PEDRO PEÑA
EL LECTOR de Tolkien suele ser un bicho raro. Tal vez no haya leído nada más en su vida, pero será capaz de referir minuciosamente detalles de la saga casi invisibles para otros. Sucede que los niveles de lectura que admite la obra del sudafricano son muchos, hacia adentro y hacia afuera. Cuando un periodista, en cierto documental pastoso, le pregunta a Viggo Mortensen (Aragorn en la trilogía) para qué sirven las películas, el actor lanza un desafío: para que se vuelva a leer la obra de Tolkien, o mejor, para que se lean sus fuentes.
El Hobbit y El Señor de los Anillos son puertas de entrada ya clásicas al mundo del autor. Con Los hijos de Húrin su hijo Christopher acaba de abrir otra, aunque distinta.
TRABAJAR SOBRE LO ESCRITO. Ante posibles suspicacias, Christopher Tolkien se ve en la necesidad de aclarar cómo es que ha articulado el relato a partir de manuscritos dejados por su padre. En el ágil prefacio de Los hijos de Húrin es posible rastrear la organización y el proceso de compilación (cuando no de lisa y llana escritura) que debió hacer sobre textos inconclusos. El resultado es la reelaboración de una historia que en El Silmarillion (1977) ocupaba poco más de treinta páginas, que ahora se convierten en más de doscientas. Más allá de ciertos aspectos anecdóticos, al lector le queda una idea clara de las idas y venidas de Tolkien padre a la hora de plasmar sus invenciones por escrito. Los personajes suelen tener más de un nombre, sus historias se confunden y a menudo se contradicen. Según Christopher, pululan los papeles con anotaciones, casi siempre sin terminar.
LA EDAD DE LAS BATALLAS. Los orígenes de la Tierra Media pueden remontarse a la Primera Guerra Mundial. El corpus de relatos que Tolkien comienza a producir entonces, saldrá definitivamente a la luz sesenta años después con el nombre de El Silmarillion. Allí se narra el nacimiento del mundo a partir de la música de los Valar, dioses primigenios hijos de Ilúvatar. En esa música original se encuentra también el nacimiento del mal, a través de una disonancia introducida por Melkor, el dios rebelde que sólo piensa en sí mismo en vez de pensar en el orden universal. Aquel libro, también organizado y estructurado por Christopher Tolkien (su padre había muerto en 1973, cuatro años antes de su publicación), continúa con la creación de la Tierra Media y los esfuerzos de los primeros habitantes para no ser arrastrados por la oscuridad. Elfos y hombres luchan para no dejarse caer en la ignominia, y esta lucha se proyecta hasta la Tercera Edad de El Señor de los Anillos, donde los hobbits adquieren relevancia y los elfos marchan al reencuentro con los dioses de occidente.
Ya en aquellos relatos de El Silmarillion, Tolkien se detiene en varias secuencias particulares. La historia de Beren y Lúthien, un hombre mortal y una mujer elfo que resigna su inmortalidad por amor, es una de las que alcanza un plano más elevado. Otra, es la historia de Túrin y Niënor, los hijos de Húrin.
En el pasado antiguo de la Tierra Media, Húrin es una figura clave. Junto a su hermano Huor han visitado la ciudad secreta de Gondolin, y eso los convierte en una pieza más que importante para los designios de Morgoth, otro de los nombres de Melkor. Allí, justamente, reside el sino trágico de Túrin y Niënor, en los días inmediatamente posteriores a la Nirnaeth Arnoediad, la Batalla de las Lágrimas Innumerables. La historia apenas esbozada en El Silmarillion, daba para más. El mérito de Christopher radica en que, tras haberlo detectado, supo obrar en consecuencia.
