Una saga llamada Brasil

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Alfredo Fressia

EN EL PRIMER párrafo de la solapa de Leite derramado, la nueva novela de Chico Buarque (Río de Janeiro, 1944), la crítica Leyla Perrone-Moisés presenta la obra así: "Un hombre muy viejo está en una cama de hospital. Miembro de una tradicional familia brasileña, desgrana, en un monólogo dirigido a su hija, a las enfermeras y a quien quiera oírlo, la historia de su linaje desde los ancestros portugueses, pasando por un barón del Imperio, un senador de la Primera República, hasta su tataranieto, muchachote del Río de Janeiro actual. Una saga familiar caracterizada por la decadencia social y económica, exhibiendo como telón de fondo la historia del Brasil de los últimos dos siglos".

La presentación no podía ser más exacta. A diferencia de sus novelas anteriores (Fazenda modelo, de 1974, que hoy el autor elude en su bibliografía, Estorvo, 1991, Benjamim, 1995, y Budapeste, 2003) la presente constituye una saga cuyo personaje principal es en definitiva el mismo Brasil, sobre todo el del siglo XX. El discurso que este anciano dirige a una segunda persona cambiante comparece dividido en 23 capítulos, o mejor, en 23 fragmentos signados por la arbitrariedad de la memoria.

Por lo demás, el anciano es un hombre centenario, nacido el 16 de junio de 1907, cuya hija es ya una octogenaria. Su nombre es de prosapia: Eulalio d´Assumpcao, pero ese será el nombre de todos los primogénitos de su familia, desde antes de la llegada al Brasil junto al rey Joao VI, cuando la corte abandona Lisboa para huir de la invasión napoleónica. El lector debe admitir que la memoria de un hombre centenario, por más que éste parezca lúcido, se inscribe en una zona fronteriza donde el olvido y la omisión desempeñan un papel tan importante como los recuerdos aparentemente "reales".

UN LARGO NAUFRAGIO. Eulalio, el narrador, festeja sus 100 años con su tataranieto veinteañero, obviamente también llamado Eulalio, que trae cocaína al cumpleaños y, contra el consejo de su hija, el narrador consume la droga que en su juventud se podía comprar en farmacias y era de buena calidad, según le comenta con admiración el tataranieto a su novia, una muchacha con el vientre descubierto y un tatuaje gótico que dice "Jesucristo" exactamente sobre el trasero. Todo esto ocurre en el cuarto de suburbio donde el narrador y la hija tuvieron que ir a vivir después que un pastor pentecostal, quien también era especulador inmobiliario, les sacó la casa, también pobre, donde se habían refugiado.

De hecho, el relato de la decadencia podría pasar por la arquitectura, el espacio más sensible a los cambios sociales. Eulalio nació en una caserón de Botafogo, donde residía la élite brasileña, pasará su infancia entre la hacienda familiar, viajes anuales a París y escuelas particulares para privilegiados. Al casarse con Matilde, el personaje seguramente más seductor del relato, se instalará en un bello "chalet" de Copacabana. Malos negocios y el casamiento de su hija con un mafioso lo llevarán a perder esas propiedades. Se mudará a un departamento doble, que pasará a ser simple, cambiará de barrio y acabará su larga existencia en ese cuarto situado al lado de la iglesia pentecostal suburbana.

Después de una caída en el baño paupérrimo, Eulalio termina en el hospital público donde el recuerdo restituye estas vidas en decadencia. La "zona gris" donde puede instalarse ese recuerdo de un hombre centenario permite al autor trabajar el juego de anticipaciones y postergaciones de un modo que lo aproxima a la técnica de Machado de Assis. A veces el narrador, idiosincrásico, no quiere acordarse, considera que no es el momento de hablar de tal o cual personaje, hace literalmente confidencias al lector, todo lo cual se vuelve verosímil por la avanzada edad de este anciano que además filosofa sobre la memoria: "Pero con la edad a uno le da por repetir ciertas historias, no es por demencia senil, es porque ciertas historias no paran de suceder en nosotros hasta el fin de nuestras vidas".

