"Vamos a hacer El Eternauta. Leela y vamos con todo”. Esto le dijo el realizador Bruno Stagnaro a Ariel Staltari (51 años) hace siete años, sentados en una mesa de café. “Yo no entendía nada; me llenó de felicidad, de orgullo y de compromiso también”, cuenta a Domingo el actor sobre la propuesta que recibió, en principio, para realizar la adaptación a la pantalla chica de la famosa historieta argentina creada por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López que hoy es una de las series más vistas de Netflix.
“Yo conocía muy poco de la historieta, prácticamente nada”, confiesa Ariel, separándose de “los fundamentalistas” de la historia. “Pero a partir del momento que Bruno me contactó, me adentré en las entrañas de la obra y empecé a amar ciertas cosas que aman los fanáticos y, por sobre todas las cosas, empecé a ser muy fiel a lo que el espíritu de la historia lanza y al propio amor que Bruno expresó sobre ella”, agrega quien primero tuvo la tarea de coguionar la serie.
El proceso de escritura llevó entre cuatro y cinco años, luego vino un año de rodaje y finalmente un año de posproducción hasta que el pasado 30 de abril “rompió la cáscara”, dice Ariel.
No fue casual que Stagnaro lo convocara para esta tarea; actor y director se conocen desde hace muchos años. Su primer contacto fue cuando el realizador lo eligió para ser uno de los cuatro protagonistas de la serie Okupas (2000). Lo vio en el casting y se empezó a reír porque se estaba topando con el Walter que siempre había imaginado. Años después se volvieron a encontrar en Un gallo para Esculapio (2017), pero en este caso Stagnaro lo sorprendió con una propuesta: que lo ayudara a escribir la historia además de formar parte del elenco de la serie.
“Nunca me imaginé que me ofreciera algo de tal magnitud”, contó en esa oportunidad a la revista Sábado Show. Otra vez el ojo de Stagnaro no falló, por lo que no fue extraño que lo quisiera a su lado para hacer frente a un proyecto que significaba tirarse a hacer ciencia ficción como nunca antes se había hecho por estos lares.
“Siento que Bruno es una persona que aparece en mi vida para marcarme diferentes destinos, es el encargado de abrirme la puerta para que yo salga a jugar. Después en ese juego uno tiene que aportar lo propio, pero él ha sido el encargado de cambiarme el rumbo de las cosas, primero como actor y luego como guionista”, se sincera y no duda en decir que se lo agradece eternamente.
Así como pasó en Un gallo para Esculapio, Ariel también tuvo presencia en el elenco de El Eternauta. “Con Bruno había como un arreglo tácito de acompañarlo en el proceso autoral, pero sabiendo que a la larga iba a tener algún personaje para poder divertirme y jugar”, revela.
En la serie de Telefé y TNT fue Loquillo y se hizo odiar; en la de Netflix se puso en la piel de Omar, un tipo que provoca bastante fastidio desde el vamos. El actor cuenta que todo fue decisión de Stagnaro, pero que él agradece estos personajes disruptivos. “Van de menor a mayor, del odio hacia el amor, y ponen en jaque el equilibrio o aparente equilibrio que hay entre el grupo de amigos de la historia”, explica.
Al grupo de amigos de El Eternauta lo conocemos jugando un partido de truco y lanzando varias expresiones que son muy argentinas.
¿No tuvieron miedo a que no se entendiera o fuera una escena demasiado local? “No, al contrario, estaba buenísimo poder dar a conocer otra cultura, otra manera de vivir y de ser que, a la vez, termina siendo universal. Porque no importa si estás dentro de la especificidad del juego, lo que importa es que sabés que hay un vínculo de amistad y que el truco es una excusa para verse y para quererse, para compartir”, explica Ariel y completa la idea manifestando que muchos de nosotros nos hemos criado consumiendo series y películas que vienen de afuera. “Era una linda oportunidad para que en el mundo conozcan las propias historias latinoamericanas”, sostiene.
Cuenta que era la primera vez que trabajaba con Ricardo Darín, que hace de Juan Salvo, el héroe de la historieta. “Tener una figura reconocida a nivel mundial y tan icónica para los argentinos fue un lujo y un orgullo para mí”, reconoce. También fue su primera vez con el uruguayo César Troncoso (hace del “Tano” Favalli). “Los uruguayos tienen que estar orgullosos de tener un actor como él”, acota.
