EL PAÍS DE MADRID | J. CARLES AMBROJO
Nos encontramos en la vida real a muchos Homero Simpson, adultos a los que les cuesta crecer y madurar emocionalmente. Por otro lado, ¿qué les pasa a algunos jóvenes que se instalan en una eterna adolescencia, negándose a asumir las responsabilidades y tomar las riendas de su vida?
Renunciar a ser adulto e instalarse en la inmadurez como intento de permanecer en la eterna juventud es lo que caracteriza a las personas que se rigen por el popularmente conocido complejo de Peter Pan. Los especialistas, sin embargo, no admiten la existencia de ese supuesto trastorno y, de hecho, no aparece en el listado del DSM-IV, el manual diagnóstico de trastornos mentales de la American Psychiatric Association, que se utiliza como manual de referencia en el mundo.
La popularización del supuesto síndrome se debe, en buena medida, a Dan Kiley, el psicólogo estadounidense que publicó en 1983 el libro El síndrome de Peter Pan. La persona que nunca crece, basado en el personaje de la obra del británico James Matthew Barrie, editada en 1904. Más tarde, Kiley complementó el tema con la publicación de El dilema de Wendy, en la que trata de las mujeres que indebidamente protegen a los hombres como si fueran sus madres y asumen sus responsabilidades. Es un estilo de vida que tiene sus adeptos. En Estados Unidos bautizaron a los chicos a los que les cuesta madurar como la generación Odisea, según William Galston, investigador de The Brookings Institution.
Gabaldón Fraile, psiquiatra del Hospital de Sant Joan de Déu de Barcelona, es rotundo: "No está tipificado como síndrome. Es sólo un fenómeno social, la dificultad de hacerse mayor". Gabaldón opina que el "peterpanismo" no es más que un afán de algunos profesionales de buscar artificios literarios.
FORMA DE VIDA ADOLESCENTE. Los especialistas señalan, sí, que este concepto recoge una serie de comportamientos que pueden ser muy comunes en determinados adultos de nuestra cultura y entorno, y que "tiene que ver precisamente con la actitud también cultural de infantilización, de extrema dependencia, que repetidas veces llevamos en muchas familias o incluso desde la propia cultura hacia los niños y adolescentes, de evitarles frustraciones, de protegerles excesivamente, que dan situaciones de prolongación excesiva de la adolescencia y de comportamientos inmaduros".
Otros autores piensan de forma diferente. Para la psiquiatra Graciela Moreschi, el eterno adolescente es alguien para quien la adolescencia es una forma de vida y no una etapa evolutiva: "Esto significa que la independencia no es una meta". Según Moreschi, que ha publicado un libro divulgativo sobre el fenómeno, dice que con esas actitudes, estas personas tienen como prioridad el disfrute del momento. Si ganan dinero lo emplean en salidas, comprar ropa cara, un automóvil, o viajes, y si no lo ganan continúan dependiendo de sus padres. "Muchas veces el estudio es ese pasaporte que les permite quedar instalados en la adolescencia, porque no terminaron la carrera, o porque pasan de una a otra. Les cuesta tomar cualquier tipo de compromiso porque no pueden elegir algo permanente, incluso tener pareja. La gran cantidad de opciones que creen tener hace que les cueste elegir, porque al hacerlo renuncian a otras posibilidades", dice Moreschi.
Son comportamientos cristalizados en un momento de la vida, sigue la psiquiatra, y, por lo tanto, en lugar de evolucionar, estas personas se desgastan. "Muchos de los padres de esos adolescentes están del mismo lado, no hay diferencias, y los jóvenes no terminan de individualizarse como personas maduras; no existe un otro que les permita realizar ese proceso".
La diferencia entre los eternos adolescentes y los adultos, aún con actitudes inmaduras, es que éstos se hacen cargo de sí mismos, mientras que los adolescentes eternos no han sido capaces de separarse todavía de su familia.
Javier Elzo, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto y presidente del Fórum Deusto, dice que el hecho más evidente y comprobado es que hay una prolongación del hábitat de los adolescentes y jóvenes en el domicilio familiar hasta extremos increíbles. Las principales razones son la carestía de vivienda, que hace que la emancipación sea complicada, y el carácter precario del trabajo.
Otra característica de los adolescentes actuales es el presentismo, quererlo todo ya, inmediatamente. Es un hecho que la madurez se está retrasando, "pero también encontramos jóvenes menores de 20 años extremadamente maduros, que son los que ante la dificultad de encontrar el nido familiar vacío (padres con poca presencia), por razones fortuitas o no, han empezado a tomar su destino mucho antes de lo que hubiéramos hecho en nuestra generación".
Padres se encuentran sin brújula
Las transformaciones sociales y familiares de las últimas décadas han hecho, según el catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto, Javier Elzo, que los adolescentes y jóvenes, que Eduardo Verdú bautizó en un libro como los "adultescentes", hayan decidido quedarse en casa haciendo lo que quieren.
"Ésos son los Peter Pan, los que se han ido de casa quedándose. Es evidente que hay un problema muy serio de referentes".
Elzo tiene claro que existe un problema de falta de referentes en los progenitores, aunque considera que quienes están más desbrujulados son los propios padres.
"¿Cuál es el modelo que puede tener una persona de 40 años? Su padre no les sirve porque les dicen que es un carcamal, de otra época, que tiene otra forma de ver las cosas; no hay que olvidar que los padres de los adolescentes en este momento muchos de éstos no saben qué hacer con sus hijos`.
Con la incorporación de las mujeres al trabajo, añade el sociólogo, los hijos viven en un nido vacío "y nos encontramos con chicos con precariedad psicológica. ¿Cómo se van a ir de casa si sus padres los ven muy críos? Cambian, eso sí, cuando les llega el primer hijo y tienen que pagar la hipoteca", afirma Elzo.
El Síndorme de Peter Pan no es reconocido como un trastorno por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero la realidad es que cada vez son más los adultos que presentan comportamientos propios de inmadurez emocional, son incapaces de crecer y asumir responsabilidades e incluso se visten y se divierten como adolescentes, pese a superar la treintena de edad.