Viaje al sórdido pasado alemán

Vera von Kreutzbruck (Desde Berlín)

BERLÍN ES mucho más que la Puerta de Brandenburgo, el inmenso parque Tiergarten, los más de 170 museos y los Biergarten (cervecerías al aire libre). La capital alemana es un libro de historia abierto. Debajo de las calles de esta ciudad de tres millones de habitantes existe otro mundo que hasta hace pocos años yacía en total oscuridad: el Berlín subterráneo.

"Berlín es la ciudad de Europa que más huellas tiene de la historia reciente", asegura Dietmar Arnold, fundador de la asociación Berliner Unterwelten (Mundos Subterráneos de Berlín). En 1997, el urbanista descubrió, con ayuda de un pequeño grupo de intrépidos investigadores una serie de búnkers, túneles secretos y restos de fábricas de armamento bajo tierra. En otoño de ese mismo año creó la asociación con el objetivo de documentar, preservar y difundir la arquitectura subterránea de la capital. Hoy, nueve años más tarde, sus hallazgos están abiertos al público.

La Berliner Unterwelten ofrece tres visitas guiadas en varios idiomas a una torre de protección antiaérea, a un búnker de la Segunda Guerra Mundial, a un refugio nuclear de la Guerra Fría y a una frontera subterránea de la época del Muro de Berlín. Cada tour cuesta 9 euros. "El interés ha crecido mucho en los últimos dos años. El año pasado nos visitaron unas 60 mil personas de todas partes del mundo", comenta orgulloso Arnold, quien publicó en 1997 un libro sobre búnkers y estructuras subterráneas titulado Dunkle Welten (Mundos Oscuros, Links Verlag), que ya va por su séptima edición.

Otra labor de esta agrupación es brindar asesoramiento sobre la arquitectura urbana subterránea a productoras de cine y documentales. Su colaboración más importante hasta el momento fue su trabajo en la película alemana La Caída (Der Untergang) sobre los últimos días de Adolf Hitler. Gran parte del film -nominado al Oscar en 2004 como mejor película extranjera- transcurre en el búnker de Hitler. Gracias a la ayuda de la Berliner Unterwelten, los ambientes del recinto pudieron ser fielmente reconstruidos.

ilusión de seguridad. Poco después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Berlín tenía alrededor de cuatro millones de habitantes, pero sólo había lugar en los búnkers para albergar apenas a medio millón de personas. Para empeorar las cosas, la mayoría de los refugios no era totalmente segura contra las bombas.

Según documentos de la Berliner Unterwelten, entre 1935 y 1945 se construyeron más de mil búnkers en Berlín. Pero al finalizar la guerra, como parte del proceso de desmilitarización de Alemania, los aliados demolieron un 80 por ciento de los refugios.

El recorrido que más interés despierta entre los turistas es el paseo por el búnker de la Segunda Guerra Mundial, que se realiza con guía en castellano sólo los días sábado. A pocas paradas en subterráneo del centro oriental de la ciudad, en la estación Gesundbrunnen, está el punto de encuentro. Atrás de una puerta de metal verde dentro de la estación se encuentra la entrada al refugio, que llegó a albergar a 10 mil personas, aunque inicialmente fue construido para refugiar sólo a 3 mil.

Lo primero que se ve al entrar es un pasillo estrecho y oscuro que lleva a unas escaleras de metal. Al fondo hay un cartel que indica adónde están los baños. Como prueba de la meticulosidad del sistema de propaganda fascista, los nazis no eligieron las típicas palabras extranjeras WC o Toiletten sino que optaron por la palabra Abort, rescatada del alemán antiguo, que traducida al castellano significa "lugar apartado".

"Mucha gente se suicidaba en los baños, ya que era el único lugar en el que se tenía un poco de privacidad", cuenta Silvia Brito-Morales, historiadora y guía de la asociación. "Los baños eran muy precarios y no tenían agua corriente. Para eliminar los desechos se debía tirar una cadena que liberaba piedritas similares a las usadas para los gatos".

El grupo de visitantes está a unos 10 metros bajo la superficie, "protegido" por toneladas de hormigón macizo. Cada 5 minutos tiembla el techo cuando pasa el tren subterráneo. Hace frío y el aire es excesivamente húmedo. Afuera hay unos 35 grados y en el búnker apenas 15. Una pareja de turistas españoles ya sufre un poco de claustrofobia y se queja de la falta de aire. No obstante, la ligera ansiedad que sufre el visitante ni se compara con el miedo y pánico que deben haber tenido cientos de civiles que ingresaban a este recinto para refugiarse de las bombas.

"Durante las largas noches de bombardeos, entre los truenos de las explosiones y los llantos de los niños, la gente intentaba distraerse jugando a las cartas o tejiendo", dice Brito-Morales. Las instalaciones del refugio no eran exactamente ideales. Sólo algunas de las habitaciones tenían sistema de ventilación, pero era muy anticuado y dejaba de funcionar a menudo por los cortes eléctricos. Muchos murieron por la falta de oxígeno.

