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Sebastián Panzl y el crimen atroz de la isla del Infante

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Jose Roo

La hora de los montaraces

El reconocido autor Sebastián Panzl va tras los enigmas de ese crimen, con una notable reconstrucción histórica y trabajo de campo.

Los crímenes antiguos atraen porque hemos leído demasiadas novelas policiales. Se olvida que una cosa es novela y otra investigación histórica de un crimen, eso que hoy conocemos como true crime. Lo que atrae de ambos, sin embargo, son los enigmas. Es el caso de Muñecas en el río, El crimen de la isla del Infante de Sebastián Panzl, un libro producto de una intensa pesquisa de campo y consulta de archivos, narrado de forma notable, con una prosa precisa y a la vez musical. Trata de un crimen que ocurrió en 1920 en una isla del Río Negro, a pocos kilómetros de la antigua Villa Soriano, donde un montaraz mató a machetazos a un hombre, a su mujer y a una niña de seis años. El caso es de una crueldad inaudita y Panzl lo cuenta como susurrado al oído del lector, creando una sensación de cercanía perturbadora, y dejando entrever de forma sutil los enigmas que aún persisten.

Fue en una noche de verano cuando Panzl escuchó por vez primera la historia de boca de parroquianos del lugar. Allí se inició su viaje hacia ese pasado donde los mitos y lo mágico enturbian la memoria y condimentan los enigmas. Para conjurarlo nada mejor que lo concreto. Lo sabían quienes, en 2019, se trasladaron a la isla del Infante donde ocurrieron los asesinatos, un sitio donde los montaraces vivían y viven, hasta hoy, como en tantas islas de la región. Una vez allí buscaron reconstruir los hechos a partir de las declaraciones y los partes policiales de hace 100 años. Armaron el rompecabezas en la inmensa y deshabitada isla, hasta que encontraron la tumba y tocaron los huesos de María y Sebastián, la pareja adulta. El cadáver de la niña María Luisa nunca apareció. Dicen que su fantasma molesta a los navegantes, y por eso dejan muñecas y juguetes a modo de ofrenda.

Un hombre ambicioso

El relato se apoya en un contexto histórico llamativo. Está la polémica en torno a si la Villa Soriano es o no el asentamiento urbano más antiguo de la Banda Oriental. O el tremendo bombardeo que sufrió la villa a manos de una escuadra de la Corona española en 1811, en represalia por el Grito de Asencio. O la presencia de José Artigas arreando ganado en la zona antes de liderar la revolución, en pareja con Isabel Sánchez, una mestiza casada que le dio al futuro prócer cuatro hijos. En 1832 estos parajes también deslumbraron a Charles Darwin, algo que el libro describe con detalle.

Un siglo más tarde, en 1920, los cadáveres de la pareja adulta aparecieron flotando en el río y el horror se instaló en la comarca. La tensión de la historia está dada por la investigación policial, centrada en el polémico Jefe de Policía del departamento de Soriano, Francisco Bruno, en sus aspiraciones políticas, en su apuro por acusar inculpando a inocentes, en buscar el reconocimiento de sus superiores para lograr un ascenso. También en su interacción con los jueces de la causa o con sus pares argentinos, quizá más baqueanos a la hora de lidiar con esos montaraces, tanto en el río Uruguay como en el vastísimo delta del Paraná. El caso ocupó a la prensa y también al entonces Ministro del Interior Gabriel Terra, porque hasta el gobierno argentino de Hipólito Yrigoyen mostró preocupación, y llegó a enviar una delegación de súper policías para “colaborar”.

Hombre polémico Bruno, pero corajudo. Como sus colegas policías que, buscando de isla en isla, podían encontrar la muerte tras cualquier matorral. En una época donde la frontera se diluía y la policía de ambos países colaboraba de forma fluida. Donde los interrogatorios a los sospechosos destilaban pasión, la búsqueda de la confesión a cualquier precio, porque las pruebas no pesaban como hoy.

Mirada feroz

El libro provoca múltiples evocaciones. Por ejemplo con los ambientes recreados en el volumen Mares baldíos (2014) de Carlos María Domínguez, en particular con el cuento “El árbol de las garzas”, que relata las peripecias de un montaraz buscando sobrevivir a una tempestad en un islote de 200 metros cuadrados del Río Uruguay. Quien lo leyó todavía sentirá el frío, el viento y la lluvia que sufre el protagonista, aferrado al único árbol de la isla, disputando el espacio en las ramas con unas garzas. Quien se acerque hoy en plan turista a lugares cercanos a Nueva Palmira o Punta Gorda, escuchará múltiples historias protagonizadas por piratas, contrabandistas y montaraces. Domínguez figura entre los agradecimientos de Muñecas en el río por haber estado a cargo de la edición del mismo.

Lo otro que Panzl trasmite es la presencia constante de la muerte. En esos parajes aislados la hostilidad se materializa con cada amenaza, cada oveja que se degüella, cada víbora crucera que se pisa. Es Horacio Quiroga puro y duro pero también es el argentino Federico Falco, el de los cuentos de Un cementerio perfecto (2016). Entrevistado por el propio Domínguez para El País Cultural en 2017, Falco confesó que su aproximación a lo siniestro se debe a que “la presencia de la muerte, en el campo, es algo más habitual, porque hay que matar un pollo, faenar un cerdo, forma parte de la vida cotidiana”.

Tras finalizar pocos lectores olvidarán la mirada del asesino José Roo en la foto de la página 113. Su ferocidad felina, su mata de pelo revuelto, la tez curtida de tanta intemperie o el evidente abandono de las costumbres de higiene. Es una mirada que interpela, que perturba, porque el otro también es uno de nosotros, sea el hombre natural de Rousseau o un gaucho indómito de las patriadas del siglo XIX, como el “salvaje” que logró cercar Cruz al mando de sus soldados en el cuento de Jorge Luis Borges “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz 1829-1874”. Allí lo describe, antes del escalofriante desenlace, como un gaucho “terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara”.

Pero el libro que más resuena tras leer a Panzl es el notable Asesinato en una pulpería de la Villa del Colla. La villa, la Real Estancia y la justicia a fines de la época colonial del profesor Daniel López Batista (2017, edición de autor). Trata del crimen de un blandengue ocurrido en 1807 en una pulpería cerca de Rosario, de la pesquisa y los desafíos que debió enfrentar el sargento encargado, quien abandonó su función militar para armar el proceso legal con interrogatorios a sospechosos y testigos. En una zona donde también merodeaba José Artigas, entonces ayudante mayor del Cuerpo de Blandengues de la Banda Oriental, como consta en documentos. Todo está en un expediente antiguo que López Batista halló por casualidad, y que transformó en relato histórico, uno que coloca al lector muy cerca de los enigmas, de los enemigos ingleses y de la crueldad de esa vida que, al decir de José Pedro Barrán, convivía con la muerte y cuya cultura, en lugar de ocultarla, la exhibió.

MUÑECAS EN EL RÍO, de Sebastián Panzl. Planeta, 2021. Montevideo, 180 págs.

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