prueba de aguantar abajo de la piscina y se lanzan al mar o a las canteras. Para sumarse a ellos y ellas hay “bautismos”, que son aventuras de una sola vez o, para aquel que le toma el gusto, hay cursos que habilitan certificados internacionales.

Si bien el agua no es de ese celeste casi cielo que suele aparecer en fotografías o videos de buzos en otras partes del mundo. Si bien la visibilidad dista mucho de los 30 metros y se acerca más a los dos, tres, cuatro o cinco y seis en días buenos, el agua siempre tiene su encanto.

Bucear es algo así como un placer o un vicio o un hobby o una terapia o un escape a la realidad. Es, para quienes lo prueban y lo eligen, una desconexión total con el mundo conocido y, a su vez, un dialogar con la naturaleza que, la mayor parte del tiempo, permanece oculta.

Variantes

Freediving, meditar en el agua

Para bucear, en general, los elementos básicos son un tanque, un chaleco compensador, un regulador, máscara, aletas y un traje de neopreno para las temperaturas muy bajas. Sin embargo, hay una variante del buceo donde todo lo que se necesita es aprender a aguantar la respiración. El freediving o Apnea, es una disciplina sin tanque que, dice David Berniger, instructor de Montevideo Diving, termina por ser muy introspectiva. “Lo primero que se te desconecta son los oídos, del aire, te desconecta de la realidad en la que vivís y te conecta en otra, que es la interna tuya. Sos vos para superar los minutos abajo del agua y tenés que conectarte con tu corazón, con tu cerebro, con tus pensamientos”. Luego añade que distinto a los 40 minutos (o más) del tanque, con freediving se está unos 4 o 5 minutos abajo del agua. “Es el entrenamiento lo que hace que vos aprendas a bajar las pulsaciones del corazón, que estés más relajado. Hay una disciplina ahora que es como un yoga abajo del agua, la gente lo usa como terapia para bajar el estrés”.

“Mi sensación primaria es de paz absoluta. Los sentidos cambian completamente en el entorno acuático. Y esa sensación de estar levitando es increíble. El contacto visual con tus compañeros de buceo, entenderse con la mirada y hablar con los ojos. Todo cambia allí abajo y es magnífico”, dice Camila, que desde hace unos tres años practica buceo y es instructora en Montevideo Diving.

Nadar a la par de ellos

 “Les encantan los colores cálidos. Si tenés aletas amarillas o rojas, vienen y las mordisquean, se dejan tocar. La gente que viene del exterior queda fascinada”, comenta Daniel Piñeiro, dela escuela Octopus. Como él, cada instructor de buceo uruguayo con el que Revista Domingo conversó para esta nota, lo dice: la Isla de Lobos, esa que todos los veranos aparece en la televisión o los periódicos, es el punto máximo para nadar por debajo del agua.

Un lobo marino retratado debajo del agua en los alrededores de Isla de lobos. Foto: cortesía Juan Antelo
Un lobo marino retratado debajo del agua en los alrededores de Isla de lobos. Foto: cortesía Juan Antelo

“Yo he tenido la suerte de bucear en muchas partes del mundo y, por lo general, incluidos los tiburones, cuando aparece el buzo, se van. Si vos no les das de comer, las tortugas, los delfines, tiburones, se van. El lobo viene”.

Marcos Pietrafesa, instructor de Scuba Divers Uruguay, los describe como curiosos y sociables, como fascinantes. Y la Isla de Lobos es como un campo magnético para extranjeros que, acostumbrados a bucear en arrecifes o entre delfines, vienen buscando algo más.

