Una vida apasionada

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El País

Victoria Verlichak

CUANDO se cumplen 24 años de la muerte de Marta Traba, su nombre ha vuelto a aparecer por estos días en la prensa. A propósito del 30 aniversario de la muerte del Che Guevara, se dio a conocer una lista de sus lecturas, entre las que se encontraba uno de los libros de Marta. Se trata de Las ceremonias de verano, premiado y editado por Casa de las Américas (La Habana, 1966) y cuyos capítulos son, como escribe Mario Benedetti en la solapa, "cuatro constancias de amor, cuatro estallidos de lucidez. En las parcelas de nadie, que permanecen intocadas entre uno y otro capítulo, se abren abismos, se adivina el roer del tiempo, paga su altísimo peaje la libertad".

En 2005 Siglo Veintiuno Editores volvió a publicar Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas, 1950-1970 (de 1973), uno de los ensayos más relevantes de Traba que, largamente fuera de catálogo, se seguía estudiando en las universidades locales en fotocopias. Y para 2008 la Fundación Ortiz-Gurdián de Nicaragua anuncia la publicación del libro Mirar en Nicaragua, cuya enmarañada historia vale la pena contarse. Puede ser tomada tanto como metáfora de ciertas situaciones latinoamericanas o de la complicada vida de su autora.

El Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) le encargó a Marta Traba en 1979 escribir un libro sobre el arte en Nicaragua. El texto resultante se llamó Mirar en Nicaragua (a la manera de su Mirar en Caracas y Mirar en Bogotá) y lo terminó en Washington en 1981. La investigación está escrita -con sincera modestia- "desde afuera" y para "afuera", para promover un arte desconocido en el resto del mundo. Cuando lo puso en el correo se sintió aliviada. "Se lo regalé a Sergio Ramírez", dijo, aludiendo al escritor y uno de los líderes de la Revolución Sandinista, con la que ella simpatizaba. Pero no sólo no se publicó en forma de libro, sino que, irónicamente, luego de su muerte apareció como folleto en un diario antisandinista (y no por responsabilidad de Ramírez, que sí está participando de la actual edición del volumen, impulsado por Juanita Bermúdez, coordinadora del Programa Cultural de la Fundación).

Esa publicación será una merecida reparación. Durante casi cuarenta años Marta Traba, que siempre concibió a Latinoamérica como un todo, dedicó sus mejores esfuerzos a las artes y las letras de la región. Paradójicamente, su trayectoria como escritora y crítica de arte, era, hasta hace muy poco, estudiada principalmente en las universidades de los Estados Unidos.

Palabras ardientes . La notable y sobresaliente trayectoria de Traba como escritora, crítica de arte, profesora y polemista se desarrolló entre Colombia (donde causó un perdurable impacto y donde se casó por primera vez y tuvo sus dos hijos, Gustavo y Fernando Zalamea) y Venezuela, Centroamérica, Puerto Rico, Estados Unidos y Europa, puerto final al que llegó luego de ser expulsada de Estados Unidos, junto a su segundo marido, el crítico Ángel Rama. Intelectual valiosa, esta mujer apasionada que marcó a más de una generación, nació en la Argentina en 1923 y vivió también en Montevideo.

Inteligente y provocadora, Traba escribió siete novelas (por ejemplo La jugada del sexto día, Homérica Latina, Casa sin fin) un libro de poesía y dos de cuentos. Publicó veintidós volúmenes de crítica e historia del arte y más de mil doscientos textos periodísticos y ensayos que giran en torno a las artes visuales. Convincente oradora, dictó cursos regulares y seminarios de historia del arte en más de veinticinco universidades del continente. Fundó un museo (Museo de Arte Moderno de Bogotá) y una revista (Prisma, Bogotá). Abrió una galería y una librería, fue conductora de programas de historia del arte por radio y televisión, tanto al principio -a mediados de la década del cincuenta- como al fin de su fecunda carrera.

