Un centro demasiado simbólico

Carlos Rehermann

EL 24 de julio de 2001, el agente inmobiliario neoyorkino Larry Silverstein compró a la Autoridad Portuaria de Nueva York el complejo de siete edificios del World Trade Center por 3.200 millones de dólares (en realidad fue un arrendamiento por 99 años). Fue la operación inmobiliaria más grande de la historia de la ciudad. Seis semanas más tarde, su inversión era literalmente desintegrada como resultado del ataque terrorista del 11 de setiembre.

Las diez empresas de seguros contratadas por Silverstein discutieron los términos del resarcimiento económico. El centro de la discusión fue el concepto de "incidente": ¿fue un incidente o fueron dos, lo que se llama "el ataque terrorista contra el World Trade Center"? Los contratos de seguro incluían una indemnización por un total de tres mil quinientos cincuenta millones de dólares por la destrucción total del complejo por causa de "un incidente". Silverstein reclamó el doble: fueron dos aviones, y por lo tanto dos incidentes. Luego de una serie de juicios, en 2006 se llegó a un acuerdo extrajudicial con cláusulas secretas por una cifra total de indemnización de 4.550 millones de dólares. No se sabe qué empresas de seguros pagaron qué cantidad y por qué concepto, un asunto importante para no sentar precedentes en el mundo de los seguros.

En ese año 2006 también se inauguraba el primero de los edificios de lo que será el nuevo World Trade Center, el 7 WTC, y recién hace un año varios edificios más del plan maestro fueron comenzados.

NUEVO PLAN. El viejo complejo WTC ocupaba una gran manzana y constaba de siete edificios: WTC 1 y WTC 2 eran las torres gemelas donde se estrellaron los aviones; WTC4, WTC 5 y WTC 6 eran edificios bajos (unos 10 pisos como promedio). Un hotel Marriot de 22 pisos era el WTC 3, edificio que intentaba enlazar las dos torres en una de las esquinas del gran predio. El WTC 7 era un edificio de casi 50 pisos.

El arquitecto Daniel Libeskind presentó, en 2002, un plan en el que se basaron los concursos posteriores para la reconstrucción, que finalmente consistirá en una gran torre (originalmente llamada "Torre de la libertad", hasta que en 2009 la Autoridad Portuaria -su dueña- la rebautizó "WTC 1", para quitarle peso dramático y así estimular su venta como espacio de oficinas). También una sala de espectáculos, una estación de metro y trenes, y las Torres 2, 3, 4 y 5, destinadas a oficinas. Silverstein llegó a un acuerdo por el cual se encarga de la construcción de las torres 2, 3 y 4 (además de la 7, ya terminada y en funcionamiento), en tanto la Autoridad Portuaria se encarga de los demás edificios.

El viejo conjunto era una gran explanada con un gesto tan raro como lleno de significado: dos torres inexpresivas, idénticas. En los años `30 los diseños de rascacielos en acero y vidrio de Mies van der Rohe llamaron la atención debido al contraste formal con la arquitectura de ese tiempo, pero en 1964, cuando el arquitecto estadounidense Minoru Yamasaki presentó públicamente sus dos torres, lo que impactó fue el tamaño (se convertirían en los edificios más altos del mundo), y que fueran dos rascacielos idénticos. Fue una movida característica de los estertores finales de la arquitectura de tradición moderna, ya en los tiempos en que el Posmodernismo comenzaba a embestir. Las torres parecían decir: "¿Cómo podré llamar la atención?" No había originalidad en la forma, ni en la elaboración del ornamento. Sólo un minúsculo rasgo formal (una desviación de los marcos de acero exteriores, que al llegar a la altura del techo del lobby forma algo que algunos creyeron identificar con arcos apuntados similares a los del gótico) y un tamaño desmesurado.