Pero quizás lo que más enorgullece a Ariel es haber podido demostrar que por esta parte del mundo se puede hacer ciencia ficción al más alto nivel. “Es la primera vez que en Latinoamérica se hace con esta magnitud. Implementa un nuevo lenguaje, un nuevo código y, específicamente para los actores, una nueva forma de contar. Había que contar con la mirada, con los cuerpos que hablan, trabajando dentro de esos ropajes y de esas máscaras. Se cuenta con mucho menos y te obliga a hacer otro tipo de ejercicio”, destaca.
El Eternauta tendrá segunda temporada, poco más puede decir al respecto, solo que ya trabaja en eso.

Resiliencia
“Yo soy hijo de comerciantes, de panaderos, de churreros de toda la vida”, dice Ariel. “Estudiar teatro me sirvió para curar mis heridas de a poco”, agrega quien se formó con dos grandes maestros: Lito Cruz y Martín Adjemian.
El gran salto de su carrera lo dio con Okupas, la ficción en la que compartió protagonismo con Rodrigo De la Serna, Diego Alonso y Franco Tirri. Por ese entonces atravesó una situación muy fuerte de salud que solo comunicó a unos pocos. Con 25 años le habían diagnosticado leucemia linfoblástica aguda, enfermedad que por ese entonces era casi una sentencia de muerte. Mientras grababa Okupas se estaba haciendo quimioterapia, pero en el equipo nadie lo sabía, ni siquiera Stagnaro. “Fue un largo camino, cinco años de remisión total y a seguir la vida”, señala aliviado.
Okupas lo puso en la vidriera, pero no aseguró nada. “Federico Luppi dijo una frase de la que me apropié: ‘Ser actor es ser un eterno desocupado que a veces trabaja’. Me quedó grabada”, comenta y por eso durante mucho tiempo dividió su vida entre el artista y el comerciante.
Entonces recuerda la vez que intentó ser metalúrgico. “Apareció un tío, al que le iba muy bien con el oficio, que nos aconsejó cementar tornillos. Nos compramos un horno con mi hermano y un amigo y nos metimos en una historia de súper ficción en donde terminaba lleno de hollín, dándome cuatro duchas sin poderme sacar las manchas del pelo, de la cara. Muchos que me conocían de Okupas no podían creer verme de mameluco entregando tornillos. Pensaban que los estaba jodiendo. Por suerte duró poco esa aventura y rápidamente volví a enderezar el barco”, relata entre risas.
También tuvo su época de músico, como baterista de la banda de rock Perros de la Noche, que supo presentarse en lugares emblemáticos de Buenos Aires como Cemento, ser telonera de Vox Dei y hasta grabar un disco. “Pudimos darnos el gusto de vivir el sueño del rockero sin ser recontrafamosos. Hoy, de tanto en tanto, me junto a zapar con algún amigo o conocido”, apunta reconociendo que el tiempo no le sobra.
Por ejemplo, acaba de estrenar Agotados en el Paseo La Plaza, una obra de Broadway dirigida por Pablo Fábregas, con quien Ariel adaptó el texto y en la que realiza nada menos que ¡40 personajes! Todo gira en torno a Sam, un hombre que mientras busca vivir de la actuación, trabaja en un restaurante boutique de Buenos Aires en cuyo subsuelo funciona un call center. Por ese escenario comienzan a desfilar todo tipo de personajes, todos ellos interpretados por Ariel. “Es una obra enloquecedora, con un ritmo frenético, casi esquizofrénico de principio a fin, hecha a puro vértigo y asfixia. Te reís, pero también sufrís con Sam. Fuera de lo que es la comedia, habla de la opresión, de la precarización laboral, del abuso de poder, etcétera, y de la búsqueda de sueños y de cómo patear el tablero”, describe.
Le encantaría traer Agotados al Uruguay, país al que le gusta venir a vacacionar junto con su esposa —azafata— y sus hijos Valentino (13) y Vito (11). Siente que los uruguayos le tienen mucho aprecio, cosa que pudo comprobar el año pasado, cuando estuvo varios meses en Montevideo grabando la serie Amor Animal para Amazon y filmando una película.
“El cariño que recibí en las calles, en el super… en todos lados, fue hermoso. Me llamó mucho la atención cómo valoran mi trabajo. Consumieron mucho lo que fue Okupas, El Puntero, El Marginal, Un gallo para Esculapio… Me quedé tan encantado con la gente que tengo ganas de estar más cerca”, manifiesta y cree haber encontrado la manera. “Imagino llevar mi escuela de actuación, que tengo en Martínez, al Uruguay. Sueño todos los días de mi vida con abrir algo por ahí. Es un deseo profundo que tengo y siento que estoy cada vez más cera de cumplirlo”, sentencia.
