Desahogarse en la peluquería

| La estética es una de las excusas para ir a la peluquería, pero dista de ser el único motivo. Los salones de belleza son un espacio de tertulias y distensión.

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TOMER URWICZ

Era obvio que se iba a casar con Carlitos. Ella se hacía la tímida, pero ya lo sabía todo el mundo -dice Carla, con los ruleros puestos y las uñas recién pintadas secándose sobre una toalla violeta.

-¿Y por qué era obvio? -duda Nancy.

-Porque él la buscaba desde chiquito, ¿te acordás? (Risas).

-Y Daniel ya no tenía chances (Risas).

-Te digo. Era obvio.

En Energy, la peluquería de Nancy Guedes, los clientes cuentan sus peripecias, igual que en todos los salones de belleza. La catarsis es la norma, más cuando el otro no es quién para juzgar. En ese espacio de aroma a esmalte con mezcla de fijador, el peluquero más que un peluquero es un mediador de tertulias. O hasta un psicólogo sin título.

No está claro porqué se da, lo cierto es que desde hace cientos de años las personas se confiesan con el cura, se analizan con su terapeuta y hablan de sí -y de los demás-en los salones de belleza. Quizás las cómodas sillas giratorias den la distensión de un diván, o tal vez sea el propio rol social que cumplen estos locales. "La peluquería es un ágora, un espacio abierto en el cual todos tienen la misma oportunidad de opinar y el peluquero auspicia de moderador. Uno puede contar lo que quiere sabiendo que nadie lo va a juzgar. No hay regularidad y se puede acudir cuando uno quiere. La relación por tanto es como de un confesionario liberal", explica a Revista Domingo el psicólogo social Daniel Villarroel.

Las charlas, de los tópicos más variopintos, forman parte de una escena cotidiana y que se ha recreado en la cinematografía clásica, la literatura y los sketches humorísticos de televisión. Una modalidad de relacionarse que no es común en otros negocios de servicios y que tiene su fundamento en la satisfacción de necesidades; desde la relajación hasta la estética "El ser humano quiere embellecerse y hay quienes mejoran su autoestima tras cortarse el pelo", afirma Villarroel. Otros, acuden por el placer de conversar, de compartir y no estar solos.

Nancy, una peluquera con más de 25 años de oficio, cuenta que por la zona de su local (Rivera y Brito del Pino) vive "mucha gente sola que viene a la peluquería como forma de mimarse". Las mujeres son las primeras en pedir turno para someterse a unos cuantos minutos de placer. Los hombres, en cambio, lo hacen por "obligación de sus esposas", indica la estilista. Una vez adentro del salón no hay distinción y la mayoría busca su espacio de chusmerío.

El sonido apabullante de los secadores se confunde con las voces susurrantes de los clientes. La regla es que no paren de hablar. Cuando no se conocen las conversaciones comienzan con las clásicas reflexiones sobre el estado del tiempo. Los hombres prefieren hablar de fútbol, y poco de política para no crear rispideces. Las mujeres, distendidas, comparten secretos e intimidades. "Ellas encuentran en la peluquería un espacio para contar lo que no se animan en otros lados, por ejemplo sobre la menopausia y los anticonceptivos", afirma Nancy.

Nelson Aragonés, de NA, abrió su primera peluquería hace 15 años. El objetivo era atender solo a hombres, pero la competencia y la tendencia mundial lo incentivaron a poner un sitio unisex. "Un amigo me trajo hace 11 años una colección de revistas pornográficas para dejar en el living de la peluquería; ahora que hay mujeres eso no corre", dice. Igual, temas de conversación nunca faltan. A pesar de ser un detractor del fútbol, encuentra en la música un nicho para relacionarse con su público, en su mayoría joven. "Ahora el tema es el verano, las aventuras y las noches en el Carnaval de La Pedrera".

