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Vasili Grossman: una crónica de Armenia

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Vasili Grossman: Buscando lo mejor en Armenia. Foto Galaxia Gutenberg

LUEGO DE LA MUERTE DE STALIN

Es uno de los grandes escritores rusos del siglo XX que Stalin y los soviéticos quisieron callar. Pero el tiempo hizo justicia con la calidad humana y literaria de Vasili Grossman.

La cantera de libros de Vasili Grossman, el famoso escritor ruso perseguido por Stalin, parece no tener fin. Acaba de llegar otro texto inédito en español, Que el bien os acompañe, una crónica de viaje a la República Soviética de Armenia de 1961 que comenzó con dos días de traslado en tren y terminó con una estadía de dos meses en Yerevan, la capital. Grossman llevaba el encargo de traducir al ruso un libro-epopeya de un autor armenio; debía trabajar allí con el autor y la traductora literal al ruso.

No era un encargo que lo hiciera feliz. Su fama en la Unión Soviética le permitió sobrevivir a las purgas de Stalin de 1937. Su popularidad creció durante la guerra al convertirse en un querido corresponsal del diario del Ejército, el Estrella Roja. Era el héroe de la tropa, el que desde el frente de batalla ponía en papel sus actos heroicos, su sufrimiento, el encuentro diario con la muerte —mientras, en secreto, escribía un diario con los abusos contra la población civil que el mismo ejército rojo supo perpetrar en los países ocupados. Tras la muerte de Stalin (1953) siguió siendo un autor caído en desgracia. Su condición de judío no lo ayudaba. Nunca aceptó afiliarse al Partido Comunista, lo cual lo convirtió en sospechoso. Pero la KGB sabía que debía andar con cuidado, por el escándalo que levantó el caso de la censura a la novela El doctor Zhivago en Occidente, y los efectos negativos de la campaña de desprestigio llevada a cabo contra Boris Pasternak cuando le otorgaron el Premio Nobel. Con Grossman decidieron ser más sutiles. Le secuestraron el original de su novela inédita Vida y destino, obra épica en la cual había trabajado diez años y donde equiparaba al nazismo con el estalinismo —como dos caras de una misma moneda. Luego de 1953 nada de Grossman se publicó, ni siquiera en textos clandestinos (“mi última novela provocó la ira de los editores” confiesa en Que el bien os acompañe). Hablaba de “libertad”, del nefasto culto a la personalidad de Stalin, de la necesidad de realización individual de las personas... Decidieron mantenerle algunos privilegios, casa y comida, pero era un escritor que no podía publicar. Como una dádiva recibió el encargo de la traducción del armenio —justo él, que no sabía armenio.

HACIA EL MONTE ARARAT

Necesitaba el dinero, y Armenia ofrecía la posibilidad de escapar de la asfixiante atmósfera de Moscú. Llegó a esa tierra bíblica, la de los templos milenarios, la del primer cristianismo, la de un pueblo sacrificado de montaña donde al arca de Noé se detuvo luego del diluvio para dejar bajar su preciosa carga de animales y donde los descendientes de Noé supieron luego matarse entre sí. Llegó, pero nadie estaba en la estación. No tenía la dirección del hotel. Vagó por la ciudad y, ante la imperiosa necesidad de encontrar un baño para hacer pis, tomó un bus hasta su destino final para orinar en un bosque.

Esa mala primera impresión cambió. La parsimonia de la vida en la montaña lo fue integrando de a poco. Quería conocer la intimidad de la gente auténtica, la de pueblo, pero también a los encumbrados, políticos o religiosos. Como agudo observador percibió cómo a ocho años de la muerte de Stalin todavía quedaban resabios de esa amarga herencia, presentes en las enormes estatuas del líder. Parecía inevitable, porque después de esos años terribles de muerte, delación y deportación todavía existía una sociedad “envenenada con el miedo, la paranoia y la falsedad”.

En Que el bien os acompañe Grossman relata los diversos encuentros, o describe eventos como un casamiento al cual fue invitado. Poco a poco “ese pueblo pequeño empezó a parecerme un pueblo-gigante”. Describe a los sucesivos protagonistas que va conociendo y, al final, tajante, los juzga como malos o buenos creyentes, buenas o malas personas. No hay medias tintas. Busca la autenticidad de las personas en “una pobreza muy especial: aldeana, armenia, montañosa, pura”. Reflexiona: “Lo primero que vi al llegar a Armenia fue la piedra. Al irme, me llevé la visión de la piedra. Del mismo modo que de una cara no se recuerda todo, sino los rasgos que mejor recuerdan el carácter: el alma, las arrugas severas, los ojos dulces, quizá los labios gruesos, húmedos de saliva”.

Los escucha, por ejemplo, en un casamiento en el campo al cual es invitado. Los discursos de los presentes no refieren a los novios sino a la comunidad, a su capacidad de supervivencia a pesar de todas las atrocidades, porque “las pérdidas y los sufrimientos que los armenios habían soportado eran incalculables”, ya fuera por las numerosas guerras y deportaciones, o por el genocidio perpetrado por los turcos en 1915-16.

Y de pronto en el lugar se hizo un silencio. Muchas miradas se posaron en Grossman, que hasta entonces había sido tratado como un simple invitado. Estaba hablando el carpintero del pueblo. Mencionó a los judíos, cómo los nazis los separaban del resto de los armenios para asesinarlos, y habló de la compasión que le inspiraban las mujeres y niños judíos que marcharon a Auschwitz. Dijo entonces que había leído la obra de Grossman y las referencias que éste había escrito sobre Armenia. Y que lo emocionaba tener a un hijo del pueblo judío entre los armenios, sentencia que finalizó con una ovación de los presentes, y que hizo a Grossman olvidar “las palabras oscuras dirigidas al pueblo judío destrozado por Hitler de boca de conductores borrachos en los automotores, en los buses, en las colas, en las cantinas”. Fueron estos pasajes, justo, los que impidieron la posterior publicación del libro en Moscú, pues los editores insistían en que era imposible concebir pensamientos antisemitas en el pueblo soviético.

TEXTO MALDITO

Grossman percibió en Armenia los primeros síntomas de un cáncer que lo mataría dos años más tarde. Todavía deprimido por el secuestro de su magna novela, Vida y destino, dedicada a su madre asesinada por los nazis durante la Gran Guerra, acometió la tarea de escribir su crónica de viaje sobre Armenia, que por supuesto no tuvo suerte entre los editores. Recién en 1965, después de su muerte, Que el bien os acompañe fue publicada en una revista rusa, sin el pasaje referido al antisemitismo. El texto completo vería la luz recién en 1988, en una edición preparada por la hija de Grossman.

Hasta antes de su muerte siguió trabajando en Todo fluye, su testamento político y uno de los relatos más duros sobre las purgas estalinistas de 1937 o sobre los gulags de Siberia. Todo fluye vivió una suerte similar a Vida y destino y a Que el bien os acompañe. Pero pronto se haría justicia. Así lo anticipó Grossman de forma premonitoria cuando tuvo que reivindicar a su amigo Andréi Platonov, caído en desgracia: “El tiempo es un juez implacable de la fama literaria inmerecida. Sin embargo, el tiempo no es enemigo del valor literario genuino: al contrario, es su amigo bueno y razonable, así como un custodio sosegado y leal”.

QUE EL BIEN OS ACOMPAÑE, de Vasili Grossman. Galaxia Gutenberg, 2019. Traducción de Marta Rebón, y notas de Ferran Mateo. Barcelona, 144 págs. Distribuye Océano.

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