Marta Traba amó la vida y lo demostró a través de una singular energía creadora. Su producción ensayística y literaria dio cuenta de ese deseo de vivir, generador de un pensamiento crítico, multiplicador de nuevas miradas. Con su palabra ardiente inició a muchos en la aventura del saber y del mirar. Su chispeante personalidad parecía traslucir apertura y bienestar, mientras disimulaba una experiencia de soledad y angustia que nunca logró abandonar. Compitió con los hombres y fue generosa con las mujeres. Su audaz vida personal estuvo desbordada de ribetes novelescos y de actitudes pioneras. Hija de su época, su historia es también la de miles de intelectuales latinoamericanos desplazados de sus lugares de origen.

Murió en un accidente de aviación, en las afueras de Madrid, junto a Ángel Rama, en los primeros minutos del 27 de noviembre de 1983. La muerte de ambos "fue una noticia muy impresionante. Fue una coincidencia terrible, ese día se hizo el primer acto de todos los partidos políticos aún en dictadura con la consigna `Por un Uruguay sin exclusiones`", comenta la escritora y crítica Alicia Migdal. "Las cosas acá se estaban perfilando por las conversaciones cívico-militares, así que se calculaba que en pocos meses iba a haber amnistía, iban a poder empezar a regresar los exiliados. Ángel y toda la generación del 45 eran representativos del Uruguay perdido".

Pionera y global. Su obra de ficción la muestra como una narradora que teje una trama con datos de su biografía y con los colores, sonidos y olores de una América Latina querida y exasperante, maravillosa y aterradoramente desigual. En ese sentido, hay dos temas que recorren sus relatos: la búsqueda de un lugar propio y la relación con el poder. Con un estilo en lucha contra su natural exuberancia, Traba introdujo la poesía en sus historias, en las que reinan la precariedad espiritual, económica y afectiva. "No soy una persona negativa en mi vida pública ni en la privada, sin embargo cualquier cosa que escribo resulta cada vez más triste (...) No sé por qué mi escritura describe inevitablemente una pena implacable. Quizá porque esa es la verdadera naturaleza de la vida. La felicidad es transitoria en el contexto en el que el hombre se desempeña, la suya es una existencia trágica, terrible", decía. La construcción de sus historias está absolutamente ligada a su propia experiencia, a sus dones de perspicaz observadora y su aguda sensibilidad social. Casi al final de su vida, afirmaba que prefería ser reconocida y recordada como novelista.

Mientras se afianzaba como escritora y se hartaba de lidiar con directores de publicaciones periódicas y artistas, autoridades educativas y promotores culturales, ella amenazaba con dejar la crítica de arte para siempre. A pesar de sus intenciones, es imposible olvidar que su trabajo crítico fue crucial para el crecimiento y la difusión de las artes visuales del hemisferio.

La brasileña Aracy Amaral inauguró su comentario de la ponencia de Traba, en el Simposio de la Primera Bienal de San Pablo (octubre de 1978), diciendo: "Saludo a la pionera -desde los años sesenta- del abordaje del arte contemporáneo latinoamericano, visto comparativamente y considerado como un todo. De acuerdo o en desacuerdo con sus puntos de vista, su crítica subjetiva, elocuente y pasional, o sea, la única crítica posible, nutrió durante muchos años la formación de generaciones que comenzaron a pensar en términos del arte que se hace en América Latina". En la misma orientación, y aun en discrepancia con ella, el crítico cubano, Gerardo Mosquera, reconoció: "Marta Traba publicó el primer libro que se aproximaba al arte latinoamericano de una manera global, tratando de darle alguna unidad conceptual (La pintura nueva en Latinoamérica, 1961)". Y más, ella hizo las preguntas trascendentales que diseñaron una cartografía del arte contemporáneo hecho en Latinoamérica.

No tuvo todas las respuestas, ni siempre pensó lo mismo. Al principio de su carrera en París, a fines de la década del cuarenta, desde sus reseñas afirmó que la obra no tenía la responsabilidad de reflejar la realidad ni la de tener un significado unívoco. Cuando recién llegaba de Europa, en la década del cincuenta, y comenzaba su tarea en Colombia, Marta se dedicó a difundir el arte por el arte mismo. Se jugó por la abstracción, en la pretensión de hacer tabla rasa con localismos varios por considerarlos oportunistas y tramposos.

