TECNOLOGÍA
Richard Silvera, más conocido como Cichero, tiene 32 años y vive en Punta del Este
Lo que sigue no es ciencia ficción, aunque para muchos (¿la mayoría de los mortales?) pueda parecerlo. El joven artista Mike Winkelmann, más conocido por su apodo Beeple, ostenta el récord de haber vendido la obra digital más cara hasta el momento por US$ 69,3 millones. Se trata de un collage que reúne 5.000 de sus trabajos anteriores, que alguien compró para exhibirlo en una pantalla o simplemente para tenerlo guardado en su computadora. Más de 600.000 personas siguen a Beeple en Twitter, es decir que ese mundo, que se sitúa entre lo virtual y lo real, resulta muy seductor para muchos. Y evidentemente gana valor a pasos de gigante, tomando en cuenta que hace muy pocos años el mismo artista vendía su trabajo por unos pocos dólares.
En Uruguay, hay un joven que pisa sin timidez el escenario del criptoarte. Se trata de Richard Silvera, más conocido como Cichero, un alias que proviene de su segundo apellido. Cuenta con más de 10 años de experiencia en el sector audiovisual y gracias a su trayectoria como inversor en el mercado de las criptomonedas -en el cual no le fue del todo bien- pudo aprovechar su conocimiento de la tecnología blockchain para fusionarlo con sus inquietudes artísticas (ya tenía experiencia en diseño, producción de comerciales y como escultor). Básicamente, blockchain es el conjunto de tecnologías que permite llevar un registro seguro, sincronizado y distribuido de las operaciones digitales, sin necesidad de la intermediación de terceros.
Por ahora Cichero no cotiza como Beeple. Pero este uruguayo de 32 años, que vive en Punta del Este, ya ha logrado vender una de sus obras digitales en US$ 11.000 y en noviembre del año pasado un estadounidense le compró US$ 107.000 en pequeñas esculturas (siempre hablando de arte intangible) en un solo día.
“A esta persona yo no la conocía y se comunicó conmigo porque le encantaban mis obras y su significado. Lo lindo de la historia es que él tiene un problema de visión que le dificulta ver los colores de forma correcta. Y justo los colores que yo utilizo (negro, blanco y dorado) los puede apreciar bien. Esto hizo que se enamorara de mi trabajo. Desde entonces se ha convertido en mi mayor coleccionista”, cuenta Cichero a Revista Domingo.
No todo lo que brilla es oro
En el mundo existen miles de criptomonedas, siendo la más conocida el Bitcoin. Pero aunque las criptodivisas llevan entre nosotros más de 10 años, siguen siendo un activo que genera desconfianza. ¿Qué dejar entonces para el criptoarte, que se encuentra en pañales?
Los artistas como Cichero producen activos conocidos como NFT (Non -Fungible Tokens), que son la versión digital de cuadros, esculturas, o cualquier producto al que una serie de usuarios acaban confiriéndoles un valor que, como hemos visto, puede llegar hasta las nubes (o hasta la nube, para ser más precisos).
¿Por qué el oro vale lo que vale y es la reserva económica por excelencia? Porque el mundo le ha conferido esa importancia, por tradición y confianza, durante siglos. Este es el punto difícil de explicar (o de entender): hay gente que le otorga un valor a los NFT, que por ser algo “nuevo” en el mundo, vale como activo solo para aquellos que creen en él. Pero hay que volver a lo del comienzo: no es ciencia ficción, es realidad.
Para entender el concepto de los NFT, hay que decir que en cualquier sistema jurídico existen los bienes fungibles y los no fungibles. Los primeros son los que pueden intercambiarse, teniendo un valor en función de su número, medida o peso. Y los bienes no fungibles son los que no son sustituibles o no se consumen al utilizarse. Probablemente el ejemplo más claro de un bien fungible sea el dinero. En tanto, un caso de bien no fungible es una obra de arte.
Cuando se le pregunta a Cichero cómo se inició en el comercio del arte digital, responde que fue a partir de invertir en criptomonedas: “Me enteré de lo que era Bitcoins y empecé a analizarlo. Ya conocía la tecnología, por lo que para mí fue fácil entenderlo y ver el potencial que tenía. En junio de 2017 compré por primera vez Bitcoins a US$ 3.000. Y ahí empecé a explorar ese mundo que me abrió los ojos. Pero en esa época todavía no había un proyecto NFT que permitiera a los artistas trabajar con esta tecnología. Entonces era solo para invertir dinero y hacer transferencias. Me fue bien y mal, porque puse ahorros pero se vino la burbuja de 2017 y yo me retiré en noviembre, cuando estaban creciendo los precios. Familiares y amigos a los que incentivé para que invirtieran se quedaron y les fue bien. Yo no tengo una historia de éxitos por haber ganado con criptomonedas”.
Pantalla en lugar de marco
En julio de 2020 Richard Silvera conoció los NFT a través de CryptoPunks, una colección muy conocida de bienes no fungibles. Ahí vio que artistas digitales ofrecían videos e imágenes a la venta. Comenzó a hacer sus obras con la intención de venderlas primero como cuadros, pero se le presentaba una dificultad: imprimirlas, enmarcarlas y enviarlas a países distantes tenía un costo importante. “Aparece lo de blockchain y me cambió la mente, porque ya no tenía que estar enviando un cuadro impreso, podía vender directamente el original”, anota.
Quienes compran estas obras las exhiben en pantallas o simplemente las guardan. Como quien tiene en su caja fuerte una pintura valiosa y no la quiere mostrar, ya sea por temor a que se le estropee o porque la quiere únicamente para sí. “Lo importante no es tanto exhibir la obra sino tener los derechos. En Europa hay galerías y museos que además de los típicos cuadros están poniendo televisores para exponer NFT. Uno de mis coleccionistas en España tiene en su casa una galería con paneles LED que incluso vienen con los marcos de los cuadros”, explica Cichero. Y agrega: “Estos cuadros tiene un software que permite conectarse con tu billetera digital y solo te muestran lo que vos tenés ahí”.
Sushi dulce y digital
Cichero comenzó a hacerse conocido a partir de crear la colección CryptoSushis. Analizó el mercado y vio que en el mundo no había “comida digital” a la venta. Y pensó que esta tradición japonesa (visualmente pintoresca, hay que decirlo aunque a uno no le guste el pescado) se prestaba para su proyecto artístico. No solo elaboró un sushi digital, sino que además lo hizo “dulce”.
Luego fue convocado por la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) para hacer la colección de personajes llamada Legends, y más adelante comenzó a dar cursos sobre NFT, todo lo cual le granjeó un nombre en este mundo que, desde la distancia, parece tan selecto. Recientemente, abrió un museo de NFT en Internet, el cual puede ser recorrido desde cualquier computadora, con la posibilidad de mejorar la experiencia con lentes de realidad virtual.
Cichero explica que un año de desarrollo en el mundo digital equivale a 10 en la vida real, por lo que CryptoSushis, que en su momento -hace un año y medio- fue innovador, hoy no llamaría tanto la atención. Además, dice que los amantes del arte digital “también siguen valorando lo físico”. Por eso, muchas veces moldea con sus propias manos en plastilina o arcilla el leitmotiv de sus obras. Luego escanea las esculturas en 3D, y les aplica textura y entornos para lograr una pieza que puede llegar a valer miles de dólares (y que tal vez mañana, valga millones).