Luego de bajar unas escaleras angostas se pasa a un ambiente minúsculo, con techo bajo, que se usaba como sala de estar. Los únicos muebles son unas hileras de bancos de madera oscura que crujen y se mueven de un lado a otro cuando alguien se sienta en ellos. En una esquina hay un par de valijas viejas de cuero, olvidadas por algunas de las personas que estuvieron allí.

Al lado se ve un dormitorio con varias cuchetas de dos pisos, con capacidad para 38 personas, número que rápidamente se triplicaba durante las peores noches de bombardeo. La propaganda nazi sigue presente. Un afiche a color con la leyenda Der Feind hoert mit (El enemigo está escuchando) viste una de las paredes. Debajo del eslogan, hay un retrato de un hombre vestido de civil susurrándole al oído a otro hombre. Según Brito-Morales "su objetivo era generar paranoia en la población para que pensara que había espías en todas partes", añade.

"No se asusten, voy a apagar la luz", advierte la guía. De pronto, como por arte de magia, el cuarto se ilumina de forma tenue gracias a una pintura fosforescente que brilla en la oscuridad. Seis décadas después de la guerra, esta pintura sigue brillando, pero se ha descubierto que es tóxica.

El próximo ambiente es una enfermería, donde los heridos eran atendidos por jóvenes enfermeras que apenas si habían finalizado los estudios. "Tener un médico en un búnker era un lujo y era sólo cuestión de suerte", destaca la guía. "Y ni hablar de anestesia, ni de medicamentos adecuados". Muchas madres dieron a luz en estas condiciones.

La visita termina en una habitación en donde están expuestos varios objetos hallados por la asociación en el búnker de Hitler. En 1947 las tropas soviéticas demolieron este búnker casi en su totalidad. Poco más de una década más tarde, parte del terreno fue transformado en una playa de estacionamiento. Más adelante, en los ochenta, el gobierno de Alemania Oriental construyó allí una serie de edificios tipo monoblock. Las pocas estructuras bajo tierra que sobrevivieron a las demoliciones y construcciones fueron llenadas de escombros y luego tapiadas. En la actualidad un panel informativo, puesto en junio de este año por la Berliner Unterwelten, indica el sitio exacto en donde estaba localizado este recinto histórico.

Una de las paredes de esta pequeña exposición sobre el búnker de Hitler está totalmente cubierta con dos fotos a escala real de unos graffitis nazis encontrados en el refugio subterráneo de Hitler. En sus momentos de ocio, los soldados nazis pintaron en las paredes imágenes mitológicas de guerreros alemanes protegiendo a la población de las bombas. En una vitrina hay un ejemplar de la famosa máquina de escribir Enigma, hallada en una de las excavaciones. Este artefacto ingenioso se usaba en la guerra para codificar y decodificar mensajes secretos militares. En el recinto se encontraron toda clase de artículos: bombas y armas oxidadas, broches nazis, platos rotos, libros, botas militares y cascos.

Debido a su cercanía con las vías del tren, este búnker está hoy en pie, ya que los aliados no querían destruir el sistema de transporte. Según cálculos de la Berliner Unterwelten, actualmente hay unas 75 mil toneladas de bombas enterradas en Berlín. (ver recuadro).

Gunther Schubbel, de 67 años, se refugió en este búnker con su madre cuando tenía tan sólo 6 años. En total pasó casi cuatro años de búnker en búnker. Hoy Schubbel trabaja en la librería de la asociación vendiendo libros sobre las dos guerras mundiales.

Aunque ya han pasado más de 60 años confiesa que le siguen acechando las imágenes de la guerra. "Las sirenas nos avisaban que iba a empezar un bombardeo y luego teníamos sólo quince minutos para llegar al búnker, antes de que empezaran a caer las bombas", cuenta el sobreviviente. "Sólo podíamos pasar la noche aquí y a las siete de la mañana del día siguiente nos echaban del refugio. Una madrugada, camino a casa, vi un avión en llamas incrustado en el medio del edificio de un amigo".

TORRE ANTIAéREA. A tan sólo unas cuadras del búnker existe otra huella arquitectónica de la Segunda Guerra Mundial: una torre de protección antiaérea. Este coloso de miles de toneladas de hormigón macizo se erige en el parque Humboldthain y es el refugio más grande existente en Berlín. Antes de su parcial destrucción tenía una altura de 40 metros y un perímetro de 70 x 70 metros. Hubo cuatro intentos de demoler la torre, pero la dinamita no pudo con sus paredes.

Hace dos años se abrió este recorrido de aventura al público. El punto de encuentro es la plataforma inferior de la torre. Se ingresa por un túnel de concreto estrecho y oscuro que lleva al centro de la torre, construida en 1940 bajo orden directa de Hitler. Sólo se puede visitar dos de los siete pisos de la torre. "Es demasiado peligroso recorrer los otros niveles porque están muy dañados. Si uno tropezara allí podría ser tragado por un río de escombros", señala Jan Bendorf, guía de esta visita.