Más adelante, a medida que fue tomando contacto con la realidad americana, confirmó la necesidad de enmarcar el fenómeno de las artes visuales en el contexto político, social y económico en los que se desarrollan. En verdad, la radicalización de su discurso aumentó a partir de una visita a Cuba en 1966 y de la incorporación de la llamada "teoría de la dependencia" a sus análisis críticos.

Al final de su vida y también desde París, concluyó que el arte tenía la obligación de comunicar, de tener "mensaje" e identidad cultural, latinoamericana. Porque "nosotros no nos podemos dar el lujo de tener cosas descargadas de sentido en América Latina. No podemos tener cosas descargadas de sentido porque nos falta el sentido de todo".

En Dos décadas vulnerables... subrayó su postura frente al colonialismo cultural, se pronunció contra el aplanamiento de las diferencias y generó una reflexión acerca de los maestros constitutivos de la modernidad en América Latina. Marta Traba creía en "el arte de la resistencia" como comportamiento estético y en el artista como alguien capaz de percibir lo excepcional en lo cotidiano.

"Sólo a la luz de la cultura de la resistencia adquieren su sentido y su proyección el conjunto de los iniciadores del arte moderno en América Latina: Torres-García y Figari en el Uruguay, Tamayo en México, Mérida en Guatemala, Matta en Chile, Lam y Peláez en Cuba, Reverón en Venezuela, y hasta artistas aparentemente europeos, como el colombiano Andrés de Santamaría, el argentino Pettoruti y el brasileño Di Cavalcanti", decía en 1973.

Se ilusionaba con que "A los artistas y a los críticos de la resistencia no nos importa en absoluto entrar en el tejido engañoso de la superestructura cultural. El relevamiento de un arte regional, tan distante de indigenismos y nativismos ramplones y funestos, como de la trampa sin salida de un `arte planetario`, es el objetivo de un arte que procesará con las reservas del caso y en la medida en que sean reducibles al discurso de la ficción, los nuevos datos tecnológicos, científicos y sociales que se vayan produciendo, bien sea para aceptarlos o rechazarlos. La resistencia es el comportamiento estético que presentamos como alternativa a los comportamientos de moda, arbitrarios, onanistas o destructivos", afirmaba en 1975 en un simposio en la Universidad de Texas, en Austin.

Como muchos de sus puntos de vista se alejaron de los esquemas preestablecidos o, más bien de lo que se esperaba de ella a causa de sus posturas políticas, con su discurso era capaz de confundir a propios y ajenos. Por momentos fue inconsistente; tuvo una postura que reservaba iguales descalificaciones hacia los referentes del indigenismo, del arte cinético venezolano, el arte conceptual, el muralismo mexicano y el pop del Instituto Di Tella. Con el correr del tiempo suavizó varias de sus propias nociones, cambió algunas de sus miradas y contradijo ciertas afirmaciones que en ocasiones habían sido duramente contestadas.

Acertó y se equivocó. A veces, supo reconocerlo. En estos 24 años pasados desde su muerte, se han operado muchísimos cambios en las categorías filosóficas y en la percepción y valoración del arte contemporáneo. Estas modificaciones, junto a sus propias idas y vueltas, hacen que algunas de sus tesis sean estudiadas, rebatidas, revalorizadas y desestimadas, con igual intensidad.

"Quedan los escritos de Marta Traba, (...) pero sobre todo la madurez progresiva de la brillante polemista que no perdía el tiempo en hacer humildes mea culpa, sino que valientemente arremetía con lo que se le atravesaba en el camino, armada como siempre lo estaba, de su fuego sagrado. (...) Marta Traba fue una líder, una promotora porque supo despertar el entusiasmo, hacer fieles a su causa. (...) No podemos dejar de mirar con envidia su imagen avasalladora. Es el mejor reconocimiento, el mejor elogio que puedo hacer hoy del fantástico trabajo de movilización (destacado en el original) que ella representó y -no dudo- representará en el futuro de nuestra cultura", dijo a su muerte su amigo, rival y colega Damián Bayón.