Un grupo de Scuba Divers Uruguay. Foto: cortesía Scuba Divers
Un grupo de Scuba Divers Uruguay. Foto: cortesía Scuba Divers

“Lamentablemente es un buceo que no está muy difundido en Uruguay, incluso para la gente que bucea. Y no la recomendamos solo para el buceador, porque es una actividad que está muy buena para hacer con snorkel, sin tener que hundirte, por la superficie. La gente que va, vuelve fascinada, porque aunque tú no te sumerjas, ellos se acercan”. Eso sí, la clave es que que los animales te gusten, no temerle demasiado al agua y ser muy respetuoso con el medio ambiente. Como en todo buceo (o snorkeling) se mira, se deja burbujas, pero no se toca.

“Es una de las promesas turísticas que tiene el Uruguay, que hay que trabajarla para poder explotarla en forma consciente, sin llegar a hacer una fatiga para los animales. Y tenemos la opción de algo que es único. Porque tener un lugar que se pueda bucear con tantos lobos marinos, con tantos, solo en Sudáfrica. Allí hay más cantidad, pero están esparcidos en un territorio mucho más grande. Acá tenés gran densidad en un pequeño espacio”.

Para llegar a la Isla de Lobos se puede partir en barco con las escuelas de buceo que, por lo general, alquilan los equipos y acompañan con un grupo de instructores. La embarcación sale del puerto de Punta del Este. Son unos 50 minutos hasta la isla y, por lo general, los instructores también hacen de guía: cuentan la historia de las embarcaciones que se hundieron antes de que se levantara el faro, de las loberías donde faenaban a los animales, de lo que queda. No se puede ingresar a la isla por ser una reserva natural protegida pero si es posible contemplarla desde las embarcaciones o sumergirse en aguas cercanas.

Un grupo de buceadores parte con la escuela de buceo Octopus rumbo a Isla de Lobos. Foto: Ricardo Figueredo
Un grupo de buceadores parte con la escuela de buceo Octopus rumbo a Isla de Lobos. Foto: Ricardo Figueredo

Daniel Piñeiro, un amante del buceo arqueológico cuenta que sumergirse hasta las profundidades permitirá ver algunos pocos esqueletos de barcos de todos los que alguna vez se hundieron. “Una vez bajé con un alumno que era nuevito y me preguntó por qué había vías de tren. Y, no, era eso todo lo que quedaba de los naufragios. En Uruguay tenemos fondos blandos, de barro o de arena, entonces muchos barcos se han enterrado. Otro factor es la poca profundidad que tenemos. Todo barco que queda a menos de 10 o 15 metros, es deshecho por las tormentas, entonces parecen hasta esqueletos de ballena”.

Salir a los mares del mundo

“Siempre hay un público que viene con el fin de viajar. Nosotros, durante el invierno, armamos viajes por el mundo. Elegimos un destino y nos vamos con toda la escuela, todo el grupo, todo aquel que pueda. Viajamos, a veces, con grupos de 30 personas que vamos al Mar Rojo, por ejemplo”, comenta Marcos Pietrafesa. Como la suya, casi todas las escuelas organizan expediciones de buceo al exterior. Mientras los extranjeros quieren venir a nadar con lobos, los uruguayos quieren salir a conocer arrecifes o nadar con tiburones y delfines o ver miles y miles de peces en 30 segundos y con muchos metros de visibilidad.

La primera vez que Camila (buza con tres años de experiencia) salió por aguas extranjeras, fue a Isla de Pascua, en Chile. Salir, dice, “se siente increíble. En Uruguay las condiciones para bucear no están dadas por completo y eso hace que a la hora de ir a otro país la sensación sea mejor o de más calidad, no solo por la visibilidad, sino también por la temperatura del agua y la fauna. Lo bueno de Uruguay es que haber buceado aquí te habilita a bucear mucho mejor en otros lugares”.

