Dejó el Pereira Rossell con el orgullo de cero muertes por bronquiolitis y un centro diagnóstico covid

El pediatra e infectólogo Álvaro Galiana se jubila tras 5 años como director del Hospital Pediátrico del Pereira Rossell, pero sigue en el ámbito privado. Ahora tendrá más tiempo para andar a caballo.

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Doctor Álvaro Galiana.
Foto: Leonardo Mainé.

Lunes 10 de marzo. El hall central del Centro Hospitalario Pereira Rossell se llenó de gente, funcionarios de todas las direcciones se reunieron para despedir a quien había sido el director del Hospital Pediátrico en los últimos cinco años. “Fue muy emotivo porque estaba todo el mundo; aparecieron mi señora, mis hijas, mis nietos… Yo no sabía que iba a ocurrir, fue toda una sorpresa”, confiesa a Domingo el doctor Álvaro Galiana (68 años).

La despedida incluyó la proyección de un video en el que aparecían fotos de cuando el médico había ingresado a este centro en calidad de residente de pediatría, allá por 1987: “Fui residente, grado 2, grado 3, encargado del servicio de Infecto contagiosos y finalmente director del hospital. Fueron 38 años de trabajo”, reseña quien resolvió pasar a retiro de la función pública porque el cambio de gobierno nacional determinaba también un cambio de las autoridades de ASSE, que fueron siempre su principal respaldo y quienes lo eligieron para la función.

“Yo ya estaba pensando en jubilarme antes de entrar como director del hospital porque llevaba más de 20 años en la dirección de Infecto contagiosos. Entonces, ahora, cuando vi que se estaban planteando nombres para mi cargo, terminé de tomar la decisión”, señala quien continúa trabajando en la actividad privada como encargado de laboratorio de MP, Semm y Cosem, además de las consultas pediátricas.

Asegura que ser director del Hospital Pediátrico nunca había estado en sus planes. Pasó que como experto en microbiología e infectología, la directora del Hospital General del momento, Victoria Lafluf, recomendó su nombre al entonces director de ASSE, Leonardo Cipriani, quien confió en él desde el primer día. “Me nombró, me amparó y me sostuvo cuando tuvimos problemas asistenciales. Soy un agradecido porque me apoyó incondicionalmente”, destaca.

Era el candidato ideal para hacer frente a la pandemia. “Había que juntar el tema de la infección hospitalaria con el de la metodología de diagnóstico de las infecciones. Acepté pensando que sería por seis meses o un año y que cuando más o menos se arreglaran las cosas no iba a seguir. Después hubo mucha otra cosa desde que salimos de lo agudo de la pandemia y continué en el cargo”, relata.

Galiana sostiene que lo más difícil de enfrentar en épocas de covid fue cómo este afectaba al personal de la salud y no así a los niños. “El personal del Pereira Rossell es histórico, de toda la vida, y no es joven. Entonces que te falte alguien en la Unidad de Cuidados Intensivos es muy difícil de solucionar porque no cualquier enfermera sabe colocar una vía venosa en el brazo de un bebito en situación de estrés respiratorio. No es como trabajar en otros hospitales”, explica.

De su “mandato” se enorgullece especialmente de dos cosas. La primera fue haber afrontado dos años muy complicados del Plan Invierno (2023 y 2024) con cero niño fallecido por bronquiolitis.

“Cuando yo era residente de pediatría, siempre había algún fallecido, y algunos días excepcionales, más de uno”, recuerda sobre la afección respiratoria que más preocupa al Hospital Pediátrico durante los meses de frío. “Hace que la asistencia sea muy exigida, se llena el hospital, se llena el CTI y hay que dar lugar a todos. No se puede hacer como hacen hospitales como el Clínicas, el Maciel o el Pasteur que dicen ‘cerramos la puerta porque no podemos atender más pacientes’”, apunta.

Destaca, además, que en los cuatro a cinco meses que dura el plan siempre hubo disponibilidad de camas y se organizó la asistencia de manera que todos recibieran los cuidados necesarios.

Lo segundo que lo dejó muy contento fue haber podido establecer al Pereira Rossell como un centro de referencia de diagnóstico del covid para todo tipo de pacientes. “Logramos instalar un laboratorio que hiciera diagnóstico etiológico por PCR, que es la técnica más gold standard, la mejor. Y no solo cubría al Pereira Rossell, sino que también asistimos a otros centros de Salud Pública que nos mandaban sus muestras. Funcionaba las 24 horas del día, le incorporamos tecnología y equipamiento que, de repente, iba a ir a otros centros dentro del Ministerio de Salud Pública, y lo adecuamos a la dinámica y los tiempos del covid. Desde hace tres años le sumamos VRS, influenza A e influenza B”, acota con satisfacción.