Las torres gemelas representan, abstraen, el concepto puro de ciudad: la forma anodina repetida, fácilmente comprensible. No hay "estilo", sino que es una arquitectura "práctica"; no le pertenecen a nadie -eran edificios públicos-; están en la proa financiera de la ciudad más dinámica del país, y en aquel momento tal vez del mundo; son visibles desde toda la ciudad; son luminosas; no hacen sombra, porque se retiran de sus vecinos; representan a todos los edificios anónimos y gigantescos de la ciudad. De manera notable, estos edificios brutalmente simples se convirtieron en el isotipo de la ciudad.

QUE HACER CON EL VACÍO. A la hora de reconstruir, la gran pregunta era cómo lidiar con un espacio tan cargado de simbolismo, de significado espontáneo. Libeskind demostró su maestría. En primer lugar, había que hacer espacio para la memoria de las torres derribadas. Gesto sabio: que el recuerdo no emerja del piso, porque cualquier altura sería insuficiente.

El memorial diseñado por Michael Arad, Peter Walker, Davis Brody Bond y el estudio Snøhetta es un monumento extraordinario. Dos fuentes a nivel del suelo ocupan el espacio exacto que ocupaban las torres gemelas. Desde los cuatro bordes de cada fuente caen cataratas de agua hacia un espejo de agua imperturbable, que refleja el cielo. En el centro del espejo, un pozo cuadrado vacía la fuente hacia un insondable abismo.

Aunque Libeskind no sabía qué habría como recordatorio de las torres, sí tenía claro que debía ser el lugar más bajo. Lo más nuevo, por lo tanto, debía ser lo más alto, y así una torre de unos chovinistas 1.776 pies de altura (por el año de la independencia) inicia un arco que recorre el gran predio en una espiral de torres cada vez menores. El resultado final es un conjunto único, enorme, singular en tanto totalidad compuesta por torres diferentes entre sí, casi lo opuesto a lo que eran las torres gemelas.

Cada una de las torres tiene la firma de un estudio de arquitectura líder: Foster, Rogers, Maki. Además de los espacios para oficinas, una sala de espectáculos que será diseñada por el estudio de Frank Gehry (ya popular desde su cucaracha de titanio despanzurrada, el Guggenheim de Bilbao), y lo peor del conjunto: una estación de trenes de Santiago Calatrava que, según la oficina del arquitecto español, "evoca una paloma echada a volar por un niño, y está hecha de acero, vidrio y luz".

SEGUROS Y VERDES. Larry Silverstein anuncia a los gritos cada vez que alquila una oficina en el WTC 7 o en los otros tres edificios que tiene a su cargo. Es que el negocio no funciona muy bien (tampoco funcionaba bien antes de los atentados, cuando entregaban pisos enteros de las torres a los artistas para instalar estudios, porque no las podían alquilar). Hay dinero, pero si hay una constante en la arquitectura de los starchitects de la actualidad es su incapacidad para calcular los costos finales. Algunos afirman que recién se terminarán de alquilar todas las oficinas para fines de la década del 2030, es decir, 15 años después de que se termine el último de los edificios hoy en construcción.

Uno de los motivos de preocupación es que la reconstrucción es una invitación a nuevos ataques. El simbolismo que atrajo a Bin Laden sigue presente. Por eso se apresuran a explicar los sistemas de seguridad aplicados a los edificios: estructuras hiperresistentes, medidas contra el fuego jamás imaginadas, incontables salidas de emergencia, sistemas de ascensores presurizados, contenidos en muros de hormigón de más de un metro de espesor, y una reorganización de las calles que facilita el acceso y la evacuación. Ya no hay una sola gran manzana, sino que las calles que se interrumpían al llegar al World Trade Center Plaza ahora lo atraviesan, el memorial queda rodeado de calles, y se crean otros espacios verdes y calles que antes no existían.

También está el tema de la eficiencia energética. El WTC 7 es vendido como una edificación "verde". Hay un límite para la eficiencia de un rascacielos de vidrio (y en general es un límite muy bajo), pero revela una pretensión de alinearse con una opinión pública un poco crítica con la mega operación económica y financiera de la reconstrucción.

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