En lo de Nancy también concurren clientes de ambos sexos. Ellos miran revistas y charlan sobre la actualidad. "No se habla de la situación de Peñarol, pero sí de los últimos capítulos de Herederos", señala. Se comenta sobre la familia, sobre todo de los hijos. Y sin importar el género todos participan cuando se arma algún debate. "Los domingos, por ser el día en que la gente viene más relajada, se abre el espacio de tertulias. De hecho hay un canadiense que está haciendo una inversión hotelera aquí y viene los domingos para conversar con las mujeres".

Aún así son pocos los que van con segundas intenciones a las peluquerías. A Nelson le ha pasado de que colegas suyos han salido con clientes fuera del horario de atención al público. "Antes la peluquería se prestaba para un levante. La gente intercambiaba el teléfono y luego se veían en otro lado. En un comienzo yo incentivaba esa distensión usando la música bien alta", recuerda. Ahora pone canciones de reggae. Es una táctica para lograr lo que más le gusta: "Dar vuelta a las personas y sacarles una sonrisa a los que ingresan de mala gana".

En otros casos el público se arrima predispuesto a conversar. Pasa con aquellos que han dejado con su pareja y también con quienes están atravesando un período de incertidumbre. Estas escenas son más frecuentes en las personas adultas, acostumbradas a cortarse el pelo en donde conocen. "Los más jóvenes van a donde está la onda. La otra tendencia es ir al shopping por razones de seguridad y como forma de evitar el miedo a que cualquiera que está afuera es un potencial agresor", expresa Villarroel. Por más miedos, la vorágine y falta de tiempo se presenta hoy como la mayor amenaza a esta forma de relacionamiento humano: la catarsis de peluquería.

Estética como marca registrada

El envase es, a veces, un reflejo del contenido. "Los cortes de pelo tienen que ver con cómo me ve el otro. Por eso los jefes suelen tener un tipo de peinado que dista de sus empleados. El hombre heterosexual se corta el pelo al estilo soldado en Iraq. Los homosexuales tienen una sensibilidad diferente a la hora de cortarse le pelo y le exigen más al profesional. Si sos un obsesivo compulsivo te preocuparás de que el corte quede simétrico. Si sos maníaco, dependiendo el estado del momento, buscarás las locuras en el corte, y así en cada caso", dice el psicólogo social Daniel Villarroel. El concepto de belleza, afirmado en el hedonismo posmoderno, hizo que el hombre se interese más por su apariencia. Entran a una peluquería y saben lo que quieren. "Las patillas bien marcadas, la nuca prolija y cuidado en los detalles", cuenta el peluquero Nelson Aragonés. Y agrega que nota diferencias entre quienes acuden a su local de Carrasco, con estilos más clásicos, y el perfil descontracturado de Punta Carretas. También el look es emblema del grupo de pertenencia: el corte punk, el emo y el plancha.

Cómo se debe comportar el profesional?

El cliente siempre tiene la razón. "Si se espera del peluquero un asesoramiento estético, el profesional tiene que poner todos sus conocimientos técnicos al servicio de la persona", dice Carmen Lacerot, docente de Peluquería en UTU hace 26 años. Por el contrario, si se confía en el experto para una contención humana, "el trato es más importante que cómo quedó el flequillo", agrega. En estos casos la intervención del peluquero debe ser de escucha. Sus expresiones no deben pasar del "ah sí" o "bueno" y la boca permanecer lo más cerrada posible. Nadie tiene que sentir que existe un preferido. Todos son importantes. Porque todos los que entran al salón son clientes potenciales y por tanto "los reyes del lugar", asevera Lacerot. A veces la visita a la peluquería es el síntoma de un problema mayor. Detrás de una caída de cabello puede esconderse una depresión u otra enfermedad. Por ello "el peluquero puede ayudar a que la persona se vea mejor por fuera, pero por dentro no puede hacer nada y debe aconsejar la visita a un profesional", indica Nancy Guedes, peluquera hace un cuarto de siglo. Pero el peluquero también es humano y trae consigo una carga emocional. En ese momento la premisa es clara: los problemas personales deben quedar fuera de la peluquería. A veces se logra. Otras no. Pero siempre debe estar el intento.

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