La actitud general del Eulalio narrador es de aceptación de sus circunstancias. No hace mayores comentarios por la muerte oscura de su nieto, la militancia política de su bisnieto -sólo dirá que era "comunista"- y su muerte bajo tortura, el probable narcotráfico a que se dedica su tataranieto. Se fija, eso sí, en que cada generación viene más "morena", un comentario que no podía faltar en una sociedad racista. Lo mismo ocurre en la línea de la memoria que va hacia el pasado. Su padre, el Eulalio senador, por ejemplo, también tuvo un fin violento, pero no por motivos políticos, como se dirá públicamente, sino que fue asesinado en su garconnière, donde se encontraba con cierta dama casada de la sociedad local. Por lo demás, la infancia del narrador todavía está teñida por las costumbres de la esclavitud, incluida su carga sexual, y si no llega a "sodomizar" a un compañero de juegos adolescentes, negro, de los que se quedaban con las antiguas familias por fidelidad, es por mera distracción, justo cuando conoce a la joven Matilde, que será el amor de su vida.

HISTORIA DE UN AMOR. Ese Eulalio narrador, capaz de adecuarse y aun de aceptar todas las circunstancias, cuya vida es secular, o en cierto sentido más que secular, debido al ejercicio del recuerdo, ese Eulalio contiene en sí al Brasil, sintetiza a la sociedad brasileña, con sus "jeitinhos" acomodaticios y sus miserias. Es como si este relato ocupase el espacio de los grandes ensayos de Gilberto Freyre (sobre todo Casa-Grande e Senzala), o el famoso Raízes do Brasil, de Sergio Buarque de Holanda, el padre del Chico novelista. Se trata también del lado alegórico que el relato podría contener y que, por cierto, puede no ser el más interesante.

Experiente, Chico Buarque no embarca tan fácilmente la narración en esa lectura meramente alegórica. Y evita el peligro implícito desarrollando la intensa historia de un amor, el del narrador por su mujer, la "morena" Matilde, que será su esposa y que lo abandonará. Es un amor al que se vuelve durante todo el relato, y sin duda Matilde dialoga con el personaje de Capitú, la de "los ojos de resaca", de Machado de Assis en Dom Casmurro. Pertenece, al menos técnicamente, a los caracteres pintados desde la omisión, el cercenamiento de informaciones, las actitudes inesperadas, las lecturas contradictorias. Es difícil no enamorarse de Matilde. Eso lo comprende enseguida el lector, que así adhiere sin vacilar al narrador.

Cierta expresión popular ibérica dejó en Portugal el dicho "Nao adianta chorar sobre o leite derramado" (de nada sirve llorar después que la leche se derramó"). Sin duda a esa actitud, muy brasileña, muy del Eulalio narrador, apunta el título de esta novela. Pero hay otra leche a la que el texto vuelve con frecuencia y con sensualidad, es la que Matilde extrae de sus senos después del nacimiento de su hija. Y si no bastase, el narrador recuerda su obsesión por las manchas del sexo solitario en sus colchones, a los que daba vuelta cada mañana. Dice la crónica que, acabada la redacción de esta novela, Chico Buarque envió los manuscritos a Rubem Fonseca, quien aprobó la obra, pero desaconsejó el título. Chico quedó en meditar. Y decidió mantenerlo.

Además de su obra narrativa, Chico Buarque ha publicado las piezas de teatro Roda viva (1968), Calabar (1973), Gota d`água (1975) y Ópera do malandro (1979). Este suplemento abordó sus novelas en los números 339, del 3 de mayo de 1996, y 732, del 14 de noviembre de 2003.

LEITE DERRAMADO, de Chico Buarque. Companhia das Letras, 2009, San Pablo. 195 págs.

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