Más de 30 participantes, equipados con casco amarillo y custodiados por dos robustos guías alemanes, recorren tres grandes espacios vacíos, en donde convivían soldados y civiles. Alrededor hay paredes altas y ásperas de concreto de varios metros de espesor, muchos escombros y hierros oxidados que cuelgan del techo. Los únicos habitantes de esta torre en la actualidad son docenas de murciélagos.

Desde el punto de vista militar, esta torre antiaérea fue un fracaso: sólo derribó 23 aviones. Sin embargo, en términos humanitarios fue un éxito porque salvó miles de vidas. "Se construyó para albergar a 15 mil personas pero llegó a dar refugio a más de 50 mil hacia el final de la guerra", destaca el guía. En setiembre de 2006 este recorrido se suspendió por reformas.

LA GUERRA FRíA. El último recorrido acerca al visitante a la época de la Guerra Fría, cuando coexistían las dos Alemanias. Con la construcción del muro en 1961 también se dividió el Berlín subterráneo. Antes de la separación, la ciudad compartía los túneles de alcantarillado, la red de transporte público y la de servicios eléctricos.

Nuevamente la visita comienza en la estación de metro Gesundbrunnen. Luego de pasar por una puerta con rejas y de bajar unas interminables escaleras, se llega a un ambiente semejante a un garaje. Un cartel, original de los años sesenta, avisa al transeúnte que está a sólo 80 metros de la frontera con Berlín Oriental. Durante la Guerra Fría había 17 estaciones subterráneas fantasmas en el este de Berlín. Los trenes que venían del oeste seguían de largo y no paraban en las estaciones que se encontraban en la denominada República Democrática Alemana (RDA).

El siguiente ambiente es más luminoso, con paredes bien pintadas de blanco sobre las que se exponen fotografías de las estaciones fantasmas. Pocos meses después de la caída del muro, en 1990, varios miembros de la asociación ingresaron a las estaciones en busca de objetos. Una foto color sepia muestra una de las tantas reliquias históricas encontradas: un bar abandonado en 1961, año en que se construyó el muro, que quedó intacto desde entonces. La única prueba del paso del tiempo es una gruesa capa de polvo que cubre toda la barra del bar. Pasaron más de cuarenta años pero todavía hay algunas botellas de cerveza abiertas, cuentas de los últimos clientes e inclusive un par de botas del vendedor de salchichas.

Jan Bendorf cuenta que los berlineses occidentales muchas veces tiraban por la ventana revistas pornográficas y frutas exóticas cuando pasaban por las estaciones del este de la ciudad. Una de las tareas de los soldados de frontera era evitar que estos productos llegaran a los ciudadanos de Alemania Oriental. El régimen de la RDA consideraba estos productos como parte de la propaganda subversiva de la otra Alemania.

"Para evitar que la gente se escapara por las alcantarillas del sistema de desagüe, el régimen de la RDA insertó rejas en los túneles", relata el guía. Los expertos aún no se han puesto de acuerdo en el total de personas que murieron al intentar cruzar el muro. El Museo del Muro de Berlín y los responsables de los espacios conmemorativos del muro calculan que fueron entre 125 y 250.

Luego de un traslado hacia la estación de metro Pankstrasse, el tour incluye otro búnker. Las instalaciones subterráneas ya existentes fueron readaptadas durante la Guerra Fría para convertirlo en un refugio nuclear con capacidad para 3 mil personas. Si hubiera existido el tan temido ataque nuclear, se habrían bajado en cuestión de minutos unas compuertas de metal para evitar la entrada de sustancias radioactivas.

Este búnker es similar al de la Segunda Guerra Mundial pero tiene agua corriente. Actualmente está equipado y en funcionamiento. "Si en el futuro hubiese algún ataque terrorista en la ciudad, el uso del búnker se puede reactivar rápidamente, pero sólo con el previo permiso del senado", asegura Bendorf.

Pasadas casi 6 horas bajo tierra, el guía se despide y cierra la pesada compuerta de metal.

Bombas sin estallar

EN BERLÍN cada dos semanas se hallan bombas de diversa potencia que fueron arrojadas durante la Segunda Guerra Mundial pero nunca estallaron, aunque continúan activas. Se las llama blindgnger (proyectil sin estallar).

Las bombas más frecuentes son las denominadas bombas de mediana capacidad, conocidas popularmente como cookies, en su mayoría de fabricación inglesa. Pesan entre 50 y 550 kilos. También se descubren de manera regular granadas de mano, o armas de corto alcance como rifles y pistolas. De forma ocasional se desentierran bazucas y minas. Y cada vez menos, como rareza, también se hallan bombas incendiarias.

La unidad especial encargada de la desactivación de munición de guerra es la Polizeitechnische Untersuchungsanstalt o PTU (Instituto de Investigación Técnica Policial). La PTU posee terrenos especiales para desactivar y hacer estallar las bombas. Por cada kilo de explosivos se requieren de uno a tres metros de área de aislamiento. El último descubrimiento que tuvo resonancia en los medios de prensa se produjo en el 2002, cuando se encontró una bomba de 250 kilos en el estadio Olímpico de Berlín, debajo de una de las tribunas. Se halló durante las obras de renovación para el Mundial de Fútbol 2006.

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