LA AMBIVALENCIA. Túrin Turambar, cuyo nombre significa "Amo del Destino", es el personaje principal de la balada Nar i Chin Húrin (Los hijos de Húrin). Las peripecias por las que transita remiten a la lucha de un hombre ante el determinismo de su destino. Lucha inútil ante sucesos que lo acorralan y palabras premonitorias que se vuelven realidad. Este hombre no es como aquel Aragorn de El retorno del Rey, pues carece de la nobleza de los seres elegidos. Túrin es un ser ambivalente. Frente a sus rivales será capaz de actitudes que lo enaltecerán, pero proferirá palabras hirientes a sus benefactores. Renegará de la protección de los elfos de Doriath, perseguirá enceguecido a uno de ellos hasta provocar su muerte, y finalmente se unirá a un grupo de proscritos que vagan por los bosques asolando pequeñas aldeas. Y esto es sólo el principio de su caída. En el devenir de la historia, cuando el mecanismo del destino se active sin remedio, matará a alguien inocente para después desposarse con la mujer equivocada. De cierta forma, todo lo que toca queda reducido a cenizas, incluso el amor. La dualidad del ser humano está presente en su espíritu y en sus hechos. El resultado es un personaje mucho más rico en el aspecto interno que otros de la obra de Tolkien. Y esta riqueza del personaje es también la riqueza de la historia.
LAS MUJERES. Lo femenino en Tolkien es una idealización que involucra sensualidad, emotividad, inteligencia y determinación. Estas mujeres, usualmente lejos del fragor de las batallas, pautan el comportamiento y los motivos de los hombres y los elfos. Thingol, soberano de Doriath, no podría sostener su reino de no ser por la protección de la llamada "Cintura de Melian", un halo misterioso con el que su esposa cubre los bosques en los que habitan. Asimismo, cuando Húrin parte a la Nirnaeth Arnoediad, es su esposa Morwen la que encierra en sus pensamientos la revelación de la verdad. Es ella misma la presencia femenina más fuerte del relato, la que, en definitiva, actúa con mayor autonomía a la hora de tomar las decisiones que precipitarán los sucesos finales. Por si fuera poco, también se las arreglará para sobrevivir a la embestida del dragón Glaurung y a años de estar perdida en oscuros territorios poblados de orcos.
Las otras mujeres, las más jóvenes, son como hadas que aparecen en el camino de Túrin, para protegerlo o para enamorarse de él, y así hacer que el destino se cumpla también en ellas. Nunca dejan impresión de debilidad, aunque su fuerza no esté en los brazos.
IR A LAS FUENTES. "La materia de mi humus es, principal y evidentemente, materia lingüística" dice el mismo J. R. R. Tolkien. Es posible rastrear esa materia a lo largo de toda su obra. Si se piensa en la figura de Aragorn y su espada Narsil, es inevitable arribar al ciclo mitológico del Rey Arturo y su Excalibur. Dragones y anillos conducen a los Nibelungos y a Tristán. Los Ents, seres arbolados que marchan a la guerra contra Saruman, remiten al bosque de Birnan de Shakespeare. Los primeros relatos de El Silmarillion retoman aspectos del Génesis bíblico. Y a través de Los hijos de Húrin es posible llegar a Los Bandidos de Schiller y al Edipo Rey de Sófocles. El primero está presente en el afán de libertad de aquella horda de proscritos que acepta a Túrin como su jefe, y en el mismo Túrin, que reniega de sus afectos para abrazar la vida salvaje. El segundo, en la profunda ceguera de los personajes principales, Túrin, Niënor y Morwen, ante la evidencia de una verdad superior que se les escabulle. Verdad que, como en Edipo, lleva consigo la marca del incesto.
Un acierto fundamental de la edición son las ilustraciones de Allan Lee, conocido dibujante aplicado a temas de la mitología nórdica y céltica, quien además contribuyó a crear el diseño de los ambientes para las películas de Peter Jackson. Su trabajo en blanco y negro al principio de cada capítulo es rematado al final con una serie de páginas satinadas y a color, que ayudan a visualizar criaturas, paisajes y hombres. El aspecto gráfico se completa con un mapa de Beleriand y las imprescindibles genealogías de las casas de los hombres y de los elfos. También se cuenta con un índice alfabético de nombres y lugares, dos apéndices acerca de los manuscritos de Tolkien y apuntes sobre la correcta pronunciación de determinadas construcciones.
La edición de Los hijos de Húrin es una nueva puerta a un mundo fantástico en conflicto. Por ella podrían intentar el paso aquellos para los que todavía Tolkien es sólo un autor de best-sellers edificantes. Esto, es otra cosa.
LOS HIJOS DE HÚRIN, de J. R. R. Tolkien. Editado por Christopher Tolkien. Minotauro, Buenos Aires, 2007. Distribuye Planeta. 288 págs.