El buzo Daniel Piñeiro también se dedica al buceo arqueológico y es un apasionado por encontrar objetos con historia debajo del agua. Por eso, quizá, el lugar que más le ha fascinado a lo largo del mundo es Truck Lagoon en Micronesia. “A mí me llaman mucho la atención los naufragios, me encantan. Entonces el lugar que más me gusta, personalmente, es ese. Es el lugar donde Estados Unidos se vengó del ataque de Pearl Harbor y hundió en un día y una noche 75 embarcaciones. Así, cayeron al agua más de 400 aviones, en una laguna. Tenés un submarino hundido, barcos con hangares para aviones, tanques de guerra, motos, vagones de tren, todo adentro de los barcos hundidos. Es impresionante. Para el que le gusta la historia, es viajar a la Segunda Guerra Mundial. Y en cuanto a vegetación, las cubiertas de barcos tienen tres o cuatro metros de corales que crecieron, camuflándolos con la naturaleza. No es para todo el mundo, pero es una maravilla”.

A la arqueología marina en Uruguay, dice Daniel, que trabaja para la Facultad de Ciencias y en 2004 encontró dos cañones cerca de Punta Negra, le falta avances en regulación.

En cuanto a otra fauna que se pueda ver en esa zona, con suerte, aparecen las garopas o los meros. Cuanto más hacia el océano, de mayor tamaño.

Aguas confinadas

Andrés Dagnone era un niño y pasaba las horas sumergido en la piscina del club al que iba con su familia. Abría los ojos bien grandes, casi como un pez, no le importaba el cloro ni el agua, y se entretenía mirando el fondo durante todo el rato que sus pulmones aguantaran. “Duraba poco porque no tenía técnica”, dice. “Tampoco tenía lentes”.

Una mañana de verano, cuando tenía 10 u 11 años, caminando con su hermana por Médanos de Solymar, encontró la tira de una máscara enterrada en la arena. Rascó un poco para tirar de ella y se dio cuenta de que abajo había algo más. “Me encontré una de las máscaras antiguas, esas que eran redondas y grandotas y fueron las primeras que usé. Mientras todos tomaban sol, yo me pasaba las horas abajo del agua verde. No veía mucho, pero estaba copado”.

El buzo Andrés Dagnone y su hijo sumergidos en aguas de Cuba. Foto: cortesía Yo Buceo
El buzo Andrés Dagnone y su hijo sumergidos en aguas de Cuba. Foto: cortesía Yo Buceo

Ahora, con su escuela YoBuceo, es uno de los tantos instructores PADI (una organización mundial de entrenamiento de buceo) que hay en Uruguay. Como sus colegas, es un seguidor de la metodología estandarizada para enseñar a sus alumnos. En su caso, decidió tomarse un año de pausa para respetar las restricciones que trajo la pandemia. Otros colegas buscaron alternativas para seguir. En Octopus, por ejemplo, optaron por conseguir un préstamo para construir una piscina, chica, pero suficiente para empezar.

“Nosotros no apuramos a la gente, tratamos de que sea sin estrés. He enseñado a gente que apenas nada o que le tiene miedo al agua. Eso requiere dedicar el tiempo que merece. Para que sea agradable y no un sufrimiento. Por ejemplo, cuando se te mete agua en la máscara, es una sensación como que tenés agua en la nariz. Por eso hay que entender que se respira por la boca y la nariz se usa para soplar, porque si tenés un poco de agua, se te mete para adentro. Tragar no es el problema, no es la idea, pero el verdadero problema es inhalar agua que va al pulmón”, explica Andrés.

Primero la teoría y la piscina, después las aguas abiertas. Y si bien Isla de Lobos es popular, no es la más fácil de bucear. “Nosotros después de las piletas vamos a las canteras abiertas. Sobre todo a las del departamento de Colonia, para fijar los conocimientos”.

Las canteras de piedras en Colonia, comparte el instructor, fueron abiertas hace unos siglos para la construcción de la ciudad de Buenos Aires. “También hay muchas alrededor de La Paz o cerca de Pando o en Las Piedras. Estas últimas fueron abordadas por la ciudad y se llenaron de basura. Así que ya no están en condiciones”. Para corroborar la calidad sanitaria, los buzos envían pruebas de agua a laboratorios. Así fueron descartando algunas que antes eran típicas de visitar. “Algunas son completamente silvestres, después de que se dejaron por muchos, muchos años, son espejos de agua, lindas realmente, tienen buena fauna”, añade Andrés. Y recomienda detenerse a observar el espectáculo de cruzarse con un cardumen de castañetas, pequeñas, pero de un tornasolado azul y naranja hipnótico.

