Carlos María Domínguez
DESDE SUS inicios la obra de Onetti ha sido más valorada por escritores y críticos que por el gran público. Su modernidad, sin embargo, fue decisiva en el mapa de la literatura contemporánea y su influjo sigue tan vivo que la lectura que Mario Vargas Llosa realiza en este libro debe ser incorporada a la extendida admiración entre sus pares. Comenzó a leerlo en los años sesenta, compartió con él un viaje a Estados Unidos, organizado por el PEN en 1966, y durante los años siguientes, la notoriedad que los llevó a definir lugares emblemáticos de la literatura latinoamericana.
Vargas Llosa interpreta la obra onettiana desde una perspectiva que ha elaborado en las últimas décadas: la ficción existe para compensar al hombre de las frustraciones de la realidad y crear un mundo paralelo de imaginación y fuga. "Acaso en ningún otro autor moderno aparezca [esta idea] con tanta fuerza y originalidad como en las novelas y los cuentos de Juan Carlos Onetti", afirma.
Descrito por sus énfasis, el libro comienza con un ensayo sobre el lugar de la ficción desde el mundo mítico, que recoge investigaciones previas a la escritura de su novela El hablador, continúa con un retrato de la vida de Onetti y una valoración pormenorizada de su obra, y acaba con una interpretación literaria del fracaso de América Latina: la opción por la irrealidad, el rechazo del pragmatismo, la perseverancia en el error y la defensa de los sueños contra el principio de realidad, definirían el subdesarrollo del continente. La unidad de este viaje a la ficción se resuelve en la exaltación literaria de la fantasía y en la condena de sus consecuencias políticas, ambas vinculadas a la obra onettiana bajo el entendido de que no agotan su significado pero pueden pensarse en ella.
PASAJES CURIOSOS. Al abordar la obra, Vargas Llosa resalta los logros y señala los aspectos que le parecen confusos, melodramáticos o desatinados, de un modo franco y sin pleitesías. El nacimiento del pueblo de Santa María, en La vida breve, ocupa el lugar central e insoslayable de la operación más audaz en la ficción onettiana, destacada junto a El pozo, El astillero y Juntacadáveres como la cumbre de su producción novelística. A ellas suma las "obras maestras" que despiertan su absoluta admiración: Un sueño realizado, Bienvenido Bob y El infierno tan temido. Los comenta y analiza en detalle con un fervor superior al recorrido por otros textos en los que destaca méritos parciales y la extrema coherencia del conjunto.
Sus descripciones del mundo de Onetti abundan en la superficie "crapulosa", prostibularia, la decadencia, sus perversiones y la depresión moral, bajo la persuasión de nombrar sus temas, y si en algunas ocasiones enuncia la belleza de la obra no la muestra fuera de su connotada intensidad, en parte porque Vargas Llosa no profundiza en el carácter de su prosa, donde anidan las seducciones más delicadas y contrastantes de sus historias. Jerarquiza el pasaje del plano de realidad al plano de la imaginación que dio vida a Santa María, consonante con su teoría del resarcimiento por la ficción, pero apenas logra salvar el hecho de que la fantasía onettiana no sólo es más infeliz que el mundo del que parte sino que hiere sus mejores ilusiones. La apelación a una asunción ontológica del fracaso en Onetti, endeuda a las ideas de Vargas Llosa con otra vuelta de tuerca que no realiza.
La obligada referencia al mundo de William Faulkner reúne comparaciones cardinales y agudas, menos reveladora es la vinculación con Louis-Ferdinand Céline y propone una influencia decisiva de Jorge Luis Borges: "…fue esencial, en el sentido literal de la palabra, pues concierne a la esencia misma del mundo que [Onetti] creó… La ficción incorporada a la vida en una operación mágica o fantástica es tema central de Borges, desarrollado de manera diversa en los extraordinarios cuentos que empezó a publicar en Buenos Aires en la década de los cuarenta, justamente en los años en que Onetti vivía en la capital argentina… Onetti no fue probablemente del todo consciente de la deuda que contrajo con Borges al concebir en Santa María su propia Tlön*, porque, aunque leía a Borges con interés, no lo admiraba".
A propósito de su mítico desencuentro, Vargas Llosa rescata una declaración olvidada que Rubén Loza Aguerrebere le tomó a Borges en 1981, cuando en el Jurado del Premio Cervantes negó su voto a Onetti y se lo otorgó a Octavio Paz:"¿Cuál era su reparo a la obra de Onetti?" le preguntó Loza. "Bueno -contestó Borges-, el hecho de que no me interesaba. Una novela o un cuento se escriben para el agrado, si no no se escriben… Ahora, a mí me parece que la defensa que hizo de él, Gerardo Diego, era un poco absurda. Dijo que Onetti era un hombre que había hecho experimentos con la lengua castellana. Y yo no creo que los haya hecho…. Ahora, si Gerardo Diego cree que lo importante es escribir con un lenguaje admirable, eso tampoco se da en Onetti".
Otro pasaje curioso es el que cuenta un recorrido nocturno por los antros hippies y bohemios de San Francisco en el que Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg guiaron a Onetti, Martínez Moreno y Vargas Llosa por los mundos del peyote y el ácido lisérgico, sin arrancar al escritor de saco, corbata y gruesos lentes, más que una mirada aburrida y "el escorzo de una sonrisa flotando por la boca".
FIDEL, EL CHE, Y HUGO CHÁVEZ. A lo largo del libro, Vargas Llosa intercala una lectura ideológica de la obra onettiana, notable de apatía y esencialmente ajena a otro apego que por los perdedores, de cualquier época y latitud. A menudo Vargas Llosa se ve obligado a preservar sus planteos con salvedades y prudencias, pero lo que no puede ni quiere evitar es tomar las ficciones de Onetti como metáfora de la decadencia de Uruguay y de América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Dedica varias páginas a resumir el auge y deterioro de Uruguay. Unas veces sus juicios armonizan con la dirección de sus interpretaciones y otras veces se disparan hacia las polémicas políticas que lo obsesionan. Fidel Castro, el Che Guevara y hasta Hugo Chávez comparecen en la diatriba contra los redentores mesiánicos con un efecto de interferencia poco justificado. Pero, naturalmente, no se trata de la lectura de un crítico académico sino de un escritor comprometido con las discusiones históricas del continente. De esa pasión y de su condición literaria nacen las limitaciones y virtudes de este libro, que también arriesga una mirada más íntima: "…[era] una persona particularmente desvalida para eso que, con metáfora feroz, se llama `la lucha por la vida`. La inteligencia de que estaba dotado, en vez de endurecerlo, lo debilitaba para aquella competencia en la que gana no sólo el más fuerte, sino el más entrador, vivo, pillo, simulador y simpático. Inteligencia, sensibilidad, timidez, propensión al ensimismamiento y una incapacidad visceral para jugar el juego que conduce al éxito -las despreciables `concesiones` a las que fulmina en sus historias-, lo fueron marginando desde muy joven… El fracaso le garantizaba, al menos, cierta disponibilidad -tiempo- para sumergirse en la literatura, quehacer en el que sus limitaciones de la vida real desaparecían y sus virtudes, que en la vida real eran más bien un lastre, le servían para fantasear una existencia infinitamente más rica, bella y sensible que la de su rutina cotidiana".
EL VIAJE A LA FICCIÓN. EL MUNDO DE JUAN CARLOS ONETTI, de Mario Vargas Llosa, Alfaguara, Madrid, 2008. Distribuye Santillana. 248 págs.
*Alude al cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", en el que Borges cuenta una conspiración para introducir un mundo paralelo a la realidad.