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Doctor Álvaro Galiana.
Foto: Leonardo Mainé.

El Pereira

Cuando Galiana habla del Pereira Rossell lo hace con mucho cariño y orgullo. “Es muy fuerte ese hospital, todo lo que se vive ahí”, dice. “Te parte el alma ver a esas mujeres que llegan con un niño a upa y dos de la mano con sus túnicas y moñas o con un niño en una silla ortopédica esperando ser asistidos… es el último sitio donde pueden recurrir. Lo que no se logra allí, no se logra”, remarca.

Por eso si hay algo que se propuso ni bien asumió la dirección del Hospital Pediátrico, fue darle prioridad a lo humano por sobre lo legal o lo administrativo.

“Yo no le puedo decir a una madre que no le puedo hacer una prótesis a su chiquilín porque el PIAS (Plan Integral de Atención a la Salud) no la incluye. Yo voy a ponerle la prótesis y si tengo que gastar el dinero que era para pintura, voy a gastarlo. Eso es lo que diferencia a los pediatras del Pereira Rossell, sabemos que lo que no le demos nosotros no se lo va a dar más nadie”, afirma sobre lo que ha llamado “dignificar la tarea”.

Está convencido de que el hospital da más de lo que legalmente debería dar. Es el lugar que centraliza todas las patologías más complejas y muchas veces las cosas que se hacen allí, no se hacen en otros hospitales. “El Pereira Rossell es la pediatría de ASSE”, resume Galiana, por eso durante su gestión siempre se preocupó por pensar el hospital desde el aspecto pediátrico.

“Somos la referencia de cirugía plástica pediátrica y tenemos la mejor anestesia pediátrica del país”, destaca entre los principales logros de este centro asistencial en el que también se forman profesionales.

Álvaro Galiana. Foto: archivo El País.
Darwin Borrelli

Vocacional

El padre de Galiana era profesor de microbiología en la Facultad de Medicina y trabajaba en el Pereira Rossell y en el Instituto de Higiene. “Recuerdo que los sábados, dos horas antes de ir al Estadio a ver a Nacional, con mis hermanos íbamos al Instituto de Higiene y era como estar en la casa de uno. Yo veía lo que se hacía en el laboratorio, sentía ese olor…”, cuenta como queriendo explicar el origen de su gusto sobre todo por la infectología pediátrica.

Ya de más grande comenzó a acompañar a su padre, pero para trabajar y aprender junto a él. Eso determinó que con apenas 17 años comenzara a trabajar en laboratorios, lo cual fue clave porque su padre falleció muy joven y él debió colaborar con la economía de un hogar de cinco hermanos (dos mujeres y tres varones). Su madre, nutricionista, siempre se dedicó a las tareas de la casa.

“A mi hermano mayor lo metieron preso en pleno inicio de la dictadura, una hermana se casaba… así que el laboratorio se convirtió en la fuente de ingreso principal”, relata quien también llegó a tener militancia política, pero poca y más de comité de base.

Lo que Galiana quería ser era pediatra y puso mucho empeño en ello, al punto tal que tanto en Preparatorio como en Facultad nunca perdió un examen. Generación 76, terminó la carrera en 1985 y siempre estuvo trabajando en bacteriología en laboratorios (Hospital Maciel, Pereira Rossell, Laboratorio de Montevideo, Casmu, Hospital Italiano).

Está casado con una psiquiatra y tiene dos hijas: una de 40 años, que es psicóloga, y la otra de 38, que es maestra y trabaja en la escuela de Punta Gorda a la que fue su padre. Además tiene tres nietos de 11 (nena), 8 y 3 años (varones). “Ayer me tocó ir a buscarlos a la escuelita”, acota sonriente.

Desde hace 30 años vive en una casa en Malvín y, además, con uno de sus hermanos y unos amigos, es dueño de una chacrita en San Carlos (Maldonado) donde tiene algunos animales. “Es más para jugar. Cuando puedo, me voy los viernes de noche y vuelvo el domingo. Me encanta estar afuera, andar a caballo”, comenta quien ya casi no va a ver a Nacional (la última vez fue el clásico de Luis Suárez en el Gran Parque Central), prefiere seguirlo por TV. “En mi escritorio quedó una banderita que me regaló una paciente que era hincha de Peñarol”, señala.

No es muy amante de los viajes, así que viaja poco, más que nada a visitar a los hermanos de su esposa en Estados Unidos o a su hermano que vive en España.

Ahora tendrá un poco más de tiempo libre, pero el trabajo seguirá estando allí porque lo apasiona y no está en sus planes dejarlo pronto. “Siempre dije que hago esto porque me gusta. Me da mucho trabajo, pero me siento muy bien haciéndolo”, concluye.

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