La crítica, critica. Despotricó contra los poderes establecidos también en el campo cultural y siempre se las ingenió para retener su independencia, aunque formó parte de las instituciones del arte. Desde allí, ella sola hizo más que nadie para difundir tempranamente dentro de los diferentes países de la región el arte creado por los latinoamericanos. Asimismo, más adelante, lo propagó en los Estados Unidos, sabiendo que era preciso convencer a su audiencia acerca de la existencia de algunos artistas de más al sur que tenían una manera propia de expresión.

En momentos en que la novela latinoamericana alcanzaba su mayor difusión, Marta Traba consideró a los escritores capaces de interpretar a sus países a través de su trabajo literario, gracias a que éste se hallaba surcado por la experiencia y las preocupaciones sociales. En oposición, señaló a los artistas plásticos por no sustraerse a las influencias extranjeras, y realizar una creación genuinamente latinoamericana, distintiva justamente por su especificidad y, por eso mismo, pasible de ser considerada también única por los curadores e instituciones de los países centrales. Creía que la salvación de los marginales estaba en "acentuar su marginalidad y dotarla de sentido".

La suya fue una mirada precursora de una cosmovisión multicultural, al proponer que la cultura latinoamericana tenía la misma o mayor potencia que la de los europeos y norteamericanos. Según su óptica, uno de los problemas principales del arte latinoamericano contemporáneo era la falta de identidad -lejos del indigenismo for export, autoexotismos o previsibles folclorismos-, de difusión y apoyo institucional.

Traba creyó, junto al brasileño Ribeiro e inspirada por Pierre Francastel, que la sociología del arte era la mejor metodología para aproximarse a la obra, al trabajo de los artistas. Ecléctica en sus lecturas, de la mano de Herbert Marcuse y Lévy-Strauss, Mario Pedrosa y Franz Fanon, Walter Benjamin y Ernst Bloch, Theodor Adorno y Clement Greenberg, armó un recorrido crítico, rico y por momentos zigzagueante, más valioso por la curiosidad que era capaz de gatillar que por instalar un canon cierto al que habría que respetar. Insistió en que la crítica debía ser honestamente impiadosa. "Parece innecesario también subrayar que la eminente condición moral del crítico debe ser su honestidad. Creo que, en Latinoamérica, está obligado a ser doblemente honesto, porque se mueve entre términos relativos y entre `intocables mediocridades`; si se deja ganar por la lástima o por el concepto de que `aquí... por ahora... siendo países nuevos... con esfuerzos iniciales... etc., etc. (sic), no podemos hacer más`, está perdido. Debe ser inmisericorde y no tener la más mínima blandura, si realmente quiere adiestrar al público en el conocimiento de la verdadera belleza y de los auténticos valores artísticos". Sus referencias a la presunta misión didáctica del crítico y al concepto de "verdadera belleza" delatan el paso del tiempo: esto fue dicho hace más de cuarenta años. ¿Qué es lo bello? El arte es autónomo, se da sus propias leyes. No puede el crítico "enseñar" arte, porque esta palabra alude a cosas cuyo sentido estricto no existe, o no se sabe cuál es.

De todos modos, Traba barrió con una manera edulcorada de escribir sobre arte, desestimó el tráfico de influencias e instaló la necesidad de la responsabilidad. A lo largo de su tarea recorrió todas las bases sobre las que se sustenta el mundo del arte contemporáneo: fue teórica, crítica, profesora, periodista, galerista, coleccionista, directiva de instituciones privadas y públicas. Mordaz y apasionada, se lanzó a pelear batallas que le depararon reiterados exilios, incomodidades y pérdida de afectos y trabajos, pero que también le valieron un lugar de privilegio en la historia del arte y un creciente reconocimiento en el campo de la literatura escrita por mujeres. Aplastó con sus ensayos a más de un artista, crítico y escritor, y no siempre con razón. Supo ejercer la piedad, no castigó tanto la falta de pericia, sino lo pretencioso y artificial. Lo quisiera o no, incluso sus reacciones desmedidas sirvieron para agitar las aguas estancadas del debate cultural y para sacar a más de un lector, u oyente, de una ignorancia fenomenal.