“Cuando sos aficionado del buceo, podés practicarlo en cualquier parte donde haya profundidad, para divertirte y sentir la presión, necesitás profundidad”, dice David Berniger, de Montevideo Diving.

Un grupo de Montevideo Diving en canteras de Colonia. Foto: cortesía Montevideo Diving
Un grupo de Montevideo Diving en canteras de Colonia. Foto: cortesía Montevideo Diving

Y en las canteras, como en otros destinos de agua dulce, se puede nadar ante las viejas de agua, castañetas, tarariras. “Y tienen mucha vegetación”, comenta David. “A veces hay árboles caídos adentro. En la de El terrible, en Salto, tenés hasta un ómnibus metido abajo del agua, que se puso a propósito, porque está especialmente preparada para buceo".

Las puntas de Maldonado, ideales para ganarle al viento

Para bucear en las costas oceánicas de Uruguay, lo ideal es buscar puntas rocosas. “En Canelones a veces tenemos algo de visibilidad a la altura de Araminda; luego en Solís, Piriápolis, pasando el puerto”, comparte Andrés Dagnone, y explica que en general se buscan puntas rocosas porque los peces se arriman a esos lugares para comer. Las rocas suelen estar llenas de mariscos, mejillones. Y, también, la visibilidad mejora con las rocas. También está el tema del viento: “Cuando tenés una punta, por ejemplo, en Punta Ballena, te sopa el viento del oeste y te guarnecés del lado de la gruta. A veces sopla del este, y te guarnecés del lado de Casa Pueblo. Es la forma de compatibilizar un lugar para que el oleaje no te esté sacudiendo”. Otro punto para estar alerta son los utensillos de los pescadores, como riles, tanzas y enganches. Daniel Piñeiro, que en algún momento lejano de su vida (los años 90) buceaba en las canteras de Shangrilá hasta que fueron contaminadas, es un fanático del tridente que se conforma entre Punta Negra, Punta Colorada y Punta Fría. “Ahí se da un microclima muy lindo”.

Si lo que se quiere es ver a las especies más oceánicas, hay que arriesgarse a salir hacia la zona de Rocha. Un destino de buceo que depende más del azar y del viento que de las capacidades del buzo. En un mes, dice Daniel Piñeiro, se llega a bucear unos cuatro o cinco días. Eso sí, si lo logra, el buzo y su par estarán más cerca de vislumbrar sardas, chuchos y lenguados grandes, meros, corvinas enormes, y muchas anémonas, esa especie con tentáculos que se ven en colores rosas o rojizos.

Y, dice Camila, “elbuceo nunca es el mismo. Por más que se repita el lugar, siempre es único y eso es lo lindo del deporte. Que te sorprendés en cada inmersión viendo y sintiendo diferente”.

Mirar el océano por la televisión

La influencia de Jacques Cousteau

Casi todos los buzos uruguayos entrevistados para esta nota, con experiencia de más de 20 años bajo el mar, responden lo mismo: su gusto por el buceo empezó con la televisión de sus años de infancia, sobre todo con las inmensidades que mostraba el explorador francés Jacques-Yves Cousteau. Dice David Berniger: “Había una serie de Cousteau, de la cual pasaban un capítulo por semana y todos nos quedábamos colgados. Tenías dos opciones: o mirar tele educativa o dibujitos o mirar a Cousteau. Y él te mostraba el mundo submarino y era un poco como entrar a ese mundo desconocido, esa fantasía de niño que uno puede tener. Y veías a los buceadores con escafandras y todo eso y te daba un romanticismo y un misterio que te querías meterte en eso”.

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