Montevideo. Su paso por Montevideo, donde vivió entre 1969 y el 1º de enero de 1974 (con intervalos, ambos enseñando en la Universidad de Puerto Rico), significó nuevos desafíos, soledades y cercanías, pasiones y decepciones. La ciudad en sí quedó como símbolo, más que escenario, de la primera etapa de la convivencia con Ángel Rama surcada por centenares de viajes y cruzada por situaciones de riesgo. Desde el origen de la relación, sus vidas -por razones personales y políticas, pero no necesariamente económicas- estuvieron atravesadas por la sensación descrita por Rama en septiembre de 1974 en su Diario, apenas cinco años después del encuentro definitivo. "Vivir en la inseguridad, al día, sin saber qué será de uno mañana... No consigo acostumbrarme. Toda la cultura uruguaya de mis años se edificó contra esa situación, construyendo un entramado vigoroso y planificado, destinado a instaurar la seguridad. Lo vi deshacerse como una red mal tejida. Nos dejó a todos flotando en el vacío".

Ese Montevideo de a ratos tan solemne y recatado, resultó fundamental para su literatura. Allí transcurre mayormente Conversación al sur, su novela más lograda y exitosa que, entre otras cosas, cuenta la historia de una espera: la del retorno de un "desaparecido". En Montevideo, recién transplantada de Colombia, Traba vio aplicar "las medidas prontas de seguridad" -con su seguidilla de detenciones, allanamientos, clausura de calles, cacheo de transeúntes, censura de prensa, intervención universitaria, desafuero de parlamentarios- y crecer la población de militares y policías conforme se iba acercando el Golpe de Estado de junio de 1973. Marta no cayó bien en Montevideo, y sus "Crónicas del 108" sobre temas generales publicadas en el semanario Marcha fueron satirizadas. Tampoco gustaron sus reseñas sobre arte. Desde el día cero de su vida pública tuvo problemas con el medio en donde fue a trabajar y en la ciudad a la que aún no se había terminado de mudar. Claro que su preferencia por Pedro Figari por sobre esa otra institución que es Joaquín Torres-García tampoco le sumó demasiadas simpatías. A este último lo vio como un pintor "formulístico", que pesó "gravemente sobre el destino de la pintura uruguaya", y que, por la devoción suscitada en sus discípulos, "no ha hecho más que quitarle vitalidad". Al mismo tiempo, celebró a Hermenegildo Sábat, porque, en su opinión, supo independizarse del maestro sin antagonizarlo: "es de la familia, pero para suerte y salvación suya, es el malo de la familia". En "Sábat, el pintacadáveres" trazó un paralelo Onetti-Sábat que le parecía "fascinante", mientras que a Torres-García no le perdona nada. "Obliga a todo el arte moderno uruguayo a meterse en el brete de su idealismo frío y disecado, de una pintura de hueso puro, de símbolo constructivista sin salida".

Aunque Marta Traba tuvo una vida de novela con múltiples viajes, amores varios, pleitos de proporciones legendarias, nunca olvidó a Montevideo y a esa "melancolía demoledora que sólo me da el Uruguay y que no es ni mala ni buena, ni modificable, sino así, invasora e irreprimible". Le hubiera gustado saber que a ambas orillas del Río de la Plata algunos aún la recuerdan, con afecto. NOTA: Victoria Verlichak es autora de la biografía Marta Traba. Una terquedad furibunda, Universidad Nacional de Tres de Febrero/Fundación Proa. Buenos Aires, 2001.

Ombú

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